Read Chalados y chamba Online

Authors: Marcus Sedgwick

Tags: #Infantil y juvenil

Chalados y chamba (6 page)

BOOK: Chalados y chamba
11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Caramba, caramba! —clamó Mentolina—. Así que el hombre lleva solo cinco minutos aquí y ya han caído dos lacayos. No nos salen baratos, ¿sabes?

El mostacho de Pantalín se retorció con un tic nervioso.

—Lo sé, querida, pero solo ha sido un infortunado accidente.

—Dos accidentes muy infortunados —corrigió Mentolina.

—Simple mala suerte —dijo Pantalín.

Mentolina se alejó airada para buscar al señor Brandish. Lo encontró en el umbral de su habitación.

—¿Qué tiene usted ahí dentro? —preguntó mientras daba unos golpecitos con las uñas en la tapa del baúl.

—Ah, ropa. Y bueno… un cepillo de dientes, un par de manuales de latín.

—El profesor sonrió de oreja a oreja, acompañó a Mentolina a la puerta y se la cerró en las narices. Un segundo después volvió a abrirla—. La primera clase de geografía, mañana por la mañana a las nueve.

Cerró de nuevo, y Mentolina se quedó allí perpleja, inspeccionando los cuarterones de madera.

—¿No querrá cenar nada, señor Brandish? —le dijo a través de la puerta, pero no obtuvo respuesta.

Resuelto el problema de la instrucción de sus hijos, Pantalín ya había perdido interés en el asunto y había vuelto a desaparecer en el Torreón Este.

Y allí empezó a trabajar en algo que habría de acabar para siempre —según él— con el problema de la visión retrospectiva, es decir, en su máquina para predecir el futuro: tanto si el futuro consistía en terremotos inminentes como si había de depararnos maestros con baúles de un peso letal.

Fue Mentolina, Lady

Otramano, quien

escogió el nombre de

Silvestre, y aunque

suene tan ridículo, la

verdad es que podría

haber sido mucho peor.

A punto estuvo de

llamarse Espino, o

Cartapacio, o lo peor

de todo: Cebollino.

H
ay una habitación en lo alto del castillo destinada a las actividades educativas. No es que hubiera tenido mucha actividad durante una larga temporada, como creo haber dicho. A la mañana siguiente, sin embargo, a las nueve en punto, Solsticio y Silvestre se encaminaron cabizbajos hacia aquel cuartucho estrecho y más bien deprimente, como dos condenados que se dirigen a la horca.

Yo los seguí por el pasillo batiendo mis alas, compadeciéndome de ellos, sobre todo de Silvestre. Al ser el menos espabilado de los dos, sabía que aquello le iba a resultar especialmente duro, y además me constaba que solo había tenido tiempo de engullir un desayuno, no dos o tres, como era su costumbre.

Habían limpiado a fondo la habitación, siguiendo las instrucciones de Pantalín, y Brandish llevaba ya un buen rato preparando sus instrumentos de tortura; los bolígrafos, los lápices, los cuadernos de ejercicios y demás materiales escolares estaban dispuestos pulcramente sobre los dos pupitres de madera que habían de ocupar los chicos.

Cuando Solsticio y Silvestre cruzaron el umbral arrastrando los pies, Brandish levantó la vista con expresión imperturbable y pronunció una sola palabra.

—Bien.

Entonces, justo cuando ya iba a colarme tras ellos, me cerró la puerta en las napias, digo, en el pico.

Qué costumbre más fea. Me hice el propósito de odiar mortalmente a Brandish hasta que me diese un buen motivo para no hacerlo.

«No tan deprisa», pensé. Hay pocas cosas capaces de interponerse en mi camino, así que crucé el pasillo y, batiendo con elegancia mis viejas alas negras, me lancé a toda velocidad como un proyectil emplumado. Viré aquí y allá, y enfilé con el pico hacia una pequeña grieta que conocía.

Al fin y al cabo forma parte de mis atribuciones conocer todas las grietas y rincones del castillo. Y las rendijas. El caso es que enseguida me vi metido en un hueco oscuro y medio espeluznante, al fondo del cual se veía luz. Tras dar unos pasitos cautelosos, pude atisbar la clase desde una viga situada muy por encima de la cabeza del nuevo maestro.

Así, sin ser visto, presencié el comienzo de la tortura.

—A ver, tú, chaval —estaba diciendo Brandish—. Pareces torpe y lerdo. ¿Cómo te llamas?

—Silvestre —respondió Silvestre.

—¡Cuida tu lenguaje en mi clase, chaval! —rugió Brandish, repentinamente enfurecido.

—Pero si es su nombre —intervino Solsticio, saltando en defensa de su hermano.

—¿Cómo? —preguntó Brandish.

—Silvestre —dijo Solsticio.

—¡Eso también va por ti, niña! —aulló el peludo y canijo maestro—. No voy a permitir palabrotas en mi clase. Comportaos los dos si no queréis unos deberes extra de griego.

—¡Pero si es mi nombre! —protestó Silvestre.

—¿Cómo?

Silvestre abrió la boca y volvió a cerrarla. No quería exponerse a otra reprimenda.

—Mi nombre —dijo a toda prisa en voz baja— es Silvestre. Y si no le gusta, pregúnteles a mis padres por qué me lo pusieron.

Brandish lo miró fijamente y se volvió hacia Solsticio.

—¿Es eso cierto, niña?

Ella asintió.

—¿Y cuál, me atrevo a preguntar, es el tuyo?

—Solsticio —respondió Solsticio.

—¿Te estás riendo de mí? —preguntó Brandish.

Solsticio se sujetó la cabeza con las manos y suspiró.

BOOK: Chalados y chamba
11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Proof of Intent by William J. Coughlin
Savior of Istara by Pro Se Press
Pony Dreams by K. C. Sprayberry
Godzilla 2000 by Marc Cerasini
Tulsa Burning by Anna Myers
Bella by Ellen Miles