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Authors: Ken Follett

En el blanco (29 page)

BOOK: En el blanco
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Toni se despidió y colgó el teléfono.

Kit cruzó la sala de control a toda prisa y enfiló el pasillo.

—Estará aquí en veinte o treinta minutos —anunció—. Y viene alguien más con ella, no sé quién. Hay que darse prisa.

Recorrieron el pasillo a la carrera. Daisy, que iba delante, entro de sopetón en el gran vestíbulo principal gritando:

—¡Al suelo!

Kit y Nigel entraron justo después de ella y frenaron en seco. La habitación estaba desierta.

—Mierda —dijo Kit.

Veinte segundos antes, Steve estaba detrás del mostrador. No podía haber ido lejos. Kit miró a su alrededor en medio de la penumbra reinante. Sus ojos recorrieron las sillas dispuestas para las visitas, la mesa de centro sobre la que descansaban revistas científicas, el expositor con folletos sobre Oxenford Medical la vitrina con maquetas de complejas estructuras moleculares. Alzó la vista hasta el esqueleto débilmente iluminado de la bóveda de abanico, como si Steve pudiera estar escondido entre las nervaduras de las vigas.

Nigel y Daisy corrían por los pasillos adyacentes al vestíbulo, abriendo todas las puertas que encontraban a su paso.

Dos pequeñas siluetas, masculina y femenina, recortadas sobre una puerta llamaron la atención de Kit. Los lavabos. Cruzó el vestíbulo a la carrera. Un corto pasillo conducía a los lavabos de hombres y mujeres. Kit entró en el primero. Parecía vacío.

—¿Señor Tremlett? —preguntó, y empezó a abrir las puertas de todos los cubículos. No había nadie.

Al salir, vio a Steve regresando al mostrador de recepción. Habría entrado en el lavabo de señoras en busca de Susan, comprendió entonces.

Steve oyó los pasos de Kit y se dio la vuelta.

—¿Me buscaba?

—Sí. —Kit se dio cuenta de que no podía apresar a Steve sin ayuda. Era más joven y atlético que el guardia, pero este tenía treinta y pocos años, estaba en buena forma y no se rendiría sin luchar—. Quería pedirle un favor —dijo Kit, intentando ganar tiempo. Forzó su acento escocés para asegurarse de que Steve no reconocía su voz.

El guardia levantó la solapa del mostrador y entró en el recinto ovalado.

—¿De qué se trata?

—Un segundo, por favor. —Kit se dio la vuelta y gritó—: ¡Eh, volved aquí!

Steve parecía alarmado.

—¿Qué ocurre? No tendríais que andar merodeando por el edificio.

—Se lo explicaré enseguida.

Steve lo miró con gesto severo, el ceño fruncido:

—¿Había venido por aquí antes?

Kit tragó saliva.

—No, nunca.

—Pues su cara me resulta familiar.

Kit tenía un nudo en la garganta que apenas le permitía articular palabra.

—Soy del equipo de mantenimiento.

«¿Dónde estaban los demás?»

—Esto no me gusta nada.

Steve descolgó el teléfono del mostrador.

¿Dónde se habían metido Nigel y Daisy? Kit los llamó de nuevo:

—¡Eh, vosotros dos, volved aquí!

Steve marcó un número y el móvil de Kit empezó a sonar en su bolsillo. Steve lo oyó. Frunció el ceño, pensativo,y de pronto se le desencajó el rostro con una mezcla de estupor e incredulidad.

—¡Habéis manipulado los teléfonos!

—Mantenga la calma y no le pasará nada —le advirtió Kit. No bien lo había dicho, se percató de su error: acababa de confirmar las sospechas de Steve.

Este reaccionó con rapidez. Saltó con agilidad por encima del mostrador y echó a correr hacia la puerta.

—¡Alto! —gritó Kit.

Steve tropezó, cayó al suelo y se levantó de nuevo.

Daisy entró corriendo en el vestíbulo, vio a Steve y se precipitó hacia la puerta para cortarle el paso.

