Read El hombre sombra Online

Authors: Cody McFadyen

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

El hombre sombra (16 page)

BOOK: El hombre sombra
11.2Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Esta furia por lo general proviene de un sadismo extremado que padecieron cuando eran niños. Palizas, tortura, sodomía, violación. La mayoría de estos monstruos fueron creados por unos padres tipo Frankenstein. Unos seres retorcidos crean a unos hijos a su imagen y semejanza. Golpean a sus hijos hasta casi matarlos y éstos a su vez hacen lo mismo a otros.

Nada de eso tiene una importancia pragmática, en términos de lo que yo hago. Los monstruos son, sin excepción, irrecuperables. En última instancia, no importa el motivo por el que el perro muerde. El hecho de que muerde y de que tiene unos colmillos afilados es lo que determina su suerte.

Yo vivo sabiendo esto. Vivía con esta información. Es una compañera poco grata que no se aleja nunca de mi lado. Los monstruos se convierten en mi sombra, y a veces me parece oírles reír a mi espalda.

—¿Eso cómo le afecta a la larga? —me había preguntado el doctor Hillstead—. ¿Tiene consecuencias emocionales?

—Sin duda. Por supuesto. —Me había esforzado en hallar las palabras justas—. No es depresión, ni cinismo. No es que no puedas sentirte feliz. Es… —Yo había chasqueado los dedos al tiempo que le miraba—. Es un cambio que se produce en el clima del alma. —En cuanto lo había dicho torcí el gesto—. ¡Qué frasecita poética tan estúpida!

—No haga eso —me había reprendido el doctor Hillstead—. No es ninguna estupidez que trate de encontrar las palabras justas para describir algo. Eso se llama claridad. Termine lo que quería decir.

—Como sabe, los climas de las masas terrestres que se hallan junto al mar están determinados por éste. Por la proximidad del mar. Pueden producirse alteraciones imprevistas en el tiempo, pero por regla general es una constante, porque el mar es inmenso y no cambia nunca. —Yo había mirado al doctor Hillstead, que había asentido con la cabeza—. En este caso es lo mismo. Estás continuamente junto a algo gigantesco, oscuro y siniestro. No se aleja nunca, siempre está ahí. Cada minuto del día. —Luego me había encogido de hombros—. Eso incide en el clima de tu alma. Para siempre.

—¿Cómo es ese clima? —me había preguntado Hillstead mirándome con tristeza.

—Como un lugar donde llueve con frecuencia. No significa que no pueda ser hermoso cuando hace un día soleado, pero está dominado por los grises y las nubes. Y puede llover en cualquier momento. La proximidad siempre está ahí.

Miro el dormitorio de Annie, oigo sus gritos en mi mente. En estos momentos está lloviendo. Annie era el sol, y el monstruo representa las nubes. ¿Y yo qué soy? Más chorradas poéticas.

—La luna —murmuro para mí. La luz en contraposición a la oscuridad.

—Hola.

La voz de James me sobresalta, arrancándome de mis reflexiones. Está en el umbral, contemplando la habitación. Sus ojos lo escrutan todo, tomando nota de las manchas de sangre, la cama, la mesita de noche volcada.

—¿Qué es eso? —pregunta dilatando las fosas nasales.

—Perfume. El asesino empapó una toalla con perfume y la colocó debajo de la puerta para enmascarar el hedor del cadáver de Annie.

—Lo hizo para ganar tiempo.

—Sí.

James me muestra una carpeta.

—Alan me la dio. Contiene informes y fotografías del escenario del crimen.

—Muy bien. Tienes que ver el vídeo.

Cuando James y yo nos ponemos a hablar, lo hacemos con frases breves, rápidas, como el fuego de una metralleta. Nos convertimos en corredores en una carrera de relevos, pasándonos el testigo una y otra vez.

—Enséñamelo.

