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Authors: Katherine Webb

El Legado (48 page)

BOOK: El Legado
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—Tonta —dice en voz baja.

—Gracias.

Se oye un golpe sordo en el piso de arriba. Imagino una maleta llena, bajada de la cama. Dinny aparta rápidamente la mano, la mete en el bolsillo.

—¿Es Beth?

—Beth o el fantasma del pasado de los Calcott. Supongo que está haciendo las maletas. No quiere quedarse ni un día más. —Hago un gesto de indiferencia.

—¿Os vais entonces?

—No lo sé. Yo no quiero. Aún no. Tal vez nunca. —Lo miro. En realidad no creo que pudiera vivir sola en esta casa.

—Ya no habrá ningún Dinsdale ni ningún Calcott en Storton Manor. El fin de una época —dice Dinny, pero no parece lamentarlo.

—¿Vas a seguir ruta? —pregunto. El corazón me da un pequeño vuelco en protesta.

—Tarde o temprano. Este es un lugar horrible para acampar en invierno. Solo estaba aquí por Honey...

—Dijiste que habías visto la esquela de Meredith.

—Bueno, eso también. Pensé que había posibilidades de que tú y Beth estuvierais por aquí.

Por un momento guardamos silencio. Sigo sin estar lo bastante segura de él para sondear la marea que nos separa. Tal vez Dinny siente lo mismo.

—Me gustaría despedirme de Beth antes de que desaparezcáis —murmura.

Asiento. Por supuesto que quiere.

—No tuve oportunidad de hacerlo la última vez que os fuisteis —añade sin rodeos.

—Está arriba. Hemos discutido y no sé si bajará.

Observo sus manos. Cuadradas, sucias. Con medialunas negras debajo de las uñas. Pienso en el barro junto al estanque, en él tirando de mí. Pienso en cómo me sostuvo durante un rato, mientras las brasas se hundían y me temblaba todo el cuerpo. Pienso en su beso. Cómo deseo retenerlo aquí.

—¿Por qué habéis discutido?

—¿Por qué crees? —pregunto con amargura—. No quiere decirme lo que pasó. Pero tiene que enfrentarse a ello, Dinny. ¡Tiene que hacerlo! ¡Es lo que la pone enferma, lo sé!

Dinny suspira bruscamente, cambia el peso del cuerpo de un pie al otro, como si corriera. Se pasa una mano por la frente, exasperado.

—Nunca le dijiste lo que querías decirle, Dinny. Pero... puedes decírmelo a mí.

—Erica...

—¡Quiero saberlo!

—¿Y si lo cambia todo? ¿Y si, por una vez, tu hermana y yo tenemos razón y es mejor que no recuerdes? —Me clava una mirada feroz.

—¡Quiero que cambie todo! ¿Que cambie qué? Ella es mi hermana. La quiero y siempre la querré, no importa lo que hiciera —declaro con firmeza.

—No hablaba de Beth.

—¿De quién entonces? ¿De qué? ¡Dímelo!

—No me grites, Erica. Te oigo. Estoy hablando... de ti y de mí. —Su voz se suaviza.

Guardo silencio durante dos segundos. Parecen durar una eternidad.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir... que lo que pasó podría cambiarlo todo. —Aparta la mirada de mí y cruza los brazos—. ¿No lo entiendes?

Me muerdo el labio inferior y siento que me escuecen los ojos. Luego veo a Beth en el cuarto de baño, tal como estaba anoche; presente de cuerpo, pero escabulléndose. Apago la pequeña llama que Dinny acaba de encender en mi interior.

—Sí, pero tengo que saberlo —susurro.

Me gotea la nariz y me la seco con una mano. Espero a que hable pero no lo hace. Su mirada va del suelo a la puerta y de la puerta a las escaleras, sin detenerse en nada. Aparecen nudos en su mandíbula, cada vez más marcados.

—¡Dímelo, Dinny! Beth y yo nos fuimos corriendo. No sé qué pasó, pero sé que echamos a correr y os dejamos a Henry y a ti en el estanque. Esa fue la última vez que alguien lo vio y quiero que me lo digas. —Mi voz suena extraña, demasiado aguda.

—Beth debería...

—Beth no lo hará. O tal vez sí, algún día. ¡O tal vez intente matarse de nuevo y esta vez lo logre! —grito—. ¡Tengo que sonsacárselo!

