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Authors: Andrei Rubanov

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

Clorofilia (4 page)

BOOK: Clorofilia
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—Estudia cuarto curso en la universidad —continuó el jefe—, con notas excelentes y todo lo demás. Está en período de prueba. Su diminutivo será Filippok. No te importa, ¿verdad, guapetón?

El novato se sonrojó y bajó la mirada.

—Estupendo —dijo Pushkov-Riltsev, frunciendo el ceño. (Evidentemente también le había llegado el fuerte aroma de la colonia, especialmente pensado para las chicas de diecisiete años que adoran las chocolatinas y las cancioncillas interpretadas por lánguidos rubiales)—. Bueno, vamos primero a lo importante. —El viejo suspiró y se rascó la barbilla—. ¡Camaradas! Mañana es un gran día para nosotros. ¡Es nuestro aniversario! ¡Cumplimos treinta años! Y dentro de dos semanas tenemos que sacar un número especial. Y va a ser —el jefe observó a su rebaño con una intensa mirada— un número loco, rabioso; creedme, que me lleve el diablo si es mentira, sin competencia. Sobre la poligrafía ya he acordado que los gráficos de la portada serán en tres dimensiones y cada página tendrá un olor distinto… Pero de todas estas naderías hablaremos después. En este momento me preocupa el contenido. Ahora mismo cada uno de vosotros se va a poner en pie y a decirme una idea genial. No aceptamos otras, sólo las geniales. Empecemos por las damas. Valentina, por favor.

Valentina intercambió miradas con los demás y dijo en voz baja:

—Que hable Baria.

—Sí, mejor hablo yo. —Bárbara se puso de pie y cruzó los brazos sobre el pecho—. Hay una idea que supera a todas. Le hemos estado dando vueltas varios días. La idea es la siguiente: ¡Mijáil Evgráfovich!, queremos que el número de aniversario vaya dedicado íntegramente a usted.

Todo el grupo estalló en aplausos, y los que aplaudían más alto, por cierto, eran Pruzhikov y el novato. Pero Pushkov-Riltsev, que al principio levantó sus pobladas cejas con sorpresa, impuso el silencio con un solo movimiento de mano.

—¿A mí? —preguntó asqueado—. ¿Qué coño es eso? Es decir, os comprendo, muchachos, y todo eso, pero no es posible. Baria, siéntate. ¡El siguiente!

—No es cosa mía —replicó Bárbara en voz alta, ignorando la orden—. Es una decisión conjunta. Cada uno de nosotros tiene que escribir algo sobre usted. Y luego se hace un fotorreportaje de su despacho, su casa…

—¿Decisión conjunta? —la interrumpió el viejo—. ¿Significa que estáis todos de acuerdo?

El grupo enteró mostró una sonrisa. El viejo se apartó rodando de la mesa, dio la vuelta hacia la pared y giró bruscamente el sillón. El buen rollo se esfumó.

—A tomar por el culo la decisión conjunta. Nada de eso.

—Pero ¿por qué? —exclamó Bárbara.

—Porque, hijos míos, un periodista no puede escribir sobre sí mismo. No es ético. No puedo permitir que mi propia revista publique artículos sobre mí.

Pruzhinov se arregló su extraordinaria corbata.

—Pensamos que se trataba de un caso especial.

—A tomar por el culo el caso especial.

Bárbara se sentó arrastrando sonoramente la silla.

—Pues insistimos —comentó decidida Valentina mirando a Filipp, quien asintió entusiasmado.

«Todavía no te está preguntando nadie», pensó Saveliy, malhumorado.

En ese momento, el viejo suspiró con tristeza y dijo:

—¿Significa eso que tenemos una rebelión a bordo? Escuchadme bien, chicos y chicas. Para el gran público, yo ya hace tiempo que no existo. Todos vosotros habéis podido observar que firmo con seudónimo hasta la columna del redactor. ¿Sabéis qué pasará si sale un número enteramente dedicado a mí, un pecador?

