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El hombre sonriente (5 page)

BOOK: El hombre sonriente
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—No —mintió Wallander.

—Vuelve a tu puesto —rogó Martinson—. Te necesitamos para aclarar este caso, entre otras cosas…

—No —replicó Wallander—. He tomado una decisión. Ya te lo explicaré cuando nos veamos. Ystad es una ciudad pequeña. Ya nos encontraremos por la calle, antes o después.

Dicho esto, concluyó la conversación.

Y en ese preciso momento, tomó conciencia de que lo que acababa de decirle a Martinson había dejado de ser verdad. Todo había cambiado, en tan sólo unos minutos.

Permaneció así, inmóvil junto al teléfono de la entrada, durante más de cinco minutos. Transcurrido este tiempo, se tomó el café, se vistió y bajó hasta el coche. Poco después de las siete y media cruzaba de nuevo, por primera vez en un año y medio, las puertas de la comisaría. Le hizo una seña a modo de saludo al policía de la recepción, se fue derecho al despacho de Björk y llamó a la puerta. El comisario jefe lo recibió de pie. Wallander comprobó que había perdido peso y notó que no sabia cómo manejar la situación.

«Se lo pondré fácil», resolvió Wallander. «Aunque, de entrada, le costará comprenderlo tanto como a mí mismo.»

—Puedes imaginarte lo contentos que estamos de que te encuentres mejor —comenzó Björk, tanteando el terreno—. Por supuesto que habríamos preferido que hubieses vuelto a tu puesto, en lugar de abandonarnos. Aquí te necesitamos. —Abrió los brazos con un gesto de abatimiento, señalando el escritorio atestado de papeles—. Hoy tengo que adoptar sendas posturas con respecto a dos asuntos tan distintos como la propuesta del nuevo uniforme de la policía y otro de esos inescrutables borradores para las modificaciones del actual sistema de gobiernos civiles, con sus agentes y sus jefes. ¿Estás al corriente de ello?

Wallander negó con un gesto.

—Y yo me pregunto adónde iremos a parar —prosiguió Björk—. Si al final triunfa la propuesta del nuevo uniforme, los agentes de policía tendrán en adelante un aspecto indefinible, entre carpinteros y conductores de tren, creo yo.

En este punto, lanzó una mirada cómplice a Wallander, que seguía sin pronunciar palabra.

—En los años sesenta, la policía pasó a ser estatal —le recordó Björk—. Y ahora quieren cambiarlo todo de nuevo. Ahora, el Parlamento pretende eliminar los gobiernos civiles y sustituirlos por lo que ellos llaman una policía regional. Pero la policía siempre ha sido regional, ¿no? ¿Qué otra cosa podría ser la policía? La legislación regional perdió su vigencia durante la Edad Media. ¿Cómo quieren que llevemos a cabo el trabajo diario, si nos ahogan en un río de intrincados borradores de memorias? Por si fuera poco, tengo que preparar una ponencia para una conferencia, absurda por demás, sobre algo que han dado en llamar «técnicas de rechazo». O sea, dicho en cristiano, sobre cómo actuar a la hora de acomodar en autobuses y transbordadores a aquellos a quienes se ha negado el permiso de residencia, a fin de evitar el alboroto provocado por la resistencia que puedan oponer.

—Ya veo que no es poco lo que tienes que resolver —contestó Wallander, al tiempo que pensaba que aquél era, sin duda, el Björk de siempre: en lugar de tener bajo control su papel de jefe, era más bien el papel el que lo tenía sojuzgado a él.

—Claro, pero tú no pareces comprender que necesitamos a todos los agentes eficaces que existan —resumió Björk mientras se dejaba caer sobre la silla—. Aquí están todos los documentos —prosiguió—. A falta de tu firma. Es lo único que precisamos para que te conviertas en un ex policía. Aunque me cueste, sé que he de aceptar tu determinación. Por cierto, espero que no te moleste que haya convocado una conferencia de prensa a las nueve. Después de todo, durante los últimos años, te has convertido en un policía famoso, Kurt. Cierto que te has comportado de forma algo extraña de vez en cuando, pero también lo es que nuestro buen nombre le debe mucho a tu labor como inspector. Incluso dicen que hay estudiantes de la Escuela Superior de Policía que afirman que tú has inspirado su vocación.

—Eso no me lo creo —aseguró Wallander—. Y ya puedes estar cancelando la conferencia de prensa.

Wallander notó que Björk empezaba a irritarse.

—¡Imposible! —exclamó—. Eso es lo menos que puedes hacer por tus colegas. Además, hasta saldrá un artículo sobre ti en Svensk Polis, la revista de la policía.

Wallander se aproximó al escritorio.

—No pienso irme —declaró—. He venido para empezar a trabajar de nuevo.

Björk lo miraba perplejo.

—No habrá conferencia de prensa —continuó Wallander—. Vuelvo a estar de servicio hoy mismo. Me pondré en contacto con el médico para que me dé el alta. Me encuentro perfectamente y quiero volver al trabajo.

