El Espejo Se Rajó De Parte A Parte (7 page)

BOOK: El Espejo Se Rajó De Parte A Parte
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La señora Allcock cuchicheó a la señora Bantry, con un fuerte jadeo:

—¡Qué cambios han hecho aquí! ¡Hay que verlo para creerlo! ¡Debe haber costado un dineral...!

—...en realidad no me sentía enferma, y me dije que debía...

—Esto es vodka —masculló la señora Allcock, mirando su vaso, recelosa—. El señor Rudd me ha preguntado si me gustaría probarlo. Es una bebida muy rusa. No creo que me guste.

—...y me dije: «¡No quiero darme por vencida!» Conque me maquillé a fondo la cara...

—Supongo que sería la mala educación dejar el vaso en algún sitio —barbotó la señora Allcock, desesperada.

La señora Bantry la tranquilizó amablemente.

—Nada de eso. En realidad, el vodka debe tomarse de modo que pase directamente a la garganta, pero eso requiere práctica —añadió, al ver que su interlocutora se sobrecogía—. Déjelo encima de la mesa y tome un «martini» de la bandeja del mayordomo.

Y, dicho esto, volvióse a oír la triunfante peroración de Heather Badcock.

—Nunca he olvidado lo maravillosa que estaba usted aquel día. Merecía la pena el esfuerzo.

Esta vez la respuesta de Marina no fue tan automática. Sus ojos, hasta entonces ocupados en atisbar por encima del hombro de Heather, parecieron posarse en la pared situada a media escalera. Marina miraba fijamente ante sí, y había algo tan terrible en su expresión que la señora Bantry sintió el impulso de dar un paso hacia ella ante el temor de que se desmayara. ¿Qué diablos estaría viendo aquella mujer y por qué lo que veía le confería aquel aspecto de basilisco? Pero antes de que la señora Bantry pudiera llegar al lado de Marina, ésta habíase recuperado ya. Sus ojos, vagos e inexpresivos, miraban fijamente hacia Heather, y su encantadora cortesía brilló una vez más, si bien un tanto maquinalmente.

—¡Qué hermosa anécdota! Y ahora, ¿qué va usted a beber? ¡Jason! ¿Un combinado?

—Verá usted, por lo regular tomo limonada o naranjada.

—Pues hoy debe usted tomar algo mejor —objetó Marina—. Recuerde que es un día excepcional.

—Permítame sugerirle un daiquiri americano —propuso Jason, acudiendo con un par de botellas en la mano—. Es la bebida predilecta de Marina.

Y tendió uno a su esposa.

—No debiera beber más —suspiró Marina—. Ya he tomado tres.

No obstante, aceptó el vaso.

Heather tomó asimismo, la bebida que Jason le ofrecía, en tanto Marina se adelantaba a recibir al próximo invitado.

—Vamos a ver los cuartos de baño —dijo la señora Bantry a la señora Allcock.

—¿Usted cree que podemos? ¿No será una grosería?

—Estoy segura que no —repuso la señora Bantry.

Luego, dirigiéndose a Jason Rudd, manifestó:

—Deseamos explorar sus maravillosos cuartos de baño nuevos, señor Rudd. ¿Podemos satisfacer esta curiosidad puramente doméstica?

—No faltaba más —accedió Jason, sonriendo—. Vayan ustedes y pásenlo bien, muchachas. Y, si quieren, tómense un baño.

La señora Allcock siguió a la señora Bantry por el pasillo.

—Ha sido usted muy amable, señora Bantry. Reconozco que yo no me hubiera atrevido.

—Pues para conseguir algo hay que atreverse —aconsejó la señora Bantry.

Juntas recorrieron el pasillo, abriendo varias puertas. A poco, la señora Allcock y otras dos mujeres que se les habían agregado empezaron a prodigar una serie de interminables «¡Ahs!» «¡Ohs!» —A mí me gusta el rosa —comentó la señora Allcock—. ¡Oh, sí! ¡Me encanta el rosa!

