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Authors: Noah Gordon

Chamán (23 page)

BOOK: Chamán
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Los Geiger acamparon junto a una fuente que había en sus tierras mientras Jason talaba árboles para construir una cabaña. Estaban tan decididos a no abusar de los Cole como Sarah y Rob a mostrarles su hospitalidad. Las familias se visitaban mutuamente. Una noche muy fría, mientras estaban sentados alrededor de la fogata del campamento de los Geiger, los lobos empezaron a aullar en la pradera y Jay tocó en su violín un aullido prolongado y trémulo. El aullido fue contestado, y durante un rato los animales ocultos y el hombre se hablaron y se respondieron en la oscuridad, hasta que Jason notó que su esposa temblaba de algo más que de frío, y añadió otro tronco al fuego y dejó a un lado su violín.

Geiger no era un carpintero experto. La terminación de la casa de los Cole fue nuevamente postergada, porque en cuanto Alden logró robarle tiempo a la granja empezó a levantar la cabaña de los Geiger. Al cabo de unos días se le unieron Otto Pfersick y Mort London. Entre los tres construyeron rápidamente una cabaña confortable y añadieron un cobertizo, una farmacia para guardar las cajas de hierbas y medicamentos que habían ocupado la mayor parte del carro de Jay. Este clavó en la puerta un pequeño tubo de estaño que contenía un pergamino que llevaba escrito un fragmento del Deuteronomio, una costumbre de los judíos, explicó, y la familia se mudó el l8 de noviembre, pocos días antes de que el frío glacial descendiera desde Canadá.

Jason y Rob J. abrieron un sendero a través del bosque, entre el emplazamiento de la casa de los Cole y la cabaña de los Geiger. Pronto le llamaron Camino Largo, para diferenciarlo del que Rob J. ya había abierto entre la casa y el río, que se convirtió en el Camino Corto.

Los constructores trasladaron sus esfuerzos a la casa de los Cole.

Dado que tardarían todo el invierno en acabar el interior, quemaron restos de madera en la chimenea para mantener la casa caliente y trabajaron con alegría, haciendo molduras y revestimientos de roble, y dedicando mucho tiempo a hacer pruebas de pintura hasta lograr el tono que agradara a Sarah. El enorme lodazal que había cerca del emplaza miento de la casa se había helado, y a veces Alden dejaba de trabajar un momento la madera para atar unos patines a las botas y mostrarles las habilidades que recordaba de su infancia en Vermont. Cuando vivía en Escocia, Rob J. había patinado todos los años, y ahora le habría pedido prestados los patines a Alden pero eran demasiado pequeños para sus grandes pies.

La primera nieve fina cayó tres semanas antes de Navidad. El viento arrastró algo parecido al humo, y las diminutas partículas se fundieron en contacto con la piel humana. Luego cayeron los copos verdaderos, más pesados, que cubrieron todo de blanco, y así lo dejaron. Con creciente entusiasmo, Sarah planificó la comida de Navidad, comentando con Lillian las recetas que nunca fallaban. Entonces descubrió diferencias entre su familia y los Geiger, porque Lillian no compartía su entusiasmo por la fiesta que se acercaba. De hecho, Sarah quedó azorada al descubrir que sus nuevos vecinos no celebraban el nacimiento de Cristo y que en cambio conmemoraban una antigua y lejana batalla en la Tierra Santa encendiendo velas y preparando tortitas de patatas. Sin embargo regalaron a los Cole confitura de ciruela que había transportado desde Ohio, y calcetines que Lillian había tejido para todos. El regalo de los Cole a los Geiger fue una trébedes de hierro pintada de negro, una sartén montada sobre tres pies que Rob había comprado en el almacén de Rock Island.

