Danza de dragones (78 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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—Deberías haberlo organizado tú para darme la bienvenida —se quejó Ramsay—. Y tendría que haber sido en Torre Túmulo, no en esta mierda de castillo.

—Torre Túmulo no es mío y sus cocinas tampoco, así que no puedo disponer de ellas cuando me venga en gana —replicó con voz queda—. No soy más que un invitado. El castillo y la ciudad pertenecen a lady Dustin, que no te soporta.

A Ramsay se le ensombreció el rostro.

—¿Me soportará mejor cuando le corte las tetas y se las eche a mis chicas? ¿Me soportará mejor si le arranco la piel a tiras para hacerme unas botas?

—No creo, y serían unas botas muy caras. Nos costarían Fuerte Túmulo, la casa Dustin y los Ryswell. —Roose Bolton se sentó a la mesa frente a su hijo—. Barbrey Dustin es la hermana pequeña de mi segunda esposa; es hija de Rodrik Ryswell, hermana de Roger, de Rickard y de mi tocayo Roose, y prima de los otros Ryswell. Estaba encariñada con mi difunto hijo y sospecha que tuviste algo que ver en su muerte. Lady Barbrey es rencorosa, así que da gracias: si Fuerte Túmulo es leal a los Bolton, es porque aún culpa a Ned Stark por la muerte de su esposo.

—¿Leal? ¡Si no hace más que escupirme! —bufó Ramsay—. Ya llegará el día en que prenda fuego a su querido pueblecito de madera; a ver si apaga las llamas a escupitajos.

Roose hizo una mueca, como si la cerveza le supiera amarga de repente.

—A veces dudo que lleves mi sangre. Mis antepasados han sido muchas cosas, pero nunca idiotas. No, no, cállate, ya has hablado demasiado. Ahora mismo parecemos fuertes, sí. Tenemos amigos poderosos, los Lannister y los Frey, y el apoyo desganado de buena parte del Norte.

Pero ¿qué crees que pasará cuando aparezca alguno de los hijos de Ned Stark?

«Todos los hijos de Ned Stark han muerto —pensó Hediondo—. A Robb lo mataron en Los Gemelos, y en cuanto a Bran y Rickon… metimos las cabezas en brea…» La suya estaba a punto de estallar. No quería pensar en nada de lo que había pasado antes de que supiera su nombre. Había cosas demasiado dolorosas para recordarlas, pensamientos que lo hacían sufrir casi tanto como el cuchillo de desollar de Ramsay…

—Los cachorritos de Stark están muertos —replicó Ramsay al tiempo que se servía más cerveza en la jarra—, y muertos se van a quedar, pero como asomen las narices por aquí, mis chicas se llenarán la barriga de lobo. Cuanto antes aparezcan, antes volveremos a matarlos.

—¿Volveremos a matarlos? —Bolton padre suspiró—. Me parece que te equivocas. A ti no se te habría ocurrido matar a los hijos de lord Eddard, a esos muchachitos a los que quería todo el mundo. Eso fue cosa de Theon Cambiacapas, ¿recuerdas? ¿Cuántos de nuestros vacilantes amigos seguirían a nuestro lado si se supiera la verdad? Solo lady Barbrey, a la que quieres convertir en un par de botas. Unas botas de muy mala calidad, por cierto; la piel humana no es tan dura como la de vaca y es menos resistente. Ahora eres un Bolton por decreto real, así que trata de comportarte como tal. La gente habla de ti, Ramsay. Lo oigo por todas partes: la gente te tiene miedo.

—Mejor.

—Te equivocas. No es lo mejor. Jamás se contaron historias sobre mí. De lo contrario, ¿crees que estaría aquí sentado? Tus pasatiempos son cosa tuya; no te voy a soltar una reprimenda por eso, pero tienes que ser más discreto. Tierras tranquilas y un pueblo callado, esa ha sido siempre mi norma. Que sea también la tuya.

—¿Para esto has dejado a lady Dustin y a la cerda gorda de tu mujer? ¿Para venir a decirme que me esté quietecito?

—No precisamente. Hay noticias importantes: lord Stannis ha partido por fin del Muro.

