Read Coraline Online

Authors: Neil Gaiman

Tags: #Novela Juvenil

Coraline (2 page)

BOOK: Coraline
12.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Cuando en esta casa había sólo una vivienda —explicó la mujer—, la puerta llevaba a algún lugar. Pero cuando la dividieron en pisos, decidieron tapiarla con ladrillos. Al otro lado hay un piso vacío, en el extremo opuesto de la casa, que está en venta.

Cerró la puerta y volvió a dejar las llaves en su sitio.

—No la has cerrado con llave —observó Coraline.

La madre se encogió de hombros.

—¿Y para qué iba a hacerlo? No va a ningún lado.

Coraline no dijo nada.

Fuera había oscurecido y la lluvia seguía cayendo: tamborileaba sobre las ventanas y empañaba los faros de los coches que circulaban por la calle.

El padre de Coraline acabó su trabajo y preparó la cena.

A Coraline no le gustó nada.

—Papá —se quejó—, has vuelto a hacer una de tus recetas.

—Es un guiso de patatas y puerros aderezado con estragón y queso gruyer fundido —confesó.

Coraline suspiró. Luego se dirigió al congelador y sacó patatas fritas precocinadas y una minipizza para hornear en el microondas.

—Sabes muy bien que no me gustan esas recetas —le dijo a su padre mientras la cena giraba y los numeritos rojos del microondas descendían hasta el cero.

—Si las probases, a lo mejor te gustarían —sugirió él, pero la niña hizo un gesto negativo.

Aquella noche Coraline permaneció mucho tiempo despierta. Había dejado de llover, pero, cuando estaba a punto de dormirse, percibió algo que hacía «t-t-t-t».

Entonces se incorporó.

Había algo que hacía «cric»...

...«crac»

Coraline saltó de la cama y miró hacia el vestíbulo, aunque no vio nada raro. A continuación fue hasta allí. Del dormitorio de sus padres salían unos ronquidos profundos (su padre) y un murmullo soñoliento e irregular (su madre).

Coraline se preguntó si habría oído los ruidos en sueños.

Pero entonces algo se movió.

Era una sombra difusa que se deslizó rápidamente por el oscuro vestíbulo, como si fuera un pedacito de noche.

Confió en que no se tratase de una araña. A Coraline la ponían muy nerviosa las arañas.

La negra figura entró en el salón, y Coraline la siguió con cierta inquietud.

La habitación estaba en penumbra. La única luz procedía del vestíbulo, y Coraline, de pie en la puerta, proyectaba una gran sombra deforme sobre la alfombra del salón: parecía una mujer flaca y gigantesca.

Coraline se debatía entre encender o no las luces cuando vio que la negra figura salía lentamente de debajo del sofá.

Se detuvo y después atravesó la alfombra en silencio hasta llegar al último rincón de la sala.

En esa esquina no había muebles.

Coraline encendió la luz.

En el rincón no había nada. Sólo la vieja puerta que daba a la pared de ladrillos.

Estaba segura de que su madre la había cerrado, y, sin embargo, parecía entornada, un poquito abierta. Coraline se acercó y miró hacia el interior: no había nada, únicamente una pared de ladrillos rojos.

Por tanto, Coraline cerró la vieja puerta de madera, apagó la luz y se fue a la cama.

Soñó con figuras negras que se deslizaban de un sitio a otro, esquivando la luz, para reunirse bajo la luna. Figuritas negras con ojitos rojos y afilados dientes amarillos.

Figuritas que empezaban a cantar:

Somos pequeñas pero somos muchas,

somos muchas y somos pequeñas,

estábamos aquí antes de que llegaras,

seguiremos aquí cuando te caigas.

Las voces eran agudas y formaban un rumor levemente quejumbroso. A Coraline la pusieron nerviosa.

Luego Coraline soñó con unos anuncios, y más tarde dejó de soñar.

2

A
l día siguiente había dejado de llover, pero una densa niebla blanca envolvía la casa.

—Voy a dar una vuelta —dijo Coraline.

—No te alejes demasiado —le ordenó su madre—. Y abrígate bien.

