Authors: Noah Gordon
Brooke lo esperaba en el pasillo.
—Pensé que bromeabas -dijo en tono áspero-. Pero la he oído llorar y gemir toda la noche.
—Lo siento -se disculpó Chamán-. No volverá a molestarte.
Después de desayunar subió a su habitación y se sentó en la cama a mirar al animal. había una pulga en el borde del cajón e intentó aplastarla, pero no acertó. Tendría que esperar a que todos se fueran de la casa y entonces llevar a la perra afuera. En el sótano debía de haber una pala. Eso significaba que se perdería la primera clase.
Entonces se dio cuenta de que era una buena oportunidad para hacer una autopsia.
La posibilidad lo atraía, aunque presentaba algunos problemas. Uno de ellos era la sangre. Como había ayudado a su padre en alguna autopsia sabía que la sangre se coagulaba cuando se producía la muerte, pero de todos modos podría haber un poco de hemorragia.
Esperó hasta que casi todos habían salido de la casa, y luego fue hasta el pasillo de atrás, donde había una enorme bañera de metal colgada de un clavo de la pared. La llevó hasta su habitación y la colocó junto a la ventana, donde había más luz. Cuando colocó la perra dentro, de espaldas y con las patas arriba, parecía que esperaba que alguien le acariciara la panza. tenía las uñas largas, como las de una persona desaliñada, y una de ellas estaba rota. tenía cuatro uñas en las patas traseras y una quinta, más pequeña, en la parte superior de las patas delanteras, como pulgares que se habían deslizado hacia arriba. Chamán quería ver cómo eran las articulaciones de las patas comparadas con las de un ser humano. Sacó la hoja pequeña de la navaja que le había regalado su padre. La perra tenía pelos largos y sueltos, y pelos cortos y más gruesos, pero la piel de la parte de abajo no estorbaba en lo más mínimo, y la carne se separó fácilmente mientras la navaja la abría.
No fue a clase ni se tomó un descanso para comer. Pasó todo el día dedicado a la disección e hizo anotaciones y diagramas. A últimas horas de la tarde había terminado de estudiar los órganos internos y varias articulaciones. Quería proseguir con el examen y retirar la espina dorsal, pero volvió a poner a la perra en el cajón y lo guardó en la cómoda.
Puso agua en la palangana y se lavó detenidamente, utilizando gran cantidad de jabón sin refinar; luego vació la palangana en la bañera.
Antes de bajar a cenar se cambió la ropa.
Apenas habían empezado a tomar la sopa cuando el decano Hammond arrugó su gorda nariz.
—¿Qué? -le preguntó su esposa.
—Algo…-vaciló el decano-. ¿Col?
—No -repuso ella.
Chamán se alegró de marcharse cuando terminaron de cenar. Se sentó en su habitación, empapado en sudor; temía que alguien decidiera darse un baño.
Pero nadie lo hizo. Demasiado nervioso para dormir, esperó durante mucho rato hasta que se hizo tan tarde que todos estuvieron acostados.
Entonces sacó la bañera de su habitación, bajó la escalera y salió al aire templado del patio trasero; tiró el agua sucia de la bañera en el césped.
La bomba de agua hizo más ruido que nunca cuando él accionó la palanca, y además existía el riesgo de que alguien saliera para utilizar el retrete; pero no salió nadie. Frotó la bañera varias veces con jabón y la enjuagó bien, la llevó dentro y la colgó de la pared.
Por la mañana se dio cuenta de que no habría podido extraer la espina dorsal porque la habitación estaba caliente y el olor era muy fuerte. Dejó el cajón cerrado y colocó delante la almohada y las mantas, con la esperanza de que el olor quedara tapado. Pero cuando bajó a desayunar, vio que todos tenían mala cara.
—Supongo que un ratón muerto entre las paredes -decía el bibliotecario-. O tal vez una rata.
—No -aclaró la señora Hammond-. Encontramos el origen del mal olor esta mañana. Parece que sale del suelo, alrededor de la bomba de agua.
El decano suspiró.
—Espero que no haya que cavar un pozo nuevo.
Brooke tenía cara de no haber dormido. Y apartaba la mirada, nervioso. Chamán se marchó a toda prisa a la clase de química para darles tiempo a todos a salir de la casa. Cuando terminó la clase de química, en lugar de dedicarse a Shakespeare regresó corriendo a su habitación, ansioso por poner todo en orden. Pero al subir la escalera de atrás encontró a Brooke, a la señora Hammond y a uno de los dos policías de la ciudad en la puerta de su dormitorio. Ella le estaba entregando la llave.
Todos miraron a Chamán.
—¿Hay algo muerto ahí dentro? -preguntó el policía.
Chamán no logró articular palabra.
—Me dijo que tenía una mujer escondida ahí dentro -declaró Brooke.
Chamán recuperó por fin el habla.
—No -dijo, pero el policía había cogido la llave de la señora Hammond y abría la puerta.
