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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

¡Chúpate Esa! (21 page)

BOOK: ¡Chúpate Esa!
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—Hola, mamá—dijo Tommy al teléfono—. Soy Tommy.

—Tommy, cariño. Llevamos llamándote todo el día. No hacía más que sonar y sonar. Creía que ibas a venir a casa por Navidad.

—Bueno, ya sabes, mamá, ahora estoy en la gerencia del supermercado. Tengo responsabilidades. —¿Estás esforzándote?

—Oh, sí, mamá. Trabajo diez… dieciséis horas diarias algunas veces. Estoy agotado. —Muy bien. ¿Y tienes seguro?

—El mejor, mamá. El mejor. Estoy prácticamente blindado.

—Bueno, imagino que eso es bueno. No seguirás trabajando en ese horrible turno de noche, ¿verdad?

—Bueno, más o menos. En el negocio de la alimentación, ahí es donde está el dinero.

—Tienes que cambiarte al turno de día. Nunca vas a conocer a una buena chica trabajando a esas horas, hijo.

Fue en ese momento, tras oír la advertencia de mamá Flood, cuando Jody se levantó la camisa y restregó contra él sus pechos desnudos mientras batía coquetamente las pestañas.

—Pero si he conocido a una chica muy simpática, mamá. Se llama Jody. Está estudiando para monja… digo para maestra. Ayuda a los pobres.

Fue entonces cuando Jody le bajó los pantalones y corrió al dormitorio riéndose por lo bajo. Él se apoyó en la encimera para no caerse.

—Caray.

—¿Qué, hijo? ¿Qué pasa?

—Nada, nada, mamá. Es que acabo de tomarme un ponche con los chicos y empiezo a notarlo. —No tomarás drogas, ¿verdad, cariño? —No, no, nada de eso.

—Porque a tu padre le dan un subsidio por rehabilitación por ti hasta que cumplas los veintiún años. Podemos conseguirte uno de esos tratamientos si encuentras un vuelo barato para venir a casa. Sé que a la tía Esther le encantaría verte, aunque estés hasta las cejas de crac.

—Y a mí a ella, y a mí a ella, mamá. Mira, solo llamaba para desearte feliz Navidad, así que voy a tener que…

—Espera, cariño, tu padre quiere saludarte.

—… dejarte.

—Eh, mocoso, ¿San Francisco te ha convertido ya en un marica?

—Hola, papá. Feliz Navidad.

—Me alegro de que por fin hayas llamado. Tu madre estaba muerta de preocupación.

—Bueno, ya sabes cómo es el negocio de la alimentación.

—¿Estás trabajando lo suficiente?

—Lo intento. Nos están reduciendo las horas extras. El sindicato no nos deja trabajar más de sesenta horas semanales.

—Bueno, mientras lo estés intentando… ¿Qué tal marcha ese viejo Volvo?

—Genial. Va como la seda. —El Volvo se había quemado hasta las ruedas en su primer día en la ciudad.

—Esos suizos sí que saben fabricar coches, ¿eh? Esas navajitas rojas que hacen no son gran cosa, pero hay que reconocer que los hijoputas saben fabricar un coche.

—Son suecos.

—Sí, bueno, también me encantan las albondiguillas. Oye, chaval, tu madre me tiene friendo un pavo en el patio. Está empezando a humear un poco. Debería ir a echarle un vistazo. He tardado una hora en calentar el aceite. Aquí hoy hace solo unos doce grados bajo cero.

—Sí, por aquí también hace un poco de frío.

—Parece que el garaje se está empezando a quemar un poco. Más vale que vaya a ver.

—Vale. Te quiero, papá.

—Llama a tu madre más a menudo, que se preocupa por ti. Mecachis en la mar, ahí va el Oldsmobile. Adiós, hijo.

Media hora después estaban tomando café aromatizado con sangre de William cuando volvió a sonar el timbre.

—Esto se está volviendo un fastidio —dijo Jody.