—Pues yo prefiero el de los azulejos con el delfín —saltó una de las otras dos mujeres.

La señora Bantry representaba el papel de anfitriona con verdadera fruición. Por un momento, había olvidado que la casa ya no le pertenecía.

—¡Cuántas duchas! —exclamó la señora Allcock, asustada—. En realidad, a mí me gustan poco las duchas. Nunca acierto con el secreto de no mojarme la cabeza.

—Sería delicioso echar una ojeada a los dormitorios —sugirió una de las otras dos mujeres, ansiosamente—. Pero temo que sería demasiado atrevimiento. ¿Qué les parece a ustedes?

—No sé, no creo que debamos —murmuró la señora Allcock.

Ambas miraron a la señora Bantry, esperanzadas.

—Pues, no —convino la señora Bantry—, no me parece muy bien. —De pronto, apiadándose de ellas, rectificó—: De todos modos... no creo que nadie se diera cuenta si echásemos una ojeada.

Y, sin más, manipulo la manija de una puerta.

Pero, por lo visto, alguien había previsto aquella intromisión porque los dormitorios estaban cerrados con llave. Todas se quedaron muy desilusionadas.

—Es natural que quieran mantener cierta reserva —disculpó la señora Bantry afablemente.

Las cuatro mujeres retrocedían por el pasillo en dirección a su punto de partida. La señora Bantry se asomó a una de las ventanas del rellano. Bajo ella, vio a la señora Meavy (residente en el Ensanche), increíblemente elegante con un vaporoso vestido de organdí. Advirtió, asimismo, que con la señora Meavy se hallaba Cherry, la asistenta de miss Marple, cuyo apellido no recordaba en aquel momento. Ambas parecían muy divertidas, riendo y charlando.

Súbitamente, la señora Bantry tuvo la impresión de que su antigua casa resultaba vieja, anticuada y tremendamente artificial. A pesar de su nueva y resplandeciente capa de pintura y de sus numerosas innovaciones, era, en esencia, una vieja y caduca mansión victoriana.

«Hice bien en desprenderme de ella —pensó la señora Bantry—. Las casas son como todo lo demás. Llega un momento en que pasan de moda. Y ésta ha pasado de moda. La han remozado un poco, pero, en mi opinión, no han conseguido nada.» De improviso, parecióle que el murmullo de voces ascendía ligeramente. Las dos mujeres que la acompañaban avanzaron unos pasos.

—¿Qué sucede? —preguntó una—. Parece que ocurre algo.

Al punto, echaron todas a andar por el pasillo, en dirección a la escalera. Ella Zielinsky cruzóse presurosamente con ellas y, probando a abrir la puerta de un dormitorio, farfulló:

—¡Maldita sea! ¡Las han cerrado todas con llave!

—¿Ocurre algo? —inquirió la señora Bantry.

—Alguien se ha puesto enfermo —contestó miss Zielinsky, sucintamente.

—¡Válgame Dios! Lo siento. ¿Puedo hacer algo?

—Supongo que hay algún médico por aquí.

—No he visto a ninguno de nuestros doctores locales —replicó la señora Bantry; pero probablemente hay alguno por aquí.

—Jason está telefoneando —declaró Ella Zielinsky—; pero la enferma parece grave.

—¿Quién es? —interrogó la señora Bantry.

—Creo que una tal señora Badcock.

—¿Heather Badcock? ¡Pero si estaba perfectamente hace un momento!

—Le ha dado una especie de ataque —explicó Ella Zielinsky, impacientemente—. ¿Sabe usted si padece del corazón o algo por el estilo?

—En realidad no sé nada de ella —contestó la señora Bantry—. Es nueva aquí. Reside en el Ensanche.

—¿En el Ensanche? ¡Ah! ¿Se refiere usted a esa urbanización? Ni siquiera sé dónde está su marido ni qué aspecto tiene.

—Es un hombre de edad madura, rubio, discreto —especificó la señora Bantry—. Vino aquí con su mujer, de modo que no debe andar lejos.

