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Authors: Neil Gaiman

Tags: #Novela Juvenil

Coraline (14 page)

BOOK: Coraline
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Decía así:

Oh, mi brujita nerviosa,

creo que eres preciosa.

Te doy gachas de avena

y montañas de helado de crema.

Te doy muchos besos

y te colmo de abrazos,

pero no te doy bocadillos

que tengan gusanos.

Eso era lo que cantaba mientras vagaba entre los árboles con una voz que apenas le temblaba.

La merienda de las muñecas estaba tal y como la había dejado. Menos mal que no había viento y que todo permanecía en su sitio: las tacitas de plástico llenas de agua sujetaban el mantel de papel como si estuviesen hechas para aquello.

Coraline respiró aliviada.

Entonces empezaba la parte más difícil.

—¡Hola, muñecas! —exclamó entusiasmada—. ¡Es hora de merendar! —Se acercó al mantel—. He traído la llave de la suerte —les dijo—, para que tengamos una buena merienda.

Después, con el mayor cuidado, se inclinó sobre el mantel y muy suavemente puso la llave encima. Seguía colgando del cordón. Contuvo la respiración para que las tazas que estaban en los bordes sujetasen el mantel y el peso de la llave no las arrastrase al interior del pozo. La llave se encontraba en medio del mantel. Coraline retiró el cordón y dio un paso atrás. Todo estaba bajo control.

Se volvió hacia las muñecas.

—¿Quién quiere un pedazo de pastel de cereza? —preguntó—.
¿Jemima? ¿Pinky? ¿Primrose?

Y sirvió una porción de pastel invisible en un plato imaginario a cada muñeca, sin dejar de parlotear alegremente. Con el rabillo del ojo vio algo de color hueso que se escondía tras los árboles, acercándose cada vez más, y se obligó a no mirarlo.


¡Jemima!
—exclamó la niña—. ¡Qué mala eres! ¡Has tirado el pastel! ¡Ahora tendré que servirte otro pedazo!

Aprovechó ese momento para rodear el mantel y colocarse de frente, y fingió que recogía el pastel desperdiciado y le servía otra porción a
Jemima.

Entonces la mano se acercó dando brincos. Corriendo sobre las yemas de los dedos, se escurrió entre la hierba crecida y se encaramó a un tronco. Se quedó allí un instante, como si fuese un cangrejo tomando aire, y de pronto chasqueó las uñas y dio un salto espectacular hasta el centro del mantel, justo encima del pozo.

A Coraline le pareció que el tiempo pasaba muy lentamente. Los dedos blancos agarraron la llave negra... Y luego las tazas de juguete saltaron por los aires a causa del peso y el impulso de la mano, y el mantel, la llave y la mano derecha de la otra madre cayeron en las tinieblas del pozo. Coraline contó despacio calladamente. Cuando llegó a cuarenta, oyó un chapoteo sordo que procedía de muy abajo. Le habían dicho una vez que si se mira el cielo desde el pozo de una mina, se ve un firmamento nocturno plagado de estrellas, aunque sea de día y reine la luz. La niña se preguntó si la mano vería estrellas desde allí abajo. Arrastró las pesadas tablas y tapó el pozo con mucho cuidado. No quería que cayese nada dentro, y tampoco que saliese nada.

Mientras guardaba las muñecas y las tazas en la caja, algo le llamó la atención y, al levantarse, descubrió que el gato iba a su encuentro y hacía un signo de interrogación con el extremo de la cola. Llevaba varios días sin verlo, desde que habían regresado juntos de la casa de la otra madre. El animal se acercó, se encaramó sobre las tablas que cubrían el pozo, y le guiñó un ojo. A continuación, saltó a la hierba, se puso boca arriba y se contoneó en una especie de éxtasis. Coraline le hizo cosquillas y le rascó el suave pelaje de la barriga, y el gato ronroneó complacido. Cuando se consideró satisfecho, se puso en pie y se dirigió hacia la cancha de tenis, como si fuese un pedacito de noche bajo el sol del mediodía.

La niña volvió a casa.

El señor Bobo, que la esperaba en la entrada, le dio una palmadita en un hombro.

—Los ratones dicen que todo está bien —comentó—. Dicen que eres nuestra salvadora, Caroline.

—Me llamo Coraline, señor Bobo —lo corrigió ella—. Caroline no. Coraline.

—Coraline. —El señor Bobo repitió el nombre con asombro y respeto—. Muy bien, Coraline. Los ratones me han encargado que te diga que cuando estén preparados para tocar en público, tienes que subir y ser su primera espectadora. Van a tocar «tumpi, tumpi» y «turururu», y a bailar y a hacer un montón de trucos. Eso es lo que dicen.

—Me encantaría verlos cuando estén listos —respondió Coraline.

Luego llamó a la puerta de la señorita Spink y la señorita Forcible. La primera la invitó a pasar y Coraline entró en la salita. Dejó la caja de las muñecas en el suelo, metió una mano en el bolsillo y sacó la piedra agujereada.

—¡Aquí tiene! —exclamó—. Ya no la necesito. Le estoy muy agradecida. Creo que me ha salvado la vida, y además salvó de la muerte a otras personas.

Abrazó con fuerza a las dos mujeres, aunque sus brazos no podían rodear bien a la señorita Spink, y la señorita Forcible olía a ajos crudos. Después Coraline recogió la caja y se fue.

—¡Qué niña tan rara! —exclamó la señorita Spink.

Nadie la había abrazado de esa forma desde que se había retirado del teatro.

Esa noche Coraline se tumbó en la cama después de bañarse y cepillarse los dientes, y se puso a mirar el techo con los ojos muy abiertos. Hacía bastante calor, y como la mano se había ido, abrió de par en par la ventana de su habitación. Le había pedido a su padre que no echase del todo las cortinas.

Su nuevo uniforme escolar estaba cuidadosamente colocado sobre la silla para que se lo pusiera al levantarse. Por lo general, en la noche previa al primer día del curso Coraline se sentía inquieta y nerviosa. Pero entonces comprendió que nunca volvería a darle miedo nada relacionado con el colegio.

Le pareció que el aire de la noche le llevaba una música celestial: el tipo de música que sólo se interpreta con diminutos trombones, trompetas y fagots de plata, con flautines y tubas tan pequeños y frágiles que sus botones sólo los pueden tocar los rosados deditos de los ratones blancos.

Coraline se imaginó que regresaba al sueño en que jugaba con las dos niñas y el niño, y sonrió.

Cuando asomaron las primeras estrellas, Coraline se durmió definitivamente mientras la suave música del circo de ratones invadía el aire cálido del anochecer, anunciándole al mundo que el verano casi había terminado.

 

BOOK: Coraline
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