Cuando la memoria olvida (29 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
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—Claro que sí. —¡Tururú!

—¿Cuándo vuelves? —No le había respondido antes la pregunta, y necesitaba saberlo. No podía decirle que tenía una hija si él se marchaba el domingo, no sería justo.

—No tengo ni idea. —Sería una semana a lo sumo, el día veintidós había quedado con el periodista encargado del texto para comenzar a trabajar en el reportaje del centro. Pero ella no tenía modo de saberlo, y a Marcos en ese momento no le apetecía decírselo. Si quería que lo esperara; si no, aire—. Ya sabes cómo va esto. Parece que es para un par de semanas y acabas tirándote un par de meses fuera.

—Aja. En fin, es una de las ventajas de tu profesión, conocer lugares distintos... como este. —Terminó sonriendo alentadora, como animándolo. Y esa sonrisa lo desarmó.

—Hagamos un trato. Mientras esté fuera, me masturbaré pensando en ti cada día. —En realidad eso ya lo hacía—. Quiero que tú uses tu vibrador pensando en mí, que te masturbes con él pensando que soy yo quien te folla, quien te lleva al orgasmo. Quiero que me folles con la mente todos los días. —Si Ruth cumplía su arte, quizás hubiera suerte y estuviera tan satisfecha que no necesitara acostarse con esos dos hijos de puta esa semana y, cuando volviera, ya se encargaría él de mantenerla bien follada para que no los echara en falta.

—Aps. —Ruth pensó en mentirle, no le costaba ningún trabajo decir que haría lo que pedía, pero no iba con su carácter decir mentiras. Por tanto fue sincera—. No puedo.

—¡Por qué! —exclamó indignado. Joder, no le costaba nada concederle ese deseo—. Qué pasa, que follas tanto que no nece...

—Marcos. —Le tapó la boca con los dedos antes de que dijera algo de lo que se arrepentiría— No puedo porque mi vibrador es algo así como un camarada. Te parecerá una excentricidad, pero hasta le he puesto nombre, es como si le hubiera otorgado personalidad propia, y no creo que pudiera imaginarme que Brad eres tú. Son demasiados años pensando en él como Brad para cambiar ahora de buenas a primeras.

—¿Brad? ¿Tu vibrador se llama Brad? —"
Jorge me enseñó y practiqué con Brad
", había reconocido ella aquella noche, cuando le preguntó quién le había enseñado a poner un condón con la boca. Estaba dormida cuando respondió y Marcos estaba seguro de que no se acordaba de habérselo confesado.

—Sí, por Brad Pitt. Lo compré justo después de ver Troya y... bueno, imagínatelo. —Finalizó roja como un tomate. ¡Menudo día llevaba de sonrojos!

—No cambies nunca, "Avestruz", no cambies nunca —respondió él entre risas, profundamente aliviado a la vez que convencido de ser el idiota más estúpido del mundo. Casi estaba tentado a creer que Jorge era solo un amigo. Casi. Quizás. ¿Por qué no?

Las risas dieron paso a las sonrisas y estas a los besos, y poco a poco, como quien no quiere la cosa, ciertas partes del cuerpo se fueron endureciendo, otras se humedecieron y así, al "tun tún", acabaron haciendo el amor, porque esa segunda vez no fue follar, ni siquiera practicar sexo. Fue un intercambio de sentimientos, emociones, pasión y dulzura y eso, en cualquier idioma es hacer el amor.

Las horas pasaron sin que ellos se percataran. No se habían movido del sitio, ni habían intercambiado posiciones, y mucho menos escuchado la música ni visto el espectáculo. Habían estado inmersos el uno en el otro. Pero el tiempo, ignorante de que debía permanecer detenido, siguió su curso y las necesidades corporales hicieron acto de presencia.

—Marcos —habló Ruth contra el cuello de su amigo—, necesito levantarme.

