Read El jardín olvidado Online
Authors: Kate Morton
Un estremecimiento de excitación recorrió el cuerpo de Cassandra y sintió sus dedos cosquillear de deseo.
—Siéntate y echa una ojeada mientras le doy los toques finales a nuestra cena.
Cassandra no necesitó que se lo dijeran dos veces. Tomó el cuaderno de recortes de encima de la pila y pasó su mano con delicadeza sobre la superficie. El cuero había perdido toda su aspereza y era terso y suave como terciopelo.
Inhalando anticipadamente, Cassandra abrió la tapa y leyó, escrito con bella y precisa caligrafía:
Rose Elizabeth Mountrachet Walker, 1909
. Recorrió las palabras con la yema del dedo y sintió las leves marcas en el papel. Se imaginó la pluma que las había trazado. Con cuidado, pasó las hojas hasta que llegó a la primera anotación.
Un nuevo año. Uno en el que existe la promesa de increíbles eventos. Apenas he sido capaz de concentrarme desde que el doctor Matthews llegó y me dio su veredicto. Confieso que los desmayos de los últimos tiempos me tenían gravemente preocupada, y no era la única. Sólo necesitaba mirar el rostro de mamá para ver la ansiedad escrita en él. Mientras el doctor Matthews me examinaba, yo permanecí inmóvil, los ojos fijos en el techo, obligando a mi mente a apartar el miedo, recordando los momentos más felices de mi vida hasta ese instante. El día de mi casamiento, por supuesto; mi viaje a Nueva York; el verano en el que Eliza llegó por primera vez a Blackhurst… ¡Qué brillantes parecen tales recuerdos cuando la vida que catalogan está amenazada!
Después, cuando mamá y yo nos sentamos una al lado de la otra en el sofá, esperando el diagnóstico del doctor Matthews, su mano tomó la mía. Estaba helada. La miré, pero ella no quiso mirarme. Fue entonces cuando de veras comencé a preocuparme. A través de todas mis dolencias infantiles, mamá era la que mantenía un espíritu positivo. Me pregunté por qué su confianza ahora la había abandonado, qué es lo que había intuido que le daba semejante motivo de preocupación. Cuando el doctor Matthews se aclaró la garganta, apreté la mano de mamá y esperé. Lo que dijo, empero, fue más sorprendente que cualquier otra cosa que pudiera haber soñado
.
—
Espera un niño. Está de dos meses, diría yo. Dios mediante, dará a luz en agosto
.
Oh, pero ¿hay palabras para explicar el gozo que esas palabras provocaron? Después de tanto esperar, los terribles meses de decepción. Un bebé a quien querer. Un heredero para Nathaniel, un nieto para mamá, un ahijado para Eliza
.
A Cassandra le ardían los ojos. Pensar que ese bebé cuya concepción Rose celebraba era Nell, ese bebé desesperadamente deseado era la querida y desplazada abuela de Cassandra… Los sentimientos esperanzados de Rose eran especialmente conmovedores, escritos, tal como estaban, ignorando todo lo que sucedería después.
Pasó con rapidez las páginas del diario, más allá de cintillas y lazos, breves anotaciones dando cuenta de las visitas médicas, invitaciones a varias cenas y bailes en el condado, hasta que finalmente, en diciembre de 1909, encontró lo que estaba buscando.
Aquí está ella. Anoto esto un poco más tarde de lo que me hubiera gustado. Los últimos meses han sido más difíciles de lo esperado, y he tenido poca energía para escribir, pero todo ha valido la pena. Tras tantos meses de espera, de largos intervalos de enfermedad, preocupación y confinamiento, tengo en mis brazos a mi querida niña. Todo lo demás se desvanece. Ella es perfecta. Su piel tan pálida y cremosa, sus labios tan rosados y llenos. Sus ojos son de un profundo azul, pero el doctor dice que eso es siempre así y puede que se oscurezcan con el tiempo. En secreto, espero que se equivoque. Deseo que ella tenga el verdadero color de los Mountrachet, como mi padre y Eliza: ojos azules y cabellos rojos. Hemos decidido llamarla Ivory
.
Es el color de su piel y, como sin duda lo demostrará el tiempo, de su alma
.
—Ya estoy aquí. —Julia estaba balanceando dos humeantes cuencos con pasta y tenía un enorme pimentero bajo el brazo—. Raviolis con piñones y gorgonzola. —Le entregó un bol a Cassandra—. Cuidado, está un poco caliente.
Cassandra tomó el bol ofrecido e hizo a un lado el cuaderno de recortes.
—Huele muy bien.
—Si no me hubiera convertido en escritora, luego en restauradora, y luego en hostelera, habría sido chef. Salud. —Julia alzó su vaso con gin, tomó un sorbo y suspiró—. A veces siento que toda mi vida es una serie de accidentes y oportunidades. No es que me queje. Uno puede ser muy feliz abandonando toda expectativa de control. —Pinchó uno de los raviolis—. Pero ya basta de hablar de mí, ¿qué tal las cosas en la cabaña?