Aquello hizo que Ramsay se incorporase de un salto, con una sonrisa en los gruesos labios húmedos.

—¿Marcha hacia Fuerte Terror?

—No, por desgracia. Arnolf no lo entiende. Jura y perjura que hizo todo lo posible por cebar la trampa.

—Seguro que miente. En cuanto se rasca un poco, debajo de cada Karstark hay un Stark.

—Puede que fuera así antes, pero ahora ya no, y menos después de la «rascada» que le dio el Joven Lobo a lord Rickard. Sea como sea, lord Stannis ha arrebatado Bosquespeso a los hombres del hierro y se lo ha devuelto a la casa Glover. Peor todavía, se le han unido los clanes de la montaña: Wull, Norrey, Liddle y todos los demás. Se está haciendo fuerte.

—Nosotros lo somos más.

—Por ahora.

—Pues este es el momento de machacarlo. Permíteme que marche contra Bosquespeso.

—Después de tu boda.

Ramsay golpeó la mesa con la jarra, y los posos de cerveza volaron sobre el mantel.

—Estoy harto de esperar. Tenemos a la chica, tenemos un árbol y tenemos suficientes señores como testigos. Mañana me caso con ella, le hago un hijo y me pongo en marcha antes de que se le seque la sangre del virgo.

«Rezará para que te vayas —pensó Hediondo—. Y rezará para que no vuelvas jamás a su cama.»

—Le harás un hijo, pero no aquí —replicó Roose Bolton—. He decidido que vas a casarte con ella en Invernalia.

A lord Ramsay la idea no le hizo la menor gracia.

—Arrasé Invernalia hasta los cimientos, ¿ya te has olvidado?

—No, pero parece que tú sí… los hombres del hierro arrasaron Invernalia hasta los cimientos y mataron a todos sus habitantes. Fue Theon Cambiacapas.

—Es cierto. —Ramsay lanzó una mirada desconfiada en dirección a Hediondo—. Sí, claro, pero aun así… ¿Una boda? ¿Enmedio de esas ruinas?

—Invernalia estará en ruinas, pero sigue siendo el hogar de lady Arya. ¿Qué mejor lugar para casarte con ella, llevártela a la cama y reclamar tus derechos? Pero eso es solo la mitad, claro. Tendríamos que ser idiotas para marchar contra Stannis. Que sea Stannis quien venga a nosotros. Es demasiado cauto para venir a Fuerte Túmulo, pero tendrá que ir a Invernalia; sus clanes no abandonarán a la hija de su adorado Ned en manos de un sujeto como tú. Si Stannis no acude a Invernalia, los perderá. Y es un comandante cauteloso, así que convocará a todos sus amigos y aliados. Convocará a Arnolf Karstak.

—Y será nuestro. —Ramsay se lamió los labios agrietados.

—Si los dioses lo quieren. —Roose se levantó—. Te casarás en Invernalia. Comunicaré a los señores que nos pondremos en marcha dentro de tres días y los invitaré a acompañarnos.

—Eres el Guardián del Norte, ¡ordénaselo!

—Conseguiré exactamente lo mismo con una invitación. El poder pasa mejor cuando se adereza con cortesía; así que más te vale aprenderlo si piensas gobernar alguna vez. —El señor de Fuerte Terror echó una mirada a Hediondo—. Ah, y desencadena a tu amiguito. Me lo llevo.

—¿Cómo que te lo llevas? ¡Es mío! ¡No puedes quitármelo!

Roose sonrió como si aquello le hiciera mucha gracia.

—Tú solo tienes lo que te he dado y más te vale no olvidarlo, bastardo. En cuanto a este… Hediondo… si no has acabado con él por completo, todavía puede sernos de utilidad. Quítale esas cadenas, venga, no hagas que lamente el día en que violé a tu madre.

Hediondo vio como a Ramsay se le retorcía y le espumeaba la boca. Tuvo miedo de que salvara la mesa de un salto con el puñal en la mano, pero solo se puso muy rojo, apartó los ojos claros de los ojos aún más claros de su padre y fue a buscar las llaves. Cuando se arrodilló para soltar las cadenas de las muñecas y tobillos de Hediondo, se le acercó mucho.

