Read El lenguaje de los muertos Online
Authors: Brian Lumley
—Madre —Harry hablaba ahora lleno de miedo—, tienes que decirles que no sigan con eso. No tienes idea del dolor y los problemas que me causan. Y ya tengo suficientes dificultades para querer sumar otras.
Ya sé que las tienes, hijo
—respondió ella—.
Pero hay problemas y problemas, y las soluciones son diferentes. Y no queremos que los resuelvas mal, eso es todo. ¿Lo comprendes?
Pero Harry, dormido, no lo entendía; sólo comprendía que estaba soñando y que alguien que le amaba intentaba ayudarlo, aunque de manera errónea.
—Madre —dijo, repentinamente enfadado con ella, y con todos los muertos—. Tú tendrías que comprenderme a mí. Métete en la cabeza, de una vez por todas, que me pones en peligro. Tú y los demás muertos. ¡Es como si todos vosotros intentarais matarme!
¡Harry, Harry! ¡Cómo puedes decir eso, hijo mío! ¿Matarte, nosotros? ¡Por el amor del cielo, nada de eso! ¡Tratamos de mantenerte vivo!
—protestó ella.
—Madre, yo…
¡Haaarry!
—La voz de ella se desvanecía, regresaba al lugar de donde venía, tan débil y distante como un nombre olvidado que tenemos en la punta de la lengua, y que no conseguimos recordar pese a intentarlo con todas nuestras fuerzas. Pero un instante más tarde la comunicación cobró nueva fuerza, y él pudo escucharla de nuevo.
Ya ves, hijo
—dijo ella—,
ya no nos preocupamos tanto por ti en ese sentido. Ya no nos resulta doloroso pensar que un día morirás. Sabemos que es así, porque todos morimos. Y gracias a ti hemos comprendido que la muerte no es tan negra como la pintan. Pero entre la vida y la muerte hay un estado intermedio, Harry, y nos han advertido que te aventuras muy cerca de él
.
—¡La no-muerte! —ahora fue Harry quien se asombró cuando el sueño se volvió tan vivido como la realidad—. ¿Y quién te lo ha advertido?
Hay muchos talentos entre los muertos, hijo
—respondió ella—.
Están aquellos con quienes hablamos y en quienes confiamos, y cuyas palabras nunca tememos, y los otros a los que nunca, nunca jamás se debe hablar. En algunas ocasiones has actuado con imprudencia, pero esta vez… el mal… anda suelto…, negro como… nunca
.
El muerto lenguaje de su madre sonaba entrecortado, se desvanecía. Pero Harry estaba seguro de que lo que ella había dicho era importante.
—¡Madre! —la llamó por entre la niebla de los sueños—. ¡Madre!
¡Haaaaarrry!
—Su respuesta sólo fue el débil eco de una voz que se desvanecía…, que ya había desaparecido.
Y luego, algo tocó el rostro de Harry, que despertó sobresaltado y se sentó en el sillón.
—¿Qué pasa? —murmuró despierto a medias. ¿Era una brisa que pasaba? ¿Algo había sacudido el aire del salón?
—¡Shhh! —le hizo callar Sandra desde su cama—. Estabas soñando con tu madre.
Harry recordó dónde estaba y qué estaba haciendo en ese lugar, y durante un instante se mantuvo atento, escuchando rodeado por el silencio y la oscuridad de la habitación. Y poco después preguntó:
—¿Estás despierta?
—No —respondió Sandra—. ¿Pero quieres que lo esté?
—No, sigue durmiendo —susurró él.
Y mientras Harry se sumergía de nuevo en sus sueños, sintió otra vez aquel leve agitar del aire. Pero el sueño ya se había apoderado de él, y Harry no hizo caso de aquello…
En esta ocasión la voz salió del centro de una columna de niebla que apareció en el sueño de Harry, tan húmeda y envolvente como cualquier niebla que él hubiera visto en el mundo de la vigilia. Era una voz muy clara, aunque distante, su señal era fija y persistente. Pero también era oscura, y profunda y áspera y sepulcral como las campanas del infierno. Salió de la niebla y pareció rodear a Harry, ejerciendo presión sobre su mente necroscópica por todos los lados.
