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Authors: Noah Gordon

Chamán (46 page)

BOOK: Chamán
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Decidió ser egoísta y conservarla en el seno de la familia un tiempo más.

—De acuerdo, dejémosla trabajar de maestra -le dijo a Lillian.

Habían pasado varios años desde que las inundaciones se llevaron la tienda del sudadero de Makwa. Todo lo que quedaba eran dos paredes de piedra de un metro ochenta de largo y un metro de alto, con una separación de setenta y cinco centímetros. En agosto, Chamán comenzó a construir a partir de las paredes un hemisferio con ramas tiernas dobladas. Trabajaba lenta y torpemente, entretejiendo mimbres verdes de sauce entre las ramas. Cuando su padre vio lo que hacia le preguntó si podía ayudarlo, y ambos trabajaron durante casi dos semanas en los ratos libres y lograron algo aproximado a lo que había sido el sudadero que Makwa había construido en unas pocas horas con la ayuda de Luna y Viene Cantando.

Con más ramas tiernas y mimbres construyeron un cesto del tamaño de una persona adulta y lo colocaron dentro de la tienda, sujeto a la parte superior de las paredes.

Rob J. tenía una piel de búfalo hecha jirones y otra de venado.

Cuando las estiraron en el marco de la entrada, un enorme espacio de ésta quedó sin cubrir.

—¿Tal vez una manta? -sugirió Chamán.

—Será mejor que utilices dos, formando una capa doble, de lo contrario no retendrá el vapor.

Probaron la tienda el primer día de septiembre que hubo una helada.

Las piedras del baño de Makwa estaban exactamente donde ella las había dejado, y prepararon un fuego con maderas y colocaron encima las piedras para que se calentaran. Chamán entró en la tienda cubierto sólo con una manta que dejó fuera; temblando, se echó sobre el cesto.

Con la ayuda de unos palos ahorquillados, Rob J. llevó las piedras hasta el interior, las colocó debajo del cesto, las mojó con varios cubos de agua fría y cerró perfectamente la tienda. Chamán se quedó tendido entre el vapor que subía, sintiendo la humedad que se expandía, recordando lo asustado que se había sentido la primera vez, y cómo se había escondido entre los brazos de Makwa para protegerse del calor y la oscuridad. Recordó las extrañas marcas que ella tenía en los pechos y la sensación que le habían producido contra la mejilla. Rachel era más delgada y más alta que Makwa, y tenía pechos más grandes. Al pensar en Rachel tuvo una erección y se angustió pensando que su padre podía regresar y verlo. Se obligó a pensar otra vez en Makwa y recordó el sereno afecto que emanaba de ella, tan reconfortante como el primer calor del vapor. Resultaba extraño hallarse en la tienda en la que ella había estado tantas veces. Su recuerdo se hacía cada año más borroso, y se preguntó por qué alguien la habría querido matar, por qué había gente tan malvada. Casi sin darse cuenta empezó a entonar una de las canciones que ella le había enseñado: “Wi-a-ya-ni, Ni-na ne-gi-seke-wi to-seme-ne ni-na…”. Vayas donde vayas, camino a tu lado, hijo mío.

Un rato después su padre llevó más piedras calientes y las mojó con agua fría, y el vapor llenó completamente la tienda. Aguantó todo el tiempo que pudo, hasta que quedó jadeante y bañado en sudor; entonces se levantó de un salto del cesto y corrió en el aire helado hasta zambullirse en las frías aguas del río. Durante un instante pensó que tenía una muerte limpia, pero mientras chapoteaba y nadaba, la sangre recorrió todo su cuerpo y gritó como un sauk mientras salía del agua y corría hacia el establo, donde se secó frotándose vigorosamente y se vistió con ropas de abrigo.

Evidentemente había mostrado un enorme regocijo, porque cuando salió del establo, su padre lo esperaba para probar el sudadero, y le tocó a él el turno de calentar y trasladar las piedras y rociarlas con agua para formar vapor.

Finalmente regresaron a la casa, radiantes y sonrientes, y descubrieron que había pasado la hora de la cena. Sarah, muy enfadada, había dejado los platos de ellos dos en la mesa, y la comida estaba fría.

Chamán y su padre se quedaron sin sopa y tuvieron que raspar la grasa fría del cordero, pero estuvieron de acuerdo en que había valido la pena. Makwa si que sabía cómo tomar un baño.

Cuando la escuela abrió sus puertas, a Rachel no le resultó nada difícil desempeñar su trabajo de maestra. La rutina era conocida: las lecciones, el trabajo en clase, las canciones, los deberes para hacer en casa. Chamán era mejor que ella en matemáticas, y le pidió que diera las clases de aritmética. Aunque a él no le pagaban, Rachel lo elogió ante los padres y la junta de la escuela, y él disfrutaba trabajando con ella en la planificación de las clases.

Ninguno de los dos mencionó el comentario de la señorita Burnham de que tal vez ya no fueran necesarios los ejercicios vocales.