—Espero que esto no sea una broma de mal gusto —dijo Björk.

—No lo es —aseguró Wallander—. Ha sucedido algo que me ha hecho cambiar de opinión.

—Pues ha sido muy repentino.

—Así es, para mí también —admitió Wallander—. Hace exactamente una hora escasa que mudé de parecer. Pero ha de ser con una condición. O, más bien, un deseo.

Björk asintió expectante.

—Quiero que se me asigne el caso de Sten Torstensson. ¿Quién es el responsable de la investigación en este momento?

—Todos están involucrados en ese caso —contestó Björk—. Svedberg, Martinson y yo mismo constituimos la cabeza de grupo. El fiscal responsable es Per Åkeson.

—Sten Torstensson era amigo mío —aclaró Wallander.

Björk asintió comprensivo antes de ponerse en pie de nuevo.

—¿Entonces, es cierto? ¿Has cambiado de opinión?

—Ya lo has oído.

Björk rodeó el escritorio y se colocó delante de Wallander.

—Pues hace mucho tiempo que no recibo una noticia tan buena —afirmó—. Tus colegas se van a llevar una sorpresa.

—¿Quién ocupa mi antiguo despacho?

—Hanson.

—Pues me gustaría recuperarlo, si es posible, claro.

—Por supuesto que si. Además, Hanson estará fuera toda la semana; va a un curso de formación continua. Así que puedes instalarte de inmediato.

Recorrieron el pasillo hasta que alcanzaron la puerta del que había sido el despacho de Wallander.

La placa con su nombre había desaparecido, y esto lo llenó de indignación por un instante.

—Necesito estar a solas durante una hora —pidió Wallander.

—Bien. Hemos quedado a las ocho y media para poner en marcha la investigación del caso de Torstensson —le comunicó Björk—. En la sala pequeña. ¿Estás seguro de que va en serio?

—¿Por qué no habría de estarlo?

Björk dudó un segundo, antes de continuar.

—Pues, la verdad, ha habido ocasiones en que has dado muestras de un comportamiento poco sensato, imprevisible… Eso es algo indiscutible.

—Ya, bueno. No olvides cancelar la conferencia de prensa —atajó Wallander.

Björk le tendió la mano.

—Bienvenido.

—Gracias.

Wallander cerró la puerta tras de sí y descolgó el teléfono. Echó una ojeada a su alrededor. El escritorio era nuevo. Hanson se lo habría traído de su despacho. Pero la silla era la suya.

Se quitó la chaqueta y la colgó antes de tomar asiento.

«El mismo olor», se dijo. «El mismo detergente para suelos, el mismo aire reseco, el mismo débil aroma a toda esa cantidad ingente de café que consumimos en esta casa.»

Así permaneció, sentado, a lo largo de un buen rato. Durante más de un año había estado padeciendo un tormento indecible, en busca de la verdad sobre sí mismo y su futuro. La decisión maduró de forma paulatina y se había sobrepuesto a la falta de determinación. Después, con sólo abrir un periódico, todo había cambiado de nuevo.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió que un estremecimiento de satisfacción recorría todo su cuerpo.

Había tomado una decisión. Aún no sabía decir si era correcta o no. En cualquier caso, eso había dejado de ser importante. Se inclinó sobre la mesa, echó mano de su bloc escolar y escribió tan sólo dos palabras:

«Sten Torstensson».

Wallander había vuelto a su puesto.

3

A las ocho y media, cuando Björk cerró la puerta de la sala de reuniones, Wallander sintió que, en realidad, nunca había estado ausente de su trabajo, como si el año y medio que había transcurrido desde la última vez que participó en una reunión de trabajo hubiese desaparecido de un plumazo. Parecía que acabase de despertar de un largo sueño, durante el cual el tiempo hubiese dejado de existir.

Así pues, allí estaban todos, como solían hacer, en torno a la mesa ovalada. Puesto que Björk no les había revelado nada aún, Wallander supuso que sus colegas esperaban oír un pequeño discurso de despedida y agradecimiento por los años de colaboración. Después, Wallander se retiraría y ellos volverían a hundirse en sus anotaciones y a continuar planificando la búsqueda del asesino de Sten Torstensson.

Wallander se dio cuenta de que se había sentado en su lugar habitual, a la izquierda de Björk. La silla que había a su lado estaba vacía, como si ninguno de sus compañeros quisiera sentarse demasiado cerca de alguien que, en realidad, ya no pertenecía al grupo. Sentado frente a él estaba Martinson, que se sonaba la nariz con estrepitoso trompeteo. Wallander se preguntaba si recordaba haber visto alguna vez a Martinson recuperado de su eterno resfriado. Y junto a Martinson, Svedberg se balanceaba en la silla mientras se rascaba la calva con un lápiz.