¡Ah, amado de los muertos!
—dijo, y Harry lo reconoció de inmediato—
Te he hallado, a pesar de los esfuerzos de quienes quieren protegerte de una criatura muy vieja, muy muerta y completamente inofensiva
.
—¡Faethor Ferenczy! —respondió Harry.
Haaarry Keeooogh
—canturreó el otro con su profunda voz—.
Pero dime, Harry, ¿qué significa el énfasis que percibo en tu voz cuando pronuncias mi nombre? ¿Es pavor? ¿Tiemblas ante el poder que alguna vez tuve? ¿O es otra cosa? ¿Miedo, tal vez? Pero ¿es eso posible, miedo en alguien que antes nunca lo tuvo? Harry, hijo mío, dime qué te ha cambiado tanto
.
—No soy tu hijo, Faethor —respondió Harry de inmediato, y en su voz se percibió algo del espíritu que le animara en tiempos pasados—. Mi nombre está limpio, no lo manches.
¡Ahhh! —
La monstruosa y sibilante criatura sonrió en la mente de Harry—
Eso está mejor; ahora hablas como el Harry que yo conocí
.
—¿Qué quieres, Faethor? —preguntó Harry, con desconfianza y cautela—. ¿Has oído decir a los muertos que estoy en un aprieto y vienes a mofarte de mí?
¿Tú, en un aprieto?
—dijo Faethor con fingido asombro, pero sin alcanzar a ocultar su sarcasmo—.
¿Es eso posible? ¿Con tantos amigos como tienes? ¿Con todos los muertos dispuestos a aconsejarte y a guiarte?
Harry conocía muy bien las maneras de los vampiros incluso en sueños. Y aunque los vampiros pertenecieran a la variedad de los ya extintos e inofensivos.
—Faethor —dijo—, estoy seguro de que sabes muy bien cuál es el problema; pero como me has preguntado, te lo explicaré. Sólo soy un necroscopio en mis sueños. De modo que goza ahora con mis dificultades, porque es un placer que no podrás tener cuando yo esté despierto.
¡Qué tono tan amargo!
—dijo Faethor—.
Y yo pensaba que éramos amigos…
—¿Amigos? —Harry tuvo ganas de reír, pero se contuvo. Era mejor no hostigar a una de estas criaturas, aunque estuviera muerta para siempre, como Faethor—. ¿En qué sentido dices que éramos amigos? Como has señalado, los muertos son mis amigos, y para ellos tú eres un ser abominable.
Y por eso me niegas
—replicó el otro—,
aunque el gallo no haya cantado tres veces
.
—¡Eso es una blasfemia! —se indignó Harry, y percibió en su mente la vil sonrisa de Faethor.
¡Claro que lo es! Porque yo soy una gran blasfemia, Haaarry. Para algunos…
—Lo eres para todos, Faethor —dijo Harry. Y luego, con tono decidido—: Y ahora, vete. Ya tengo bastante de tus burlas. Tengo cosas mejores que soñar.
¡Tu memoria es muy frágil!
—le imprecó el otro—.
Cuando buscabas consejo, viniste a mí. ¿Te dije acaso que te marcharas? ¿Quién destruyó a tu enemigo en las montañas de Khorvaty?
—Me ayudaste porque te convenía, y no por otra razón. Lo hiciste para atacar a Thibor, y para vengarte desde la tumba por segunda vez. Arrojaste a Ivan Gerenko desde los peñascos de tu castillo porque él había contribuido a su destrucción. No has hecho nada por mí. De hecho, y ahora lo percibo con claridad, me utilizaste más de lo que yo te utilicé a ti.
¿Y qué? —
replicó Faethor—.