—Llama a tu madre —dijo Tommy—. Ya abro yo.

—Deberíamos comprar unos somníferos y dejarlo fuera de combate para que no tenga que beber tanto güisqui antes de que le saquemos sangre.

El timbre volvió a sonar.

—Solo tenemos que darle una llave. —Tommy se acercó al telefonillo que había junto a la puerta y apretó el botón. Se oyó un zumbido y el chasquido de la cerradura del portal. La puerta se abrió. Era William, que iba a acomodarse en las escaleras para pasar la noche—. No sé cómo puede dormir en esas escaleras.

—No duerme, se desmaya —dijo la pelirroja no muerta—. ¿Crees que si le damos aguardiente con pipermín el café sabrá a menta?

Tommy se encogió de hombros. Se acercó a la puerta, la abrió y gritó:

—William, ¿te gusta el aguardiente con pipermín?

William levantó una ceja mugrienta con aire receloso.

—¿Es que tienes algo contra el güisqui?

—No, no, no quiero alterar tus costumbres. Pero estaba pensando en una dieta más equilibrada. Ya sabes, por grupos de alimentos.

—Hoy he tomado un poco de sopa y un poco de cerveza —dijo William.

—Vale, entonces.

—El aguardiente me da pedos con olor a menta. Y a Chet le dan pánico.

Tommy se volvió hacia Jody y sacudió la cabeza de un lado a otro.

—Lo siento, imposible, pedos con olor a menta. —Luego volvió a decirle a William—: Vale, entonces, William. Tengo que volver con la señorita. ¿Necesitas algo? ¿Comida, manta, cepillo de dientes, una toallita húmeda para refrescarte?

—No, estoy bien —dijo William. Levantó una botella de cuarto de Johnny Walker etiqueta negra. —¿Qué tal está Chet?

—Estresado. Acabamos de enterarnos de que a nuestro amigo Sammy lo han asesinado en el hotel de la calle Once. —Chet miró por la escalera con los ojos de gato triste que tenía siempre desde que lo habían afeitado.

—Lo siento —dijo Tommy.

—Sí, y en Navidad, encima —dijo William—. Anoche mataron a una puta de la misma manera al otro lado de la calle. Tenía el cuello roto. Sammy llevaba enfermo una temporada, así que pilló una habitación para pasar las fiestas. Los muy cabrones lo mataron allí mismo, en la cama. Para que luego digan.

Tommy no tenía ni idea de a qué se refería.

—Qué pena —dijo—. ¿Y cómo es que Chet está estresado y tú no?

—Chet no bebe.

—Ah, claro. Bueno, entonces feliz Navidad a los dos.

—Igualmente —dijo William, brindando con su botella—. ¿No caerá una bonificación navideña, ahora que me tenéis en nómina?

—¿Qué tenías pensado?

—Pues me gustaría echarles un ojo a los melones de la pelirroja.

Tommy se volvió hacia Jody, que negó con la cabeza con mucha determinación.

—Lo siento —dijo Tommy—. ¿Qué te parece un jersey nuevo para Chet?

William arrugó el ceño.

—No se puede regatear con el jefe. —Dio un trago a su botella y se dio la vuelta como si tuviera algo importante que discutir con su enorme gato afeitado y no tuviera tiempo para bobadas.

—Vale, entonces —dijo Tommy. Cerró la puerta y volvió a la encimera—. Soy el jefe —dijo con una gran sonrisa.

—Tu madre estaría muy orgullosa de ti —contestó Jody—. Tenemos que ocuparnos de Elijah.

—No hasta que llames a tu madre. Además, ha esperado todo este tiempo, no va a ir a ninguna parte.

Jody se levantó, rodeó la barra del desayuno y lo cogió de la mano.

—Cariño, quiero que rebobines en tu cabeza lo que William acaba de decir, muy despacito. —¡Ya sé! ¡Que soy el jefe!

