En el Laberinto (33 page)

Read En el Laberinto Online

Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

BOOK: En el Laberinto
10.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Debe de ser la magia sartán, mi Señor—apuntó Sang-drax.

—¡Por supuesto que es la magia sartán! —Exclamó Xar, irritado—, ¿Qué otra protección iba a tener una ciudad sartán?

Pero ni el propio Señor del Nexo había previsto aquello. No lo esperaba y esto era lo que lo ponía más furioso. Haplo había entrado en la ciudadela. ¿Cómo? La magia sartán era poderosa. Xar era incapaz de descifrarla; no lograba encontrar el principio de la estructura rúnica. El patryn sabía que no era una tarea imposible, pero le podía llevar años.

El Señor del Nexo releyó el informe de Haplo con la esperanza de encontrar una clave:

La ciudad está edificada muy por encima de la jungla, tras una enorme muralla que se alza más arriba que la copa más alta. En el mismo centro, en equilibrio sobre una cúpula de arcos de mármol, se eleva una inmensa torre de cristal sobre pilares. La aguja que remata la torre debe de ser uno de los puntos más elevados de este mundo. Esa torre central es el punto en que la luz irradia con más brillo.

Pero, en el relato de Haplo, esa luz era blanca. Al menos, así lo recordaba Xar. No había referencias a aquel vertiginoso despliegue de colores. ¿Qué había provocado aquel cambio? Y otra cosa importantísima: ¿cómo podría entrar en la ciudadela para descubrirlo?

Xar continuó leyendo:

La torre central está enmarcada por otras cuatro, no tan altas pero idénticas a la primera, que arrancan de la plataforma que sostiene la cúpula. A un nivel inferior, se alzan otras ocho torres iguales. Detrás de estas últimas se suceden ocho enormes terrazas de mármol escalonadas. Y, finalmente, a cada extremo de la muralla de defensa se levanta otra torre rematada con su correspondiente aguja. Hay cuatro de estas torres, situada cada una en un punto cardinal.

Un camino conduce directamente hasta una gran puerta metálica en forma de hexágono con inscripciones rúnicas. Es la entrada de la ciudad. La puerta está sellada.

Conozco el mapa de los sartán y podría haberla utilizado para abrir esa puerta, pero preferí no hacerlo. Entré atravesando la muralla de mármol y utilicé una configuración rúnica normal con poderes disolventes.

Así pues, reflexionó Xar, ahí estaba la diferencia: Haplo había entrado a través de la muralla, La magia sartán debía de extenderse por encima de los muros como una cúpula invisible para impedir el paso de enemigos voladores como los dragones. La magia de la propia muralla era más débil desde el momento de su creación, o bien había perdido fuerza con el paso del tiempo.

—Posad la nave en la jungla, tan cerca de la ciudadela como sea posible—ordenó.

La tripulación hizo descender la embarcación en un claro a cierta distancia de las murallas. La enorme nave de guerra era una de los dragones impulsados a vapor que utilizaban los sartán de Abarrach para surcar sus mares de roca fundida. La embarcación había sido completamente remodelada para acomodarla a los patryn y sobrevoló con facilidad las copas de los árboles para descender sobre un enorme lecho de musgo, en el que se posó.

La luz estriada y multicolor se filtraba a través del denso follaje que los rodeaba y sus rayos acariciaron la nave, moviéndose en torno a ella en un juego de colores en permanente cambio.

—¡Mi Señor! —Uno de los patryn señaló la portilla.

Un ser gigantesco había aparecido cerca de la nave, tan cerca que, si hubieran estado en la proa, sus ocupantes podrían haberlo tocado con sólo alargar el brazo. Aquel ser tenía forma humana, pero su piel era del color y la textura de la jungla, de modo que se confundía perfectamente con los árboles (lo cual explicaba que la embarcación se hubiera posado casi encima de él y no hubieran advertido su presencia hasta aquel momento). La cabeza enorme de la criatura carecía de ojos, pero parecía estar mirando fijamente hacia alguna parte. El ser permanecía inmóvil, casi como si se hallara en trance.

—¡Un titán! —Xar dio muestras de un enorme interés por la criatura. Cuando se puso a buscar en las inmediaciones, vio otras. Alrededor de la nave había media docena de ellas, aproximadamente.

Recordó el informe de Haplo:

Son unos seres de cuarenta palmos de altura. Tienen una piel que se confunde con el paisaje, lo cual dificulta verlos. Carecen de ojos; son ciegos, pero tienen otros sentidos que compensan largamente la falta de visión. Una cosa los tiene obsesionados: las ciudadelas. Preguntan por ellas a todo el mundo a quien encuentran y, cuando no obtienen una respuesta satisfactoria (y nadie ha descubierto todavía cuál pueda ser), esas criaturas montan en una cólera asesina y dan muerte a todo ser vivo que tengan cerca. Creados por los sartán para supervisar a los mensch (y, probablemente, con algún otro propósito relacionado con la luz), los titanes utilizan una forma tosca de magia sartán...

Estas criaturas estuvieron muy cerca de destruirme y de destrozar mi nave. Son poderosas y no conozco ningún modo de controlarlas.

—Está claro que tú no conocías ningún modo de controlar a un titán —asintió Xar—. Pero también es evidente, Haplo, hijo mío, que tú no eres yo.

Se volvió hacia Sang-drax con visible satisfacción al tiempo que exclamaba:

—¡Nada podría resistirse a una fuerza de combate formada con estos seres! Y no parecen tan peligrosos. Desde luego, no nos han molestado en absoluto.

