Mierda. Ahora no le iba a resultar fácil verla como una joven sin ataduras y dispuesta para un poco de sexo eventual, si es que alguna vez la había visto de esa manera. Se quedó parado con una alita de pollo en la mano, recordando...
La había visto esa misma mañana, encorvada sobre la mesa, escribiendo en el ordenador a una velocidad increíble y con la mesa cubierta de carpetas y a la vez ordenada. Había entrado en su despacho sin molestarse en llamar a la puerta, decidido a ignorarla completamente tras la discusión del día anterior. Pero no pudo. La vio tan atareada, tan concentrada en el trabajo, que se arrepintió por un momento de haberla obligado a perder el tiempo enseñándole el centro y practicando sexo oral. Y joder, qué sexo. Lo malo es que el demonio de los celos había hecho acto de presencia jodiéndolo todo.
Después de pasar la noche con ganas de matar a alguien, a dos personas en particular, había sido capaz de pensar fríamente y auto convencerse de que había sido un idiota por actuar de esa manera. Cada cual era libre de salir con quien le diera la gana, más o menos. Su relación no era exclusiva. Qué demonios, ni siquiera tenían una relación.
Por ahora.
Sacudió la cabeza asombrado por este último pensamiento. ¿En qué demonios estaba pensando? Se apoyó en el quicio de la puerta y carraspeó sonoramente, cuando ella se volvió la ofreció sin palabras una vaso lleno de café que había comprado en la cafetería. Ella sonrió y acepto.
—Es el cuarto que me tomo esta mañana, como siga así me voy a subir por las paredes —comentó jocosa antes de dar un trago y saborearlo.
Marcos miró el reloj colocado en la pared, apenas eran las nueve de la mañana., era el cuarto café que se tomaba, ¿desde qué hora estaba trabajando? Sabía por día anterior que los lunes, miércoles y viernes estaba en el centro hasta las seis, los martes y jueves hasta las cinco. ¿Cuántas horas trabajaba al día? No podían ser tantas.
La observó atentamente mientras tomaba el café. Tenía profundas ojeras, le temblaba un poco el pulso y estaba extremadamente delgada. Mierda. Sí podían ser tantas.
Pasó el resto de la mañana con ella, escuchando las historias que contaba sobre cada anciano, conociendo cada detalle de sus vidas, dándose cuenta de que los trataba con amabilidad y mucho ingenio, como a él. Al finalizar la mañana, no solo tenía muchos datos sobre el centro, sino que conocía mejor a su amiga... y la jefa de su amiga.
Elena había resultado ser un verdadero incordio. Los había acompañado quejándose continuamente del olor a desinfectante del centro, de las extravagancias de los ancianos, haciendo bromas crueles sobre ellos y sobre Ruth, e insinuándosele cada cinco minutos. De hecho Marcos había acortado su visita, saliendo del centro poco antes de la hora de comer, sólo por no escuchar a esa mujer un segundo más. Era prepotente, egoísta, vanidosa, cruel y muy hermosa... artificialmente.
A su nariz llegó el inconfundible aroma del aceite quemándose. Parpadeó unas veces hasta eliminar los recuerdos del día y centró su atención en lo que estaba haciendo en esos momentos. Alitas de pollo... O al menos esa era su intención. Las echó en la sartén y cuando estuvieron cocinadas llevó los platos al comedor donde cenaron en silencio. Luisa pendiente de su telenovela y Marcos pendiente de sus pensamientos que, por cierto, estaban centrados en Ruth. Al día siguiente la vería en la reunión, aunque... quizás se presentara un poco antes de la cita.
Considero más valiente al que conquista sus deseos
que al que conquista a sus enemigos,
ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.