Dinny me mira sorprendido.

—¿Trató de matarse? —Jadea—. ¿Por eso?

—¡Sí! Porque estaba deprimida. No solo es infeliz..., está enferma, Dinny. Y quiero saber qué lo causó. Si no me lo dices estarás contribuyendo a que siga como está..., obsesionada. ¡Dime lo que hiciste con el cuerpo! ¡Dime dónde está!

Se me agolpa la sangre en la cabeza como una ola gigantesca, rugiéndome en los oídos.

—¡Erica! —El grito de Beth resuena por el pasillo.

Dinny y yo damos un respingo, como dos niños culpables.

—¡Basta! —grita, bajando corriendo las escaleras. Tiene los ojos muy abiertos, la cara marcada por el miedo.

—Beth, no iba a decírselo... —empieza a decir Dinny, levantando una mano para aplacarla.

—¿Cómo? ¿Por qué no..., solo porque Beth te ha dicho que no lo hagas? —replico.

—¡No se lo digas a nadie! —dice Beth—. ¡Nunca!

Apenas reconozco su voz. Le cojo las manos e intento que me mire, pero tiene los ojos clavados en Dinny y entre ellos pasa algo que no puedo soportar.

—¡Beth! ¡Por favor..., mírame! ¡Mira lo que ha hecho contigo el intentar mantener esto en secreto! Por favor, Beth. Ya es hora de que lo dejes ir. Sea lo que sea, suéltalo. ¡Hazlo por Eddie! Necesita que seas feliz...

—¡No metas a Eddie en esto! —replica, con los ojos bañados en lágrimas.

—¿Por qué no? ¡También está afectando su vida! Tú eres responsable de él. Tienes que ser fuerte por él, Beth...

—¿Qué sabrás tú, Erica? ¿Qué sabes tú de responsabilidad? ¡Si ni siquiera tienes un empleo estable! ¡Cambias de piso cada seis meses! Vives como una estudiante desde que te fuiste de casa... ¡y ni siquiera has tenido un perro! ¡No me hables a mí de responsabilidades! —grita Beth.

Retrocedo dolida.

—Soy responsable de ti —susurro.

—No, no lo eres —replica ella, sosteniéndome la mirada.

—Beth, he intentado hablar contigo desde que volviste —dice Dinny—. Sé que no quieres oír lo que tengo que decirte, pero es importante, y... creo que Erica también tiene derecho a oírlo...

—¡Ella estaba allí, Dinny! Si no se acuerda, no le hace falta hacerlo. Ahora, ¿podemos dejarlo ya, por favor? Dinny..., creo que deberías irte.

—¡No, no debe irse! ¿Por qué iba a hacerlo? Le he pedido que pase. De hecho —me acerco a la puerta y apoyo la espalda contra ella—, nadie se va a ir de aquí hasta que haya oído la verdad. Hablo en serio. Toda la verdad. Ya va siendo hora de que me la digáis.

Mi corazón da vuelcos, me golpea las costillas.

—Como si pudieras detenerme —murmura Dinny.

—¡Para de hacer preguntas, Erica! —grita Beth—. ¡Para!

—Tal vez sea mejor que se lo digas, Beth —dice Dinny suavemente—. No se lo va a decir a nadie. Solo estábamos los tres. Creo... que tiene derecho a saberlo.

Beth lo mira fijamente, muy pálida.

—No —susurra.

—¡Por Dios! —grita él, arrojando los brazos en alto exasperado—. ¡No sé por qué habéis vuelto!

—Dímelo, Dinny —digo con firmeza—. Es la única manera de ayudarla.

La mirada de Beth va de Dinny a mí.

—¡No!

—Dime dónde está Henry, por favor —le suplico a Dinny.

—¡Basta! —me ordena Beth.

Está temblando de manera incontrolable. Dinny aprieta los dientes, mira por encima del hombro, vuelve a mirarme. Echa fuego por los ojos. Parece estar debatiéndose, indeciso. Contengo la respiración y la cabeza me da vueltas en protesta.

—¡Está bien! —chilla, agarrándome el brazo—. Si crees que esta es la única forma de ayudarla, te lo diré. Pero si estás equivocada y todo cambia, no digas que no te advertí. —De pronto está furioso, furioso con nosotras. Me clava los dedos; me aparta de la puerta y la abre de golpe.

