Read El Espejo Se Rajó De Parte A Parte Online
Authors: Agatha Christie
«Aquella mujer es igual que Carry Edward, y aquella morena igual que la hija de los Hooper... Apuesto a que desbaratará su matrimonio lo mismo que Mary Hooper. Ese muchacho moreno es igual que Edward Leeke, charlatán y fanfarrón, pero inofensivo, un buen chico, en realidad. El rubio es la viva estampa de Josh, el hijo de la señora Bedwell. Los dos son buenos chicos. En cambio, temo que ese que se parece a Gregory Binns no prosperará. Me figuro que tiene la misma clase de madre...» Dobló una esquina para meterse en la calle Walsingham Close, con creciente animación.
Aquel mundo era idéntico que el viejo. Las casas eran distintas, las calles se llamaban Closes, la indumentaria y las voces eran diferentes, pero los seres humanos no habían cambiado. Y, aunque revestidos de ligeras variantes de fraseología, los temas de conversación eran los habituales.
A fuerza de doblar esquinas para efectuar su exploración miss Marple había perdido un poco el sentido de la orientación y llegado de nuevo al límite de la urbanización. A la sazón, estaba en Carrisbroock Close, una calle «en plena construcción». En una ventana del primer piso de una casa casi terminada había una joven pareja, cuyas voces descendían flotando, a la calle, discutiendo las ventajas del inmueble.
—Debes reconocer que está muy bien situada, Harry.
—La otra también lo estaba.
—Ésta tiene dos habitaciones más.
—También hay una diferencia en el precio del alquiler.
—Bien, a mí me gusta ésta.
—¡Era de esperar!
—Vamos, no seas aguafiestas. Ya sabes lo que ha dicho mamá.
—Tu madre nunca para de hablar.
—¡No digas nada contra mamá! ¿Qué hubiera sido de mí sin ella? Además, podría haber reaccionado peor, eso que te conste; Podría haberte llevado a los tribunales.
—¡Vamos, Lily, deja eso ya!
—Desde aquí hay una vista espléndida de las montañas —comentó la muchacha, inclinándose más hacia fuera y torciendo el cuerpo a la izquierda—. Casi se divisa la alberca...
E inclinándose aún más, sin advertir que todo el peso de su cuerpo gravitaba sobre unas tablas sueltas dispuestas en el antepecho de la ventana, que, bajo la presión, deslizáronse al exterior, arrastrándola a ella también.
—¡Harry! —chilló la joven, tratando de recobrar el equilibrio.
El joven permaneció inmóvil a dos o tres palmos de ella, luego, dio un paso atrás...
Desesperadamente, clavando las uñas en la pared, la muchacha se enderezó.
—¡Oh! —exclamó, jadeando, aterrada—. ¡Por poco me caigo! ¿Por qué no me has sujetado?
—¡Ha sido todo tan rápido! En fin, lo importante es que estás sin novedad.
—¿Eso es todo cuanto se te ocurre decir? Te aseguro que he estado a punto de caerme. Y fíjate en mi blusa; se me ha puesto perdida.
Miss Marple prosiguió su camino, más, a los pocos pasos, retrocedió, obedeciendo a un extraño impulso.
Lily estaba en la calle aguardando a que el joven cerrase con llave la puerta de la casa.
Entonces, miss Marple, acercándose a ella, murmuróle rápidamente estas palabras:
—En su lugar, querida, no me casaría con ese muchacho. Necesita usted una persona en quien pueda confiar en caso de peligro. Perdone que le diga esto, pero considero que debía usted ser advertida.
Y, sin más, echó a andar de nuevo, —¿No estaré soñando...? —farfulló Lily, mirándola asombrada.
Su novio se acercó a ella.
—¿Qué te decía esa mujer, Lily?
Lily abrió la boca... Luego, volvió a cerrarla, sin decidirse a hablar.
