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Authors: George H. White

Tags: #Ciencia Ficción

El planeta misterioso (6 page)

BOOK: El planeta misterioso
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—Si ustedes quieren acompañarnos serán muy bien acogidos. Paiton mascó goma furiosamente. Balmer se rascó la nuca perplejo.

—¿Qué tenemos que perder? —murmuró Balmer.

—Nada —dijo Paiton—. Después de todo, a mi ya me estaba cargando esa tienda de electrodomésticos. No soy un tendero, soy aviador.

—Cuente con nosotros —dijo Richard Balmer tendiendo su mano.

Así quedó decidido que Balmer y Paiton formarían parte de la expedición. Tierney dijo que había estado haciendo gestiones para incorporar también a Walter Chase que había sido navegador en la tripulación del «Cóndor». Al contrario de los demás, los negocios le iban muy bien a Walter Chase. Se había casado con una muchacha cuyo padre era propietario de una cadena de supermercados en Alemania. Tenía mellizos y parecía feliz.

Tierney no consideró oportuno llamarle. Un hombre casado, con hijos y bastante dinero, no abandonaría su cómoda situación a cambio de los riesgos y la incertidumbre de un viaje interplanetario a la misma guarida de los «platillos volantes».

Los dos nuevos miembros se incorporaron de inmediato a las tareas del grupo. Balmer aportó al equipo sus conocimientos y su ingenio creador en materia de electrónica, algo sumamente valioso, tenida cuenta la complejidad del Lanza, donde todo estaba automatizado.

Pronto estuvo Balmer vestido con un «mono» azul, metido entre los manojos de cables eléctricos que recorrían en todos sentidos el interior del fuselaje de la astronave.

George Paiton como piloto, pasó a estudiar con Miguel Ángel el manejo del Lanza. A la semana de llegar, Balmer y Paiton estaban tan enfrascados en la tarea como cualquiera de los demás. Harry Tierney, ciertamente, pagaba un buen sueldo a cada uno de los expedicionarios, incluso a Barbara. Pero no era un dinero regalado. Los hombres se lo ganaban. Y también las mujeres. Lo extraordinario del caso era la rara habilidad de Tierney para obtener de cada uno el máximo rendimiento, con arreglo a su capacidad, sin que a ninguno le pareciera excesivo el esfuerzo que se les exigía.

—¡Y pensar que no pude ascender de grado en las Fuerzas Aéreas por culpa de las malditas matemáticas! —exclamaba George Paiton.

Los días transcurrían sin sentirse en este empeño común por tener todo listo en la fecha fijada. Richard Balmer y George Paiton vivían con el profesor Stefansson y los Aznar en la «quinta» de Tierney junto al lago Ene. Cada fin de semana, Tierney, von Eicken, Else, Edgar Ley y Thomas Dyer se reunían en la quinta y repasaban la tarea realizada en la semana.

El Lanza había recibido ya el nuevo montacargas que habría de servir a la vez de plataforma de vuelo al helicóptero. Se levantaban mamparos y se colocaban puertas estancas. Thomas Dyer y el profesor von Eicken habían resuelto las dificultades que se oponían al funcionamiento de un nuevo tipo de motor alimentado por el mismo combustible que utilizaban los motores del Lanza.

Transcurrido cierto tiempo empezaron a llegar paquetes y cajas procedentes de distintos puntos del país, algunos de Alemania y Suiza.

Llegó el helicóptero, el último modelo incorporado a la Navy, con motores de turbina, casco flotador, rotor retráctil y cola plegadiza, lo que permitía ser transportado en un espacio bastante reducido. Inmediatamente pasó al taller, donde los motores de turbina fueron reemplazados por los motores de nueva concepción construidos por Thomas Dyer.

Miguel Ángel Aznar probó el nuevo helicóptero, demostrándose que con los nuevos motores alcanzaba casi el doble de potencia y un techo jamás conseguido hasta entonces por ningún helicóptero del mundo. Poco después llegó el vehículo anfibio, que fue sometido a igual transformación. Tanto el helicóptero como el anfibio quedaron en condiciones de operar en una atmósfera sin oxígeno. El camión anfibio incluso podría hacerlo en un medio carente en absoluto de atmósfera.

Las pruebas de estos dos vehículos fueron exhaustivas, retocándose una vez y otra hasta obtener de ellos un funcionamiento perfecto.

Al aproximarse la fecha de partida se multiplicaba el trabajo. Algunos envíos fueron introducidos de noche y descargados con sigilo en el almacén número 6, donde nadie podía penetrar sin una tarjeta de identificación especial. Las armas tuvieron que ser llevadas a bordo del Lanza sin desembalar, igual que las provisiones, que podían delatar por su gran cantidad la intención de un vuelo de varios meses de duración. Tierney temía que de un momento a otro fuera a descubrirse su plan, bien por una delación de McAllan, bien por una indiscreción del personal de la factoría.

