—Os dije que había estado un rato por aquí, solo. He tenido tiempo de ver la mayor parte de esta cueva, seguidme.
Casi en el otro extremo de aquel vasto subterráneo Odín se detuvo y señaló con su dedo a las proximidades. Costó apreciarlo entre las siluetas y perfiles que se dibujaban en el suelo oscurecido y abrupto de la sima. Parecía un cuerpo.
—¿Está... muerto? —preguntó Alexis con cierto resquemor por lo que implicaba la respuesta que pudiera darle su amigo.
—Ni siquiera me he acercado más de este punto —reconoció Odín.
—Creo que solo está durmiendo... o eso espero —añadió la chica.
El cuerpo de un muchacho muy joven, de unos quince años, yacía bocabajo sobre la dura y espinosa superficie de la cueva. Estaba inmóvil en la distancia, inerte. Quizá sin vida, como Alex sospechaba.
—Acerquémonos —propuso Claudia. Sus amigos la miraron sin decidirse. Ella les devolvió la mirada cargada de significado—. Algo habrá que hacer, digo yo. ¿O vamos a dar vueltas por aquí sin más?
Tenía toda la razón. Si aquella gente estaba allí también lo mejor sería hablar con ellos y tratar de averiguar todo lo posible. Necesitaban algunas respuestas. Se acercaron poco a poco, casi como para no despertar al durmiente, tensos como si se encontraran en la jaula de un león. A solo unos metros, el joven pareció moverse y giró su rostro revelando su identidad.
—¡Oye! ¿No parece...? —comenzó a decir Claudia.
—Si, uno de los amigos de tu colega de la tienda, ¿no Alex?.
—¡Joder, creo que sí! Estuvo con nosotros un rato.
Parecía que el chico despertaba...
Unas voces se colaron por mi cabeza y sentía el cuerpo dolorido, como si durmiese sobre la cama de un faquir. Eso hizo que rompiera los lazos que me unían al mundo de la inconsciencia. Acto seguido abrí los ojos y parpadeé. Mi corazón me dio un vuelco mortal.
¡Mi habitación había desaparecido! Estaba sobre una superficie dura y espinosa y tres figuras me observaban con el rostro desencajado en una mueca de sorpresa. Mi primera reacción fue dar un brinco y arrastrarme lejos de ellos, como si fuesen aparecidos que buscasen mi alma.
—¡Tranquilo, muchacho, tranquilo! —dijo el más grande de ellos. Su lenguaje corporal me invitaba a una calma que estaba lejos de llegar.
—¿Dónde estoy? ¿Qué pasa? —estaba demasiado aturdido como para asimilar nada. Mis sentidos daban vueltas. Sólo podía apreciar la oscuridad difusa de aquel lugar y sentir su humedad hasta los huesos.
—¿No... nos reconoces? —dijo la chica—. Hemos estado juntos. Hace solo unas horas... creo—. Ya no estaba tan segura.
Mi corazón bombeaba sangre a toda prisa. Todo me confundía, pero hice un esfuerzo por acabar de enfocar mis pupilas y buscar en mi memoria.
Ella era una chica de pequeña estatura y cuerpo menudo. Tenía el cabello negro brillante en un gracioso corte y acababa a escasa distancia de su cuello. Su piel era ligeramente pálida y sus rasgos, delicados, casi de niña. Muy guapa. El más grande era ario, sin duda. Su acento le delataba. Corpulento como un toro y de grandes bigotes de un rubio casi albino. Tenía las facciones duras y el cráneo afeitado. Su aspecto resultaba imponente. El tercero era un joven imberbe, de rostro casi afeminado y largos cabellos castaños de un extraño color cremoso. Vestía de negro todo él exceptuando la nota de color de una estrecha bufanda blanca que anudaba a su cuello y cuyos extremos le caían sobre el pecho. Todos ellos pasaban los veinte años. Y tenían razón. Yo había estado con ellas hacía unas horas.
—Vosotros sois... —la lentitud de mis reacciones tenían una evidente justificación.
—«Insomnium» —reveló la chica—. Nyode, Asahel y Odín. O, como ya sabes, Claudia, Alexis y Hansi.