Ahora que Rachel era maestra hacían los ejercicios en la escuela, después que los niños se habían marchado, salvo los que tenían que hacer con el piano. A Chamán le gustaba sentarse junto a ella delante del piano, pero disfrutaba cuando estaban a solas en la escuela, en la intimidad.

Los alumnos siempre se reían de que la señorita Burnham al parecer nunca necesitaba hacer pis, y ahora Rachel seguía la tradición, pero en cuanto todos se marchaban tenía que ir a toda prisa al lavabo. Mientras esperaba que regresara, Chamán hacía toda clase de especulaciones sobre lo que ella llevaba debajo de la falda. Bigger le había contado que cuando lo había hecho con Pattie Drucker, había tenido que ayudarla a quitarse un viejo y agujereado calzoncillo de su padre; pero él sabía que la mayoría de las mujeres llevaban miriñaque con ballenas o camisa de crin, que producía picor pero era más abrigada. Rachel no era indiferente al frío. Cuando regresaba, colgaba la capa en la percha y corría hasta la estufa para calentarse primero delante y luego detrás.

Llevaba sólo un mes en su trabajo de maestra cuando tuvo que irse a Peoria con su familia para celebrar la festividad judía, y Chamán fue el maestro suplente durante la mitad del mes de octubre, trabajo por el que le pagaron. Los alumnos ya estaban acostumbrados a que él les enseñara aritmética. Sabían que él tenía que leerles los labios para comprenderlos, y la primera mañana Randy Williams, el hijo mayor del herrador, dijo algo gracioso mientras se encontraba de espaldas al maestro. Chamán asintió cuando los chicos rieron y le preguntó a Randy si quería que lo colgara un rato de los talones; Chamán era más grande que la mayoría de los hombres que los chicos conocían, y las sonrisas desaparecieron mientras Randy decía con voz temblorosa que no, que no quería que ocurriera algo así. Durante las dos semanas siguientes resultó fácil dar las clases.

El primer día que Rachel volvió a la escuela se sentía abatida. Esa tarde, cuando los chicos se fueron, regresó del lavabo temblando y llorando.

Chamán se acercó a ella y la rodeó con sus brazos. Ella no protestó, simplemente se quedó de pie entre él y la estufa, con los ojos cerrados.

—Detesto Peoria -dijo serenamente-. Es un sitio odioso, no haces más que conocer gente. Mi madre y mi padre no hacían más que exihibrme.

A él le pareció razonable que se sintieran orgullosos de ella. Por otra parte no tendría que volver a Peoria hasta el año siguiente. No dijo nada. Ni siquiera soñó con besarla. Era feliz con estar en contacto con su suavidad, seguro de que nada que un hombre y una mujer hicieran juntos podía ser mejor que esto. Un instante después ella retrocedió y lo miró seriamente con los ojos húmedos.

—Mi mejor amigo.

—Si -dijo él.

Fueron dos incidentes los que revelaron la verdad a Rob J. Una cruda mañana de noviembre, Chamán se acercó a él mientras se dirigía al establo.

—Ayer fui a visitar a la señorita Burnham; mejor dicho, a la señora Cowan. Me dio recuerdos para ti y para mamá.

Rob J. sonrió.

—Oh, fantástico. Supongo que se ha acostumbrado a la vida en la granja Cowan.

—Si. Parece que las niñas la quieren. Desde luego tienen mucho trabajo, y sólo están ellos dos. -Miró a su padre-. Papá, ¿hay muchos matrimonios como el de ellos? Me refiero a que la mujer sea mayor que el hombre.

—Bueno, suele ser al revés, aunque no siempre. Supongo que existen unos cuantos.

Esperó que la conversación se encaminara en alguna dirección, pero su hijo se limitó a asentir y se marchó a la escuela, y él entró en el establo y ensilló la yegua.

Pocos días más tarde, él y el chico estaban trabajando juntos en la casa. Sarah había visto un revestimiento para el suelo en varias casas de Rock Island, y le había implorado a Rob J. hasta que él aceptó que tuviera tres revestimientos. Se realizaban aprestando lona con resina y aplicando luego cinco capas de pintura. El resultado era un revestimiento a prueba de barro, a prueba de agua, y decorativo.

Ella había hecho que Alex y Alden aplicaran la resina y las cuatro primeras capas de pintura, pero había pedido a su esposo que aplicara la última.

Rob J. había mezclado la pintura para las cinco capas utilizando suero de leche, aceite comprado en la tienda y cascarón de huevo de color pardo, molido muy fino, para obtener una buena pintura del color del trigo. El y Chamán habían aplicado la superficie final juntos, y ahora, una soleada mañana de domingo, añadían con todo esmero un delgado ribete negro a los bordes exteriores de cada revestimiento, intentando concluir el trabajo antes de que Sarah regresara de la iglesia.

Chamán se mostró paciente.

Rob J. sabía que Rachel lo esperaba en la cocina, pero vio que el chico no intentaba apresurarse mientras colocaban el ribete decorativo al último de los tres trabajos.

—Papá -dijo Chamán-, ¿hace falta mucho dinero para casarse?

—Mmmm. Bastante. -Secó el pincel con un trapo-. Bueno, varía, por supuesto. Algunas parejas viven con la familia de ella, o con la de él, hasta que pueden arreglárselas solos.