Steve se dio cuenta de que no llegaría a la puerta, así que enfiló el pasillo que llevaba al NBS4.

Daisy y Kit fueron tras él.

Steve corría con todas sus fuerzas por el largo pasillo. Kit recordó que al fondo de éste había una puerta que daba a la parte trasera del edificio. Si Steve lograba salir, no sería fácil cogerlo. Daisy iba bastante por delante de Kit, balanceando los brazos vigorosamente como una velocista, y éste recordó sus poderosos hombros en la piscina. Pero Steve corría como alma que lleva el diablo, y la distancia que lo separaba de sus perseguidores aumentaba por momentos. Iba a escapar.

Entonces, justo cuando Steve estaba a punto de pasar por delante de la puerta que llevaba a la sala de control, Elton salió al pasillo. El guardia iba demasiado deprisa para intentar esquivarlo. Elton le puso la zancadilla, y Steve salió volando.

En el instante en que el guardia se dio de bruces en el suelo, Elton cayó sobre él, aprisionando su cintura entre las rodillas, y le puso el cañón de la pistola en la mejilla.

—No te muevas y no te volaré la cara —dijo. Sonaba tranquilo pero convincente.

Steve permaneció inmóvil.

Elton se levantó, sin dejar de apuntar a Steve.

—A ver si aprendes —le espetó a Daisy—. Ni una gota de sangre.

La interpelada lo miró con desdén.

Nigel llegó corriendo.

—¿Qué ha pasado?

—¡Déjalo! —dijo Kit a voz en grito—. ¡Vamos fatal de tiempo!

—¿Y qué pasa con los dos guardias de la garita? —replico Nigel.

—¡Olvídalos! No saben lo que ha pasado aquí, y no es probable que lo averigüen. Se pasan toda la noche en la garita. —Señalando a Elton, añadió—: Coge mi portátil y espéranos en la furgoneta. —Luego se volvió hacia Daisy—. Trae a Steve, átalo en el NBS4 y espera en la furgoneta. ¡Tenemos que entrar en el laboratorio ahora mismo!

00.45

De vuelta en el granero, Sophie sacó una botella de vodka.

La madre de Craig había ordenado que apagaran las luces a medianoche, pero no había vuelto para comprobar si le obedecían, así que los jóvenes seguían sentados delante de la tele, viendo una vieja película de terror. La hermana de Craig, Caroline, acariciaba un ratón blanco y fingía un desinterés por la película que estaba lejos de sentir. Su primo pequeño,Tom, se estaba pegando un atracón de chocolate e intentando no quedarse dormido. La sensual Sophie fumaba en silencio. Craig se debatía entre el sentimiento de culpa por el Ferrari abollado y el impulso de besarla a la menor oportunidad. El escenario no era todo lo romántico que cabría esperar, pero era poco probable que las circunstancias mejoraran.

Se sorprendió al ver la botella de vodka. Pensaba que Sophie solo estaba presumiendo cuando hablaba de cócteles. Pero había subido la escalera que conducía a la habitación del pajar, donde estaba su mochila, y había bajado con una botella mediada de Smirnoff.

—¿Quién quiere probar? —preguntó.

Todos querían.

En lugar de copas, tenían vasos de plástico decorados con dibujos de Winnie the Pooh,Tigger y Eeyore. Había una nevera con refrescos y hielo. Tom y Caroline mezclaron su vodka con Coca-Cola. Craig no sabía muy bien qué hacer, así que imitó a Sophíe y se lo bebió solo con un poco de hielo. El sabor era amargo, pero ]e gustó la sensación de calor que producía al bajar por la garganta

La película no estaba en su momento más álgido.

—¿Ya sabes qué te van a regalar en Navidad? —preguntó Craig a Sophie.

—Dos pletinas y una mezcladora, para pinchar discos. ¿Y tú?