—Muy bien —dijo Cassandra—. Excepto que cuanto más hago, más me doy cuenta de lo que falta por hacer. El jardín está muy descuidado y la casa en sí es un desastre. Ni siquiera estoy segura de que sea estructuralmente sólida. Se supone que debo llamar a un constructor para que le eche una mirada pero no he tenido tiempo todavía, tantas cosas me han tenido ocupada. Todo es muy…
—¿Abrumador?
—Sí, es decididamente abrumador, pero más que eso. Es… —Cassandra hizo una pausa, buscando la palabra exacta, sorprendida al encontrarla— excitante. He encontrado algo en la cabaña, Julia.
—¿Encontrado algo? —Alzó las cejas—. ¿Como en un tesoro escondido?
—Si te gustan los tesoros verdes y fértiles. —Cassandra se mordió el labio inferior—. Es un jardín oculto, un jardín amurallado al fondo de la cabaña. No creo que nadie haya estado dentro en décadas, y no me extraña, los muros son muy altos, completamente cubiertos por setos. Jamás sospecharías que está allí.
—¿Cómo lo has encontrado?
—Por pura casualidad.
Julia sacudió la cabeza.
—No existen las casualidades.
—La verdad es que no tenía idea de que estaba ahí.
—No sugiero que la tuvieras. Sólo digo que tal vez el jardín estaba oculto para quienes no deseaban verlo.
—Bueno, pues estoy contenta de que se me apareciera. El jardín es increíble. Está descuidado, pero debajo de los setos han sobrevivido todo tipo de plantas. Hay senderos, bancos de jardín, comederos para aves.
—Como la Bella Durmiente, dormida hasta que se rompe el encantamiento.
—Eso es lo curioso; no ha estado dormido. Los árboles siguieron creciendo, dando frutas, incluso cuando no hubo nadie para apreciarlo. Deberías ver el manzano, debe de ser centenario.
—Lo es —asintió Julia de repente, sentándose erguida y haciendo su bol a un lado—. O casi. —Revisó los cuadernos de recortes, pasando página tras página, de un lado a otro—. Aja —dijo, señalando una anotación—. Aquí está. Justo después del decimoctavo cumpleaños de Rose, antes de que fuera a Nueva York y conociera a Nathaniel. —Julia se puso unas gafas con montura turquesa y nácar sobre la punta de su nariz y comenzó a leer.
Veintiuno de mayo, 1907. ¡Qué día el de hoy! Y pensar que cuando comenzó creí que iba a sufrir otro interminable día encerrada. (Después que el doctor Matthews mencionó unos pocos casos de resfriados en el poblado, mamá estaba aterrada de que enfermara y pusiera en riesgo el fin de semana en el campo al que asistiremos el próximo mes). Eliza, como siempre, tenía otras ideas. Tan pronto como mamá partió en el carruaje para su almuerzo con lady Phillimore, apareció en mi puerta, las mejillas brillantes (¡cómo envidio el tiempo que pasa fuera!), e insistió en que dejara mi cuaderno de recortes a un lado (porque estaba trabajando contigo, querido diario) y fuera con ella por el laberinto: había algo que tenía que ver
.
Mi primer instinto fue negarme —temía que alguno de los sirvientes pudiera informarle a mamá y no tenía ganas de una discusión, ciertamente no con el viaje a Nueva York en el horizonte—, pero después me di cuenta de que Eliza tenía «esa mirada» en sus ojos, la que tiene cuando ha puesto en marcha un plan que no admite réplica, la «mirada» que me ha causado más raspones de los que tengo intención de recordar en estos últimos siete años
.
Tan excitada estaba mi querida prima que fue imposible no ser arrastrada por su entusiasmo. A veces pienso que ella tiene ánimos para ambas, lo que no está nada mal, teniendo en cuenta que yo estoy con frecuencia desanimada. Casi sin darme cuenta nos estábamos apresurando juntas, cogidas del brazo, riendo. Davies nos estaba esperando a la puerta del laberinto, tambaleándose bajo el peso de una enorme planta en una maceta, y todo el camino Eliza se le acercaba ofreciendo ayudarle (lo cual siempre rechazaba) antes de volver de un salto a donde estaba yo, tomándome de la mano, y arrastrándome tras ella. Continuamos por el laberinto (con cuyos meandros Eliza está muy familiarizada), cruzamos el área central de descanso, pasamos la argolla de bronce que Eliza asegura marca la entrada a un pasaje subterráneo, hasta que llegamos, por fin, a una puerta metálica con una gran cerradura de bronce. Con gran floritura, Eliza sacó una llave del bolsillo de su falda y antes de que tuviera tiempo de preguntarle de dónde había sacado semejante objeto, la puso en la cerradura. La hizo girar y empujó haciendo que la puerta se abriera lentamente
.
Dentro, un jardín. Similar y sin embargo diferente a nuestros otros jardines. Para empezar, está completamente amurallado. Los muros de piedra lo rodean por los cuatro costados, interrumpidos sólo por dos puertas metálicas opuestas entre sí, una sobre la pared norte, y otra en la sur…
—Entonces hay otra puerta —exclamó Cassandra—. No pude encontrarla.