—La verdad es que no sé qué darle —murmuró Ella — Zielinsky, entrando en un cuarto de baño—. ¿Qué le parece a usted? ¿Sal volátil o algo parecido? —¿Se ha desmayado? —preguntó la señora Bantry.

—Es algo peor que eso —masculló Ella Zielinsky.

—Voy a ver si puedo ayudar en algo —decidió la señora Bantry.

Y dando media vuelta, encaminóse presurosamente hacia el rellano de la escalera. Al doblar una esquina, tropezó con Jason Rudd.

—¿Ha visto usted a Ella? —preguntó éste—. Me refiero a Ella Zielinsky, claro está.

—Ha entrado en uno de los cuartos de baño a buscar algo. Sal volátil... o algo similar.

—No es preciso que se moleste —murmuró Jason Rudd.

Había algo en el tono de su voz que sobrecogió a la señora Bantry.

—¿Tan grave es? —balbució ésta, irguiendo vivamente la cabeza.

—En efecto, usted lo ha dicho —respondió Jason Rudd—. La pobre mujer ha muerto.

—¿Cómo? —farfulló la señora Bantry realmente sorprendida—. ¿Que ha muerto? ¡Pero si estaba perfectamente hace un momento! —repitió con asombro.

—Sí, ya sé —gruñó Jason, enfurruñado—. ¡Qué accidente más inoportuno!

Capitulo VI
1

—Aquí tiene usted —dijo miss Knight, depositando una bandeja con el desayuno en la mesilla de noche de miss Marple—. ¿Cómo estamos esta mañana? Observo que hemos descorrido las cortinas —añadió con tono ligeramente reprobatorio.

—Me he despertado temprano —disculpóse miss Marple—. Probablemente le ocurrirá a usted lo mismo cuando tenga mi edad.

—La señora Bantry ha telefoneado hace cosa de media hora —informó miss Knight—. Deseaba hablar con usted, pero le he dicho que hiciera el favor de volver a telefonear después de que tomara usted el desayuno. No quise turbarla en aquella hora, antes de traerle una taza de té o algo para comer.

—Cuando telefonean mis amigos, prefiero ser informada —repuso miss Marple.

—Le aseguro que lo siento mucho —disculpóse miss Knight—; pero me pareció una falta de consideración llamarla. Cuando haya usted tomado su té calentito, su huevo pasado por agua y unas tostadas con mantequilla, la cosa variará mucho.

—¿Dice usted que ha llamado hace media hora? —inquirió miss Marple, pensativa—. Según eso, debían de ser... a ver, déjeme pensar... aproximadamente las ocho.

—Demasiado temprano —reiteró miss Knight.

—No creo que la señora Bantry me hubiese llamado a esas horas sin un motivo justificado —reflexionó miss Marple—. No suele telefonear a primera hora de la mañana.

—Vamos, querida, no se devane los sesos pensando —tranquilizóla miss Knight con dulzura—. Supongo que no tardará en volver a telefonear. ¿O quiere usted que la llame yo?

—No, gracias —replicó miss Marple—. Prefiero tomar el desayuno caliente.

—Espero que no he olvidado nada —profirió miss Knight, jovialmente.

En efecto, no había olvidado ningún detalle. Había preparado esmeradamente el té con agua hirviendo, hervido el huevo exactamente tres minutos y tres cuartos, tostado el pan con la debida uniformidad y dispuesto en la bandeja una pequeña porción de mantequilla y una jarrita de miel. No cabía duda que, en muchos aspectos, miss Knight era un tesoro. Miss Marple desayunó verdaderamente a gusto. A poco, procedente de la planta baja, llegó el zumbido de un aspirador. Cherry había llegado ya.

Compitiendo con el zumbido del aspirador elevábase una voz fresca y armoniosa cantando una canción de moda. Al entrar a por la bandeja, miss Knight comentó contrariada: —Daría cualquier cosa porque esa muchacha no alborotara toda la casa con sus cánticos. Me parece una falta de respeto.