A fin de que el personal operario de la factoría no tuviera acceso al Área Tres, los expedicionarios, por sí mismos, trabajaban de noche acarreando el material desde el almacén a la aeronave. El joven Bill Ley y Williamson cooperaban en esta tarea con Miguel Ángel, Richard Balmer y George Paiten. Cuando finalmente llegó la fecha señalada, todos estaban agotados y con los nervios en tensión. Harry Tierney dispuso que la salida se efectuara en la noche del domingo, aprovechando las horas en que la factoría estaría desierta y silenciosa. La reunión del sábado, la última que realizarían en la quinta, estuvo presidida por una gran excitación.

Parecía mentira que, después de meses de preparación, quedaran todavía pendientes tantos pequeños detalles. Casi todo el material científico estaba todavía en la quinta, donde el profesor Stefansson lo había ordenado y clasificado. Tierney, Thomar Dyer y la señorita von Eicken se quedaron a dormir en la quinta. El profesor von Eicken, Edgar Ley y Bill se encontraban ausentes. Habían ido en busca de los grandes camiones cisterna que durante la madrugada, con todo sigilo, traerían el combustible del Lanza desde una planta química secreta situada a gran distancia.

Las cisternas serían posteriormente lavadas con abundante agua hasta borrar todo indicio que pudiera conducir, mediante análisis de los restos, a una reconstrucción de la fórmula secreta de von Eicken. Los que tenían familiares ya se habían despedido de ellos. Miguel Ángel y su esposa escribieron sendas cartas a sus respectivos padres, remitiéndoles un cheque por el total del dinero que figuraba en sus cuentas de ahorro.

Harry Tierney había dejado un testamento que solo se abriría hasta trascurrido un año después de su desaparición.

Tras un sueño intranquilo, todos estaban desayunando a las seis de la mañana. Hodge Williams, que no iba a tomar parte en el viaje, llegó conduciendo un «jeep». Los efectos personales de cada uno y el material científico fueron transportados al hangar.

El gigantesco Lanza fue sacado del hangar por el tractor y quedó listo en la pista de despegue. Poco después llegaban los camiones cisterna con toneladas de combustible para los tanques de la cosmonave. También se llenaron los tanques del camión anfibio y del helicóptero, y un pequeño resto se almacenó en bidones. Toda la carga fue debidamente asegurada.

El trasiego de combustible se realizó sin contratiempos y los camiones fueron llevados a otro apartado lugar del aeródromo, donde Williams, los Ley, Paiton y Balmer los sometieron a concienzudo lavado. A la puesta del sol estaban preparados para la marcha. El buen Hodge Williams se despidió de todos con lágrimas en los ojos y, llevando a «Chita» por la correa, se alejó hasta el «jeep», con el cual se retiró a prudencial distancia. Los viajeros se pusieron sus trajes y escafandras, cada uno ocupó su lugar y se cerraron puertas y escotillas.

Poco después del anochecer, el trueno de los motores del Lanza se extendía sobre el desierto aeródromo y la aeronave despegaba como un avión convencional para no llamar la atención. Luego, levantando la afilada proa, el Lanza se perdía en las alturas del cielo, derecho al espacio.

Capítulo 4

A
l salir del cono de sombra de la Tierra, la luz del Sol bañó al Lanza. Este carecía de ventanas, pero a través de la pantalla de televisión el cielo aparecía completamente negro, brillando en él a la vez el Sol, la Luna y las estrellas.

La velocidad que un móvil debería alcanzar para sustraerse a la fuerza de atracción de la Tierra, o «velocidad de escape», era de 11,3 kilómetros por segundo. La del Lanza en estos momentos era algo mayor, exactamente de 12 kilómetros por segundo.

Si esta velocidad se hubiera mantenido de un modo constante, el Lanza recorrería 43.200 kilómetros en una, hora, y 10.636.800 kilómetros en 24 horas tardando solamente cuatro días en salvar los 40 millones de kilómetros que aproximadamente separaban a Venus de la Tierra.

Pero la cosmonave se encontraba todavía en la zona de la atracción de la Tierra, y esta fuerza frenaba al Lanza de forma imperceptible, pero constante. A motor parado, aprovechando el impulso del despegue, el Lanza atraído por la fuerza de gravedad de Venus, se aceleraría en su «caída» hacia aquel planeta. El Lanza, según estos cálculos, debería invertir 50 días en el viaje pero cincuenta días en e] espacio era un tiempo demasiado prolongado.

Todas las experiencias realizadas hasta el presente por la NASA sobre sus cosmonautas demostraban que el ser humano, expuesto durante tiempo prolongado a la falta de gravedad, sufría descalcificación en los huesos y un acortamiento de los músculos, todavía no explicados.

Tierney decidió reducir el tiempo de la travesía a solo 20 días, para lo que aumentó la velocidad de la cosmonave, al precio de tener que gastar más combustible en la operación de frenado al llegar a Venus. La falta de gravedad era causa de trastornos fisiológicos que no todos soportaron por igual. Se habían dispuesto en el piso asas de cuero. Para andar de un lado a otro introducían la punta del pie en un asa y en el paso siguiente la punta del otro., pie en otra asa.