—La buenaventura, si es que te interesa saberlo —le respondió al fin, observando al muchacho con expresión pensativa.
Entretanto, miss Marple, en su afán de alejarse en seguida del lugar, tropezó con unas piedras al doblar una esquina y cayó de bruces al suelo.
Una mujer salió corriendo de una de las casas.
—¡Cielos! ¡Qué caída más mala! ¿Se ha lastimado usted?
Con casi excesiva buena voluntad, la auxiliadora rodeó con sus brazos a miss Marple y ayudóla a levantarse.
—Supongo que no se ha roto ningún hueso. Venga usted conmigo. Me figuro que debe sentirse algo trastornada.
Tenía una voz afable y sonora. Era una mujer rolliza y achaparrada, de unos cuarenta años, con el cabello castaño tirando a gris, los ojos azules y una boca grande y generosa que a la aturdida miss Marple se le antojó demasiado llena de deslumbrantes dientes blancos.
—Es preferible que entre usted a descansar un rato. Le prepararé una taza de té.
Miss Marple le dio las gracias, al tiempo que se dejaba conducir por ella a través de la puerta pintada de azul, en dirección a una pequeña estancia atestada de sillas y sofás con vistosas fundas de cretona.
—¡Ajajá! —exclamó su rescatadora, instalándola en un sillón provisto de varios cojines—. Estése aquí quietecita mientras pongo a calentar la tetera.
Y salió presurosamente de la habitación, que tras su marcha cobró un ambiente de inusitada paz y tranquilidad. Miss Marple exhaló un profundo suspiro. En realidad, no se había hecho daño, pero la caída habíala trastornado. A su edad, las caídas no eran convenientes. Sin embargo, con un poco de suerte, pensó, sintiéndose algo culpable, miss Knight no se enteraría del percance. Con suma precaución, meneó los brazos y las piernas. No, no tenía nada roto. ¡Si al menos pudiera volver a casa sin dificultad! Tal vez después de una taza de té...
La taza de té llegó a la par que le asaltaba aquel pensamiento, transportada en una bandeja con cuatro apetitosas galletas en un platito.
—Aquí tiene usted —murmuró la mujer depositando su carga en una mesita ante la anciana—. ¿Quiere que se lo sirva? Le aconsejo que se ponga mucho azúcar.
—No, gracias. Lo tomo siempre sin azúcar.
—Pues ahora debería usted hacer una excepción. El azúcar es ideal para los sustos. Durante la guerra, estuve en el extranjero en el servicio de ambulancias y tuve ocasión de comprobarlo —aseguró, echando cuatro terrones en la taza y agitando vigorosamente el líquido con la cucharilla—. Y ahora, tómese esto y se sentirá usted como nueva.
Miss Marple aceptó la sentencia.
—Es una mujer muy amable —pensó—. Me recuerda a alguien... pero, ¿a quién?
Luego, sonriendo, añadió, en voz alta:
—Ha sido usted muy buena conmigo.
—¡Bah, no tiene importancia! ¡Me encanta el papel de ángel auxiliador! Me gusta ayudar al prójimo.
Al tiempo que así se expresaba, la mujer miró por la ventana. Acababa de percibirse el rumor del cerrojo del portillo exterior.
—Es mi marido, Arthur... tenemos una visita.
Y tras encaminarse al vestíbulo, reapareció con Arthur, un hombre enjuto, y pálido, de aspecto algo aturdido.
—Esta señora se ha caído delante de nuestra puerta y, naturalmente, la he hecho entrar.
—Su esposa es muy amable, señor...
—Badcock —declaró el hombre, que, al parecer, era un poco tardo en hablar.
—Señor Badcock. Temo haberle molestado demasiado.
—¡Oh, nada de molestias! A Heather le encanta hacer favores a la gente.
Luego, mirándola curiosamente, Arthur preguntó:
—¿Se dirigía usted a algún sitio determinado?