El silencio se instaló alrededor de la mesa. Saveliy se dio cuenta de que cada uno tenía su propia respuesta y que todos habían decidido guardársela para sus adentros.

—Os diré lo que pasaría —continuó en tono amargo Pushkov-Riltsev—. La gente se sorprenderá y dirá: «¡Pero bueno! ¡Si resulta que ese viejo pedorro sigue vivo!».

El empleado novato, que, lógicamente, no estaba acostumbrado a las expresiones del jefe, no pudo contenerse y se echó a reír.

—¡Muy bien, Filippok! —exclamó el viejo—. ¡Es gracioso! Soy tan viejo e inválido, que hasta mis pedos tienen moho. Y no le intereso a nadie. No necesito la fama ni aparecer en la portada. Por eso, vuestra idea conjunta la califico de poco constructiva. El material sobre un centenario carcamal no mejorará nuestra posición en el mercado de la prensa de calidad. Ofrecedme algo distinto.

Los empleados guardaron silencio.

El complot se había montado una semana antes. Las inspiradoras ideológicas de la trama habían sido las mujeres de la redacción. Se pusieron de acuerdo en mantener firme su postura y convencer al patriarca por todos los medios posibles. Pero ahora todo se había venido abajo: el patriarca, como siempre, los había sometido a todos con la fuerza de la autoridad.

Saveliy esperó unos instantes y declaró:

—No tenemos más ideas. Queremos escribir sobre usted y solamente sobre usted. Porque usted, Mijáil Evgráfovich, es el verdadero «lo más de lo más». Ceda un poco. Permítanos hacer lo que pensábamos.

—No —contestó el viejo—. Una palabra más sobre este tema y todos los presentes, excepto el joven talento, seréis despedidos de inmediato.

El silencio se tornó retumbante, casi insoportable. Después, Bárbara —una muchacha insolente— lanzó el lápiz sobre la mesa, sacó un espejo de su bolsito y se dedicó a mirarse los labios en señal de protesta.

—Pues si no hay más ideas —continuó tranquilamente Pushkov-Riltsev, acercándose de nuevo a la mesa—, escuchad la mía. Localizaremos a los protagonistas de los anteriores números especiales de aniversario, y no sólo de éstos, de todos nuestros mejores y más exitosos números, y escribiremos sobre cómo se ha desarrollado su vida desde hace diez o veinte años.

—¡Excelente! —exclamó en el acto Pruzhikov.

Los allí presentes lo fusilaron al instante con la mirada.

—¿Quién más está de acuerdo? —preguntó el jefe—. ¿Eh? Estoy esperando.

—Todos —suspiró Saveliy—. Todos estamos de acuerdo.

—Entonces pasemos a la asignación de tareas. Ayer estuve mirando el archivo completo. Encontré algo. Primero: en algún momento hubo cierto joven, un tal Garri Godunov, que escribió una novela y se hizo famoso. Nuestra revista escribió al detalle sobre él. Después el genio anunció que había empezado a trabajar en una nueva obra y desapareció.

—No desapareció —corrigió Saveliy—. Se mudó a los pisos inferiores, empezó a consumir pulpa de tallo y… acabó con su vida. Fue compañero mío. Fui yo el que escribió sobre él.

El viejo asintió con un movimiento de cabeza:

—Encuéntralo y averigua qué ha sido de él.

—No lo sé. Se degradó.

Pushkov-Riltsev enarcó lo que le quedaba de cejas.

—Eso no es una respuesta. ¿Qué significa que «se degradó»? ¿Hasta qué punto? Puede que se degradara a propósito, para describir sus sensaciones. Puede que hoy mismo haya puesto punto final a un libro que lleva escribiendo todos estos años y que ahora, cuando ha sido olvidado por todos, esté pensando en cómo informar a la humanidad de su nueva y grandiosa creación. Da con él.

Saveliy asintió y miró a su novia. Bárbara le sacó la punta de la lengua.

