El hombre sonriente (10 page)

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BOOK: El hombre sonriente
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Se levantó y fue a echarse en el sofá de la sala de estar. «Un anciano aparece muerto en medio de una finca y sentado en su coche», comenzó. «Vuelve a casa tras una visita a uno de sus clientes. Una vez realizada la investigación, de carácter rutinario, el caso queda cerrado y clasificado como accidente de tráfico. Sin embargo, el hijo del muerto empieza a dudar de inmediato de dicha tesis. Las dos razones que aduce son, por un lado, que el padre jamás se habría atrevido a conducir a gran velocidad en una noche de niebla como aquélla y, por otro, que durante los meses que precedieron al accidente él lo había notado inquieto o angustiado, pese a los intentos del padre por ocultarlo.»

De pronto, Wallander se sentó de un salto en el sillón pues, de forma instintiva, había detectado un marco o, mejor dicho, algo que no lo era, un marco falso, amañado para que no se descubriese lo que en verdad sucedió.

Continuó con su razonamiento. Sten Torstensson nunca pudo probar del todo que no se trató de un simple accidente. Él no llegó a ver la pata de la silla en el terreno de la finca, seguramente, nunca se planteó por qué había una silla vieja en el maletero del coche de su padre. Y precisamente por eso, porque no había logrado localizar ninguna prueba, recurrió a Wallander. Se tomó la molestia de enterarse de dónde estaba y de viajar hasta allí.

Por otro lado, había dejado una pista falsa. Una postal de Finlandia. Cinco días después, lo asesinan a tiros en su despacho, y en esta ocasión no hay motivos para dudar de que se trate de un asesinato.

En este punto, se dio cuenta de que había perdido el hilo. Aquello que le había parecido adivinar, aquel marco superpuesto a otro, se perdió como por encanto en una tierra de nadie.

Estaba cansado y aquella noche no llegaría más lejos en su meditar. Además, sabía por experiencia que los presentimientos volverían, si es que eran importantes.

Fue a la cocina, fregó la taza del café y recogió las anotaciones desechadas esparcidas por el suelo.

«He de empezar por el principio», se dijo. «Pero ¿dónde estará el principio? ¿Gustaf Torstensson? ¿Sten Torstensson?»

Por último, se fue a la cama, aunque le costó dormirse pese al agotamiento. Allí tumbado, se preguntó sin gran interés por la razón que habría movido a Ann-Britt Höglund a cursar estudios en la Escuela de Policía.

La última vez que miró el reloj, eran las dos y media. Despertó poco después de las seis, con falta de sueño y aún cansado, pero se levantó enseguida de la cama con la sensación poco clara de haberse quedado dormido más de la cuenta. Minutos antes de las siete y media, cruzaba las puertas de la comisaría y comprobaba, con gran satisfacción, que Ebba ocupaba su lugar habitual en la recepción. Al verlo, se levantó y se dirigió hacia él. Wallander vio que estaba conmovida y enseguida se le hizo un nudo en la garganta—

—No podía creérmelo —exclamó ella—. ¿De verdad que has vuelto a incorporarte?

—Eso me temo —contestó Wallander.

—¡Vaya! Creo que voy a echarme a llorar —balbuceó Ebba.

—No, por favor, eso no —rogó Wallander en tono de chanza—. Ya hablaremos luego.

La dejó tan pronto como pudo y se apresuró pasillo arriba. Cuando entró en su despacho, se dio cuenta de que lo habían limpiado a fondo. Sobre la mesa, halló una nota en la que alguien había escrito que tenía que llamar a su padre. A juzgar Por la enrevesada caligrafía, dedujo que habría sido Svedberg quien había atendido la llamada la noche antes. Dejó la mano sobre el auricular durante un rato, hasta que decidió que llamaría más tarde. Entonces, sacó la síntesis que había redactado por la noche y leyó lo que había escrito. El presentimiento que le había sobrevenido, la sospecha de que, pese a no haber hecho más que empezar, se podría distinguir un escenario en el que encuadrar los hechos, se resistía a presentársele de nuevo y apartó los papeles. «Es demasiado pronto», se consoló. «Acabo de volver, tras un año y medio de inactividad profesional y tengo aún menos paciencia que antes.» Irritado consigo mismo, volvió a echar mano del bloc y lo abrió por una página en blanco.