Aunque tosco y elemental, este sistema dio un buen resultado.

Algunos, especialmente la gente joven, preferían a veces darse impulso a lo largo de los pasillos, dándose con frecuencia coscorrones que eran celebrados con risas y bromas.

Las comidas representaban un verdadero problema y no podían hacerse de forma convencional. Los platos no se sostenían en la mesa. Los alimentos se despegaban del plato y volaban caprichosamente por los aires. Y los líquidos por igual razón, se salían de los vasos y recipientes para formar gotas en suspensión. La NASA, a lo largo de muchos años de experiencia, había encontrado la forma de solucionar estos problemas, y los mismos sistemas eran empleados a bordo del Lanza.

No faltaba trabajo en que ocuparse. La mayor parte del equipo todavía estaba embalado y tenía que sacarse de las cajas y ordenarse. Entre este equipo figuraban abundantes armas y material bélico, siendo el más voluminoso una rampa lanza-cohetes para la defensa de la aeronave.

Montada sobre raíles, esta plataforma giratoria, son su sistema de dirección de tiro por radar, podía deslizarse hasta el montacargas y ser elevado fuera de la aeronave lo mismo que el helicóptero. Durante las primeras semanas de viaje, la emoción de sentirse viajando por el espacio y los trastornos físicos no dejaban apenas tiempo para pensar. Pero a medida que se acercaban a Venus se hacía notar la preocupación que a todos embargaba.

A una semana de Venus, Miguel Ángel expuso sus ideas:

—No es de suponer que los thorbod tengan allí un servicio de vigilancia por radar. De momento no temen que ninguna aeronave terrestre les venga a molestar, pero si por cualquier circunstancia nos descubren, su reacción inmediata sería destruirnos. Y en esto estamos en desventaja. Cualquier impacto que consigan solo nosotros puede causarnos daños tales que nos impidan regresar a la Tierra. Si esto ocurriera quedaríamos presos en Venus para siempre… ¡Y ni siquiera sabemos si hallaremos en Venus condiciones de habitabilidad que nos permitan respirar y alimentarnos por tiempo indefinido!

—Si los «thorbod.» nacieron y se desarrollaron en Venus, es señal de que las condiciones ambientales en Venus no difieren demasiado de las de la Tierra —aseveró el profesor Stefansson.

—Es curioso —observó Miguel Ángel—. Ignoro por qué razón, siempre he sido de la opinión de que los thorbod no son nativos de Venus.

—Yo examiné sus cadáveres en el Tíbet —respondió Stefansson—. Su naturaleza, su sistema de respirar y su mecanismo circulatorio están más cerca del reino vegetal que del animal, sin que por ello se pueda afirmar rotundamente que se trate de vegetales. La vida, en fin, puede haber evolucionado en Venus hacia formas muy distintas de las que conocemos.

Venus era ya visible a simple vista en forma de un cuerno muy brillante, como la Luna en su cuarto creciente. Venus se movía en su órbita anual alrededor del Sol, y el rumbo de la astronave, apuntando al lugar donde el planeta debería encontrarse unos días después, debería coincidir con la llegada de Venus a ese punto exacto.

A medida que Venus y astronave se aproximaban a su punto de conjunción, el cuerno luminoso se iba haciendo más y más delgado.

A tres días de distancia de Venus se hizo necesaria una corrección.

Los dos motores principales fueron encendidos. La potencia de estos motores se graduó para que proporcionaran una fuerza de 9,81 metros por segundo,, que era igual a la fuerza de gravedad. De este modo quedó restablecida instantáneamente la fuerza de gravedad a bordo. Ahora la tripulación podía moverse, comer y beber como si se encontrara sobre la tierra firme.

Todo iba bien a bordo. La única nota perceptible era un aumento tensión nerviosa a medida que se acercaba el momento. Era curioso que, después de largos meses de preparación, flaqueaban los ánimos ante la proximidad de aquel momento deseado.

Un fenómeno curioso, por todos observado, fue cierto retraimiento de Harry Tierney, reflejado en dudas e indecisiones impropias de su carácter de hombre de empresa.

En forma inversa, a medida que se acercaba el momento en que tendrían que enfrentarse a la temida incógnita, era Miguel Ángel Aznar quien mostraba más decisión y entereza. Si allá en Cleveland era Tierney quien tomaba las decisiones, aquí en el espacio era Aznar quien progresivamente iba ganando a Harry Tierney en la disputa por el mando.

De hecho, siempre había ocurrido lo mismo. La historia estaba plagada de ejemplos de este tipo. En circunstancias anormales, cuando un grupo de personas se encontraba en peligro; en un bote salvavidas después de un naufragio; perdido en la selva tras un accidente de aviación; sepultado a centenares de metros en el derrumbe de una mina, siempre surgía el hombre que, espontáneamente, se hacía con el mando del grupo y decidía por los demás.

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