Una vez dentro, Brooke empezó a mirar debajo de la cama, pero el policía vio la almohada y las mantas y fue directamente a abrir el cajón.
—Un perro -dijo-. Parece que está hecho pedazos.
—¿No es una mujer? -preguntó Brooke. Miró a Chamán-. Dijiste que era una hembra.
—Fuiste tú el que usaste la palabra hembra. Yo dije catulam -lo corrigió Chamán-. El femenino de perra.
—Señor -dijo el policía-, supongo que no habrá nada más escondido ni muerto por aquí, ¿verdad? Déme su palabra de honor.
—No -le aseguró Chamán.
La señora Hammond lo miró pero no dijo una palabra. Salió de la habitación y bajó la escalera a toda prisa, y enseguida se oyó que la puerta principal se abría y se cerraba de golpe.
El policía suspiró.
—Debe de haber ido al despacho de su esposo. Creo que nosotros también deberíamos ir.
Chamán asintió, y mientras salía detrás del policía pasó junto a Brooke; éste tenía la boca y la nariz tapadas con un pañuelo, pero en sus ojos se veía una expresión de pesar.
—Adiós -dijo Chamán.
Fue expulsado. Quedaban menos de tres semanas para que terminara el semestre, y el profesor Gardner le permitió dormir en un catre, en el cobertizo de su huerto. Chamán removió la tierra del huerto y plantó unos diez metros de patatas para mostrar su agradecimiento. Una serpiente que vivía debajo de unos tiestos le dio un susto, pero cuando tuvo la certeza de que sólo se trataba de una culebra, se llevaron bien.
Obtuvo excelentes calificaciones, pero le dieron una carta cerrada para que se la entregara a su padre. Cuando llegó a su casa se sentó en el estudio y esperó mientras su padre la leía. El ya sabía lo que decía. El decano Hammond le había dicho que gracias a las calificaciones había ganado dos años de estudios, pero que quedaba suspendido por un año para que pudiera madurar lo suficiente para poder vivir en un centro académico. Cuando regresara tendría que buscar otro sitio en el que alojarse.
Su padre terminó de leer la carta y lo observó.
—¿Has aprendido algo de esta pequeña aventura?
—Si, papá -respondió-. Que por dentro un perro es sorprendentemente parecido a un ser humano. El corazón era mucho más pequeño, por supuesto, medía menos de la mitad, pero se parecía mucho a los corazones que te he visto extraer y pesar. El mismo color caoba.
—No es exactamente caoba…
—Bueno…, rojizo.
—Si, rojizo.
—Los pulmones y el tracto intestinal también son parecidos. Pero el bazo no. En lugar de ser redondo y compacto, era como una lengua enorme, de unos treinta centímetros de largo, cinco de ancho y dos de espesor.
La aorta estaba rota. Eso es lo que le produjo la muerte. Supongo que perdió la mayor parte de la sangre. Y una gran cantidad quedó acumulada en la cavidad -añadió.
Su padre lo miró.
—He tomado notas. Quizá te interese leerlas.
—Me interesan mucho -dijo su padre con expresión pensativa.
El aspirante
Por la noche Chamán se tendió en la cama, que tenía los muelles flojos, y se dedicó a mirar las paredes, tan conocidas que por la variación de la luz del sol sobre ellas podía reconocer la época del año. Su padre le había sugerido que pasara en casa el tiempo de la suspensión.
—Ahora que has aprendido algo de fisiología, puedes resultarme más útil cuando haga un autopsia. Y puedes ayudarme en las visitas a los pacientes. Mientras tanto -añadió Rob J.- puedes ayudar en la granja.
Pronto fue como si Chamán jamás se hubiera marchado. Pero por primera vez en su vida el silencio que le envolvía lo hizo sentirse terriblemente solo.
Aquel año, gracias a los cadáveres producidos por suicidios, abandonos e indigencia, y a los libros de texto, aprendió el arte de la disección.
En casa de los enfermos o heridos preparaba instrumental y vendajes, y observaba la forma en que su padre reaccionaba ante cada nueva situación. Sabía que su padre también lo observaba a él, y se esforzó por mantenerse alerta, aprendiendo los nombres de los instrumentos, de las tablillas y los vendajes para poder tenerlos preparados incluso antes de que Rob J. se los pidiera.
Una mañana, cuando detuvieron la calesa en el bosque para hacer sus necesidades, le dijo a su padre que quería estudiar medicina en lugar de volver al Knox College cuando concluyera el año de suspensión.
—¡Maldita sea! -protestó Rob J., y Chamán sintió una amarga decepción, porque en el rostro de su padre vio que nada le había hecho cambiar de idea-. ¿No te das cuenta? Intento evitar que sufras. Es evidente que tienes verdadero talento para la ciencia. Termina tus estudios en el instituto y yo te pagaré la mejor escuela de graduados que puedas encontrar, en cualquier lugar del mundo. Puedes enseñar, puedes investigar. Creo que puedes hacer grandes cosas.
Chamán sacudió la cabeza.