Rogaron a los Geiger que compartieran con ellos la cena de Navidad. Al final aceptaron, aunque Lillian Geiger no comía carne fuera de su casa. Sarah sirvió crema de cebolla, bagre con salsa de champiñones, ganso asado con salsa de menudillos, buñuelos de patata, budín de ciruelas hecho con la confitura de Lillian, galletas, queso y café. Sarah regaló a su esposo y a sus hijos jerséis de lana. Rob a ella una manta de viaje de piel de zorro que la dejó sin respiración, y que fue elogiada por todos A Alden le regaló una pipa nueva y una caja de tabaco, y él lo sorprendió con unos patines de cuchilla hechos en la herrería de la granja… y suficientemente grandes para sus pies.

—Ahora la nieve empieza a cubrir el hielo, pero el año que viene disfrutará con ellos —le dijo Alden con una sonrisa.

Después de que los invitados se marcharan, Makwa-ikwa llamó a la puerta y les dejó unas manoplas de piel de conejo para Sarah, para Rob y para Alex. Se marchó antes de que tuvieran tiempo de invitarla a entrar.

—Es una persona extraña —comentó pensativa Sarah—. Nosotros también deberíamos haberle regalado algo.

—Yo me ocupé de eso —respondió Rob, y le informó a su esposa que le había regalado a Makwa una trébedes como la que le habían dado a los Geiger.

—¿No me estarás diciendo que le compraste a esa india un regalo caro en una tienda? —Como Rob no respondió, ella añadió en tono tenso—: Esa mujer debe de significar mucho para ti.

Rob la miró con fijeza.

—Así es —respondió débilmente.

La temperatura subió por la noche, y en lugar de nevar llovió. Al apuntar el día, un jovencito de quince años, Freddy Grueber, empapado y sollozante, llamó a la puerta. El buey de Hans Grueber, la posesión más preciada del granjero, había coceado una lámpara de aceite y el establo había quedado envuelto en llamas a pesar de la lluvia.

Jamás había visto nada igual; era imposible apagarlo. Logramos salvar todos los animales menos la mula. Pero mi padre se ha quemado mucho, el brazo, el cuello y las dos piernas. ¡Tiene que venir, doctor!

El chico había recorrido algo más de veinte kilómetros bajo la lluvia, y Sarah le ofreció algo de comer y de beber, pero él sacudió la cabeza y regresó enseguida a su casa.

Ella preparó una cesta con lo que había quedado de la cena, mientras Rob J. recogía las vendas limpias y el ungüento que necesitaría y luego iba a la casa comunal a buscar a Makwa-ikwa. En unos minutos los vio desaparecer en la lluviosa oscuridad: Rob montando a Vicky, con la capucha en la cabeza y el cuerpo voluminoso inclinado contra el viento, y la india envuelta en una manta, montando a Bess. "Se marcha con mi esposo y montada en mi yegua", se dijo Sarah, y decidió amasar pan porque le habría resultado imposible volver a dormir.

Esperó su regreso durante todo el día. Al caer la noche se sentó junto al fuego, escuchó el ruido de la lluvia y se dio cuenta de que la cena que le había guardado caliente se convertía en algo que él no querría comer. Cuando se fue a la cama no pudo dormir y se dijo que si estaban escondidos en un tipi o en una cueva, o en cualquier sitio abrigado, la culpa era de ella por haberlo apartado con sus celos.

Por la mañana estaba sentada a la mesa, torturándose con su imaginación, cuando Lillian Geiger —impulsada por la añoranza de la vida en la ciudad y por un sentimiento de soledad— salió a visitarla pese a la lluvia. Sarah tenía unas oscuras ojeras y un aspecto horroroso, pero recibió con alegría a Lillian y charló animadamente con ella antes de deshacerse en lágrimas en medio de una conversación sobre semillas de flores. Un instante después, mientras Lillian la rodeaba con sus brazos, expresó con consternación sus peores temores.

—Hasta que él apareció, mi vida fue terrible. Ahora todo es fantástico. Si lo perdiera…

—Sarah —le dijo Lillian suavemente—, nadie puede saber lo que ocurre en el matrimonio de otro, por supuesto, pero… Tú misma dices que tal vez tus temores son infundados. Y yo estoy segura de que es así.

