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Authors: Neil Gaiman

Tags: #Novela Juvenil

Coraline (6 page)

BOOK: Coraline
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Coraline dio un paso hacia el oscuro corredor y percibió el característico olor a cerrado, a humedad y a polvo. El gato la acompañó sin hacer el menor ruido.

—¿Y por qué es necesario tener valor? —le preguntó el gato con tono de indiferencia.

—Porque, cuando haces algo a pesar del miedo que sientes —respondió ella—, necesitas tener mucho valor.

La vela proyectaba enormes sombras parpadeantes y extrañas en la pared. Coraline oyó algo que se movía en la oscuridad, aunque no distinguía bien si estaba junto a ella o a un lado. Parecía como si aquello, fuese lo que fuese, caminara a su paso.

—¿Y por eso vas a regresar al mundo de la otra? —le preguntó de nuevo el gato—. ¿Porque tu padre te salvó de las avispas?

—No seas tonto —le contestó Coraline—. Regreso a buscarlos porque son mis padres. Si ellos descubriesen mi desaparición, estoy segura de que harían lo mismo por mí. Oye, ¿sabes que has vuelto a hablar?

—¡Qué suerte tengo al contar con una compañera de viaje tan sabia e inteligente! —comentó el animal. Su tono seguía siendo sarcástico, pero se le había puesto el pelo de punta y llevaba la cola, que parecía un cepillo, muy levantada.

Coraline iba a decir algo como «lo siento» o «¿el camino no era mucho más corto antes?», cuando la vela se apagó de repente como si alguien le hubiese dado un manotazo. A continuación se oyeron ruidos como de alguien que corretease y revolviese objetos, algo que puso a Coraline muy nerviosa, con el corazón a punto de estallar. Extendió una mano en la oscuridad... y sintió, en ella y en la cara, el roce de algo tenue, como una telaraña. Entonces se encendió la luz del fondo del pasillo, deslumbrándola por contraste con las tinieblas, y se perfiló la figura de una mujer.

—¡Coraline, cariño! —la llamó.

—¡Mamá! —exclamó la niña, y corrió hacia ella aliviada y feliz.

—Cielo —dijo la mujer—, ¿por qué te marchaste de mi lado?

Coraline se encontraba demasiado cerca para detenerse, y no pudo evitar que la otra madre la rodeara con sus brazos fríos. Se mantuvo rígida, temblando por dentro, mientras la otra madre la sujetaba con firmeza.

—¿Dónde están mis padres? —le preguntó Coraline.

—Estamos aquí —respondió la otra madre con una voz tan parecida a la de su verdadera madre que Coraline casi no podía distinguirlas—. Estamos aquí, dispuestos a quererte, jugar contigo, cuidarte y ofrecerte una vida llena de cosas interesantes.

Coraline retrocedió y la otra madre la soltó a regañadientes. El otro padre, que estaba sentado en una silla del vestíbulo, se levantó sonriendo.

—Vamos a la cocina —sugirió—. Prepararé un tentempié nocturno. Y supongo que a ti te apetecerá tomar algo, ¿tal vez un chocolate caliente?

Coraline recorrió el vestíbulo hasta llegar al espejo del fondo. No reflejaba nada más que una niña en bata y zapatillas que tenía aspecto de haber estado llorando y cuyos ojos eran de verdad, no botones negros. La niña sostenía una palmatoria con una vela apagada. Coraline miró a la niña del espejo, que le devolvió la mirada. «Debo ser valiente —pensó Coraline—; no, soy valiente». Dejó la palmatoria en el suelo y se dio la vuelta. La otra madre y el otro padre la observaban ansiosos.

—No quiero un tentempié —protestó Coraline—. Tengo una manzana, ¿veis?

Sacó la fruta del bolsillo de la bata y le hincó el diente con un apetito y un entusiasmo que no sentía en realidad.

El otro padre parecía decepcionado. La otra madre sonrió enseñando todos los dientes, que eran excesivamente largos. Sus ojos de botones negros brillaban y lanzaban destellos bajo las luces del vestíbulo.

—No me dais miedo —dijo Coraline, aunque lo cierto era que estaba muy asustada—. Quiero que vuelvan mis padres.

Daba la impresión de que los contornos de la realidad se habían difuminado.

—¿Qué interés tendría yo en hacerles algo a tus padres? Si te han dejado, Coraline, debe de ser porque están cansados o hartos de ti. Pero yo nunca me cansaré de ti, ni te abandonaré. Conmigo estarás segura.

El cabello negro y de aspecto mojado de la otra madre ondeaba en torno a su cabeza como los tentáculos de una criatura que habitase en el fondo del océano.

—No estaban hartos de mí —repuso Coraline—. Estás mintiendo. Tú los has secuestrado.

—Pero qué tonta eres, Coraline. Se encuentran de maravilla donde están.