ARISTÓTELES
Las tres de la tarde. Faltaba una hora para la reunión con el director y Ruth aún no había tenido tiempo de comer. Por suerte Marcos no se había presentado esa mañana y le había dado tiempo a hacer bastantes cosas. O por lo menos a que no se le acumulase más trabajo. En ese momento su enfadado estómago sufrió un doloroso pinchazo acompañado de un sonoro rugido y un tenue mareo. Ruth suspiró a la vez que apagaba el ordenador. No podía concentrarse, estaba hambrienta, y no solo eso, pensó al notar que la visión se le desenfocaba, tenía que comer. Ya. Tomó una galleta de su bolso y la fue masticando en el ascensor, solo por si las moscas.
Salió al vestíbulo con la intención de comprar un bocadillo en la cafetería y volver al trabajo el tiempo que le quedaba, pero nada más salir del ascensor, su atención se centró en otra cosa.
Marcos acababa de entrar en el centro cuando vio a Ruth salir del ascensor. Se dirigió hacia ella, pero su amiga cambió de dirección de golpe y porrazo, como si lo estuviera esquivando, solo que ni siquiera le había visto entrar. De hecho estaba persiguiendo a una anciana que llevaba un tarro de cristal con algo amarillento dentro.
—Mercedes. —La oyó llamar a la abuela—. ¿Qué llevas ahí, cariño?
—Es mío —respondió la anciana llevando el tarro a su espalda, escondiéndolo.
—No lo pongo en duda, preciosa, pero me mata la curiosidad. ¿Qué es?
—Nada. Algo para luego.
—¿Para comer luego? —preguntó Ruth que conocía a Mercedes como si la hubiera parido.
—Puede ser —respondió misteriosa.
—Aja. Y ese algo para comer... ¿Es apetitoso?
—Seguramente —respondió entornando los ojos la anciana.
—Aps, pues si me lo dieras me harías un gran favor. Estoy muerta de hambre, fíjate que hora es y aún no he comido...
—Vete a la cafetería.
—Ya, pero seguro que lo que tienen ya está correoso o duro y yo tengo tanta hambre... Te debería un gran favor si me lo dieras.
—Es mío. —Mercedes agarró con más fuerza el tarro.
—Claro, claro. Perdona por insistir, tienes toda la razón, en fin. Me aguantaré hasta llegar a la cafetería —diciendo esto Ruth sacó un caramelo de café y comenzó ¡desenvolverlo.
—¿Qué es eso?
—Un caramelo para matar el hambre. —La miró frunciendo el ceño—. Te lo cambiaría por tu tarro, pero saldrías perdiendo, al fin y al cabo lo mío es solo un caramelo diminuto.
—Pero tienes hambre.
—Muchísima.
—Te lo cambio por mi comida, y me debes un favor. Un favor grande —propuso Mercedes con ojos taimados.
—Vale —contestó Ruth dándole el caramelo y tomando el tarro que la anciana ofrecía.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó Marcos a su espalda cuando la anciana se fue.
—¡Marcos! —profirió Ruth dando un bote—. No te he oído llegar.
—¿Qué hay en ese tarro? —reiteró extrañado.
—Míralo tú mismo.
Dentro había lo que parecía ser un mejunje compuesto por huevos fritos, pan, algo de fruta, posiblemente manzana o pera, y trozos de ¿carne? Lo abrió y olfateó el contenido. Joder. Qué mezcla.
—En fin, voy a tirarlo a la basura y de paso notificaré en recepción que den aviso a las cuidadoras de que Mercedes vuelve a robar comida.
—Pero... ¿Para qué quiere esto?
—Sinceramente, para comérselo. Lo guarda escondido en el jardín y cuando menos lo esperamos lo saca y se lo come. Ya se "envenenó" una vez. Estará un par de semanas buscando la manera de conseguir comida, y luego se le olvidará y pasará a otra cosa.
—Tela con la vieja, ¿no?
—No seas grosero.
—Perdona.
—Disculpas aceptadas.