Rob J. no parece el tipo de hombre que engaña a su mujer.

Dejó que la mujer la consolara y la convenciera de que estaba equivocada. Cuando Lillian regresó a su casa, la tormenta emocional había pasado. Rob J. llegó a casa al mediodía.

—¿Cómo se encuentra Hans Grueber? —le preguntó.

—Tiene unas quemaduras terribles —dijo en tono cansado—. Y muchos dolores. Supongo que se pondrá bien. Dejé a Makwa para que lo cuidara.

—Muy bien hecho —comentó Sarah.

Durante la tarde, mientras él dormía, cesó la lluvia y descendió la temperatura. Se despertó a altas horas de la noche, se vistió para salir de la casa y llegó al retrete resbalando porque la nieve mojada por la lluvia se había helado y tenía la consistencia del mármol. Después de aliviar la vejiga regresó a la cama pero no pudo dormir. Había pensado volver a casa de los Grueber por la mañana, pero ahora sospechaba que los cascos de su caballo no podrían agarrarse a la superficie, cubierta de hielo.

Se vistió otra vez en la oscuridad, salió de la casa y descubrió que sus temores eran fundados. Cuando dio una patada al suelo con todas sus fuerzas, su bota no logró romper la dura superficie blanca.

En el establo encontró los patines que Alden le había hecho y se los ató. El sendero que conducía a la casa se había helado de forma desigual debido a las pisadas y resultaba difícil deslizarse, pero al final del sendero se extendía la pradera, y la superficie cubierta de nieve azotada por el viento era tan lisa como el hielo. Al principio se deslizó con movimientos vacilantes sobre la superficie bañada por la luna, pero a medida que recuperaba la confianza, avanzó con pasos más largos y sueltos, aventurándose en el terreno liso como un vasto mar ártico, oyendo sólo el siseo de las cuchillas y el sonido de su esforzada respiración.

Por fin se detuvo jadeante y contempló el extraño mundo de la helada pradera en medio de la noche. Bastante cerca, un lobo lanzó un grito trémulo y tremendamente agudo que parecía llamar a la muerte, y a Rob se le erizaron los pelos. Sabía que si se caía y se rompía una pierna, los animales de rapiña que pasaban hambre durante el invierno se acercarían a los pocos minutos. El lobo volvió a aullar, o tal vez era otro; en ese grito estaba todo lo que Rob no quería: soledad, hambre y falta de humanidad; empezó a avanzar en dirección a su casa, patinando con más cuidado y vacilación que antes, pero huyendo como si lo persiguieran.

Al llegar a su cabaña fue a comprobar si Alex o el bebé se habían destapado. Ambos dormían profundamente. Cuando se metió en la cama, su esposa se volvió y le calentó la cara helada con sus pechos.

Lanzó un débil ronroneo y un gemido, un sonido de amor y arrepentimiento, envolviéndolo en un acogedor enredo de brazos y piernas. El médico estaba bloqueado por el mal tiempo; "Grueber se las arreglaría bien sin él mientras Makwa estuviera a su lado", pensó, y se entregó al calor de la boca, el cuerpo y el alma, a un juego conocido y más misterioso que la luz de la luna, más placentero incluso que volar sobre el hielo sin lobos.

23

Transformaciones

Si Robert Jefferson Cole hubiera nacido en el norte de Gran Bretaña, en el momento de su nacimiento se le habría llamado Rob J., y Robert Judson Cole se habría convertido en Big Rob, o en Rob a secas, sin la inicial. Para los Cole de Escocia, la J. era conservada por el primer hijo sólo hasta que él mismo se convertía en padre del primer hijo varón, momento en que era cedida graciosamente y sin discusión. No era intención de Rob J. alterar una práctica familiar de varios siglos, pero éste era un país nuevo para los Cole, y aquellos a quienes él amaba no daban importancia a cientos de años de tradición familiar. Por mucho que intentó explicarlo, nunca llamaron Rob J. al pequeño. Para Alex, al principio su hermano pequeño era Baby. Para Alden era el Chico.