De modo que nos sentamos y yo lo veo de nuevo. Veo a Jack Jr. triscando y danzando mientras Annie grita y muere lentamente. Esta vez no siento las sacudidas y los espasmos. Casi no me conmueve. Me siento distanciada, examinando el tren con los ojos entrecerrados. En mi mente se forma una imagen de Annie, que yace muerta en un campo cubierto de hierba, mientras la lluvia cae en su boca abierta y se desliza por sus mejillas lívidas y exánimes.

James guarda silencio.

—¿Por qué nos dejó esto?

—Aún no lo sé —respondo encogiéndome de hombros—. Analicémoslo desde el principio.

James abre la carpeta.

—Encontraron el cadáver ayer, aproximadamente a las siete de la tarde. El momento de la muerte no es exacto, pero basándose en la descomposición, la temperatura ambiente y demás, el forense calcula que Annie murió tres días antes, hacia las nueve o las diez de la noche.

Tras reflexionar unos momentos, digo:

—Supongo que el asesino tardó unas horas en violarla y torturarla. Lo que significa que debió llegar aquí sobre las siete de la tarde. Lo que indica que no es de los que entran mientras sus víctimas duermen. ¿Cómo consiguió entrar?

James consulta la carpeta.

—No hay signos de allanamiento de morada. O Annie le abrió la puerta o la abrió él mismo. —Frunce el ceño—. Es un chulo. Lo hizo al atardecer, cuando la gente aún no se ha ido a dormir. Un tipo muy seguro de sí.

—Pero ¿cómo logró entrar? —James y yo nos miramos.

Ojalá cesara de llover

—Empecemos por la sala de estar —propone él.

Pum, pum, pum
, como el fuego de una metralleta.

Salimos del dormitorio y avanzamos por el pasillo hasta llegar a la puerta de entrada. James mira a su alrededor. De pronto deja de escrutar los objetos que le rodean y se detiene.

—Un momento —dice.

Se dirige al dormitorio de Annie y regresa con la carpeta. La abre y me pasa una fotografía.

—Así es como entró el asesino.

Es una foto de la entrada, tomada junto a la puerta. Comprendo lo que James quiere que vea. Asiento con la cabeza.

—El asesino utilizó el método más sencillo. Llamó a la puerta. Cuando Annie abrió, él entró violentamente y ella dejó caer el correo que sostenía en la mano. Fue imprevisto. Rápido.

—Pero era por la tarde. ¿Cómo impidió el asesino que Annie se pusiera a gritar y alertara a los vecinos?

Tomo la carpeta de manos de James y empiezo a examinar las fotografías.

—Aquí está —digo señalando una foto de la mesa del comedor. En ella aparece un libro de matemáticas de escuela primaria. James y yo miramos la mesa—. Está a menos de tres metros. Bonnie estaba ahí cuando Annie abrió la puerta.

Él asiente con la cabeza.

—El asesino dominó a la niña, y de paso a la madre. —James emite un silbido—. Caray. Eso significa que entró sin titubear.

—Fue muy rápido. Annie no tuvo tiempo de reaccionar. El tipo entró, cerró la puerta, se acercó a Bonnie y probablemente apoyó un arma en su cuello…

—Y dijo a la madre que si gritaba mataría a la niña.

—Exacto.

—Un tipo muy decidido.

Ojalá cesara de llover…

James aprieta los labios con gesto pensativo.

—Así que la próxima pregunta es: ¿cuánto tardó el asesino en ir al grano?

Creo que aquí es donde comienza el proceso. Donde no sólo tomamos en cuenta el tren funesto, sino que nos montamos en él.

—Son varias preguntas —respondo contándolas con los dedos—. ¿Cuánto tiempo tardó el asesino en empezar a torturar a Annie? ¿Le dijo lo que iba a hacer? ¿Y qué hizo entretanto con Bonnie? ¿La ató a algún sitio o la obligó a contemplar la escena?

James y yo fijamos la vista en la puerta de entrada, reflexionando. Lo veo en mi mente. Siento al asesino. Sé que a James le ocurre otro tanto.

En el pasillo no hay nadie, y el asesino está excitado. El corazón le late violentamente mientras espera a que Annie abra la puerta. Alza una mano para llamar de nuevo mientras en la otra sostiene… ¿Qué? ¿Un cuchillo?