Empezaba a ser consciente. Mi cabeza comenzaba a responder. Mis recuerdos llegaron.
—¡Tocasteis esta noche en El Valhalla! —recordé—. Fui a vuestro concierto.
Noté como Claudia sonreía.
—Es cierto, chaval —añadió Alex—. Tenemos amigos comunes. Nos fuimos todos de cervezas cuando terminó el concierto.
—Me fui pronto —reconocí llevándome la mano a la frente. El dolor de cabeza me estaba matando—. ¿Cómo...? ¿Dónde estoy?
Lancé una primera mirada a mi alrededor y vislumbré aquel lugar frío, oscuro y desconocido. Una terrible angustia me atravesó de parte a parte.
—Eso nos gustaría saber a todos —escuché decir—. El impacto visual fue terrible. Aquella vasta caverna parecía haberme engullido. Seguía estando demasiado desorientado como para asimilar aquella situación en su totalidad.
—¿Cómo... he llegado hasta aquí? —Odín se aproximó hacia mí y me tendió la mano con la que me ayudaría a incorporarme. Aquellos bíceps podrían haber levantado a un caballo, así que mi escaso peso no debió darle mayores problemas.
—Lo cierto, muchacho —me decía mientras me echaba esa mano—, es que pensábamos que tú podrías ayudarnos a encontrar esa respuesta.
Minutos después estábamos confesándonos aquella extraña experiencia, para mí, aún sin sentido. Me encontraba demasiado aturdido aún como para pensar con claridad. Aún así, traté de ayudarles en todo lo posible.
—¿Así que eso es todo lo que recuerdas? —Alex sabía que de mi confesión no se podía sacar mucho más.
—Si. Recuerdo que os dejé pronto. Me lo estaba pasando genial, pero prometí en casa no llegar tarde... ya sabéis. Cené algo y caí rendido en la cama. Hasta ahora—. Volví a mirar a mí alrededor. Por más que lo pensaba, menos lógica le encontraba a todo. Imagino que no era el único.
—También tiene la misma ropa —advirtió ella. Me miré y comprobé que llevaba razón. Agradecí que no me hubiesen visto con mi viejo pijama.
—¿Tiene eso alguna importancia? —les pregunté.
—Aún no lo sabemos —confesó Alex con cierto desánimo en su voz—. Buscamos algo que nos relacione a todos, que pueda explicar por qué hemos acabado en esta situación, en este lugar —añadió mirando a su alrededor
—Todos estuvimos juntos esta noche —aventuró Claudia—. ¿Quizá...?
—El otro tipo, no —recordó Alex interrumpiendo su deducción.
—¿Qué otro tipo? —pregunté extrañado. La conversación continuó sin mí.
—En cierto sentido, si —añadiría Odín—. Lo cual me recuerda que deberíamos hablar con él—. Fue la chica quien me respondió.
—Hay otro chico. Creo que tú si le conoces—. Odín acabó por aclararme el asunto.
—¿Recuerdas cuando salí a saludaros? ¿Los tipos que llegaron buscando problemas? —Cómo no recordarlo. Creí que acabaríamos en mitad de una tragedia—. Pues uno de ellos está ahí mismo. Todavía no hemos hablado con él. No creo sepa que nosotros estamos aquí aún.
No me gustaba la idea de quedarme encerrado con uno de aquellos tipos en un lugar como aquel. Agradecí la presencia de Odín en todo aquello. Su aspecto inspiraba respeto y daba seguridad.
—Deberíamos hablar con él.
—¿Estás seguro, Hansi? —Odín se frotó el mentón tratando de buscar una alternativa.
—Sea quien sea, está metido en esto. —concluyó.
Claudia había estado observando a su alrededor, a pesar de su tamaño, aquella gruta parecía empequeñecerse sobre su cabeza.
—Estoy empezando a agobiarme en este lugar —admitió con sinceridad mientras se volvía a frotar los brazos para entrar en calor. La humedad en el ambiente hacía desagradable aquel lugar y necesario entrar en calor de algún modo—. Dijiste que habías podido ver gran parte de la cueva —le preguntaba mientras tanto al rubio germano—. ¿Tiene alguna salida?