—No, me limitaba a dar un paseo. Vivo en Saint Mary Mead, en la casa situada detrás de la vicaría. Me apellido Marple.
—¡Caramba, qué sorpresa! —exclamó Heather—. ¿De modo que es usted miss Marple? La conozco de oídas. ¿Usted es la de los crímenes, verdad?
—¡Heather! ¿Qué estás diciendo...?
—Ya sabes a qué me refiero. Ella no comete los crímenes, los desentraña. ¿No es eso?
Miss Marple murmuró modestamente que había contribuido tan sólo al esclarecimiento de uno o dos asesinatos.
—He oído decir que ha habido varios crímenes en este pueblo. La otra noche hablaban de ello en el Club Bingo. Hubo uno en Gossington Hall. Por nada del mundo compraría una casa que haya sido escenario de un crimen. Siempre me parecería ver fantasmas.
—El crimen no se cometió en Gossington Hall. El cadáver fue llevado allí.
—Y lo encontraron en la biblioteca, sobre la alfombrilla de la chimenea, ¿verdad?
Miss Marple asintió en silencio.
—¿Quién sabe? A lo mejor, piensan hacer una película sobre el caso. De otro modo, no me explico que Marina Gregg haya comprado Gossington Hall.
—¿Marina Gregg?
—Sí, ella y su marido. No recuerdo su nombre... Creo que es un productor o un director... Se llama Jason no sé cuántos. Pero Marina Gregg es encantadora, ¿no le parece? Claro está, que en los últimos años, apenas ha actuado en ninguna película. Estuvo enferma mucho tiempo. Sin embargo, sigo opinando que no hay ninguna como ella. ¿La vio usted en Carmanella? ¿Y en El precio del amor o en María de Escocia? Ya no es tan joven como antes, pero siempre será una actriz maravillosa. Siempre he sido una gran admiradora suya. En mi adolescencia solía soñar con ella. La emoción más grande de mi vida la tuve el día que Marina Gregg intervino en una gran función a beneficio de la Ambulancia de San Juan, en las Bermudas. Estaba loca de excitación. Lo malo fue que el día de la representación me desperté con fiebre y el médico me prohibió ir. Pero yo no me di por vencida. En realidad, no me encontraba tan mal como pretendía el doctor. Conque me levanté de la cama, me maquillé a conciencia y asistí a la representación. Fui presentada a Marina y ésta habló conmigo durante tres minutos y me firmó un autógrafo. Fue maravilloso. Jamás he olvidado aquel día.
Miss Marple miróla asombrada.
—Supongo que la imprudencia no tuvo consecuencias graves, ¿verdad? —preguntó ansiosamente.
—En absoluto —respondió Heather Badcock, riéndose—. Nunca me sentí mejor. Lo único que quiero decir con esto es que si uno desea algo tiene que exponerse. Ese es mi lema y siempre lo pongo en práctica.
Y lanzó otra estridente y alegre carcajada.
—Heather nunca se detiene ante nada —explicó Arthur Badcock, con admiración—. Siempre se sale con la suya.
—Alison Wilde —murmuró miss Marple, con un cabezazo de satisfacción.
—¿Cómo? —barbotó el señor Badcock.
—Nada. Aludía a una antigua conocida.
Heather la miró con expresión interrogante.
—Me la ha recordado usted, esto es todo.
—¿De veras? Supongo que era una persona simpática.
—En efecto, muy simpática —declaró miss Marple, pausadamente—. Cariñosa, saludable, llena de vida.
—Pero me figuro que también tendría sus defectos, ¿no es eso? —rióse Heather—. Yo los tengo.
—Verá, Alison tenía puntos de vista tan personales que no siempre tomaba en cuenta las opiniones de los demás.
—Como aquella vez que metiste en casa a aquella familia evacuada de una casa confiscada y desaparecieron con nuestras cucharillas de plata —gruñó su marido.