Sí.

Va a contarle a Annie una historia, que ha ensayado repetidas veces. Una historia sencilla, como… que es un vecino que vive en el piso de abajo y quiere hacerle una pregunta. Algo que el asesino cree que Annie se tragará.

Ella abre la puerta, y no sólo un poco. Es por la tarde; la ciudad está despierta. Annie está en casa, en un edificio de apartamentos protegido por medidas de seguridad. Todas las luces del apartamento están encendidas. No tiene motivos para sentir miedo.

El asesino entra antes de que ella pueda reaccionar, como una fuerza incontenible. Entra violentamente, derribando a Annie, y cierra la puerta tras él. Luego se acerca apresuradamente a Bonnie. La agarra y apoya el cuchillo en su cuello.

—Si gritas mato a tu hija.

Annie reprime el grito instintivo que iba a proferir. Está estupefacta. Todo ha ocurrido demasiado rápidamente para que lo asimile. Busca una explicación racional. Quizá se trata de un programa semejante a
Objetivo indiscreto,
o de la broma de un amigo, o quizá… A Annie se le ocurren multitud de ideas disparatadas, pero cualquiera de ellas es mejor que la verdad.

Bonnie mira a su madre aterrorizada.

En esos momentos Annie se da cuenta de que no se trata de una broma. Un extraño sostiene un cuchillo sobre el cuello de su hija. Esto es REAL.

—¿Qué quieres? —es lo primero que pregunta ella. Confía en hacer un trato con el extraño, pensando que quizá quiera otra cosa que no sea asesinarla. Quizá sea un ladrón, o un violador. Por favor, piensa Annie, que no sea un pedófilo.

Recuerdo un detalle.

—Tenía un pequeño corte en el cuello —digo.

—¿Qué?

—Bonnie tenía un pequeño corte en la base del cuello —repito tocándome el mío—. Aquí. Me di cuenta de ello en el hospital.

James reflexiona unos instantes con expresión sombría.

—Lo hizo con el cuchillo.

No podemos estar seguros, pero es probable.

El extraño corta con el cuchillo la base del cuello de Bonnie. Un corte pequeño, lo suficientemente profundo para que salga una gota de sangre, para que Annie contenga el aliento, horrorizada. Lo suficientemente profundo para demostrar que esto va en serio, para que a Annie el corazón le dé un vuelco y empiece a latirle aceleradamente.

—Haz lo que digo o tu hija morirá lentamente —dice el asesino.

—Haré lo que quieras, pero no le hagas daño.

El asesino olfatea el temor de Annie, y eso le excita. Nota que el miembro se le pone duro.

—Creo que Bonnie estuvo presente mientras el asesino violó y torturó a Annie. Creo que hizo que la niña lo viera —digo.

—¿Por qué? —pregunta James ladeando la cabeza.

—Por varios motivos. El principal es que no mató a Bonnie. ¿Por qué? Para dominar a una segunda persona. Habría sido más fácil matarla. Pero Annie era la presa. El asesino disfruta torturando, sintiendo el temor de sus víctimas. La angustia. El hacer que Bonnie lo contemplara, que Annie supiera que la niña estaba presente, viendo lo que ocurría… Eso debió enloquecer a Annie e intensificar el placer del asesino.

—Estoy de acuerdo —dice James después de darle vueltas durante unos instantes—. Y por otro motivo.

—¿Cuál?

Me mira a los ojos.

—Tú. El asesino también va a por ti, Smoky. Y al lastimar a Bonnie te hiere más profundamente.

Miro a James sorprendida.

Tiene razón.

El tren funesto pasa resoplando, cogiendo velocidad…

—Haz lo que te digo o le haré daño a tu madre —dice el asesino a Bonnie. Utiliza el amor que madre e hija sienten mutuamente como una aguijada, conduciéndolas hacia el dormitorio.

—El asesino las lleva al dormitorio —digo. Echo a andar por el pasillo seguida por James. Entramos en la habitación—. Las encierra aquí —añado cerrando la puerta. Imagino a Annie observándole cerrar la puerta sin pensar que no volvería a verla abrirse.