De modo que no eres tan tonto como yo pensaba. No me extraña que triunfaras, Harry. Pero aun si lo que dices es verdad, tienes que reconocer que el provecho fue mutuo
.
Y Harry supo entonces que el vampiro no había venido sólo para burlarse; no, tenía otro propósito. Era evidente por la manera en que se había expresado al decir que el provecho había sido mutuo. Y Harry se preguntó si también esta conversación sería útil para ambos. ¿Qué quería el monstruo y —tal vez era más importante aún— qué estaba dispuesto a dar a cambio? Sólo había una manera de descubrirlo.
—Habla claro, Faethor —dijo Harry—. ¿Qué quieres de mí?
¡Qué vergüenza!
—exclamó su interlocutor—.
Sabes cuánto me gusta una buena discusión: el convencimiento de una lógica sin fisuras, la sutil manipulación de las palabras, la negociación antes de llegar a un acuerdo. ¿Por qué me niegas esos sencillos placeres?
—Suéltalo de una vez, Faethor —dijo Harry—. Dime qué quieres, y cuánto vale para ti. Y sólo entonces (si puedo dártelo sin avergonzarme de mí mismo), hablaremos de un acuerdo.
Muy bien
—se resignó Faethor—.
He oído comentar a los muertos que estás pasando una mala época. Sí, reconozco que sabía que te habían despojado de tus poderes. Es verdad que soy un paria entre los muertos, pero cuando ellos hablan, en ocasiones me complazco en escuchar a hurtadillas lo que dicen. Y han hablado mucho de ti, Harry Keogh, y he oído muchas cosas. Tienes prohibido hablar la lengua de los muertos, y tampoco puedes transportarte instantáneamente. ¿Es eso verdad?
—Sí.
Bien
. —Harry percibió el gesto de asentimiento de Faethor—.
Yo no sé nada de teletransporte, y en esa esfera no puedo ayudarte. Implica números, la resolución simultánea de una miríada de complicadas ecuaciones, y reconozco mi impotencia al respecto. Tengo un atraso de más de mil años, y no era un buen matemático ni siquiera en mi época. Pero en lo que se refiere al habla de los muertos, podemos llegar a un acuerdo
.
Harry trató de disimular su interés.
—¿Un acuerdo? ¿Crees que puedes devolverme mis dones? No sabes lo que dices. Se han ocupado de mi caso personas expertas. Cuando estoy despierto, hablar con los muertos es para mí como echar ácido en mis oídos. Quiero decir, puedo hacerlo, pero ése es el efecto. Lo sé porque lo he intentado… ¡sólo una vez! Y en otra ocasión fui obligado.
Sí
—respondió Faethor—.
También he oído a los muertos susurrar que fue tu hijo quien te redujo a ese estado, cuando estabais en otro mundo. ¡Asombroso! Así que encontraste la manera de llegar allí, ¿no es verdad? Pero has sufrido las consecuencias…
—Faethor, ve al grano.
Lo haré, lo haré. El asunto es muy simple. Sólo los wamphyri pueden actuar sobre tu mente, y únicamente pueden hacerlo los muy poderosos. Lo que te ha vuelto un minusválido, Harry, ha sido el arte del hipnotismo, de la fascinación, utilizado por un gran maestro. Y yo, Harry Keogh, me enorgullezco de haber sido un maestro no menos grande
.
—¿Estás diciendo que puedes curarme?
Faethor rió torvamente, porque sabía tan bien como Harry que el ex necroscopio estaba pendiente de sus palabras.
Lo que está escrito puede ser borrado
—respondió—,
como muy bien lo sabes. Y de la misma manera, lo que ha sido torcido puede ser enderezado. Ponte en mis manos, y lo haré…
—¿Ponerme en tus manos? ¿Dejar que penetres en mi mente, como Dragosani permitió a Thibor penetrar en la suya? ¿Crees que estoy loco?
Creo que estás desesperado
.
—Faethor, yo…
Ahora escúchame
—le interrumpió el vampiro muerto—.