Julia la miró por encima de sus gafas.
—Se hicieron arreglos, alrededor de 1912… 1913… Entre ellos el muro de delante, tal vez quitaron entonces la puerta. Pero aguarda. Escucha esto.
El jardín estaba bien cuidado y con pocas plantas. Tenía el aspecto de un campo en barbecho, esperando ser plantado cuando pasaran los meses invernales. En su centro, un ornado banco metálico junto a un bebedero de piedra para aves, y en el suelo había varios cajones de madera cargados con pequeñas plantas
.
Eliza corrió adentro con toda la gracia de una niña en edad escolar
.
—
¿Qué lugar es éste? —pregunté maravillada
.
—
Es un jardín. Lo he estado cuidando. Deberías haber visto los hierbajos cuando comencé. Pero hemos estado muy ocupados, ¿no es verdad, Davies?
—Ciertamente, señorita Eliza —dijo, depositando la planta junto al muro sur
.
—
Va a ser nuestro, Rose, tuyo y mío. Un lugar secreto en donde poder estar juntas, sólo nosotras dos, tal como lo imaginamos cuando éramos pequeñas. Cuatro muros, puertas cerradas, nuestro paraíso. Incluso cuando no estés bien podrás venir aquí, Rose. Los muros lo protegen de los fuertes vientos del mar, así que podrás escuchar el cantar de los pájaros, oler las flores y sentir el sol en el rostro
.
Su entusiasmo y la intensidad de sus sentimientos eran tales que no pude resistir desear semejante jardín. Miré en torno a los cuidados arriates, las plantas que estaban comenzando a florecer, y pude imaginarme el paraíso que describía
.
—
Oí hablar cuando era muy pequeña de un jardín amurallado oculto en la propiedad, pero pensé que era sólo un cuento
.
—
No lo es —dijo Eliza, con ojos brillantes—. Era verdad, y ahora lo volveremos a la vida
.
—
Ciertamente has trabajado duro. Si el jardín estuvo sin atender todo este tiempo, incluso desde... —Fruncí el ceño, los comentarios que había escuchado de niña volvían ahora a mí. Entonces me di cuenta: sabía exactamente de quién había sido este jardín—. Oh, Liza —dije rápidamente—. Tienes que ser cuidadosa, tenemos que ser muy cuidadosas. Debemos abandonar este lugar y no volver nunca. Si mi padre se enterase…
—
Ya lo sabe
.
La miré con intensidad, más intensidad de la pretendida
.
—
¿Qué quieres decir?
—
Fue el tío Linus quien le dijo a Davies que yo debía ocuparme del jardín. Hizo que Davies despejara el último tramo del laberinto y le dijo que debíamos darle nueva vida al jardín
.
—
Pero él prohibió que nadie entrara en el jardín amurallado
.
Eliza se encogió de hombros, ese gesto suyo que repite con tanta facilidad y que mamá desprecia tanto
.
—
Habrá cambiado de opinión en su corazón
.
En su corazón. Con qué incomodidad semejante idea se aplicaba a mi padre. Era la palabra «corazón» la que lo provocaba. Excepto por una vez en su estudio, cuando estaba escondida bajo su escritorio y lo escuché llorar por su hermana, su "poupée", no puedo recordar haber visto a mi padre comportarse de manera que sugiriera la existencia de un corazón. De pronto lo supe, y sentí una extraña pesadez en la boca del estómago
.
—
Es porque tú eres hija de ella
.
Pero Eliza no me oyó. Se había apartado de mí y estaba arrastrando la maceta hacia un gran pozo junto al muro
.
—
Éste es nuestro primer árbol —dijo—. Vamos a realizar una ceremonia. Por eso era tan importante que estuvieras hoy aquí. Este árbol continuará creciendo, sin importar adonde nos lleven nuestras vidas, y nos recordará por siempre: Rose y Eliza
.
Davies estaba entonces a mi lado, sosteniendo una pequeña pala
.
—
Es el deseo de la señorita Eliza que sea usted quien eche la primera palada de tierra sobre las raíces del árbol, señorita Rose
.
El deseo de la señorita Eliza. ¿Quién iba a argüir contra semejante poder?
—
¿Qué clase de árbol es? —pregunté
.
—
Un manzano
.
Debía haberlo sabido. Eliza siempre tenía el ojo atento al simbolismo, y las manzanas son, después de todo, las primeras frutas
.
Julia alzó la vista del cuaderno de recortes y una lágrima desbordó sus ojos. Se sonó la nariz y sonrió.
—Quiero tanto a Rose. ¿Puedes sentir su presencia aquí, con nosotras?
Cassandra le devolvió la sonrisa. Había comido una manzana del árbol que su bisabuela había ayudado a plantar, casi cien años atrás. Se sonrojó levemente mientras la imagen de la manzana le traía ecos de su extraño sueño. Toda la semana había trabajado junto a Christian, y se las había ingeniado para olvidarlo. Había creído haberse deshecho de él.