—Sigamos —graznó Pushkov-Riltsev—. Hubo un empresario al que se le ocurrió vender patatas fritas cortadas muy finas y calientes. Escribimos algo sobre él. Se hizo rico de una manera sorprendente…

—Ése fue protagonista de un artículo mío —aceptó Gosha Degot—. Deme a mí esa tarea. Sólo que es un poco aburrido para un número de aniversario.

—La verdad —dijo el jefe—, Degot, es que para ti tengo una tarea especial. Me gustaría que fueras a casa de Evgueniy Golovanov, presidente de la corporación Primo Hermano y creador del proyecto Vecinos…

Gosha Degot palideció y empezó a temblar. Pushkov-Riltsev sonrió.

—Vale, vale, estaba de broma. A Primo Hermano irá Bárbara. Los servicios secretos de información revelan que al señor Golovanov le van las mujeres sexy de pelo castaño.

Bárbara se sonrojó.

—Solamente tú, querida —continuó el viejo sin inmutarse—, puedes hacer el milagro, porque Golovanov, a pesar de ser un cerdo vanidoso, me odia, y no va a resultar fácil convencerlo.

—¿Y qué tengo que hacer —inquirió Bárbara—, pagar por la entrevista en especie?

—Eso discútelo con tu novio —ironizó Pushkov-Riltsev—. Pero me hace mucha falta Golovanov para el número de aniversario… El siguiente candidato es un tal Glybov, apodado «vendedor de sol». Creó una cadena de solarios para los menos pudientes. Escribimos sobre él hace una década; en aquella época tenía solo veintinueve años.

—Me lo quedo —se ofreció Saveliy—. Se me dan bien los hombres de negocios.

El viejo asintió con benevolencia, hizo una mueca a causa de un ataque brusco de alguna dolencia senil, cobró aliento y continuó:

—Y al final, lo más importante. Cuando vosotros todavía ibais al jardín de infancia, para el primer número de mi revista recopilé material sobre el doctor Smirnov. Para que lo sepáis, es un gran hombre. De él me ocuparé yo personalmente, pero me hacen falta sus datos. Espero tener dentro de una hora su dirección y número de teléfono encima de mi mesa. De momento, eso es todo.

—¿Y a mí qué me toca? —preguntó Pruzhinov.

Pushkov-Riltsev se mordió los labios.

—Para ti hay un trabajito especial en la redacción. Vas a preparar el banquete. Encuentra un buen restaurante en cualquier lugar del nivel noventa y cinco. Acuerdas el menú y el precio, y pagas. Y diles que no se relajen, que van a pasearse por ahí los de la revista
Lo Más
y no toleraremos que en nuestra ceremonia de aniversario nos sirvan un coñac de menos de cincuenta años. —El redactor jefe aspiró profundamente—. ¡Y os quiero ver a todos vestidos de gala! Los chicos con pajarita y las chicas con escote.

—¿Delantero o en la espalda? —se interesó Valentina.

—Qué pregunta más tonta. ¡En ambos sitios! ¡El mínimo de ropa y el máximo de esperanza! ¿Qué crees, Filippok? ¿Tengo razón o no?

—Sí —respondió el novato.

—Estupendo. Para acabar, vamos a echar un repaso rápido a las noticias. Pasadme el parte. Noticias sensacionalistas, escándalos, el cielo cayó sobre la Tierra, los chinos han abandonado Siberia pidiendo disculpas. ¿Algo más?

—El parte es aburrido —intervino Valentina—. Yo encontré algo, pero…

—Habla.

Valentina abrió una carpeta de papel auténtico (en las mejores redacciones, y la redacción de la revista
Lo Más
estaba considerada como la mejor de Moscú, no estaba bien visto utilizar el plástico), carraspeó levemente y empezó:

—El vuelo regular Chicago-Moscú se ha suspendido por exigencias de la parte americana. Según las nuevas reglamentaciones que acaban de entrar en vigor, todos los aeropuertos en los que aterrizan aviones de Estados Unidos deben estar equipados con puertas y entradas especiales, con una anchura no inferior a siete pies (unos dos metros) para que puedan desplazarse sin obstáculos los ciudadanos americanos. Una vez más se destaca que, en caso de que se produzcan nuevos atascos, Estados Unidos está dispuesto a enviar un portaaviones para salvar a sus ciudadanos. La parte americana se queja también de los cuartos de baño, alegando que se debe reforzar la resistencia y amplitud de las instalaciones.