La niña le dedicó una mirada de odio.

—Te lo demostraré —le aseguró la otra madre mientras limpiaba la superficie del espejo con sus largos dedos blancos.

El cristal se empañó, como si un dragón vomitase el aliento sobre él; luego el vaho se disipó y quedó limpio.

En el espejo ya era de día. Coraline vio la parte del vestíbulo que se hallaba frente a la puerta principal de su casa. Esta se abrió desde fuera y los padres de Coraline entraron con unas maletas.

—Han sido unas vacaciones estupendas —dijo el padre.

—¡Qué agradable resulta no estar pendiente de Coraline! —añadió la madre con una sonrisa de felicidad—. Ahora podemos hacer lo que siempre habíamos querido, como viajar al extranjero, y nunca habíamos podido porque teníamos una hija pequeña.

—Además —continuó su padre—, me consuela mucho saber que su otra madre la cuidará mejor que nosotros.

La imagen se borró y el espejo se nubló y volvió a reflejar la noche.

—¿Lo ves? —le preguntó la otra madre.

—No —respondió Coraline—. Ni lo veo ni lo creo.

Esperaba que aquella visión no fuese real, pero no estaba tan segura como se esforzó por aparentar. En lo más íntimo albergaba una pequeña duda, como un gusano que corroe el corazón de una manzana. Alzó la vista y distinguió la expresión de la otra madre: un relámpago de furia crispó su rostro como si se tratase de una tormenta de verano. Entonces Coraline tuvo la certeza de que lo que había visto en el espejo no era más que una ilusión.

La niña se sentó en el sofá y se puso a comer la manzana.

—Por favor —le suplicó la otra madre—, no hagas difíciles las cosas.

Entró en el salón y dio dos palmadas: tras una especie de crujido, apareció una rata negra que se quedó mirándola.

—Tráeme la llave —le ordenó.

La rata se agitó nerviosamente y cruzó la puerta abierta que conducía a la casa de Coraline. Regresó arrastrando la llave.

—¿Por qué en este lado no tenéis vuestra propia llave? —preguntó Coraline.

—Sólo hay una llave; igual que sólo hay una puerta —respondió el otro padre.

—Cállate —le mandó la otra madre—. No debes perturbar la cabecita de nuestra querida Coraline con esas trivialidades.

A continuación introdujo la llave en la cerradura y la giró. El cerrojo estaba atascado, pero al fin se cerró con un sonido metálico.

La otra madre guardó la llave en el bolsillo de su delantal.

Fuera de la casa un color gris luminoso había comenzado a aclarar el cielo.

—Si no vamos a tomar un tentempié nocturno —comentó la otra madre—, nos vendrá bien, al menos, un sueño reparador. Yo vuelvo a la cama, Coraline, y te sugiero que hagas lo mismo.

Puso sus largos dedos blancos sobre los hombros del otro padre y lo sacó fuera de la habitación.

Coraline fue hasta la puerta de la esquina. La empujó con fuerza, pero estaba cerrada con llave. Los otros padres habían cerrado también la puerta de su dormitorio.

Coraline se sentía agotada, pero no quería dormir en su habitación. No quería dormir bajo el mismo techo que la otra madre.

La puerta principal no estaba cerrada. Coraline salió al amanecer y bajó los peldaños de piedra. Se sentó en el último escalón. Hacía frío.

Entonces algo peludo se restregó contra ella de forma suave e insinuante.

Coraline dio un salto, aunque respiró aliviada cuando comprobó de qué se trataba.

—Oh, eres tú —le dijo al gato.

—¿Lo ves? —repuso éste—. No es tan difícil reconocerme, aunque no tenga nombre.

—Ya, ¿y qué hago si quiero llamarte?

El animal frunció el hocico y no se dejó impresionar por la pregunta.

—Llamar a los gatos es un ejercicio sobrevalorado —confesó—. También podrías llamar a un torbellino.

—¿Y si fuese la hora de comer? ¿No te gustaría que te llamasen?

—Por supuesto. Pero con gritar «¡A comer!» es suficiente. ¿Ves como los nombres no son necesarios?

—¿Para qué me quiere esa mujer? ¿Por qué desea que me quede con ella?

—Supongo que quiere amar algo, algo que no sea ella misma. Es como si le apeteciese comer. Es difícil saber lo que sienten las criaturas así.

—¿Qué me aconsejas?

El gato estuvo a punto de soltar un comentario sarcástico, pero se sacudió los bigotes y dijo:

—Desafíala. No creo que juegue limpio, pero es de las que adoran los juegos y los retos.

—¿A qué te refieres con eso? —le preguntó Coraline al gato.

Pero éste no contestó, se limitó a estirarse con placer y se marchó. De pronto, se detuvo, regresó y añadió:

—Yo, en tu lugar, entraría en la casa. Duerme un poco. Te espera un día muy largo.