Era consciente de que debía empezar desde el principio otra vez pero, dado que nadie podía indicar, sin temor a equivocarse, dónde se hallaba ese principio, tenía que ponerse a investigar con amplitud de miras y sin presuposiciones. Invirtió media hora más o menos en plasmar sobre el papel un boceto de la articulación del trabajo, sin dejar de pensar que, en realidad, debería ser Martinson quien dirigiese la investigación pues, si bien era cierto que había retomado su puesto, tampoco quería asumir toda la responsabilidad de forma inmediata.

En ese momento, sonó el teléfono. Vaciló un instante pero, al cabo, descolgó el auricular.

—¡Vaya! ¿Qué buenas noticias son esas que han llegado a mis oídos? No sabes lo que me alegro —se oyó exclamar a Per Åkeson.

Era uno de los fiscales regionales con los que Wallander había establecido una relación más cordial a lo largo de los años. En más de una ocasión se habían enzarzado en acaloradas discusiones acerca de cómo interpretar el material de algún caso. A veces, Wallander había llegado a sentirse indignado cuando el fiscal se había negado a aceptar las pruebas presentadas como suficientes para ordenar la detención. Sin embargo, su visión del trabajo era básicamente la misma.

Ambos se sentían igualmente disgustados cuando la investigación de un crimen se veía marcada por un proceder negligente.

—He de admitir que me siento un tanto extraño —confesó Wallander.

—Los rumores de que te iban a dar la jubilación por enfermedad no han cesado de circular —le reveló Per Åkeson—. Alguien debería advertirle a Björk que no estaría de más que atajase esa tendencia al cotilleo que caracteriza al cuerpo.

—No eran rumores —corrigió Wallander—. Lo cierto es que estaba decidido a dejarlo.

—¿Se puede saber qué te hizo cambiar de opinión?

—Cosas que pasan —respondió Wallander evasivo.

Notó que Per Åkeson esperaba que ampliase la aclaración, pero no añadió nada más.

—En fin, me alegro de que hayas vuelto —confesó tras el largo silencio de Wallander—. Además, estoy seguro de que puedo decir lo mismo en nombre de mis colegas.

Wallander empezaba a sentirse mal ante los torrentes de amabilidad que le prodigaban y en cuya sinceridad tanto le costaba creer.

«Un prado florido y un cenagal», sentenció para sí. «Recorremos la vida con un pie en cada uno.»

—Supongo que te harás cargo de la investigación del abogado Torstensson —señaló Per Åkeson—. En tal caso, sería conveniente que nos viésemos hoy mismo para determinar en qué punto nos hallamos.

—No creo que me encargue yo —puntualizó Wallander—. Pero sí he pedido poder participar. Imagino que alguno de los otros dirigirá las pesquisas.

—Bueno, yo en eso no voy a meterme —aclaró Per Åkeson—. De todos modos, estoy encantado con tu regreso. ¿Has tenido tiempo de ponerte un poco al día?

—No mucho.

—Por lo que yo sé, no contamos con ninguna pista decisiva, por ahora.

—Björk sospecha que la investigación será larga.

—Y tú, ¿qué opinas?

Wallander reflexionó un segundo antes de responder.

—Todavía, nada.