—No —respondió éste. La abrazaba con fuerza manteniéndola unida a él, sentada sobre su regazo, con él en su interior. Las manos largas y delicadas enredadas en el cabello de su nuca, sus labios rosados y carnosos acariciándole el cuello, los pezones erectos apretados contra su pecho. Estaba en el paraíso y no iba a permitir que Ruth se alejara.

—Marcos, va en serio. Necesito hacer ciertas cosas.

—¿Qué cosas? —preguntó él alzando las caderas. No es que estuviera duro, como todo se andaría.

—Pis —susurró ella.

—¿Chis? —No la entendía con la música tan alta.

—¡Pis! —gritó ella.

—Aja. —Ahora que Ruth lo mencionaba, su vejiga, quizás por simpatía, se unió petición—. Vamos, te acompaño.

Abandonaron el reservado agarrados de la mano, aunque ninguno de los dos se percató de ello. Cuando bajaron las escaleras, vieron que la planta baja había devenido en una especie de orgía. La gente se apareaba sin complejos en sillones en forma de "U", apoyados contra paredes y columnas, se hacían felaciones y cunnilingus arrodillados sobre las mesas. Encima del escenario un puñado de hombres y dos mujeres enseñaban al público que estuviera en condiciones de atender las lecciones, la mejor manera de montar una orgía. Marcos se quedó asombrado. Durante el tiempo que estuvo fotografiando esos locales jamás se había quedado hasta tan tarde; eran más de las cinco de la madrugada, y hasta esa misma noche no había visto el club en su apogeo. Sintió la mano de Ruth apretarse contra la suya y la miró sonriendo.

—Tranquila, "Avestruz", no te voy a dejar sola aquí abajo.

—Eso espero. —Sonrió nerviosa.

La acompañó rápidamente hasta los aseos femeninos e intentó entrar, pero el gorila que estaba cerca se lo impidió.

—Normas del club: cada uno en su aseo y Dios en el de todos —gruñó un hombre enorme con unos brazos que eran tres veces los de Marcos.

—Claro, claro, solo quería asegurarme de que no había dentro nadie que molestara a la señorita.

—No lo hay —bufó el tipo de nuevo.

—Entra tranquila, Ruth, te espero aquí fuera.

—Vale. No te alejes —respondió ella con reservas.

—No me moveré de aquí.

Y no lo hizo, aunque necesitaba desesperadamente ir al baño. Esperó paciente a que ella saliera, luego la acompañó de vuelta al reservado, descolgó el teléfono y pidió un par de bebidas.

—Voy al aseo —comentó al colgar el teléfono—, necesito cambiar el agua al canario, abajo no me atrevía a dejarte sola, pero aquí estarás bien. El gorila de la escalera no deja subir a nadie que no tenga pagado el reservado. Además, la camarera está a punto de traer las bebidas. No tardo más que un segundo.

—No te preocupes —contestó— Marcos —le llamó cuando salía por la puerta—, eres un sol.

—Lo sé —comentó guiñándola un ojo antes de irse—. No tardo nada.

Aunque sí tardó sus buenos diez minutos, un poco menos de lo que había tardado su amiga. Al igual que ella, satisfizo sus necesidades y de paso aprovechó para asearse un poco, un poco bastante. Tenía el pene irritado después de haber utilizado dos condones: el primero, que había usado ininterrumpidamente un par de veces, y el segundo, que se puso escasos segundos después de quitarse el primero. Eso por no mencionar los fluidos que se resecaban sobre el pene. No habían vuelto a practicar sexo oral, no les pareció oportuno a ninguno de los dos, sobre todo porque no habían podido limpiarse después de la primera vez, Aunque más sincero sería decir que Marcos no había sido capaz de retirarse de ella después de hacerlo por primera vez. Cuando salió de ella para cambiar de condón fue única y exclusivamente porque Ruth amenazó con levantarse si no lo cambiaba.