Odín miró a su amiga con evidente preocupación.
—Eso es lo peor —reconoció el rapado muchacho—. Ninguna salida. Al menos en lo que yo he podido ver—. Claudia enterró su rostro entre las manos.
—Esto es una pesadilla.
—¿Has podido explorar toda la cueva? —Quiso saber Alex, preocupado.
—No —aseguró el gigante—. Aquello le tranquilizó de algún modo—. No quise acercarme por donde rondaba ese tipo, por si acaso. Quizá... esa zona esconda alguna salida.
Alex se levantó con decisión.
—Sea como sea, parece nuestro camino pasa por delante de sus narices. No esperemos más. Hablemos con él.
Quizá no fuese lo más apetecible pero en aquellas circunstancias parecía inevitable. Seguía allí, en la misma posición en la que le habían dejado, con el mismo gesto ausente y conmocionado. Su mirada era la de un abandonado que se resiste a creerlo. Desconcertado, confundido, probablemente deseaba despertar de aquella pesadilla horrible. Como todos.
—Yo me acercaré —propuso Odín—. No aseguraría que su reacción fuese buena—. Y aquella frase pareció predecir el futuro.
Odín trató de alertar de su presencia mucho antes de aproximarse a él, pero el tipo estaba tan conmocionado que no fue consciente del gigantón pelado hasta que aquél estuvo a solo unos metros. Al percatarse de su proximidad, aquel tipo se puso en pie de un salto y se echó atrás como si no hubiese visto jamás a otro ser humano.
—Vale, vale, tío. Tranquilo. Me quedaré aquí —le aseguraba Odín, clavándose en el sitio con las manos alzadas cuando aquél comenzó a chillarle que no se acercara. Se encontraba muy alterado y la presencia del corpulento muchacho allí parecía no hacer más que confundirlo aún más. En lugar de tranquilizarse, encontrarse acompañado solo sirvió para desatar su nerviosismo. Y se puso aún peor cuando creyó divisar al resto del grupo entre las penumbras de la cueva.
—¡Eh, eh, eh! ¿Quién más anda ahí? —Odín nos lanzó una mirada para que saliésemos de nuestro escondite.
—Tranquilo, chaval, son mis amigos, no pasa nada ¿vale? —trataba de convencerlo para que se relajase, aunque no parecía funcionar—. Enseguida los verás. No tienes nada que temer.
—¡¡Que te quedes ahí, tío!! —Le volvió a chillar fuera de sí en cuanto intuyó que tenía la intención de avanzar unos pasos más. De un inesperado movimiento echó mano atrás y sacó una pequeña navaja automática que abrió de un golpe. Comenzó a agitarla frente a las figuras que se aproximaban—. ¡¡Juro que te pincho si te mueves!! ¡¡Ni un paso, joder!! ¿Quién coño sois vosotros? ¿Qué queréis?
Al ver aquel cuchillo se nos hizo un nudo en la garganta y los pasos quedaron congelados. Odín se puso tenso.
—¡Vale, vale, vale, tranquilo, eh! —Sus ojos no se apartaban de aquel filo en las manos alteradas de aquel desconocido—. Escucha, ¿vale? Estamos aquí igual que tú. Y sabemos tan poco como tú. No tienes nada que temer de nosotros ¿vale? Así que guarda eso.
—¡¡Y una mierda, joder!! —dijo avanzando amenazadoramente un par de pasos para intimidar, que pronto desanduvo—. ¡Al que se acerque lo rajo, hostia! ¿Clarito, no?
—Como tú digas, tío—. Odín nos indicó con una fugaz mirada que le hiciésemos caso. Y era mejor así. Le dejamos lidiar con aquella tensa situación que nos hizo olvidar por un momento todo lo demás. Por si había pocos problemas, encima esto.
—¿Cómo te llamas, tío? Solo queremos ayudar. Yo soy Hansi, ella es...