Makwa-ikwa fue quien le dio el nombre que se convertiría en parte de él. Una mañana el niño, que entonces sólo gateaba y apenas empezaba a articular palabras, estaba sentado en el suelo de tierra del hedonoso—te con dos de los tres hijos de Luna y Viene Cantando. Los niños eran Anemoha, Perro Pequeño, que tenía tres años, y Cisaw—ikwa, Mujer Pájaro, que tenía uno menos. Estaban jugando con muñecos hechos con mazorcas, y el pequeño blanco se apartó de ellos. Bajo la débil luz que se filtraba por los agujeros del humo vio el tambor de agua de la hechicera, y al dejar caer la mano sobre él produjo un sonido que hizo levantar la cabeza a todos los que se encontraban en la casa comunal.

El niño se alejó gateando pero no volvió junto a los otros niños sino que, como un hombre que hace un recorrido de inspección, se acercó al sitio donde Makwa guardaba sus hierbas y se detuvo con aire circunspecto delante de cada pila, examinándolas con profundo interés.

Makwa-ikwa sonrió.

—Eres un pequeño chamán.

A partir de entonces, ella le llamó Chamán, y los demás enseguida adoptaron el nombre porque en cierto modo parecía adecuado, y por que el niño respondía inmediatamente a él. Había excepciones. A Alex le gustaba llamarlo Brother, y para él Alex era Bigger, porque desde el principio su madre se refería a cada uno como Baby Brother y Bigger Brother. Lillian Geiger era la única que intentaba llamar Rob J. al pequeño, porque Lillian era una ferviente partidaria de la familia y las tradiciones. Pero a veces incluso ella lo olvidaba y le llamaba Chamán, y Rob J. Cole (el padre) enseguida renunció a la lucha y conservó la inicial. Con inicial o sin ella, sabía que cuando él no los oía, algunos de sus pacientes le llamaban Injun Cole y otros le llamaban "ese jodido matasanos amante de los sauk". Pero comprensivos o fanáticos, todos lo consideraban un buen médico. Cuando lo llamaban, él aceptaba ir a visitarlos, lo apreciaran o no.

Holden’s Crossing, que en otros tiempos sólo había sido una mera descripción en los prospectos impresos de Nick Holden, ahora contaba con una calle principal de tiendas y casas, conocida por todos como el Pueblo. Se vanagloriaba de tener las oficinas de la ciudad; la tienda de Haskins: artículos de mercería, alimentación, aperos de labranza, telas; el establecimiento de forrajes y semillas de N. B. Reimer; la Compañía de Ahorro e Hipotecas de Holden’s Crossing; una casa de huéspedes administrada por la señorita Anna Wiley, que también servía comidas al público; la tienda de Jason Geiger, boticario; la taberna de Nelson (en los planes iniciales de Nick para la ciudad tenía que ser una posada, pero debido a la existencia de la casa de huéspedes de la señorita Wiley nunca fue otra cosa que un local de techo bajo con una larga barra); y las cuadras y la herrería de Paul Williams, herrador y veterinario. En la casa de madera que tenía en el Pueblo, Roberta Williams, la esposa del herrero, cosía por encargo. Durante varios años, Harold Ames, un agente de seguros de Rock Island, pasó todos los miércoles por la tarde por la tienda de Holden’s Crossing para hacer negocios. Pero cuando las parcelas del gobierno empezaron a quedar ocupadas y algunos de los supuestos granjeros fracasaron y empezaron a vender sus propiedades a los recién llegados, se hizo evidente la necesidad de una oficina de bienes raíces, y Carroll Wilkenson se instaló como agente inmobiliario y de seguros. Charlie Anderson —que pocos años más tarde se convirtió también en presidente del banco— fue elegido alcalde del pueblo en las primeras elecciones, y a partir de entonces salió reelegido durante varios años.

BOOK: Chamán
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