Ruth fue a recepción y dio el aviso. Luego se dirigió hacia la cafetería. Marcos la acompañó pensando que su amiga tenía muchísima mano izquierda. Si le hubiera quitado el tarro a la vieja a la fuerza sin pararse a pensar en las consecuencias y, tal como era Mercedes, fijo que habría liado una buena.
Una vez sentados, él con su refresco y ella comiendo (devorando) un pincho de tortilla, Marcos comentó que su jefe estaba de acuerdo en tomar en cuenta el reportaje y que pedía más datos. Ruth por su parte aseveró que el Director del centro estaba bastante esperanzado con las consecuencias positivas de salir la publicación.
—¿Qué vas a hacer el fin de semana? —preguntó Marcos de sopetón.
—El sábado viajo a Gredos y el domingo cuido de mi padre —respondió el de inmediato dando gracias a Dios porque se le estuviera pasando el mareo—. N puedo comparecer en el centro en fin de semana, tengo muchas cosas planeadas —avisó Ruth alerta. Por muy importante que fuera el reportaje no iba a dejar de lado a su hija el fin de semana para ir a hacer fotos.
—¿Y quién dice nada de venir aquí?
—¿Entonces para qué lo preguntas?
—Para ver si podíamos salir por ahí el sábado.
—Aps. No, lo siento. Imposible. Voy a la sierra.
—Aja. Y el domingo cuidas de tu padre.
—Sí.
—¿El sábado por la noche estás libre?
—Pernoctaré en Gredos.
—¿Tienes casa en un pueblo?
—Eh, no.
—¿Vas de
camping
? A mí me gusta mucho ir de acampada, meterme en la naturaleza y todas esas chorradas. —Follar bajo el cielo estrellado...
—No, tampoco voy de acampada.
—¿A un hostal? —Ruth no tenía pinta de gastarse el dinero en hostales, pero ¿quién era él para asegurarlo?—. ¿Una casa rural? Estuve haciendo un reportaje sobre eso, es una buena manera de pasar el fin de semana.
—A casa de un amigo —respondió ella para evitarse más preguntas. Le daba la impresión de que si decía cualquier otra cosa él querría acompañarla y eso era impensable. Los sábados eran suyos y de Iris, de nadie más... Bueno, de Jorge, pero no todos.
—Ah. —Así que ese era el plan. Iba a casa de sus amigos y pasaba la noche. Y daba lo mismo si esa misma semana le había comido la polla a él o a mil más. Joder—. Y... ¿Vas mucho?
—Un par de sábados al mes. La cabaña es de uno de mis mejores amigos, Jorge, y aprovechamos, si hace buen tiempo, para hacer senderismo, recorrer las rutas de Gredos, observar la naturaleza y todas esas cosas. Cuando acaba el día, estamos tan cansados que lo único que queremos es dormir bien abrigaditos. Imposible conducir de vuelta a casa. —No sabía por qué, pero sentía la necesidad de explicarse para que Marcos no pensara que iba a hacer otras cosas que no fueran lo que realmente hacían: caminar, hablar y jugar con Iris.
—Ya. —Y él se chupaba el dedo. ¡Idiota! Se reprendió a sí mismo. Si Ruth lo quería así, mejor que mejor. Que follara con el puñetero Jorge de los huevos todos los sábados que quisiera porque a él le daba exactamente lo mismo—. ¿El viernes?
—¿El viernes qué?
—¿Tienes algún plan el viernes por la noche? —A la mierda. La iba a follar tas veces el viernes, que el sábado no tendría ganas de joder con nadie.
—No.
—Perfecto. Salimos el viernes a cenar. —No era una sugerencia, era una orden.
—Eh, bueno...
—Acabas de decir que no tienes ningún plan —la recordó enfadado.
—Efectivamente, pero ignoro si mis hermanos quieren salir, y si lo hacen no puedo abandonar mi casa, debo estar con mi padre —explicó Ruth.