Miss Marple esbozó una sonrisa:

—¡Cualquiera le mete en la cabeza a Cherry que sea respetuosa! —exclamó—. No lo comprendería.

—Muy al revés de antes —resopló miss Knight. —Naturalmente. Los tiempos han cambiado. No hay más remedio que aceptar esta realidad. —Y, tras una pausa, añadió—: ¿Por qué no telefonea usted a la señora Bantry para averiguar qué deseaba?

Miss Knight salió precipitadamente. Unos instantes después alguien llamó a la puerta y Cherry entró en la habitación. La joven aparecía radiante, excitada y extraordinariamente bonita. Sobre el vestido azul marino lucía un delantal de plástico, profusamente estampado de marineros y emblemas navales.

—Lleva usted un pelo precioso —ensalzó miss Marple.

—Ayer me hice la permanente —declaró Cherry—. Todavía está un poco tieso; pero pronto se pondrá bien. He subido a ver si estaba usted enterada de la noticia.

—¿Qué noticia? —interrogó miss Marple.

—Sobre lo sucedido ayer en Gossington Hall. ¿Sabía usted que daban una gran fiesta a beneficio de la Ambulancia de San Juan?

—Sí —asintió miss Marple—. ¿Qué pasó?

—Alguien murió en plena celebración. Una tal señora Badcock. Vive en la esquina de nuestra calle. No creo que usted la conozca.

—¿Señora Badcock? —repitió miss Marple, vivamente—. ¡Pues, si, la conozco! Creo que... sí... ¡así se llamaba...! Es la señora que salió a recogerme cuando me caí el otro día. Fue muy amable conmigo.

—Desde luego, Heather Badcock era muy amable —convino Cherry—. Quizá demasiado, en opinión de algunos. A veces, resultaba entrometida. En fin, el caso es que murió. Así como suena.

—¿Pero de qué?

—No sé exactamente —repuso Cherry—. Había sido invitada a entrar en la casa por su condición de secretaria de la Ambulancia de San Juan. O al menos, eso creo. Ella, el alcalde y muchas personas más. Según mis informes, tomó un vaso de algo y, a los cinco minutos, se encontró mal y murió en un dos por tres.

—¡Qué suceso más espantoso! —exclamó miss Marple—. ¿Padecía del corazón?

—Dicen que vendía salud —aseguró Cherry—. Claro está que nunca se sabe. ¿No le parece? Me figuro que una persona puede padecer del corazón y no saberlo nadie. Sea como fuere, puedo decirle esto. No la han llevado a su casa.

—¿Qué quiere usted decir con esto? —barbotó miss Marple, desconcertada.

—Me refiero al cadáver —explicó Cherry, con inalterable jovialidad—. El doctor ha dicho que hay que hacerle la autopsia, ¿no se llama así? Alegó que como no la había asistido por nada, no podía determinar la causa de la muerte. ¡Qué cosa más rara!

—¿Por qué rara? —inquirió miss Marple.

—Pues, no sé —murmuró Cherry, reflexionando—. Porque me parece rara. Como si hubiera algo detrás de todo esto.

—¿Está muy afectado su marido?

—Sí... y más pálido que un muerto. Nunca había visto a un hombre tan abatido.

Los oídos de miss Marple, muy hechos a los matices delicados, indujeron a su propietaria a ladear ligeramente la cabeza, como un pájaro curioso.

—¿Tanto amaba a su mujer?

—Hacía todo lo que ella le mandaba y la dejaba mangonear a su antojo —declaró Cherry—; pero eso no siempre significa amor. ¿No le parece? También puede significar que uno no tenga valor de imponerse.

—¿No simpatizaba usted con ella? —preguntó miss Marple.

—En realidad, apenas la conozco —contestó Cherry—. Mejor dicho, apenas la conocía. No me resulta... no me resultaba antipática. Pero no era mi tipo. Demasiado entrometida.

—¿Insinúa usted que era una mujer curiosa y metomentodo?

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