«Es decir, que todo seguiría igual, de no ser por la mujer de los vaqueros y camisa azul que está sentada, algo apartada, al otro extremo de la mesa» constató Wallander. No la había visto nunca, hasta aquel momento, pero sabía quién era o, al menos, cómo se llamaba. Hacía ya casi dos años que se había comentado por primera vez que las fuerzas de la policía de Ystad se verían incrementadas con un nuevo agente de la brigada criminal. Fue entonces cuando oyó el nombre de Ann-Britt Höglund, una joven agente que había obtenido su título de la Escuela Superior de Policía hacia apenas tres años, y que había logrado destacarse en tan corto espacio de tiempo. En el examen final, había obtenido una mención especial por los resultados conseguidos durante sus estudios y como alumna modelo para todos los estudiantes. Era originaria de Svarte, pero había crecido en Estocolmo. Los distintos distritos policiales estuvieron disputándosela, hasta que ella hizo saber que deseaba regresar a su región de origen con un puesto en la comisaría de Ystad.

Wallander captó su mirada y ella respondió con una sonrisa fugaz.

«Es decir, que las cosas han cambiado», se corrigió enseguida. «Con una mujer entre nosotros, las cosas nunca serán como eran.» Ya no avanzó más en su reflexión. Björk se había levantado y Wallander tomó conciencia de que empezaba a sentirse algo nervioso. ¿No habría llegado demasiado tarde? ¿No lo habrían despedido ya, sin que él lo supiese?

—En condiciones normales, las mañanas de los lunes suelen ser bastante duras —comenzó Björk—. En especial cuando debemos empezar por enfrentarnos al más que extraño y desagradable asesinato de uno de nuestros colaboradores, como lo era el abogado Torstensson. Sin embargo, hoy tengo la oportunidad de comenzar la reunión con una buena noticia. Kurt ha solicitado el alta médica, se considera recuperado y empezará a trabajar de nuevo hoy mismo. Yo he sido el primero en darte la bienvenida, sí. Pero estoy convencido de que todos tus colegas piensan como yo. Incluso Ann-Britt, a la que aún no conoces.

Un denso silencio se adueñó de la sala. Martinson fijaba en Björk una mirada incrédula, mientras que Svedberg observaba a Wallander con gesto interrogante. Ann-Britt Höglund parecía simplemente no haber entendido una palabra de lo dicho por Björk.

Wallander comprendió que no le quedaba otro remedio que intervenir.

—Así es —confirmó—. Hoy me incorporo de nuevo a mi puesto.

Svedberg dejó de balancearse en la silla y dio unas sonoras palmadas sobre la mesa.

—¡Eso es estupendo, Kurt! ¡Vaya, que me aspen si hubiéramos podido arreglárnoslas ni un solo día más sin ti!

El comentario espontáneo de Svedberg provocó la carcajada unánime. Uno a uno, fueron todos a estrechar la mano de Wallander; Björk intentó hacerse con unos bollos de merengue para el café mientras Wallander, por su parte, a duras penas podía ocultar que se sentía conmovido.

Concluyeron aquel capítulo transcurridos unos minutos: no había tiempo para expansiones de tipo personal, de lo cual Wallander se sintió no poco satisfecho. Abrió el bloc escolar que había tomado de su despacho y en el que no había escrito más que un nombre, el de Sten Torstensson.

—Kurt me ha pedido que le permita entrar de lleno en la investigación del asesinato —aclaró Björk—. Y, por supuesto que así será. Supongo que lo mejor es que le ofrezcamos una síntesis de la situación. Luego le daremos tiempo para que se ponga al corriente de los detalles.

Hizo un gesto de asentimiento a Martinson, que parecía haber adoptado el papel de portavoz que antes desempeñaba Wallander.

—Bien. Lo cierto es que aún me encuentro algo desorientado —admitió Martinson al tiempo que rebuscaba entre sus anotaciones,—. Pero esto es, más o menos, lo que sabemos. La mañana del miércoles 27 de octubre, es decir, hace cinco días, la señora Berta Dunér, secretaria del bufete de abogados, llegó a su trabajo como de costumbre, pocos minutos antes de las ocho. Apenas entró, halló a Sten Torstensson en su despacho, tendido en el suelo, entre el escritorio y la mesa, muerto a tiros. Había sido alcanzado por tres proyectiles, cada uno de los cuales habría resultado mortal sin que se hubiesen producido los otros dos. Dado que en aquel edificio no vive nadie y que se trata de una antigua construcción en piedra de recios muros y, por si fuera poco, situada junto a una carretera de paso, no hemos hallado a nadie que oyese los disparos. O, al menos, nadie se ha puesto en contacto con nosotros por este motivo. Los resultados preliminares de la autopsia indican que le dispararon hacia las once de la noche, lo que encaja con la declaración de la señora Dunér, según la cual él solía quedarse a trabajar hasta muy tarde, y más aún tras la trágica desaparición de su padre.

En este punto de la exposición, se detuvo y miró inquisitivo a Wallander.

—Sí, ya sé que murió en un accidente de tráfico —confirmó Wallander.

Martinson asintió antes de proseguir.

—Éstos son, de forma sucinta, los datos de que disponernos hasta el momento. Es decir, que tenemos bien poco. Ni el móvil ni el arma del crimen ni testigos.

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