Coraline se puso un abrigo azul con capucha, una bufanda roja y unas botas de agua amarillas, y salió.

La señorita Spink estaba paseando a los perros.

—Hola, Caroline —la saludó—. ¡Qué asco de tiempo!

—Sí —coincidió Coraline.

—Yo representé el papel de Porcia una vez —comentó la señorita Spink—. La señorita Forcible habla mucho de su interpretación de Ofelia, pero mi Porcia entusiasmaba al público. Cuando nos pateábamos los escenarios, claro.

La señorita Spink estaba envuelta en jerséis y chaquetas de lana, de forma que parecía más pequeña y redonda que de costumbre. Era como un gran huevo lanudo. Llevaba gafas de cristales gruesos que le agrandaban mucho los ojos.

—Solían mandarme flores al camerino. Montones de flores —afirmó.

—¿Quiénes? —le preguntó Coraline.

La señorita Spink miró a su alrededor con cautela: primero sobre un hombro y luego sobre el otro, escudriñando la niebla como si pensase que alguien podía estar escuchando.

—Los hombres —susurró.

A continuación, tiró de los perros, que la siguieron obedientes, y se dirigió hacia la casa caminando como un pato.

Coraline continuó su paseo.

Había recorrido las tres cuartas partes del camino que rodeaba la casa cuando vio a la señorita Forcible en la puerta del piso que compartía con la señorita Spink.

—¿Has visto a la señorita Spink, Caroline?

Coraline le dijo que sí y que estaba dando una vuelta con los perros.

—Espero que no se pierda... o se le agravará el herpes —comentó la señorita Forcible—. Hay que ser un verdadero explorador para no extraviarse con esta niebla.

—Yo soy una exploradora —aseguró Coraline.

—Claro que sí, bonita —respondió la señorita Forcible—. Pero procura no desviarte.

Coraline siguió paseando por el jardín envuelto en una bruma gris, sin perder de vista la casa. Tras caminar durante diez minutos, se encontró de nuevo en el punto de partida.

El pelo le caía lacio y húmedo sobre los ojos, y notaba la cara mojada.

—¡Eh, Caroline! —El viejo loco del piso de arriba reclamó su atención.

—¡Ah, hola! —lo saludó Coraline.

La bruma apenas le permitía distinguir al anciano.

El hombre empezó a bajar las escaleras exteriores de la casa, que pasaban por delante de la puerta principal del piso de Coraline y llegaban hasta el ático. El viejo bajaba muy lentamente, y Coraline lo esperó al pie de la escalera.

—A los ratones no les gusta la niebla —le informó—, porque se les tuercen los bigotes.

—A mí tampoco me gusta mucho —reconoció Coraline.

El anciano se inclinó y se acercó tanto a ella que los extremos de su bigote hacían cosquillas a Coraline en la oreja.

—Los ratones me han dado un mensaje para ti —murmuró. La niña se quedó sin habla—. El mensaje es el siguiente: «No cruces la puerta». —Hizo una pausa—. ¿Le encuentras algún significado?

—No —respondió Coraline.

El viejo se encogió de hombros.

—La verdad es que los ratones resultan divertidos. Se equivocan y confunden las cosas. Por ejemplo, no pronuncian bien tu nombre. Se empeñan en llamarte Coraline, no Caroline. No quieren saber nada de Caroline.

Entonces tomó una botella de leche que estaba junto a la escalera y comenzó a subir lentamente hasta su piso.

Coraline entró en su casa. Su madre estaba trabajando en su despacho, que olía a flores.

—¿Qué hago? —le preguntó Coraline.

—¿Cuándo empiezas el colegio? —se interesó su madre.

—La semana que viene.

—¡Vaya! —exclamó la mujer—. Tendré que ocuparme de tu nuevo uniforme.

Recuérdamelo, cariño, si no, se me olvida. —Y continuó pasando textos al ordenador.

—Bueno, pero ¿qué hago ahora? —insistió Coraline.

—Dibuja algo. —Su madre le dio una hoja de papel y un bolígrafo.

Coraline intentó dibujar la niebla.