—¿Y a mi qué coño me importa, colega? —le cortó en aquel tono exagerado—. Esto es... esto es la rehostia. ¡¡Dios!! ¡Menuda mierda, tío! ¡No me jodas! ¿Vale? Esta si que es buena. ¡La madre que me parió, joder! ¡Me cago en mi puta calavera! ¡¡Dios!! —Empezamos a ver que poco a poco aquel tipo hablaba para sí y comenzaba a perder interés en nosotros—. ¿Qué mierda pasa, tío ? ¿Qué mierda me pasa, joder? ¡¿Qué coño me has dado, «Charly»?! —gritó mirando hacia las inapreciables techumbres de la cueva. Su voz llegó repetida en un abanico de ecos que parecían burlarse de él—. ¡¡Esto es cosa tuya, pedazo de mierda!! ¡¡Cuando se me pase la «noya» te juro que te mato, joder!! Es el alucine más chungo de to’mi puta vida. ¡Te mato, «Charly». Te juro que te mato por darme esta mierda! —Solo sus propias palabras, deformadas y repetidas, regresaban de las tinieblas para responderle.
Le mirábamos en su delirio sin saber cómo actuar ni cómo iba a terminar todo aquello. Entonces aquel tipo se derrumbó y llevó sus manos al rostro donde empezó a gimotear y a maldecir. Fue Odín el único que se atrevió a reaccionar.
—No sé que coño te habrás metido, chaval —le dijo cuando el tono de sus lamentos comenzó a calmarse—. Pero te aseguro que no tiene nada que ver con lo que te pasa. No es ninguna alucinación, créeme—. El rostro de aquel derrotado muchacho se volvió para escuchar al gigante—. Yo soy real. Estos chicos también, como lo es todo esto de alrededor—. Odín movió su brazo abarcando un gran arco—. Es mejor que lo asumas pronto.
Aquel tipo se volvió hacia él, pero ya no había agresividad, sólo derrota. Aún sostenía la navaja, pero ya no apuntaba a nadie, casi se sostenía por inercia de su mano. En sus ojos solo anidaba la confusión.
—¿Pero qué dices, tío? —su tono casi sonaba a súplica—. Yo estaba de fiesta, colega. ¡Estoy de fiesta! Mucho desfase, es eso «trón». Yo sólo he ido al baño, tío. A sentarme un poco. Me mareaba ¿sabes? por la mierda que nos ha dado el puto «Charly» de los huevos, joder. Y el alucine que me está dando le va a costar la vida a ese pastillero de mierda, ¿sabes?
Odín le aguantó la mirada durante unos momentos. La verdad es que si no estaba alucinando, aquel tipo tenía las pupilas como platos de igual modo. Tenía demasiado claro lo que le pasaba como para tratar de convencerlo de lo contrario en aquel estado.
—Lo que tu digas, socio —le dijo al fin—. Quédate por aquí a ver si se te pasa. Nosotros vamos a darnos una vuelta a ver si encontramos una salida. Búscanos si te sientes mejor, ¿de acuerdo? —el otro le asintió con la cabeza pero dudábamos que realmente le hubiese escuchado. Odín nos hizo un gesto enérgico para que avanzáramos y cruzásemos ante él. Lo hicimos, temerosos de que en cualquier momento tuviese otro brote violento y se lanzara sobre nosotros. Pero no ocurrió. Uno a uno, desfilamos ante él que nos seguía con la mirada perturbada como si realmente sólo fuésemos duendecillos imaginarios producto de sus alucinaciones. El último en pasar fue Hansi que no le quitaba ojo a la mano que aún sostenía el arma. Aún con desconfianza, le dejamos solo y no tardamos en poner distancia en él y nosotros. Sólo Claudia se volvería para mirar a aquel desconcertado muchacho que quedaba allí, mirando a su alrededor con estupor mientras nos perdíamos en las tamizadas oscuridades de aquella caverna que se antojaba infinita.
—¿Vamos a dejarlo ahí? —preguntó ella regresando sus ojos hacia nosotros.
—Preferiría que se tranquilizara antes —reconocía con sinceridad Alex—. Tiene una navaja, nena. No me gustaría que le diese otra paranoia mientras estamos cerca.