He hablado de la mutua conveniencia, y de lo que susurran los muertos en sus tumbas. Pero algunos no sólo susurran. En las montañas de Metalici y Zarundului hay difuntos que aúllan de terror ante la criatura que ha resucitado. Porque ni siquiera aquellos que llevan siglos en la tumba —ni siquiera sus huesos, o el polvo en que se han convertido— están a salvo de este ser. Sí, yo sé su nombre, y me considero responsable
.
Ahora Harry estaba más pendiente que nunca de Faethor; pero como un pez en el anzuelo, trató de no hacerle las cosas fáciles al vampiro.
—Faethor, dices que un wamphyri se encuentra entre nosotros, pero yo eso ya lo sabía. ¿Qué más me ofreces? ¿O piensas que pondré mi mente en tus manos por algo de tan poco valor? Creo que de verdad piensas que estoy loco.
No, creo que estás dedicado a la erradicación de lo que tú consideras una vileza. La destruirás antes de que te destruya a ti. Lo harás por la seguridad y la sanidad de tu mundo y también lo harás… para mi exclusiva satisfacción. Porque odio a éste tanto como odiaba a Thibor
.
—¿Quién era? —Harry hizo la pregunta a bocajarro, esperando coger al otro desprevenido y leer la respuesta en su sorprendida mente.
No necesitas hacer eso
—dijo su interlocutor—,
te diré de buena gana su nombre. ¿Por qué no hacerlo, si no lo recordarás cuando despiertes? Su nombre, su odiado y despreciado nombre, era Janos
. —Y había tal odio en su voz que Harry supo que decía la verdad.
—Tu hijo —el otro asintió, suspirando—. Tu segundo hijo, después de Thibor. ¡Janos Ferenczy! Ahora al menos sé contra quién debo enfrentarme, aunque aún ignore contra qué.
El «quién» es Janos
—dijo Faethor—,
y el «qué», sin mi ayuda, te aniquilará
.
—Entonces háblame de él —respondió Harry—. Dime todo lo que sepas, y lo demás corre por mi cuenta. Has negociado bien, no puedo negarte lo que me pides.
Faethor volvió a reír.
Tu memoria sin duda es muy frágil
—dijo—.
Durará sólo mientras estés soñando
.
Lo que el vampiro decía era verdad, y la frustración de Harry se convirtió en ira.
—¿Entonces era cierto lo que yo sospechaba, que sólo habías venido a burlarte de mí?
No, de ningún modo. Vine a cerrar un trato. Y ya está cerrado. Vendrás al lugar en que sabes que yazgo, y volveremos a hablar… ¡pero la próxima vez recordarás!
.
—¡Pero no recordaré nada de lo que hemos hablado ahora! —se quejó Harry.
Sí que recordarás. Me he cuidado de que no olvides al menos una parte de nuestra conversación
. —La voz de Faethor llegó debilitada del interior de la bruma, que se alejaba—.
¡Me he cuidado de ello, Haaarry Keeooogh…!
—¿Harry? —Alguien estaba a su lado, y se inclinaba sobre él.
—¡Harry!
—La mano de Sandra sacudía el brazo de Harry, y Darcy Clarke acudió a responder a los golpes que daba Manolis Papastamos en la puerta, mientras gritaba que le abrieran. La débil luz del amanecer entraba por las hendiduras de las persianas.
Harry hizo un esfuerzo para despertarse, se sentó en el sillón con movimientos de borracho, y estuvo a punto de tumbarlo al suelo.
Pero Sandra estaba allí para sostenerlo. Se abrazó a ella, y un momento después Darcy y Manolis entraron en el salón.
—¡Qué cosa terrible! ¡Qué cosa terrible! —repetía Manolis mientras Darcy abría la ventana y las persianas para dejar entrar la luz del nuevo día. Pero cuando la habitación cobró vida, la boca de Manolis se abrió en un gesto de pavor, y el policía griego señaló con una mano temblorosa el gran tapiz griego que cubría una de las paredes. ¡El tapiz se movía!