—¡No! ¡Dinny..., no! —grita Beth detrás de nosotros cuando él me saca a rastras de la casa.

—¡Basta! ¿Qué estás haciendo? ¿Adónde vamos? —Forcejeo de forma instintiva, tratando de clavarle los talones, pero es mucho más fuerte que yo.

—¿No querías saber dónde está Henry? ¡Te lo enseñaré! —Dinny escupe las palabras. El miedo me atenaza las entrañas. Estoy tan cerca de encontrar a Henry que tengo miedo. Dinny me da miedo. Hay tanta fuerza en él, en su mano; una expresión tan implacable en su cara.

—Dinny, por favor... —digo jadeante. Pero él no hace caso.

—¡Erica! ¡No! —Oigo el grito entrecortado de Beth detrás de nosotros, pero no nos sigue.

Miro por encima de mi hombro y la veo enmarcada en el umbral, con la boca distorsionada, aferrando el marco con las manos para sostenerse.

Dinny me hace cruzar el césped y salimos del jardín a través de los árboles, creo que estamos yendo al estanque. De pronto sé con absoluta seguridad que no quiero ir allí. El miedo hace que me fallen las rodillas; vuelvo a forcejear para liberarme.

—¡Vamos! —replica él, tirando con más fuerza de mí.

Podría arrancarme el brazo de cuajo. Pero no estamos yendo al estanque. Nos dirigimos al oeste. Estamos yendo al campamento. Lo sigo como una sombra rebelde, haciendo eses y tambaleándome detrás de él. El corazón me late con fuerza. Dinny abre la puerta de la furgoneta más cercana sin molestarse en llamar. Harry levanta la vista, sobresaltado; sonríe cuando nos reconoce. Dinny me empuja para que entre; huele a patatas fritas, a perro y a ropa húmeda.

—¿Qué diablos es esto? —Me tiembla la voz. No logro recuperar el Aliento, estoy a punto de desmoronarme.

—¿Querías saber dónde está Henry? —Dinny levanta un brazo y señala a Harry—. Aquí lo tienes.

Lo miro. Se me vacía la cabeza, como si hubieran tirado del tapón. No estoy segura de cuánto tiempo me quedo mirándolo, pero cuando hablo tengo la garganta seca.

—¿Cómo? —La palabra suena débil, una forma frágil alrededor del último resquicio de aire en mi pecho. El suelo se inclina bajo mis pies; la tierra ha salido de su eje y se aleja dando vueltas conmigo, mareada e impotente.

Dinny baja el brazo, cierra los ojos y se los tapa cansinamente.

—Aquí tienes a Henry —repite; y de nuevo oigo las palabras.

—Pero... ¿cómo es posible? ¡Henry está muerto! ¿Cómo puede ser Henry? No es Henry. No es él.

—No está muerto. No murió.

Dinny deja caer la mano y el fuego sale de él. Me observa, pero no puedo moverme. No puedo pensar. Harry sonríe titubeante.

—Intenta no gritar. Le angustia —susurra Dinny.

No puedo gritar. No puedo hacer nada, ni siquiera respirar. La presión aumenta dentro de mi cabeza. Me preocupa que pueda estallarme. Me llevo las manos a las sienes, trato de sostenerme el cráneo.

—Vámonos. Salgamos para hablar —murmura Dinny, cogiéndome el brazo con suavidad.

Se lo aparto y me inclino hacia Harry. Tengo mucho miedo mientras lo miro. Suficiente miedo para que se me doblen las rodillas... dejando oír un golpe seco al tocar el suelo. Suficiente miedo para que me den náuseas. Estoy helada hasta los huesos y toda yo ardo. Aparto los rizos sueltos de la cara de Harry y lo miro a los ojos. Trato de ver. Trato de reconocerlo, pero no puedo.

—No es verdad. ¡Estás mintiendo!

—Vamos, no podemos hablar aquí dentro. —Dinny me levanta y me lleva fuera.

Por segunda vez en doce horas estoy sentada en la caravana de Dinny, temblando confundida y atontada. Prepara café en un cazo abollado que calienta sobre la estufa y el olor es delicioso. Me quemo la boca al beber un sorbo pero siento que me reanima.

—No... puedo creerlo. No lo entiendo —digo en voz baja.