—Averígualo —exigió Marcos. No estaba dispuesto a tragarse más excusas. El sábado lo pasaba con el hijo de puta ese, cojonudo. Pues el viernes era suyo. No había más que hablar.
—¿Qué?
—Toma. —Sacó el teléfono móvil y se lo dio—. Llama a tus hermanos y pregúntaselo.
—No lo dirás en serio —preguntó alucinada—. No corre prisa saberlo.
—Sí, corre. Necesito hacer las reservas con antelación. Si no, no podré llevarte adonde quiero. —Según lo decía, se dio cuenta de que no estaba mintiendo. Sabía exactamente adonde la iba a llevar... y necesitaba reservar antes posible.
—Bueno, si es así. —No le daba tiempo a pensarlo, ni a controlar nada. Ruth sintió un aguijonazo de pánico. Cuando no tenía las cosas bien planificadas todo se torcía, pero por una vez... Sacó su propio móvil y llamó a su hermano—. Darío, cielo, estoy pensando en salir el viernes por la noche con un amigo. ¿Tenéis algo planeado para esa noche?
Marcos esperó sin mover un solo músculo, atento al sonido del móvil. No entendía las palabras, pero oía algo así como una algarabía al otro lado de la línea. Cuando vio a Ruth sonreír supo que el viernes era suya.
—Sin inconvenientes. Darío está libre y cuidará de papá. —"De Iris", añadió para sí misma.
—Perfecto. Paso a recogerte por tu casa a las ocho.
—Imposible.
—¡Por qué! —Se estaba hartando de tantos
hándicaps
.
—Porque tengo que preparar la cena, los baños y todo eso. Hasta las once y media como muy pronto no concluyo mis tareas, antes no puedo salir.
—Joder. ¿Tienes que dar de cenar y bañar a tu padre?
—Eh, no. —"Tengo que dar de cenar y bañar a mi hija, contarle un cuento y esperar a que se duerma, y no acabo jamás antes de las diez y media". Pero no podía decirle eso—. Pero tengo que prepararlo todo. Si acaso, con suerte, a las once podría estar libre.
—Vale. —Joder, era igual que cuando era niño y tenían que estar a una hora especifica en casa, solo que al revés—. Te paso a buscar a las once a tu CASA. ¿Sigues viviendo en el mismo piso?
—Sí, pero no hace falta que me recojas. Dime dónde quedamos y ya voy yo sólita.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Porque solo se puede ir en coche.
—¿Y qué? Proporcióname la dirección y seguro que llego sin dificultad. —No lo quería cerca de su casa ni loca.
—Tú llegarías, pero yo no. No tengo coche. Me tienes que llevar.
—¿No tienes coche?
—No. Estoy ahorrando para comprarme uno de segunda mano —explicó molesto. ¿Qué pasa? ¿Era obligatorio que todo hombre mayor de edad tuviera coche?
—¿No tienes suficiente ahorrado para comprar un coche de segunda mano?
—Tenía algo ahorrado, pero me lo gaste en otras cosas. —"En tres cuadros en los que salías tú, por ejemplo"—. No se me da muy bien ahorrar ni planificar nada.
—Ya veo. Bueno, pues siendo así, dime dónde vives y te paso a recoger.
—Como veas.
Le dio su dirección y le aconsejó que se pusiera ropa cómoda para la cita, nada elegante ni elaborado. Era un sitio sencillo donde pasar el rato de manera "muy agradable".
El odio es la venganza de un cobarde intimidado.
GEORGE BERNARD SHAW
La reunión empezó tarde, sobre las cuatro y media, y por tanto terminó tarde, se despidió hacia las seis y cuarto comentando que tenía un compromiso anterior y que era muy importante para ella llevarlo a cabo. Marcos estuvo reunido con el Director y Elena hasta casi las seis y media. La reunión había ido como la seda: el director del centro resultó ser un tipo agradable e inteligente dispuesto a colaborar, o más bien, a encargar a Ruth que colaborara. Elena sin embargo era otra historia.