—Snowboard con los amigos. Unos colegas se van a Val d’Isere en Semana Santa pero cuesta una pasta, así que me lo he pedido de regalo. ¿Quieres ser pinchadiscos?

—Creo que no se me daría mal.

—Pero ¿estás pensando en dedicarte a ello profesionalmente?

—Yo qué sé. —Sophie lo miró con sarcasmo—. ¿Y tú a qué piensas dedicarte profesionalmente? —preguntó, recalcando esta última palabra.

—No logro decidirme. Me encantaría jugar al fútbol profesional, pero te tienes que retirar antes de cumplir los cuarenta, y tampoco sé si soy lo bastante bueno. Lo que realmente me gustaría es ser científico, como el abuelo.

—Un poco aburrido, ¿no?

—¡Qué va! ¡Inventa nuevas medicinas que son una pasada, es su propio jefe, gana pasta por un tubo y tiene un Ferrari F50! ¿Qué tiene eso de aburrido?

Sophie se encogió de hombros.

—No me importaría tener su coche —observó con una risita—. Si no fuera por la abolladura.

Craig ya no se inquietaba al pensar en el daño que había hecho al coche de su abuelo. Se sentía relajado y libre de preocupaciones. Jugueteó con la idea de besar a Sophie allí mismo, sin importarle los demás. Lo único que le impidió hacerlo fue la posibilidad de que ella lo rechazara delante de su hermana, lo que habría sido humillante.

Deseó comprender a las chicas. Nadie le explicaba nunca nada. Su padre seguramente sabía todo lo que había que saber. Parecía caerle bien a todas las mujeres, pero Craig no entendía or qué, y cuando se lo preguntaba su padre se limitaba a reír. En uno de los escasos momentos de intimidad que había compartido con su madre en los últimos tiempos, le había preguntado qué era lo que atraía a las chicas en un hombre. «La amabilidad», le había contestado ella, lo que era a todas luces una patraña. Cuando las camareras y dependientas reaccionaban a los encantos de su padre sonriendo y ruborizándose antes de alejarse con un inconfundible contoneo de caderas, no era porque pensasen que era amable, eso lo tenía claro. Pero ¿por qué era? Todos los amigos de Craig tenían teorías infalibles sobre las reglas de la atracción sexual, todas ellas distintas. Unos sostenían que a las chicas les gustaban los tipos duros que les decían lo que tenían que hacer; otros que solo se interesaban por los cachas, los guaperas o los que tenían pasta. Craig estaba seguro de que todos se equivocaban, pero no tenía ninguna teoría propia.

Sophie apuró el vaso.

—¿Otra ronda?

Todos se apuntaron.

Craig empezó a darse cuenta de que, en realidad, la película era desternillante.

—¡Anda que no se nota que ese castillo es de cartón piedra! —comentó riendo entre dientes.

—Y todo el mundo va maquillado y peinado como en los años sesenta, aunque se supone que la cosa está ambientada en la Edad Media —apuntó Sophie.

Entonces Caroline dijo:

—Me muero de sueño.

Se levantó, subió la escalera con cierta dificultad y desapareció de vista.

«Primera baja de la noche —pensó Craig—. Solo queda uno.» Quizá no tuviera que descartar del todo la posibilidad de una escena romántica.

La vieja hechicera de la película tenía que bañarse en la sangre de una virgen para recuperar la juventud perdida. La escena de la bañera era una hilarante mezcla de provocación sexual y casquería que arrancó carcajadas a Craig y Sophie.

—Creo que voy a vomitar —dijo Tom de pronto.

—¡No! —Craig se levantó de un brinco. Se sintió ligeramente mareado, pero enseguida recuperó el equilibrio—. Al baño deprisa —ordenó. Cogió a Tom por el brazo y lo acompañó.

Tom empezó a vomitar segundos antes de alcanzar el váter.

Craig sorteó la mancha que había quedado en el suelo y guió a su hermano hasta la taza. Tom seguía vomitando. Craig lo sostenía por los hombros y procuraba no respirar. «Adiós al ambiente romántico», pensó.