—Sí, vivimos una época de inseguridad cada vez más evidente —concluyó Per Åkeson—Aumentan las amenazas, a veces bajo forma de cartas anónimas. Las instituciones, que antes mantenían sus puertas abiertas, cierran ahora sus oficinas como si se tratase de búnkeres. En mi opinión, es inevitable que intentéis dar con la clave rebuscando a fondo entre sus clientes. Al menos, como una sugerencia válida. Es posible que alguno esté menos satisfecho de lo que pueda parecer.

—Sí, ya hemos empezado con eso —lo informó Wallander.

Antes de concluir la conversación, acordaron encontrarse aquella misma tarde en la fiscalía. El inspector se obligó, pues, a sumergirse de nuevo en el plan de búsqueda que había esbozado, pero le fallaba la capacidad de concentración. Malhumorado, dejó el bolígrafo y fue a buscar una taza de café. Se apresuró a volver al despacho, pues prefería no toparse con nadie. Habían dado ya las ocho y cuarto cuando empezó a tomarse el café mientras se preguntaba cuánto tardaría en remitir aquella timidez suya. A las ocho y media, se levantó, recogió sus notas y se dirigió a la sala de reuniones. Por el camino, fue considerando lo poco que se había avanzado durante los cinco o seis días transcurridos desde que hallaron el cadáver de Sten Torstensson. Él sabía que no había dos investigaciones iguales, pero siempre se originaba una urgencia muy intensa entre los agentes implicados en un caso como aquél.

Mientras caminaba pasillo arriba, resolvió que algo tenía que haber cambiado durante su ausencia, aunque no fue capaz de adivinar qué podía ser.

A las nueve menos veinte estaban ya todos reunidos y Björk dejó caer las manos sobre el tablero, en señal de que el grupo de investigación podía empezar a trabajar y, sin más, interpeló a Wallander.

—Kurt, tú que has llegado en mitad de todo el lío lo puedes ver con más claridad. ¿Cuál ha de ser el siguiente paso?

—No creo que sea yo el más indicado para decidir tal cosa —rechazó Wallander—. Aún no he tenido tiempo de ponerme al corriente de todo.

—Ya, pero, por otro lado, tú eres el único que ha aportado algo útil —objetó Martinson—. Si no te conociese… Anoche mismo estuviste esbozando un plan de búsqueda, ¿me equivoco?

Wallander asintió. De pronto, se dio cuenta de que, en realidad, no le importaba lo más mínimo asumir la responsabilidad de aquel caso.

—He intentado hacer una síntesis —comenzó—. Pero antes, quisiera contaros algo que sucedió hace poco más de una semana, mientras yo estaba en Dinamarca—A decir verdad, tendría que habéroslo dicho ayer mismo. Pero es que tuve un día más que ajetreado.

Dicho esto refirió, ante la perplejidad de sus colegas, la visita de Sten Torstensson a Skagen, realizando un gran esfuerzo por no omitir ni olvidar ningún detalle.

El silencio más absoluto reinó en la sala hasta que Björk tomó la palabra, sin esmerarse en ocultar su malestar.

—Pues sí que resulta curioso —prorrumpió—. No termino de comprender cómo es que Kurt siempre se ve envuelto en situaciones que escapan a nuestras normas y protocolos.

—Yo le dije que se dirigiese a vosotros en busca de ayuda —se defendió Wallander, notando que empezaba a sentirse ofendido.

—Bien, no es momento de ponernos a discutir —prosiguió Björk impertérrito—Aunque convendrás en que no deja de resultar extraordinario. A efectos puramente prácticos, implica, además, que hemos de reconsiderar la investigación del accidente de tráfico de Gustaf Torstensson.

—Yo opino que es tan natural como necesario que avancemos en dos frentes —indicó Wallander—. La suposición es, en cualquier caso, que han sido dos las personas asesinadas, y no sólo una. Por si fuera poco, se trata de un padre y su hijo. Más aún, tenemos que pensar en dos direcciones al mismo tiempo. Puede que exista una solución oculta en sus respectivas vidas privadas. Sin embargo, cabe la posibilidad de que la clave se halle en su vida profesional, como abogados a cargo del mismo despacho. El hecho de que Sten Torstensson requiriese mi ayuda y me mencionase el desasosiego de que era víctima su padre puede inducirnos a pensar que la respuesta la tiene Gustaf Torstensson. Pero, no podemos estar seguros de ello, entre otras razones, porque Sten le envió a la señora Dunér una postal desde Finlandia, pese a que se encontraba en Dinamarca.

