Chamán (47 page)

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Authors: Noah Gordon

BOOK: Chamán
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Algún sábado por la noche, cuando las dos familias se reunían a disfrutar de la música y de la amistad, él lograba sentarse junto a Rachel y hablaban de la escuela. Echaba de menos las clases de aritmética que les daba a los niños, y les preguntaba por ellos y la ayudaba a planificar las clases. Pero ella parecía extrañamente incómoda. Algo que él amaba en su forma de ser, una especie de calor y luz, se había apagado, como un fuego con demasiada leña. Cuando él sugirió que fueran a dar un paseo, fue como si los adultos que se encontraban en la habitación esperaran la respuesta de ella, y no se relajaron hasta que ella dijo que no, que no le apetecía dar un paseo en ese momento, pero que muchas gracias.

Lillian y Jay le habían explicado a Rachel la situación, le habían hablado comprensivamente del enamoramiento que podía sentir un chico, y habían afirmado de forma clara que la responsabilidad de ella consistía en evitar darle cualquier tipo de aliento. Era difícil. Chamán era su amigo y ella echaba de menos su compañía. Se preocupaba por el futuro de él pero fue colocada ante un abismo personal, y el intentar ver algo en su lóbrega profundidad le provocaba gran ansiedad y temor.

Ella debió de darse cuenta de que el enamoramiento de Chamán sería el factor que precipitaría el cambio, pero su rechazo del futuro era tan intenso que cuando Johann C. Regensberg fue a pasar el fin de semana en su casa, ella lo aceptó enseguida como un amigo de su padre. El era un hombre afable y ligeramente regordete, cerca de los cuarenta, que se refería respetuosamente a su anfitrión como "señor Geiger", pero le había pedido que a él le llamara Joe. Era de estatura mediana y tenía unos ojos vivaces y ligeramente bizcos, de color azul, que observaban el mundo atentamente desde detrás de sus gafas con montura metálica. Su agradable rostro estaba delicadamente equilibrado entre una barba corta y una menguante cabellera castaña que asomaba en su incipiente calva. Tiempo después, cuando Lillian lo describía a sus amigos, decía que tenía "una frente ancha".

Joe Regensberg apareció en la granja un viernes, a tiempo para sumarse a la cena del Sabbath. Pasó esa noche y el día siguiente descansando junto a la familia Geiger. El sábado por la mañana él y Jason leyeron las sagradas escrituras y estudiaron el Levítico. Después de una comida fría fueron a ver el granero y la botica y luego, encogido bajo el día nublado, recorrió con ellos el camino para ver los campos que serían sembrados en la primavera.

Los Geiger concluyeron el Sabbath con una cena de cholent, un plato que contenía alubias, carne, cebada perlada y ciruelas, que había sido cocido lentamente en las brasas desde la tarde anterior, porque a los judíos se les prohibía encender fuego durante el Sabbath. Después disfrutaron de la música; Jason tocó parte de una sonata para violín de Beethoven y luego le cedió el lugar a Rachel, que disfrutó interpretando el resto mientras el visitante la observaba con evidente placer. Al final de la velada, Joe Regensberg abrió su enorme maleta tapizada y sacó de ella los regalos: para Lillian, un juego de bateas para el pan, hecho en la fábrica de objetos de hojalata que poseía en Chicago; una botella de coñac añejo para Jay; y para Rachel un libro.

Ella notó que no había regalos para sus hermanos. Enseguida comprendió el significado de la visita y quedó abrumada por el terror y la confusión. Con los labios entumecidos le dio las gracias y le dijo que le gustaba el estilo del señor Dickens, aunque hasta entonces sólo había leído Nicholas Nickleby.

—Los papeles póstumos del club Pickuick es uno de mis preferidos -comentó él-. Después de que lo hayas leído tenemos que comentarlo.

Ninguna persona sincera podía describirlo como un joven apuesto pero tenía un rostro inteligente. "Un libro -pensó ella esperanzada es un primer regalo que un hombre excepcional le haría a una mujer en estas circunstancias."

—Me pareció que era un regalo adecuado para una maestra -explicó él, como si le hubiera leído el pensamiento.

La ropa de Joe Regensberg tenía mejor caída que la de los hombres que ella conocía; tal vez la suya estaba mejor hecha. Cuando sonreía, se le formaban unas graciosas arrugas en el rabillo de los ojos.

Jason le había escrito a Benjamín Schoenberg, el shadchen de Peoria, y para asegurarse le había enviado otra carta a otro agente matrimonial llamado Solomon Rosen, de Chicago, ciudad en la que había una creciente población judía. Schoenberg había respondido con una misiva de estilo florido, afirmando que tenía una serie de jóvenes que podían llegar a ser novios fantásticos, y que los Geiger podían conocerlos cuando la familia viajara a Peoria para la festividad judía. Pero Solomon Rosen había actuado. Uno de sus mejores novios en potencia era Johann Regensberg Cuando Regensberg le comentó que estaba a punto de viajar al oeste de Illinois con el fin de abrir nuevos mercados para sus objetos de hojalata, incluidas varias tiendas de Rock Island y Davenport, Solomon Rosen había organizado la presentación.