Sophie apareció en el umbral.

—¿Se encuentra bien?

—Sí. —Craig imitó el tono redicho de un maestro de escuela—. Una imprudente combinación de chocolate, vodka y sangre virginal.

Sophie soltó una carcajada. Luego, para sorpresa de Craig, cogió un buen trozo de papel higiénico, se arrodilló y empezó a limpiar el suelo embaldosado.

Tom se incorporó.

—¿Ya está? —le preguntó Craig.

Tom asintió.

—¿Seguro?

—Seguro.

Craig tiró de la cadena.

—Ahora cepíllate los dientes.

—¿Por qué?

—No querrás que te apeste la boca.

Tom se cepilló los dientes.

Sophie tiró un puñado de papel dentro del váter y cogió un poco más.

Craig salió con Tom del cuarto de baño y lo acompañó hasta su cama plegable.

—Quítate esa ropa —le dijo, mientras abría la pequeña de Tom y sacaba un pijama de Spiderman. Tom se lo puso y se metió en la cama. Craig lo arropó.

Siento haber vomitado —se disculpó Tom.

Pasa en las mejores familias —dijo Craig—. Olvídalo.

Estiró la manta hasta la barbilla de Tom.

—Dulces sueños.

Volvió al cuarto de baño. Sophie había limpiado el suelo con una eficiencia sorprendente, y estaba vertiendo detergente en la taza. Craig se lavó las manos, y luego ella se puso a su lado e hizo lo propio. Había surgido un nuevo sentimiento de camaradería entre ambos.

Sophie comentó a media voz, divertida:

—Cuando le has dicho que se cepillara los dientes, te ha preguntado por qué.

Craig le sonrió a través del espejo.

—Ya, como diciendo que no pensaba ligar esta noche, así que para qué molestarse...

—Exacto.

Sophie estaba más guapa que nunca, pensó Craig mientras veía su reflejo sonriente, el brillo que iluminaba sus ojos oscuros. Cogió una toalla y le ofreció un extremo. Se secaron las manos. Entonces Craig tiró suavemente de la toalla, arrastrándola hacia él, y la besó en los labios.

Sophie le devolvió el beso. Él apartó un poco los labios y rozó los de ella con la punta de la lengua. Sophie parecía indecisa, sin ^aber cómo reaccionar. ¿Podía ser que, pese a lo mucho que alardeaba, no tuviera gran experiencia en aquello de besar?

—¿Volvemos al sofá? —sugirió Craig en un susurro—. Nunca me ha gustado hacer vida social en el cagadero. Sophie soltó una risita y salió del lavabo. Él la siguió. «Cuando estoy sobrio no soy ni la mitad de ingenioso», pensó Craig.

Se sentó cerca de Sophie y la rodeó con el brazo. Miraron la pantalla unos instantes, y luego él volvió a besarla.

00.55

Una puerta de cierre hermético permitía pasar de los vestuarios a la zona de peligro biológico. Kit giró la rueda radiada que accionaba el mecanismo de apertura y abrió la puerta. Había estado en el laboratorio antes de que empezara a funcionar, cuando no había virus peligrosos en su interior, pero desde entonces no había vuelto a poner un pie en el NBS4, y carecía del entrenamiento necesario para hacerlo. Sin poder evitar pensar que estaba poniendo su vida en peligro, cruzó el umbral y se adentró en las duchas. Nigel lo siguió, cargando el maletín granate de Elton. Este los esperaba fuera con Daisy, en la furgoneta.

Kit cerró la puerta tras ellos. Las puertas estaban conectadas electrónicamente, por lo que la siguiente no se abriría hasta que aquella se cerrara. Se le destaparon los oídos. La presión atmosférica se iba reduciendo paulatinamente a medida que se adentraban en el NBS4, para que cualquier posible fuga de aire se produjera de fuera hacia dentro y no a la inversa, impidiendo así que se escaparan agentes infecciosos al exterior.

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