—No, lo de que a su amigo lo mataron rompiéndole el cuello y que estaba enfermo, y que otra persona fue asesinada la noche anterior, también con el cuello roto. Apuesto a que también estaba enferma. ¿Te suena de algo?

—¡Ay, Dios! —dijo Tommy.

—¡Aja! —dijo Jody. Se llevó la mano de Tommy a los labios y le besó los nudillos—. Voy a ir a por mi chaqueta mientras tú te espabilas un poco para hacer un viajecito, ¿de acuerdo?

—Dios mío, eres capaz de cualquier cosa con tal de no llamar a tu madre.

21
Señoras y caballeros, les presentamos a los Desengaños

Era el mejor anotador de tiros libres con una sola mano de toda la zona de la bahía. Esa noche había anotado sesenta y cuatro puntos seguidos en el aro de su patio con la pelota Spaulding nuevecita que su padre le había dejado debajo del árbol de Navidad. Sesenta y siete seguidos, sin soltar la cerveza ni derramarla siquiera. Su récord estaba en setenta y dos, y lo habría rebasado si no hubiera sido arrastrado entre los matorrales para ser asesinado.

Jeff Murray no era el más avispado de los Animales ni el de mejor familia, pero en lo tocante a potencialidades despilfarradas se llevaba la palma. Había sido un astro del baloncesto durante los tres primeros cursos del instituto y le habían ofrecido un billete directo para California-Berkeley. Incluso se había hablado de su paso a la liga profesional después de un par de años de facultad. Pero Jeff decidió impresionar a la chica a la que invitó al baile de promoción demostrándole que tenía tal capacidad de salto en vertical que podía saltarse un coche en marcha.

Fue un error de cálculo sin importancia: habría saltado el coche si no se hubiera bebido casi un paquete entero de cervezas antes del intento y si el coche no hubiera medido veinte centímetros más por culpa de la barra de luces que llevaba en el techo. La zapatilla izquierda se le enganchó en la barra de luces, y Jeff dio cuatro saltos mortales en el aire antes de aterrizar en vertical sobre el asfalto, abierto de piernas con rodillazo, a lo James Brown. Jeff se dijo en aquel momento que su rodilla no tenía que doblarse de esa manera, y un equipo de médicos le dio la razón más tarde. Llevaría de por vida una férula y no volvería a jugar al baloncesto de competición. Pero era un anotador cojonudo de tiros libres con una sola mano y hasta podría haber ganado algún campeonato si no fuera porque lo asesinaron entre los matorrales.

Le gustaba su pelota de cuero nueva y sabía que no debía usarla sobre el asfalto, y menos aún a aquellas horas de la noche, cuando el ruido de sus botes podía molestar a los vecinos.

Vivía en un apartamento encima de un garaje, en Cow Hollow, y la niebla que subía por su calle a rachas húmedas hacía que el ruido de la pelota sonara solitario y siniestro. De modo que nadie se quejó. Era Navidad: si lo único que tenía algún pobre diablo era una canasta en la que encestar unos cuantos tiros, había que ser muy cruel para llamar a la policía. Un coche giró al final de la calle; sus faros halógenos atravesaron la niebla como sables azules y luego se apagaron. Jeff escudriñó la niebla, pero no distinguió qué clase de coche era, solo que se había parado un par de puertas más abajo y que era de color oscuro.

Se volvió para lanzar el tiro que batiría su propio récord, pero como estaba distraído dio demasiado impulso a la pelota y esta rebotó fuera del aro. Jeff corrió tras ella hasta los enebros que había junto al garaje, pero solo pudo tocarla con los dedos y la pelota acabó entre los arbustos. Dejó su cerveza en el suelo y fue tras ella y… En fin, ya se sabe.

Francis Evelyn Stroud contestó al teléfono a la segunda llamada, como hacía siempre y era lo correcto. —Diga.

—Hola, mamá. Soy Jody. Feliz Navidad.

—Igualmente, tesoro. Llamas bastante tarde.