Varias semanas después de la visita había llegado otra carta del señor Rosen. Johann Regensberg había quedado favorablemente impresionado por Rachel. El señor Rosen informaba que la familia Regensberg tenia yiches, la verdadera distinción familiar que provenía de varias generaciones de servicios a la comunidad. En la carta también decía que entre los antepasados del señor Regensberg había maestros y eruditos bíblicos, que se remontaban al siglo XIV.

Pero a medida que Jay seguía leyendo, su rostro quedaba ensombrecido a causa del agravio. Los padres de Johann, Leon y Golda Regensberg, habían muerto. Estaban representados en este asunto por la señora Harriet Ferber, hermana del difunto Leon Regensberg. En un intento por continuar la tradición de la familia, la señora Ferber había solicitado la presentación de testigos u otras pruebas con relación a la virginidad de la futura novia.

—Esto no es Europa. No están comprando una vaca -dijo Jason débilmente.

Su fría nota de rechazo fue respondida de inmediato por una carta conciliadora del señor Rosen, que retiraba la petición y en su lugar preguntaba si la tía de Johann podía ser invitada a visitar a los Geiger. De modo que algunas semanas más tarde llegó a Holden's Crossing la señora Ferber, una mujer menuda y erguida, de brillante pelo blanco peinado hacia atrás y recogido en un moño. Acompañada por una cesta que contenía frutas escarchadas, tartas con aguardiente y una docena de botellas de vino kosher, también ella llegó a tiempo para celebrar el Sabbath. Se deleitó con la cocina de Lillian y con el talento musical de la familia, pero era a Rachel a quien observaba, con quien conversó sobre la educación y los niños, y de quien se quedó prendada desde el principio.

No era en absoluto tan odiosa como ellos habían supuesto. Por la noche, mientras Rachel limpiaba la cocina, la señora Ferber se sentó a conversar con Lillian y con Jay, y se informaron mutuamente sobre sus respectivas familias.

Los antepasados de Lillian eran judíos españoles que habían huido de la Inquisición, primero a Holanda y luego a Inglaterra. En Estados Unidos tenían un patrimonio político. Por la rama paterna estaba emparentada con Francis Salvador, que había sido elegido por sus vecinos cristianos para el Congreso Provincial de Carolina del Sur, y que, mientras servía en las filas de la milicia patriota, sólo unas semanas después de la Declaración de la Independencia, se convirtió en el primer judío que murió por Estados Unidos, luego de caer en una emboscada de los tories y de que los indios le arrancaran la cabellera. Por la rama materna era una Mendes, prima de Judah Benjamín, el senador de Estados Unidos por Louisiana. Los antepasados de Jason, reconocidos fabricantes farmacéuticos establecidos en Alemania, habían llegado a Charleston en 1819 huyendo de los disturbios en los que las multitudes habían recorrido las calles persiguiendo judíos y gritando "¡Hep! ¡Hep! ¡Hep!, un grito que se remontaba a la época de los cruzados, formado por las iniciales de Hierosolyía est perdita, Jerusalén está perdida.

Los Regensberg habían abandonado Alemania una década antes de los disturbios Hep, informó la señora Ferber. Habían poseido viñedos en Renania. No eran dueños de grandes riquezas, pero disfrutaban de bienestar económico, y la fábrica de objetos de hojalata de Joe Regensberg era un negocio próspero. El era miembro de la tribu de Kohane, y por sus venas corría la sangre de los sumos sacerdotes del templo de Salomón. "Si se celebraba la boda -indicó delicadamente a Lillian y a Jay", los nietos de ambos descenderían de dos grandes rabinos de Jerusalén. Los tres se quedaron mirándose con enorme placer mientras bebían un delicioso té inglés salido de la opulenta cesta de la señora Ferber.

—La hermana de mi madre también se llamaba Harriet -comentó Lillian-. Nosotros la llambamos Hattie.

A ella nadie la llamaba nada, apuntó la señora Ferber con tal encanto y buen humor que les resultó fácil aceptar cuando ella los invitó a visitar Chicago.