Había hecho una plantilla de madera delgada para facilitar la tarea, y Chamán la colocó junto a la superficie pintada y aplicó la pintura negra, concluyendo el trabajo.

Limpiaron los pinceles y guardaron todo en el establo. Antes de regresar a la casa, Chamán asintió.

—Claro que varía.

—¿Qué es lo que varía? -preguntó Rob J. distraído, mientras pensaba cómo iba a extraer el líquido de la rodilla inflamada de Harold Hayse -El dinero que hace falta para casarse. Dependería de lo que ganaras con tu trabajo, de lo que tardara en llegar un bebé, de cosas como ésas.

—Exacto -dijo Rob J.

Estaba desorientado, desconcertado por la sensación de que se había perdido una parte importante de la conversación.

Pero unos minutos más tarde, Chamán y Rachel pasaron junto al establo, en dirección al camino de la casa. Chamán tenía los ojos fijos en Rachel para poder ver lo que ella decía, pero al observar el rostro de su hijo, Rob J. comprendió enseguida lo que revelaba.

Mientras cada cosa encajaba en su sitio, lanzó un gruñido Antes de ir a atender la rodilla de Harold Hayse, cabalgó en dirección a la granja de los Geiger. Su amigo estaba en el cobertizo donde guardaba las herramientas, afilando una guadaña, y sonrió sin interrumpir el fuerte chirrido de la piedra contra la hoja.

—Rob J.

Había otra piedra de amolar, y Rob J. la cogió y empezó a trabajar en la segunda guadaña.

—Tengo que hablarte de un problema -anunció.

40

Creciendo

A finales del invierno, una rebelde capa de nieve aún dominaba los campos como un cristal esmerilado cuando Rob J. puso en marcha las actividades de primavera en la granja, y Chamán quedó sorprendido pero contento al ser incluido en los planes de trabajo por primera vez.

Con anterioridad sólo había trabajado de vez en cuando y se le había permitido dedicarse a sus estudios y a la terapia de la voz.

—Este año nos hace mucha falta tu ayuda -le dijo su padre-. Alden y Alex no lo querrían reconocer, pero ni siquiera tres hombres pueden hacer el trabajo que Viene Cantando hacía solo.

Además, añadió, cada año crecía el rebaño y ocupaba más pastos.

—He hablado con Dorothy Burnham y con Rachel. Las dos consideran que has aprendido todo lo que podías aprender en la escuela. Me han dicho que ya no necesitas los ejercicios vocales, y…-le sonrió-estoy de acuerdo con ellas. Creo que hablas perfectamente bien.

Rob J. puso especial cuidado en decirle a Chamán que el plan no sería permanente.

—Sé que no quieres trabajar en la granja. Pero si ahora nos ayudas, podríamos pensar lo que quieres hacer después.

Alden y Alex se ocuparon de sacrificar los corderos. A Chamán se le asignó la tarea de plantar arbustos en cuanto la tierra pudo ser trabajada. Las vallas de barrotes separados no eran adecuadas para las ovejas, porque éstas podían escaparse fácilmente entre los barrotes, y además permitían la entrada a los depredadores. Para delimitar los nuevos pastos, Chamán abría una sola franja a lo largo de todo el perímetro y luego plantaba naranjos de Osage lo suficientemente cerca unos de otros para formar una gruesa barrera. Sembraba cuidadosamente, por que la semilla costaba cinco dólares la libra. Los naranjos eran árboles fuertes y tenían mucho follaje y espinas largas y terribles que se combinaban para mantener a las ovejas dentro y a los coyotes y los lobos fuera. Eran necesarios tres años para que un naranjo de Osage formara una barrera que protegiera un campo, pero Rob J. había estado preparando la barrera desde que había iniciado la granja, de modo que cuando Chamán había terminado de plantar los árboles nuevos pasó varios días en lo alto de una escalera podando los que ya habían crecido. Cuando concluyó la poda, tuvo que quitar piedras del terreno, cortar leña, hacer postes y arrancar tocones del suelo en el borde del bosque.

Tenía las manos y los brazos arañados por las espinas, las palmas se le llenaron de callos, los músculos empezaron a dolerle y luego se le endurecieron. Su cuerpo atravesaba los cambios típicos del desarrollo, su voz se hacia más profunda. Por la noche tenía sueños sexuales. A veces no lograba recordarlos ni identificar a la mujer que aparecía en ellos, pero en varias ocasiones tuvo claros recuerdos de Rachel. Al menos una vez supo que la mujer era Makwa, cosa que lo confundió y asustó.

Aunque era inútil, hacia todo lo posible por eliminar la prueba antes de que la sábana fuera añadida al resto de la ropa sucia para hervirla.

Durante años había pasado todos los días con Rachel, pero ahora rara vez la veía. Un domingo por la tarde fue hasta su casa, y su madre le abrió la puerta.

—Rachel está ocupada y ahora no puede verte. Le daré recuerdos de tu parte, Rob J. -le explicó Lillian, no sin amabilidad.

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