—No le digas nada y recuerda cada una de sus palabras —le susurró—. Te cuente lo que te cuente esa zorra de la Dustin, vas a volver conmigo. ¿Quién eres?

—Soy Hediondo, mi señor. Soy vuestro hombre. Soy Hediondo, soy Hediondo, mondo y lirondo.

—Exacto. Cuando mi padre te traiga de vuelta, te quitaré otro dedo. Te dejaré elegir cuál.

—¿Por qué? —preguntó con voz quebrada. Las lágrimas le corrieron incontrolables por las mejillas—. Yo no le he pedido que se me lleve. Haré lo que queráis, os serviré, os obedeceré, os… No, por favor…

Ramsay le dio un bofetón.

—Llévatelo —dijo a su padre—. Ni siquiera es un hombre. Me da asco su olor.

La luna ya brillaba sobre la muralla de madera de Fuerte Túmulo cuando salieron. Hediondo oyó el viento que soplaba en las llanuras que rodeaban la ciudad. Había menos de mil pasos desde Torre Túmulo hasta las modestas estancias de Harwood Stout, tras las puertas orientales. Lord Bolton le ofreció un caballo.

—¿Puedes montar?

—Creo… puede… Sí, mi señor.

—Walton, ayúdalo.

Aun sin cadenas, Hediondo se movía como un viejo. La carne le colgaba flácida de los huesos, y Alyn el Amargo y Ben Huesos decían que tenía espasmos. Y olía tan mal… Hasta la yegua que le llevaron se apartó cuando intentó montar.

Pero era un animal dócil y conocía el camino de Torre Túmulo. Lord Bolton se situó a su lado para cruzar la puerta, mientras los guardias se rezagaban para seguirlos a una distancia prudencial.

—¿Cómo quieres que te llame? —le preguntó el señor cuando bajaban al trote por las anchas avenidas de Fuerte Túmulo.

«Hediondo, Hediondo, yo siempre me escondo.»

—Hediondo, si le place a mi señor.

—Si le place a mi señor. —Los labios de Bolton se entreabrieron lo justo para mostrar los dientes. Tal vez estuviera esbozando una sonrisa.

—¿He dicho algo…?

—Has dicho: «Si le place a mi señor», y no «Si a mi señor le parece bien» o cualquier otra expresión más común. Cada vez que abres la boca delatas tu alta cuna. Si de verdad quieres hablar como un campesino, tienes que pronunciar las palabras como si tuvieras la lengua llena de barro.

—Si le pla… Si a mi señor le parece bien.

—Mucho mejor. Despides un olor horrible.

—Os suplico que me… Perdón, mi señor.

—¿Por qué te disculpas? Ese olor es cosa de mi hijo, no tuya, lo sé muy bien.

Pasaron junto a un establo y una posada de postigos cerrados cuyo cartel mostraba una gavilla de trigo. Hediondo oyó la música que se filtraba por las ventanas.

—Yo conocí al primer Hediondo —prosiguió lord Bolton—. Apestaba, pero no por no lavarse. A decir verdad, en mi vida he conocido a criatura más limpia. Se bañaba tres veces al día y se ponía flores en el pelo como si fuera una doncella. En cierta ocasión, cuando aún vivía mi segunda esposa, lo pillaron robándole perfume de sus habitaciones. Mandé que le dieran una docena de latigazos, y hasta la sangre le olía mal. Al cabo de un año volvió a intentarlo, pero lo que hizo fue beberse el perfume, y estuvo a punto de morir. No sirvió de nada; había nacido con ese olor. Los aldeanos decían que se trataba de una maldición, que los dioses lo habían hecho así de apestoso para que todo el mundo supiera que tenía el alma podrida. Mi viejo maestre insistía en que eso era el síntoma de una enfermedad, pero por lo demás, el chico era fuerte como un roble. Nadie soportaba tenerlo cerca, así que dormía con los cerdos… hasta el día en que la madre de Ramsay se presentó ante mi puerta para exigirme que le proporcionara un criado a mi bastardo, que estaba cada vez más indómito, y le di a Hediondo. Fue por hacer una broma, pero Ramsay y él se volvieron inseparables. Lo que no sé es quién corrompió a quién, ¿Ramsay a Hediondo, o Hediondo a Ramsay? —Su señoría miró al nuevo Hediondo con unos ojos claros y extraños como dos lunas blancas—. ¿Qué te ha dicho al oído al quitarte las cadenas?