—Lo cual nos revela otro dato —apuntó Ann-Britt Höglund de forma inesperada.

Wallander asintió, antes de concluir el razonamiento de la colega.

—Que Sten Torstensson contaba con que también su vida estuviese sujeta a algún tipo de amenaza. ¿No es eso lo que quieres decir?

—Así es —confirmó Ann-Britt Höglund—. ¿Por qué, si no, iba a dejar una pista falsa?

Martinson alzó la mano para pedir la palabra.

—Lo más sensato será, a mi entender, que nos dividamos —sugirió—. Unos nos dedicaremos al padre y otros al hijo. Después tendremos ocasión de comprobar si nos topamos con algo que nos lleve en dos direcciones al mismo tiempo.

—Eso es precisamente lo que pienso yo —convino Wallander—. Por otro lado, no me abandona la sensación de que hay algo curioso en todo este asunto. Algo en lo que ya deberíamos haber reparado.

—Todos los asesinatos son curiosos —comentó Svedberg.

—No, pero hay algo… —insistió Wallander—. En fin, siento no poder explicarme mejor.

Björk los exhortó a concretar.

—Bien, puesto que yo ya he empezado a hurgar en la muerte de Gustaf Torstensson, puedo seguir con ello, si no tenéis nada que objetar.

—Entonces, los demás nos encargaremos de Sten Torstensson —propuso Martinson—. Supongo que tú prefieres trabajar en solitario, como de costumbre. Al menos al principio.

—No necesariamente —opuso Wallander—. Sin embargo, si no lo he entendido mal, parece que el caso del hijo se presenta bastante más complicado que el del padre, cuya clientela era muy inferior en número. Me da la impresión de que la vida de éste es más transparente.

—Muy bien. Lo acordamos así, pues —prorrumpió Björk cerrando su agenda con estrépito—. Nos veremos, como siempre, todos los días a las cuatro de la tarde. Por cierto, yo necesito ayuda con una conferencia de prensa que se celebrará hoy.

—Yo no puedo —se apresuró a decir Wallander—. No lo soportaría.

—Bueno, yo había pensado en Ann-Britt —aclaró Björk—. No está de más que la gente sepa que está con nosotros.

—Me encantará —repuso ella, para sorpresa de todos—. Eso también es algo que debo aprender.

Después de la reunión, Wallander le pidió a Martinson que aguardase un momento. Una vez que se hubieron quedado solos, cerró la puerta.

—Tú y yo tenemos que hablar —afirmó Wallander—. Me siento como si hubiese entrado aquí a codazos a tomar el mando, cuando lo que debía haber hecho era firmar mi solicitud de despido.

—Como comprenderás, todos estamos sorprendidos —repuso Martinson—. No eres el único que se siente inseguro aquí.

—Es que temo andar pisándole a la gente los dedos de los pies —precisó Wallander.

Martinson rompió a reír. Después se sonó la nariz, antes de responder:

—El cuerpo de Policía sueco está compuesto de un sinfín de dedos y talones doloridos, que constituyen sus puntos vulnerables. Cuanto más nos parecemos a los funcionarios, más se intensifica la competitividad por hacer carrera. Al mismo tiempo, la burocratización creciente es un campo de cultivo perfecto para equívocos y malentendidos, que son los verdaderos talones de Aquiles del cuerpo. A veces comprendo que Björk se sienta tan angustiado por el cariz que está tomando la profesión. ¿En qué quedará el simple y llano trabajo policial?

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