Tenía que reconocer que su pene estaba extasiado. Normalmente, o sea siempre, después de un polvo necesitaba más o menos media hora para volver a estar en forma, pero esa noche, o el tiempo había pasado muy rápido o él no había dejado de estar duro más de diez minutos. ¡Joder! Vaya maratón, no le extrañaba estar cansado hasta las cejas.

Terminó de asearse y subió al reservado, comprobó que las bebidas estaban sobre la mesa y se sentó al lado de Ruth. Su amiga no se movió. Estaba sentada de lado en el diván, con la cabeza inclinada hacia delante y el pelo tapándole la cara —Marcos había sido incapaz de no deshacerle las trencitas—. Le retiró el cabello de sus perfectas facciones con sumo cuidado y comprobó que estaba dormida. La movió un poco, pero ella no reaccionó. Estaba K.O. Descolgó el teléfono de nuevo y advirtió de su marcha a la encargada. Cuando la camarera apareció, firmó el comprobante bancario y después rebuscó en el bolso de su amiga las llaves del coche, se las guardó en el bolsillo del vaquero, y como pudo la puso el abrigo. Ella no se dignó a despertarse ni por un segundo. La cogió en brazos, la llevó hasta el coche y la depositó con cuidado en el lugar del copiloto. Dio gracias a Dios por haber averiguado que Ruth seguía viviendo en la casa familiar y se puso al volante.

Media hora después llegaron al barrio. Marcos buscó en el bolso de Ruth las llaves de su casa. La dejó en el coche mientras abría la puerta del portal y la mantenía sujeta con el felpudo de la entrada. Luego regresó al coche y la cogió en brazos cuidadosamente pues seguía dormida. Vale, eran las seis de la mañana, pero tampoco era para caer
grogui
[2]
. Estaba comenzando a asustarse. Cuando llegó al piso de Ruth le dolían los brazos de llevarla en ellos. No es que Ruth fuera pesada, en absoluto, es que esa noche habían gastado mucha energía y el trayecto desde donde consiguió aparcar el coche hasta el portal era de al menos doscientos metros. Más la espera hasta que bajó el ascensor, más la nueva espera hasta que subió al séptimo. El ascensor era viejo, y muy, muy lento, llevaba las llaves de la casa en la mano izquierda, dobló un poco las rodillas para meterlas en la cerradura y en el momento en que la llave chocó contra el pomo de la puerta, ésta se abrió y un tío enorme con el pelo negro le posó una mirada asesina que lo dejó clavado en el sitio.

—¿Qué cojones le has hecho a mi hermana? —preguntó arrebatándosela de los brazos.

—Nada. Está dormida —contestó Marcos cabreado por haber perdido el calor de su amiga.

—Darío. Te agradecería que no usaras ese tipo de palabras en mi presencia —comentó Ruth entre sueños.

—Joder. ¿Tienes las orejas en
stand by
?—gruñó el gigante de pelo negro.

—Darío. No seas grosero —murmuró ella acurrucándose contra el pecho de su hermano—, tengo sueño, no hagas ruido o despertaras a Iris.

—Voy a llevarla a la cama —comentó Darío más calmado después de oír hablar a su hermana, y sobre todo después de olerle el aliento, no olía a alcohol, por tanto no estaba borracha.

—Te acompaño —aseveró Marcos.

—¿Estás borracho o quieres suicidarte? —preguntó Darío.

—Ninguna de las dos. Estoy preocupado por ella, no sé por qué se ha dormido profundamente. Lleva más de media hora así y no ha bebido ni gota de alcohol —alegó sin apartar la mirada de Ruth. Darío podía ser muy grande, pero Marcos recordaba perfectamente haberle perseguido de críos y haberle dado un par de buenos azotes en el culo. Por muy grande que fuera ahora, con esos recuerdos en su mente, no le impresionaba nada.