Luego se fue. Coraline comprendió que tenía razón. Entró sigilosamente en la casa silenciosa, pasó ante la puerta cerrada del dormitorio en el que la otra madre y el otro padre..., ¿qué?, pensó, ¿dormían o acaso aguardaban? Entonces se le ocurrió que si abría la puerta, encontraría la habitación vacía o, para ser más exactos, se trataba de una habitación vacía que estaría deshabitada hasta el momento en que ella abriese la puerta.

En cierto modo, así resultaba más fácil. Coraline se dirigió a la imitación verde y rosa de su verdadero dormitorio. Cerró la puerta y arrastró la caja de los juguetes para bloquear la entrada: no evitaría que entrasen, pero, si lo intentaban, el ruido la despertaría; al menos eso esperaba.

Los juguetes, que estaban dormidos, se despertaron y se quejaron cuando movió la caja, pero enseguida volvieron a dormirse. Coraline echó un vistazo debajo de la cama, por si había ratas, pero no vio nada. Se quitó la bata y las zapatillas, se acostó, y el sueño la asaltó sin darle apenas tiempo para pensar en lo que había querido decir el gato al hablar del desafío.

6

A
Coraline la despertó el sol del mediodía, pues la alcanzaba de lleno en el rostro. Durante unos momentos se sintió totalmente desplazada: no sabía dónde estaba, ni siquiera sabía con certeza quién era. Es asombroso el hecho de que una gran parte de nosotros siga inmersa en sueños cuando nos despertamos cada mañana y lo frágil que es ese momento. Coraline se olvidaba a veces de quién era, como cuando soñaba despierta que estaba explorando el Ártico, la selva amazónica o lo más recóndito de África. Si le daban una palmadita en el hombro o la llamaban, regresaba con sobresalto de aquellos lugares remotos, y en una fracción de segundo recordaba quién era, cómo se llamaba y dónde se encontraba. En ese momento el sol acariciaba su rostro y ella era Coraline Jones. Sí. El colorido verde y rosa de la habitación y el susurro de una gran mariposa de papel pintado que revoloteaba y batía las alas en el techo le indicaron dónde se había despertado.

Saltó de la cama. Decidió no usar el pijama, la bata y las zapatillas durante el día, aunque tuviera que ponerse la ropa de la otra Coraline (¿había otra Coraline? No, no la había. Ella era Coraline). Pero en el armario no encontró ropa normal. Eran más bien disfraces o, pensó, el tipo de vestidos que le hubiera gustado tener en el armario de su casa: un andrajoso disfraz de bruja, el traje de remiendos de un espantapájaros, el atuendo de un guerrero del futuro con lucecitas que brillaban y parpadeaban, y un insinuante vestido de noche adornado con plumas y espejitos. Por fin encontró en un cajón unos vaqueros que parecían de terciopelo negro como la noche, y un suéter gris del color del humo denso, lleno de relucientes estrellitas. Se puso los vaqueros y el suéter, y unas botas de tono naranja brillante que encontró en el fondo del armario. Del bolsillo de la bata sacó la última manzana que le quedaba y la piedra del agujero. Guardó ésta en el bolsillo de los pantalones y fue como si su cabeza se despejase, como si hubiese salido de una especie de niebla.

Entró en la cocina, que estaba desierta.

Sabía que había alguien en la casa. Cruzó el vestíbulo para dirigirse al despacho de su padre y lo encontró allí.

—¿Dónde está la otra madre? —le preguntó al otro padre, que estaba sentado ante un escritorio igual al de su padre, pero sin hacer absolutamente nada, ni siquiera leer catálogos de jardinería, que es lo que hacía su padre cuando quería fingir que trabajaba.

—Fuera —respondió—, clavando las puertas. Tenemos problemas con los bichos.

Parecía contento de tener a alguien con quien hablar.

—¿Te refieres a las ratas?

—No, las ratas son amigas nuestras. Es el otro bicho, ese grande y negro con la cola levantada.

—¿Hablas del gato?

—El mismo —contestó el otro padre.

En aquel instante ya no se parecía tanto a su padre. Había algo indefinido en su cara, como si fuese masa de pan que al crecer hubiese alisado bultos, grietas y depresiones.

—Lo cierto es que no debo hablar contigo cuando ella no está —confesó—. Pero no te preocupes, no suele marcharse. Te demostraré lo amables y hospitalarios que podemos ser, de forma que ya nunca querrás irte. —Cerró la boca y cruzó las manos sobre el regazo.

—¿Qué hago ahora? —le preguntó Coraline. El otro padre señaló los labios en un gesto que significaba «silencio»—. Bueno, si no quieres hablar conmigo —dijo Coraline—, me voy a explorar.

BOOK: Coraline
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