Pero tras diez minutos de esfuerzos sólo tenía la hoja en blanco con la palabra
escrita en una punta con letras un tanto mareantes. Soltó un gruñido y le entregó la hoja a su madre.

—Hum. Muy moderno, cielo —le comentó.

Luego Coraline se escabulló y fue al salón. Intentó abrir la vieja puerta del rincón, pero volvía a estar cerrada con llave. Supuso que su madre la había cerrado, y se encogió de hombros.

Entonces se dirigió a ver a su padre. Cuando trabajaba con el ordenador, su padre se sentaba de espaldas a la puerta.

—Lárgate —le dijo en tono desenfadado cuando la oyó entrar.

—Me aburro —se quejó ella.

—Pues aprende a bailar claqué —le aconsejó sin girarse.

Coraline hizo un gesto negativo con la cabeza.

—¿Por qué no juegas conmigo? —le preguntó.

—Estoy ocupado. Trabajando —añadió. Aún no se había tomado la molestia de volverse a mirarla—. ¿Por qué no vas a incordiar a la señorita Spink y a la señorita Forcible?

Coraline se puso el abrigo y la capucha y salió de casa. Bajó las escaleras y llamó al timbre de las señoritas Spink y Forcible. Coraline oyó los ladridos frenéticos de los terriers escoceses, que acudían corriendo al vestíbulo. Pasados unos instantes, la señorita Spink abrió la puerta.

—Oh, eres tú, Caroline —dijo—.
Angus, Hamish. Bruce,
quietos, pequeñines. Es Caroline. Entra, cariño. ¿Te apetece una taza de té?

La casa olía a cera de lustrar muebles y a perro.

—Sí, por favor —respondió Coraline.

La señorita Spink la condujo a una pequeña habitación llena de polvo a la que llamaba «la salita». En las paredes había fotografías en blanco y negro de hermosas mujeres y programas de teatro enmarcados. La señorita Forcible estaba sentada en un sillón haciendo calceta con gran destreza.

Le sirvieron el té en una tacita de delicada porcelana rosa, sobre un platito, y le ofrecieron una galleta con pasas reseca.

La señorita Forcible miró a la señorita Spink, retomó su calceta y exhaló un profundo suspiro.

—De todas formas, April, como te estaba diciendo, has de reconocer que el perro viejo aún tiene mucha vida por delante.

—Miriam, querida, ya no somos tan jóvenes como antes.

—Madame Arcati —respondió la señorita Forcible—, la nodriza de
Romeo y
Julieta,
lady Bracknell. Papeles secundarios... No pueden apartarte de las tablas.

—Ahora, Miriam, sí que estamos de acuerdo —afirmó la señorita Spink.

Coraline se preguntó si se habrían olvidado de ella. Lo que decían le parecía absurdo, pero pensó que estarían inmersas en una discusión trasnochada y mil veces repetida, cómoda como un viejo sillón, de esas discusiones que ni se ganan ni se pierden, y que pueden durar eternamente si así lo desean ambas partes.

Tomó el té a sorbitos.

—Si quieres, te leo las hojas —le dijo la señorita Spink a Coraline.

—¿Cómo dice? —replicó ésta.

—Las hojas de té, querida. Puedo leer tu futuro en ellas.

Coraline le dio la taza a la señorita Spink, que miró muy de cerca, con gesto de miope, las negras hojas de té que habían quedado en el fondo. Luego frunció los labios.

—Bueno, Caroline —dijo tras una pausa—. Te acecha un terrible peligro.

La señorita Forcible pegó un bufido y dejó a un lado la calceta.

—No seas tonta, April. Deja de asustar a la niña. Estás perdiendo vista. Pásame la taza, pequeña.

Coraline le llevó la taza a la señorita Forcible, que contempló el interior con detenimiento, sacudió la cabeza y volvió a mirar.

BOOK: Coraline
12.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Vanquish by Pam Godwin
Capital Crimes by Jonathan Kellerman
Dangerous Inheritance by Barbara Warren
Forsaken by Cyndi Friberg
Minx by Julia Quinn
Probability Space by Nancy Kress
The Extra by A. B. Yehoshua