—Imagino que si tú durmieras entre dos y tres horas diarias también caerías como ha caído ella —respondió muy serio Darío. No hablaba en broma, estaba cabreado y se le notaba.

—¿Por qué hace eso?

—Porque algún capullo le ha impedido hacer su trabajo y ha tenido que ponerse al día durante toda la semana sacando horas del único tiempo que tiene libre, es decir, del sueño.

—Joder. Mierda. He sido yo. —Le dieron ganas de darse contra la pared.

—Marcos, Darío. Intentad no usar ese lenguaje obsceno en mi presencia —comentó Ruth, dormida, desde las profundidades del cuello de su hermano.

—Tiene oídos selectivos —comentó Marcos alucinado. Estaba completamente dormida, pero si escuchaba un taco saltaba al momento.

—Ni te lo imaginas —afirmó Darío. Luego miró la cara apesadumbrada del pobre hombre—. No he sido sincero. Lo cierto es que nunca duerme más de tres o cuatro horas. La zo... penca —corrigió en el último segundo— de su jefa la carga con su trabajo y a Ruth no le queda otra que sacarlo adelante cuando puede. No es culpa tuya. Ahora, voy a meterla en la cama. Hasta la vista.

—Adiós —se despidió Marcos segundos antes de que Darío cerrase la puerta.

Se giró para irse, y entonces recordó. Volvió hasta la puerta y dio un par de golpes suaves con los nudillos. Cuando Darío abrió se encontró las llaves del coche y de la casa colgando de la mano alzada de Marcos. Éste sonrió en señal de despedida y Darío hizo lo mismo.

CAPÍTULO 24

El amor es para el niño lo que el sol para las flores.

No le basta pan: necesita caricias para ser bueno y para ser fuerte,

CONCEPCIÓN ARENAL

Lunes, 22 de diciembre de 2008.

Ruth salió apresurada del despacho. La recepcionista le acababa de dar aviso de que Marcos y otro hombre estaban esperándola en el mostrador. ¡Caramba! Pensaba que no volvería hasta dentro de un mes por lo menos. Revisó el moño bajo de siempre en el espejo del ascensor. Examinó su atuendo: falda gris, chaqueta gris y camisa gris. Todas las prendas un par de tallas grandes, y no había nada que hacer, seguía adelgazando en contra de su voluntad.

Cuando salió del ascensor lo reconoció al instante. Estaba de espaldas a ella, con una camisa negra por encima de los pantalones que no ocultaba para nada su apetecible trasero y la melena rubia recogida en una coleta a la altura de la nuca. Estaba para comérselo.

Sé acercó a él sonriente y lo saludó. Marcos se dio la vuelta, y con las facciones serias y gesto profesional, la presento a un señor bajito, escaso de pelo y sonrisa agradable. Era el redactor de texto del reportaje, Matías.

Entre los dos explicaron que el editor había aprobado el reportaje y que quería incluirlo en la revista de marzo, así que hacía falta empezar lo antes posible para que les diera tiempo. Preguntaron si era posible comenzar de inmediato con el trabajo. Ruth asintió. ¿Qué otra cosa podía decir? Así que no tuvo más remedio le dejar su trabajo a un lado, otra vez, y acompañar a Matías en sus pesquisas por el centro. Marcos por su parte desenfundó el material que guardaba en la bolsa y se dispuso a tomar fotografías, en un principio del centro, y cuando Matías decidiera qué ancianos reflejarían la parte humana del reportaje, entonces se centraría en ellos.

Ruth asintió estupefacta a la invasión de parte del vestíbulo por miles de aparatos de aspecto carísimo que salieron como por arte de magia de la maleta de Marcos. ¡Caramba! Jamás habría imaginado que hicieran falta tantos trastos para sacar fotos. Filtros, flashes de todo tipo, equipos de luz continua, antorchas, generador, reflectores, objetivos de todos los tamaños... Y por si eso fuera poco, tres cámaras en vez de una.

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