—Lo sé, mamá. Iba a llamar antes, pero me lié con una cosa. —Esa cosa soy yo, pensó Jody.

—¿Con una cosa? Claro. ¿Recibiste el paquete que te mandé?

Sería caro y completamente inadecuado, un traje de cachemira o alguna prenda de punto de Hungría o de pata de gallo, algo que solo llevaran orondas catedráticas o espías con pinta de señoronas respetables y recios zapatos armados con dardos envenenados. Y además mamá Stroud lo habría mandado a la dirección antigua.

—Sí, lo recibí. Es precioso. Estoy deseando ponérmelo.

—Te mandé la colección encuadernada en piel de las obras completas de Wallace Stegner —dijo mamá Stroud.

¡Joder! Jody le dio una patada a Tommy por haberla obligado a llamar. Él se quitó de su alcance y le afeó la conducta sacudiendo un dedo.

Claro. Stegner, el dechado de Stanford. Su madre fue una de las primeras alumnas que se graduaron en cursos mixtos en Stanford y nunca perdía la ocasión de hacer notar que Jody no había ido allí. El padre de Jody también había estudiado en Stanford. Ella había nacido para ir a Stanford, y sin embargo los había deshonrado a todos yendo a la Universidad Estatal de San Francisco y no acabando los estudios.

—Sí, seguro que también estarán genial. Supongo que todavía no me han llegado a la casa nueva.

—¿Te has mudado otra vez? —La señora Stroud llevaba treinta años viviendo en la misma casa, en Carmel. La moqueta y las tapicerías no sobrevivían más allá de dos años, pero ella siempre había vivido en la misma casa.

—Sí, necesitábamos un poco más de espacio. Ahora Tommy trabaja en casa.

—¿Ah, sí? Entonces, ¿sigues viviendo con ese escritor?

Su madre decía «escritor» como si se tratara de un hongo.

Jody garabateó en un Post-it que había en la encimera: «Arrancarle los brazos a Tommy. Y pegarle con ellos».

—Sí, sigo con Tommy. Lo han nominado para una beca Fullbright. Bueno, ¿habéis pasado buena noche?

—Ha estado bien. Tu hermana trajo a ese hombre.

—¿Te refieres a Bob, su marido? —Mamá Stroud no tenía en gran estima a los hombres desde que el padre de Jody la había abandonado por una mujer más joven.

—Sí, bueno, como se llame.

—Se llama Bob, mamá. Fue al colegio con nosotras. Lo conoces desde que tenía nueve años.

—Bueno, mandé que me trajeran un pavo ahumado y un entrante delicioso de foie-gras y champiñones salvajes.

—¿Encargaste la cena de Navidad?

—Claro.

—Claro. —Claro. Claro. Jamás se le ocurriría que, al encargar la cena, estaba haciendo que otra gente trabajara en Navidad—. Bueno, te he mandado mi regalo por correo, mamá. Será mejor que te deje. Esta noche homenajean a Tommy en una cena por su inmenso intelecto.

—¿En Navidad?

Ay, qué cagada.

—Es que Tommy es judío.

Oyó cómo su madre tomaba aire bruscamente al otro lado del teléfono. Esta es la versión light, mamá, imagínate qué escándalo si te dijera que está muerto y que yo lo maté.

—No me lo habías dicho.

—Claro que sí. Será que no te acuerdas. Tengo que dejarte, mamá. Tengo que ayudar a Tommy a abrocharse el pirsin del pene antes de la cena. Adiós. —Y colgó.

Tommy había estado bailando desnudo delante de ella durante casi toda su conversación telefónica. Cuando ella colgó, se quedó quieto.

—¿Te he comentado que me preocupa tu equilibrio ético?

—¿Y lo dice el tío que hace un momento estaba jugando a sacarse brillo al escroto con mi bufanda roja mientras yo llamaba a mi madre para felicitarle la Navidad?

—Reconócelo, estás un poco cachonda.

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