—Me… Me ha dicho… —«…que no te diga nada.» Las palabras se le atragantaron, y se puso a toser de manera incontrolable.

—Respira hondo; ya sé qué te ha dicho. Que me espíes y que no me cuentes sus secretos. —Dejó escapar una risita—. Como si tuviera alguno. Alyn el Amargo, Luton, Desollador, todos los demás… ¿De dónde creerá que han salido? ¿De verdad cree que le son leales?

—Leales —repitió Hediondo. Por lo visto se esperaba que hiciera algún comentario, pero no sabía qué decir.

—¿Mi bastardo te ha contado alguna vez cómo lo concebí?

—Así es… —Se sintió aliviado, porque aquello sí lo sabía—. Sí, mi señor. Visteis a su madre cuando paseabais a caballo y su belleza os subyugó.

—¿Me subyugó? —Bolton se echó a reír—. ¿Con esas palabras te lo dijo? Vaya, si al final va a resultar que el muchacho tiene alma de bardo… Aunque si te tragas esa monserga, eres más corto de entendederas que el primer Hediondo. Ni siquiera es cierto lo de que fuera paseando. Estaba cazando el zorro por el río de las Lágrimas cuando pasé junto a un molino y vi a una joven que lavaba la ropa en el arroyo. El viejo molinero se había buscado una nueva esposa, una chica que no tenía ni la mitad de su edad. Era alta, espigada, de aspecto saludable, con piernas largas y pechos pequeños y firmes como dos ciruelas maduras. Bonita, a su manera vulgar. En cuanto le puse los ojos encima, me encapriché. Me correspondía por ley. Dicen los maestres que el rey Jaehaerys abolió el derecho de pernada, todo para apaciguar a la fierecilla de su reina… Pero allí donde mandan los antiguos dioses siguen vigentes las antiguas costumbres. Los Umber también conservan el privilegio, y a ver quién se atreve a negárselo. También los clanes de la montaña, por supuesto, y en Skagos… Bueno, solo los árboles corazón ven la mitad de las cosas que se hacen en Skagos.

»El caso es que el molinero se había casado sin mi permiso ni conocimiento: me había engañado. Por tanto, lo ahorqué y reclamé mis derechos bajo el árbol del que colgaba su cadáver. La verdad es que la mujer no valía ni la soga con la que lo ahorcamos. Encima se escapó el zorro y en el camino de regreso a Fuerte Terror se quedó cojo mi corcel favorito, así que fue un mal día.

»Al cabo de un año, esa misma mujer tuvo el descaro de presentarse en Fuerte Terror con un monstruito berreante de cara congestionada que según ella era mío. En aquel momento debería haber azotado a la mujer y tirado al niño al pozo… pero era verdad que tenía mis ojos. Me dijo la molinera que, cuando el hermano de su difunto marido vio aquellos ojos, le dio una paliza y la echó. Aquello me molestó mucho, así que mandé que le cortaran la lengua al hermano para asegurarme que no se iría corriendo a Invernalia a contar cuentos que incomodaran a lord Rickard. A partir de entonces, cada año enviaba a la mujer unos lechones, unos pollos y una bolsa de estrellas, a condición de que jamás le dijera al chico quién lo había engendrado. Tierras tranquilas y un pueblo callado, esa ha sido siempre mi norma.

—Buena norma, mi señor.

—Pero me desobedeció. Ya has visto cómo es Ramsay, ¿no? Pues fue ella quien lo hizo así, y también a Hediondo. Se pasó la vida llenándole la cabeza de tonterías sobre sus derechos. Debería haberse conformado con moler maíz. ¿De verdad cree que puede gobernar el Norte?

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