—¡Pero Arthur! ¡No podía despedirlos! ¡No hubiera sido caritativo!
—Las cucharillas eran recuerdo de familia —insistió el señor Badcock, tristemente—. Georgianas. Pertenecían a la abuela de mi padre.
—¡Por favor, Arthur! ¡Olvida aquellas viejas cucharillas! ¡No seas machacón!
—Temo que no soy de los que olvidan fácilmente.
Miss Marple lo miró, pensativa.
—¿Qué ha sido de su amiga? —inquirió Heather con amable interés, dirigiéndose de nuevo a su visitante.
Miss Marple hizo una pausa antes de contestar. Por último, murmuró:
—¿Se refiere usted a Alison Wilde? Pues... se murió.
—Me alegro de haber vuelto —declaró la señora Bantry—. Aunque confieso que lo he pasado divinamente.
Miss Marple asintió con convencimiento, aceptando una taza de té de manos de su amiga.
Al morir su marido, el coronel Bantry, unos años atrás, la señora Bantry había vendido Gossington Hall y la considerable extensión de terreno colindante, reservándose para ella la antigua East Lodge, esto es, la casita del guarda, un encantador edificio con pórticos, pequeño y repleto de inconvenientes, donde incluso el jardinero habíase negado a vivir. La señora Bantry le agregó los accesorios esenciales de la vida moderna, tales como una cocina completa y del último modelo, una instalación de agua corriente, electricidad y un cuarto de baño. Todo esto habíale costado mucho dinero, mas no tanto como si hubiese intentado vivir en Gossington Hall. Además, para poder gozar de cierta independencia y aislamiento, conservó unos tres cuartos de acre de jardín, bellamente cercado de árboles, dando la siguiente explicación:
—Así hagan lo que hagan con Gossington, no lo veré ni me preocuparé.
En el curso de los últimos años, la señora Bantry había pasado muchas temporadas visitando a sus hijos y nietos, y regresando de vez en cuando a Saint Mary para disfrutar de la intimidad de su propio hogar. Entretanto, Gossington Hall habla cambiado de dueño una o dos veces. Al principio, fue convertido en casa de huéspedes, pero, tras fracasar en esta modalidad, fue adquirido por cuatro personas que lo dividieron en cuatro viviendas más o menos independientes y acabaron peleándose. Por último, el Ministerio de Sanidad compróla con algún oscuro fin que con el tiempo no llegó a cuajar, lo cual motivó una nueva venta. Y a ésta se referían las dos amigas en su conversación.
—He oído varios rumores —declaró miss Marple.
—Ya me lo figuro —masculló la señora Bantry—. Incluso se dijo que Charlie Chaplin iba a venir a vivir aquí con todos sus hijos. Eso hubiera sido divertidísimo, pero, desgraciadamente, no hay en ello ni una sola palabra de verdad; en realidad, la compradora es Marina Gregg.
—¡Qué bonita era! —comentó miss Marple con un suspiro—. Siempre recordaré aquellas primeras películas suyas. Ave de paso, con el apuesto Joel Roberts. Y María, Reina de Escocia. Y A través del centeno, muy sentimental, pero preciosa, a mi modo de ver. ¡Dios mío! ¡Cuánto tiempo hace de eso!
—Sí —asintió la señora Bantry—. Ahora Marina deberá tener... ¿qué opina usted? ¿Cuarenta y cinco, cincuenta?
Miss Marple le echaba unos cincuenta.
—¿Ha trabajado en alguna película recientemente? De hecho, apenas voy al cine en estos últimos tiempos.
—Creo que sólo ha intervenido en papeles pequeños —respondió la señora Bantry—. Lleva mucho tiempo sin actuar como primera estrella. Después de uno de sus divorcios sufrió una fuerte depresión nerviosa.
—No sé como esas mujeres pueden tener tantos maridos —espetó miss Marple—. Debe ser agotador.