—Interesante —comentó el viejo—. Pensaré en ello. Más.

Valentina carraspeó de nuevo.

—El proyecto Vecinos ha vuelto a alcanzar el máximo nivel de popularidad esta semana…

—A la mierda Vecinos —interrumpió Pushkov-Riltsev volviéndose hacia Gosha Degot—. ¿No es verdad, Gosha?

Degot asintió.

«Que se vaya él a la mierda», pensó Saveliy, refiriéndose al redactor jefe.

—Sigamos —exigió el jefe.

—En el club Soma se ha presentado un nuevo proyecto: la revista
Forbes
para chicos en edad escolar.

—Interesante. Que se acerque Filippok por allí. Escribe el artículo en clave crítica. Cien líneas máximo. Más.

—Por tercera vez este año se ha profanado la tumba de Iósif Stalin. Los órganos que llevan la investigación sospechan que se han tomado muestras de tejido con el fin de clonarlo. Como se sabe, al día de hoy se tienen contabilizadas setenta y dos cepas de clones de Stalin; todos ellos sólo pueden pronunciar tres palabras: «Hermanos y hermanas…».

—Ese chiste ya es viejo. —El jefe de redacción frunció el ceño, asqueado—. Y además es mentira. Una vez estuve conversando con uno de los clones de Stalin durante tres horas. Un ser de lo más inteligente, sólo que fuma mucho. Prosigamos.

—Falta una semana para el estreno de la nueva película
Pasión y rabia
, con Angelina Lollobrigida en el papel principal y un reparto sin precedentes: clones activos de la séptima generación. Prometen escenas de lucha con participación de clones de Kirk Douglas, Jackie Chan, Mijáil Porechenkov, y también de Mithun Chakraborty, Marlene Dietrich, Anthony Hopkins y Georgui Vitsin.

—A la mierda con esas películas. ¿Tenemos algo de nuestra corresponsalía en Siberia?

—De los chinos sólo nos han llegado comunicados oficiales. Se ha alcanzado un nuevo récord en la cosecha de grano, se ha puesto en funcionamiento una nueva fábrica para producir…

—A tomar por el culo. Más.

Todos sabían que a Pushkov-Riltsev no le gustaban los chinos. Incluso corrían rumores de que el propietario de la revista
Lo Más
había luchado en Siberia. Durante cierto tiempo se dijo que precisamente una bala china había alcanzado al redactor jefe en la espalda, privándolo de movilidad en la parte inferior del cuerpo.

Valentina cerró la carpeta.

—Eso es todo.

—Es poco —afirmó el viejo—. Bueno, ahora —dijo, suspirando profundamente—, todos os ponéis de pie, os largáis de aquí y empezáis a trabajar. ¡Hertz!

Saveliy se estremeció.

—Quédate.

Pushkov-Riltsev esperó pacientemente a que el último en salir —el novato Filippok— cerrara la pesada puerta de dos hojas. Visto de espaldas, el empleado en prácticas parecía tener la figura de una abuelita: hombros estrechos en contraste con un gran culo.

—¿Qué te pasa con Degot?

Saveliy irguió la espalda.

—Es un colega mío. Eso es todo.

—Apártate lo más posible de él. Bebe.

—Eso es asunto suyo —respondió tranquilamente Saveliy.

—Y mío también. Y tuyo. —El viejo esperaba una negativa, pero como no la hubo, continuó—: Algo está cambiando. Me lo he pensado mejor. Vas a tener que ir tú a ver al doctor Smirnov. Es un viejo amigo mío, yo lo llamaré y concertaré la entrevista.

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