—No me importa sufrir. Una vez me ataste las manos y no me diste de comer hasta que hablé. Estabas intentando sacar lo mejor de mi, no protegiéndome del sufrimiento.
Rob J. suspiró.
—Muy bien. Si lo que has decidido es estudiar medicina, puedes hacer tu aprendizaje conmigo.
Pero Chamán sacudió la cabeza.
—Estarías haciendo un acto de caridad con tu hijo sordo. Estarías intentando hacer algo valioso con una mercancía de calidad inferior, en contra de tu voluntad.
—Chamán -dijo Rob en tono severo.
—Lo que quiero es estudiar como estudiaste tú, en una facultad de medicina.
—Eso es una mala idea. No creo que una buena facultad te admita.
Por todas partes están surgiendo facultades de medicina de pacotilla, y en ésas te aceptarían. Aceptan a cualquiera que pague. Pero sería un gran error intentar estudiar medicina en uno de esos sitios.
—No es eso lo que pretendo.
Chamán le pidió a su padre que le hiciera una lista de las mejores facultades de medicina que se encontraran a una distancia prudencial del valle del Mississippi.
En cuanto llegaron a casa, Rob J. fue a su estudio, preparó la lista y se la entregó a Chamán antes de la cena, como si quisiera borrar ese tema de su mente. Chamán puso aceite en la lámpara y se sentó ante la mesa de su habitación, donde estuvo escribiendo cartas hasta después de la medianoche. Se esforzó por dejar claro que el aspirante era un joven sordo, porque no quería ninguna sorpresa desagradable.
La yegua que se llamaba Bess, la ex Mónica Grenville, se quedó flaca y coja después de trasladar a Rob J. a través de medio continente, pero ahora, que había llegado a la vejez y no trabajaba, estaba gorda y tenía buen aspecto. Pero la pobre Vicky, la yegua que Rob había comprado para reemplazar a Bess, ya estaba ciega y para ella el mundo se había convertido en algo horrible. Una tarde de finales del otoño, Rob J. llegó a su casa y vio que Vicky temblaba. tenía la cabeza gacha y las delgadas patas ligeramente torcidas, y era tan inconsciente de lo que sucedía a su alrededor como cualquier ser humano que ha llegado a la vejez embotado. débil y enfermo.
A la mañana siguiente, Rob fue a casa de los Geiger y preguntó a Jay si podía darle morfina.
—¿Cuánta necesitas?
—Lo suficiente para matar un caballo -respondió Rob J.
Llevó a Vicky al medio de la pradera y le dio dos zanahorias y una manzana. Le inyectó la droga en la vena yugular derecha, le habló suavemente y le acarició el cuello mientras ella masticaba su última comida. Casi al instante se le doblaron las rodillas y se desplomó. Rob J. se quedó a su lado hasta que murió; luego les dijo a sus hijos que se ocuparan de ella, y se fue a visitar a sus pacientes.
Chamán y Alex empezaron a cavar exactamente junto al lomo del animal. Tardaron un buen rato, porque el agujero tenía que ser profundo y ancho. Cuando estuvo terminado se quedaron de pie, mirando a Vicky.
—De qué forma tan extraña le salen los incisivos hacía fuera -observó Chamán.
—En eso se conoce la edad de los caballos, en la dentadura -comentó Alex.
—Aún recuerdo cuando tenía los dientes tan sanos como tú o como yo… Era una buena chica.
—Se tiraba muchos pedos -dijo Alex, y ambos sonrieron.
Pero después de colocarla en el agujero la cubrieron rápidamente con la tierra, incapaces de mirarla. A pesar de que era un día fresco, estaban sudando. Alex llevó a Chamán al establo y le mostró el lugar en el que Alden había escondido una garrafa de whisky debajo de unas arpilleras; dio un largo trago de la botella y Chamán probó un poco.
—Tengo que irme de aquí -dijo Alex.
—Pensé que te gustaba trabajar en la granja.
—No consigo llevarme bien con papá.
Chamán vaciló.
—El se preocupa por nosotros, Alex.
—Claro que si. Ha sido fantástico conmigo. Pero… me planteo preguntas sobre mi verdadero padre. Como nadie las responde, salgo y armo un poco de jaleo, porque me siento como si fuera un verdadero bastardo.
Sus palabras hirieron a Chamán.
—Tienes una madre y un padre. Y un hermano -dijo bruscamente-.
Eso debería ser suficiente para cualquiera que no sea un idiota.
—Querido Chamán, tú siempre sales con tu sentido común. -Esbozó una sonrisa-. Te hago una propuesta: larguémonos, tú y yo solos.
A California. Allí debe de quedar algo de oro. Podemos pasarlo en grande, hacernos ricos, regresar y comprarle este maldito pueblo a Nick Holden.
Irse con Alex y vivir libremente… era una perspectiva interesante, y la proposición era bastante seria.
—Tengo otros planes, Bigger. Y tú tampoco debes largarte, porque si te vas, ¿quién va a ocuparse de limpiar la mierda de las ovejas?