James contempla la cama, pensando, imaginando la escena.

—El asesino tiene que someterlas a las dos —dice—. Bonnie no le presenta ningún problema, pero no puede bajar la guardia hasta que haya atado a Annie.

—En el vídeo aparece esposada a la cama.

—Ya. O sea que el asesino hizo que Annie se esposara ella misma. Sólo necesitaba que se esposara de una muñeca.

—Toma —debió de decir el asesino a Annie, sacando unas esposas de una bolsa y arrojándoselas…

No, eso no encaja. Rebobinemos.

El asesino apoya el cuchillo en el cuello de Bonnie. Mira a Annie. La mira de arriba abajo, apoderándose de ella con la mirada. Asegurándose de que capta sus intenciones.

—Desnúdate —le dice—. Desnúdate para mí.

Annie duda unos segundos, y el asesino mueve el cuchillo sobre el cuello de Bonnie.

—Desnúdate.

Ella se desnuda, llorando, mientras Bonnie observa. Se deja el sujetador y las bragas, un último gesto de resistencia.

—¡Quítatelo todo! —grita el asesino agitando el cuchillo.

Annie obedece, llorando a lágrima viva.

No. Rebobinemos.

Annie obedece tragándose las lágrimas. Quiere ser fuerte para que su hija no se asuste más. Se quita el sujetador y las bragas mientras mira a Bonnie a los ojos. Mírame, le dice mentalmente, mira mi cara. No le mires a él.

El asesino saca las esposas de la bolsa que lleva.

—Espósate una muñeca a la cama —ordena a Annie—. Enseguida.

Ella obedece. Cuando el asesino oye el clic del trinquete saca de la bolsa otros dos pares de esposas, que coloca alrededor de las pequeñas muñecas y los tobillos de Bonnie. La niña está temblando. El asesino hace caso omiso de sus sollozos mientras la amordaza. Bonnie mira a su madre con expresión implorante. Una expresión que dice: «¡Haz que se detenga!» Los sollozos de Annie se intensifican.

El asesino procede con cautela, con sumo cuidado. No se permite relajarse todavía. Se acerca a Annie y esposa su otra muñeca a la cama. Luego la sujeta por los tobillos. Por último la amordaza.

Ahora ya puede relajarse. Su presa está sujeta. No puede escapar, no escapará.

No escapó, pienso.

Ahora el asesino puede saborear el momento.

Lo coloca todo lenta y pausadamente. Coloca la cama, la videocámara en el ángulo adecuado. Lo hace todo con una simetría que es importante para él, vital. No hay que apresurarse. Omitir un detalle significa restarle belleza al acto, y el acto lo es todo. Es su aire y su agua.

—La cama —dice James.

—¿Qué? —pregunto mirándole perpleja.

Él se levanta y se acerca al pie de la cama. La cama de Annie es de matrimonio, formada por unas piezas de madera lisas y redondeadas. Un mueble de gran envergadura.

—¿Cómo consiguió moverla? —pregunta James acercándose al cabecero y observando la moqueta—. Hay señales que indican que la arrastró. De modo que la arrastró hacia donde se encontraba él. —Se coloca de nuevo al pie de la cama—. Debió sujetarla por aquí y tiró de ella al tiempo que retrocedía. Debió utilizar algo a modo de palanca… —Se arrodilla en el suelo—. Supongo que la agarró por la parte de los pies y la alzó. —James se levanta y se sitúa a un lado de la cama, se tumba de espaldas y se mete debajo de ella hasta los hombros. Veo que enciende la linterna y luego la apaga. Cuando sale de debajo de la cama está sonriendo—. No hay indicio de polvo para recoger huellas.

BOOK: El hombre sombra
11.2Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Dark Energy by Robison Wells
Life After Joe by Harper Fox
Child Of Music by Mary Burchell
The Man at Mulera by Kathryn Blair
The Connicle Curse by Gregory Harris
A Fatal Fleece by Sally Goldenbaum
The Seeds of Time by Kay Kenyon
Phantom Prey by John Sandford