Pocas semanas más tarde, un miércoles, los seis miembros de la familia Geiger subieron a un coche locomotora en Rock Island, desde donde harían un viaje directo de cinco horas por ferrocarril, sin cambiar de tren. Chicago era una ciudad enorme, extensa, sucia, atestada de gente, de aspecto lamentable, ruidosa y, para Rachel, muy estimulante. Su familia ocupaba las habitaciones del cuarto piso del hotel Palmer's Illinois House. El jueves y el viernes, en el transcurso de las comidas celebradas en casa de Harriet, en South Wabash Avenue, conocieron a otros familiares, y el sábado por la mañana asistieron al servicio en la sinagoga familiar de los Regensberg, la congregación Kehilath, donde Jason recibió el honor de ser llamado a entonar una bendición. Esa noche asistieron a una sala en la que una compañía de ópera que estaba de gira presentaba Der Freischutz, de Carl Maria von Weber. Rachel jamás había asistido a una ópera, y se sintió transportada por las arias elevadas y románticas. En el primer entreacto, Joe Regensberg la llevó afuera y le pidió que fuera su esposa, y ella aceptó. Todo se cumplió con pocos traumas, porque la verdadera propuesta y la aceptación habían sido realizadas por los mayores. El sacó de su bolsillo un anillo que había pertenecido a su madre. El diamante, el primero que Rachel veía en su vida, era modesto pero estaba maravillosamente engastado. El anillo era un poco grande, y ella dejó el puño cerrado para evitar que se le resbalara del dedo y se perdiera. Cuando regresaron a sus asientos, la ópera volvía a empezar. Sentada en la oscuridad junto a Lillian, Rachel le cogió la mano y la colocó sobre el anillo, y sonrió al notar el instantáneo apretón. Mientras dejaba que la música la transportara magníficamente a los bosques alemanes, se dio cuenta de que el acontecimiento que había temido durante tanto tiempo en realidad podía ser una puerta a la libertad, y una especie de poder muy agradable.

La calurosa mañana de mayo en que Rachel fue a la granja de ovejas, Chamán había sudado abundantemente segando con una guadaña durante varias horas, y luego rastrillando, de modo que estaba cubierto de polvo y paja. Rachel llevaba un conocido y viejo vestido gris que ya empezaba a mostrar una mancha de humedad en las axilas, una cofia amplia gris que él nunca había visto y guantes blancos de algodón.

Cuando le preguntó si quería acompañarla a casa, él dejó el rastrillo con alegría.

Durante un rato hablaron de la escuela, pero ella empezó a hablar enseguida de si misma, de lo que estaba ocurriendo en su vida.

Mientras le sonreía, Rachel se quitó el guante izquierdo y le enseñó el anillo, y él comprendió que iba a casarse.

—¿Entonces te marcharás de aquí?

Ella le cogió la mano. Años más tarde, cuando pensaba una y otra vez en aquel momento, Chamán se sentía avergonzado de no haberle hablado. Le deseó una vida feliz, le dijo cuánto había significado para él, le dio las gracias.

Le dijo adiós.

Pero no pudo mirarla, así que no supo lo que ella le estaba diciendo.

Se convirtió en una piedra, y las palabras de Rachel resbalaron sobre él como la lluvia.

Cuando llegaron al camino de entrada a la casa de Rachel y él dio media vuelta y empezó a alejarse, le dolía la mano porque ella se la había apretado con todas sus fuerzas.

Un día después de que los Geiger se fueran a Chicago, donde ella iba a casarse bajo el dosel en una sinagoga, Rob J. llegó a casa y fue recibido por Alex, que le dijo que él se ocuparía de la yegua.

—Será mejor que entres. A Chamán le ocurre algo.

Dentro de la casa, Rob J. se detuvo en la puerta del dormitorio de Chamán y escuchó los roncos y guturales sollozos. Cuando tenía la misma edad de Chamán había llorado igual que él ahora, porque su perra se había vuelto feroz y mordedora, y su madre se la había entregado a un colono que vivía solo en las colinas. Pero sabía que Chamán lloraba por un ser humano, no por un animal.

Entró y se sentó en la cama.

—Hay algunas cosas que deberías saber. Hay muy pocos judíos, y están rodeados sobre todo por personas que no lo son. Por eso sienten que, a menos que se casen entre ellos, no sobrevivirán. Pero esto no se aplica a ti. Tú jamás has tenido la menor posibilidad. -Se estiró y acarició el pelo húmedo de su hijo y dejó la mano sobre su cabeza-. Porque ella es una mujer -dijo-. Y tú eres un muchacho.

En el verano, el comité de la escuela, que iba a la caza de un buen maestro al que pagarle un salario bajo basándose en su juventud, le ofreció el puesto a Chamán, pero éste dijo que no.

—¿Entonces qué quieres hacer? -le preguntó su padre.

—No lo sé.

—Hay un instituto de segunda enseñanza en Galesburg. El Knox College -le informó Rob J.-. Parece un lugar fantástico. ¿Te gustaría seguir estudiando y cambiar de ambiente?

—Creo que sí -respondió.

Así que dos meses después de cumplir los quince años, Chamán se marchó de casa.

41

Ganadores y perdedores

En septiembre de 1818, el reverendo Joseph Hills Perkins fue llamado a ocupar el púlpito de la iglesia baptista de Springfield, más numerosa.

Entre sus prósperos y nuevos feligreses se contaban el gobernador y una serie de legisladores del Estado, y el señor Perkins estaba sólo algo más asombrado de su buena suerte que los miembros de su iglesia de Holden's Crossing, que veían en su éxito una prueba clara de lo inteligentes que habían sido al elegirlo a él.

Durante un tiempo, Sarah estuvo ocupada con una serie de cenas y fiestas de despedida; luego, cuando los Perkins se marcharon, comenzó otra vez la búsqueda de un pastor y hubo una nueva serie de predicadores invitados a los que debieron alimentar y alojar, y nuevas discusiones y debates sobre la conveniencia o no de los distintos candidatos.

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