Fuera la puerta golpea. Popeye y Blot ladran entre dientes; es más un saludo que una advertencia. Dinny tiene un tobillo colocado encima del otro, su postura habitual. Me mira serio y nervioso a la vez. Suspira.

—¿Qué es lo que no entiendes? —dice en voz baja, sinceramente interesado.

—Bueno, ¿dónde ha estado todos estos años? ¿Cómo es que nunca lo encontraron? ¡Lo buscaron por todas partes!

—Nunca se busca en todas partes. —Dinny niega con la cabeza—. Ha estado aquí con nosotros; con mi familia o con amigos de mi familia. Hay más de un campamento en el sur de Inglaterra. Mamá y papá tenían un montón de amigos con quienes dejarlo, amigos que cuidaron de él hasta que pasó todo. En cuanto fui lo bastante mayor para ocuparme de él, lo hice.

—Pero... yo lo vi sangrar. Lo vi caer al estanque.

—Y entonces huisteis. Lo saqué del agua y fui a buscar a papá. No respiraba, pero papá logró que volviera a hacerlo. El corte de la cabeza no era tan malo como parecía..., solo sangraba mucho. —Se mira la bota y tuerce el extremo deshilachado de un cordón entre un dedo y el pulgar.

—¿Y luego? ¿No lo llevasteis al hospital? ¿Por qué no fuisteis a pedir ayuda a nuestra casa?

Veintitrés años de mi vida se están reescribiendo detrás de mis ojos, desenrollándose como un ovillo. Apenas puedo fijar la vista ni pensar. Dinny tarda mucho en responder. Se coge la barbilla con una mano, con los nudillos blancos. Me clava la mirada.

—Yo... no podía decir qué había pasado. No podía decir cómo se había hecho daño..., ni quién lo había hecho. De modo que papá... papá pensó que fui yo. Pensó que Henry y yo nos habíamos peleado o algo así, y trató de protegerme.

—Pero podrías haberle dicho que fue un accidente...

—Vamos, Erica. La gente siempre está queriendo demostrar que tiene razón respecto a nosotros: que robamos, que somos delincuentes..., que somos la escoria. Desde que tengo memoria intentan demostrar que tienen razón. A los servicios sociales les habría faltado tiempo para separarme de mamá y papá. Un tiempo en la cárcel y luego a un hogar como es debido, con una familia como es debido...

—No sabes lo que...

—Sí, sí que lo sé. La que no lo sabe eres tú, Erica.

—¿Por qué es... así?

—No por el golpe en la cabeza, eso es seguro. Papá lo llevó a que le viera una vieja amiga, Joanna, que era enfermera en Marlborough. Eso fue esa misma tarde, antes de que nadie supiera siquiera que había desaparecido. Ella le dio unos puntos en la cabeza y dijo que podía haber sufrido una conmoción, pero que no había nada de que preocuparse. íbamos a esperar a que se despertara, y una vez nos aseguráramos de que estaba bien lo dejaríamos cerca del pueblo y desapareceríamos. Ese era el plan. Joanna cuidó de él los primeros días. Estuvo inconsciente dos días seguidos... y luego se despertó.

—Podríais haberlo llevado entonces de vuelta. Podríais haberlo dejado en alguna parte donde alguien lo encontrara. ¿Por qué no lo hicisteis?

—Entonces ya estaban removiendo cielo y tierra. Nos tenían vigilados. No podíamos movernos sin despertar sospechas. Henry les habría dicho que lo habíamos retenido..., cuando lo encontraran. Pero pensamos que tendríamos tiempo para desaparecer. Cuando comprendimos que no teníamos manera de hacerlo volver sin que nos vieran, era demasiado tarde. Y él no estaba bien cuando se despertó. Todo el mundo se dio cuenta. Papá me llevó a verlo, puesto que yo era quien mejor lo conocía. Dime lo que piensas, dijo. No sabía a qué se refería hasta que vi a Henry y hablé con él. Sentado en la cama de invitados de Joanna, con un vaso de naranjada en las manos, como si no supiera qué hacer con él. Habría querido estar en cualquier parte del mundo antes que en esa habitación con él. —Dinny se sujeta el cuero cabelludo con los dedos—. Traté de hablar con él como me dijo papá que hiciera, pero no era el mismo. Estaba totalmente despierto, pero... distante. Aturdido.

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