A pesar de todo, la serpiente dragón parecía nerviosa.

—Es cierto, Señor. Me parece muy probable que se encuentren bajo algún tipo de hechizo. Si te propones acudir a la ciudadela, deberías hacerlo ahora, antes de que desaparezcan los efectos del hechizo.

—Tonterías, Sang-drax. Puedo ocuparme de ellas —replicó con desdén—. ¿Qué te sucede?

—Percibo la presencia de un gran mal... —dijo Sang-drax en voz baja—. Una fuerza malévola...

—Seguro que no son estos seres estúpidos —lo interrumpió Xar, indicando con un gesto a los titanes.

—No. Es una presencia inteligente, astuta. —Sang-drax guardó silencio unos instantes; después, añadió en un susurro—: Me parece que tal vez hemos caído en una trampa, Señor del Nexo.

—Fuiste tú quien me aconsejó venir —le recordó Xar.

—Pero no fui yo quien te metió la idea en la cabeza, mi Señor... —contestó la serpiente dragón, entornando los párpados de su único ojo sano.

Xar mostró su disgusto.

—Primero me insistes que venga aquí y ahora me recomiendas que nos vayamos. Como sigas por ese camino, amigo mío...

—Sólo me preocupa la seguridad de mi Señor...

—¿Y no temes por tu propia piel? Basta ya, Sang-drax. Y ahora, si piensas acompañarme, vamos allá de una vez. ¿O prefieres quedarte aquí y esconderte de esa «fuerza malévola»?

La serpiente dragón no respondió, pero tampoco mostró la menor intención de abandonar el barco.

Xar abrió la escotilla y descendió la pasarela de la nave. Antes de pisar el campo de musgo, dirigió una apresurada mirada a su alrededor y observó con recelo a los titanes.

Los monstruos no le prestaron atención. Xar era poco más que un insecto a sus pies. Todos tenían la cabeza vuelta en dirección a la ciudadela. La luz irisada bañaba a las gigantescas criaturas con su fulgor.

Y fue entonces cuando Xar captó el murmullo.

—¿Quién hace ese sonido irritante? —inquirió. Dirigió un gesto a un patryn que esperaba en la cubierta superior de la nave, preparado para cumplir con diligencia cualquier encargo que su señor le hiciera—. Averigua de dónde procede este extraño murmullo y hazlo callar.

El patryn se retiró rápidamente. Cuando se presentó de nuevo, informó a su señor:

—Todo el mundo a bordo lo ha oído, pero nadie tiene la menor idea de qué lo causa. No parece proceder de la nave. Si prestas atención, mi Señor, parece sonar más fuerte aquí fuera que dentro de la embarcación.

Xar le dio la razón. En efecto, el sonido era más audible al aire libre. Ladeó ligeramente la cabeza y le pareció que procedía de la dirección en que se hallaba la ciudadela.

—En ese sonido hay palabras —añadió, aguzando el oído.

—En efecto, Señor. Es como si estuviera hablándole a alguien —asintió el patryn.

—¡Hablando! —Repitió Xar en un murmullo—. Sí, pero ¿qué dice? ¿Y a quién?

Continuó escuchando con suma atención. Alcanzó a distinguir diferencias de tono e intensidad que debían de indicar una sucesión de palabras. Le parecía estar a punto de entenderlas, pero no lograba descifrar una sola. Y se dio cuenta de que era eso, precisamente, lo que hacía tan irritante aquel sonido.

Una razón más, se dijo el Señor del Nexo, para alcanzar la ciudadela. Por fin, pisó el musgo y echó a andar en dirección a ésta. No se molestó en buscar un camino despejado, pues su magia abriría un sendero entre la vegetación más enmarañada. Con todo, no apartó la vista de los titanes y avanzó con cautela, preparado para defenderse.

Los titanes no le prestaron atención. Sus ciegos rostros seguían vueltos hacia la ciudadela.

Xar apenas se había alejado unos pasos de la nave cuando, de improviso, Sang-drax apareció a su lado.

—Si la ciudadela funciona, podría significar que los sartán están dentro, controlándola —dijo la serpiente dragón en tono de advertencia.

—Según Haplo, estaba deshabitada...

—¡Haplo es un traidor y un mentiroso! —masculló Sang-drax con un siseo.

Xar no vio motivos para replicar a sus palabras. Siempre pendiente de los titanes, se aventuró cada vez más lejos de la nave. Ninguno de los monstruos dio muestras de sentir el menor interés por él.

—Es más probable que la luz tenga algo que ver con la puesta en marcha de la Tumpa-chumpa —apuntó Xar con frialdad.

—Quizá sea ambas cosas —insistió Sang-drax—. O algo aún peor... —añadió con voz casi inaudible.

Xar le dirigió una brevísima mirada.

—Entonces, yo mismo me ocuparé de averiguarlo. Te agradezco que te preocupes por mí. Ahora, puedes volver a la nave.

—He decidido ir contigo, mi Señor.

—¿Ah, sí? ¿Y qué hay de esa «fuerza malévola» que tanto te asustaba?

—No me asusta —replicó Sang-drax en tono hosco—. La respeto, y te recomendaría que tú también lo hicieras, Señor del Nexo, porque esa fuerza es tan enemiga mía como tuya. Me han pedido que la investigue.

—¿Te lo han pedido? ¿Quién? Yo no te he dado ninguna orden...

—Mis hermanas, Señor. Confío en que no tendrás inconveniente en ello, ¿verdad?

Xar apreció una nota de sarcasmo en la siseante voz de su consejero. La insinuación le desagradó.

—No hay en el universo mayor enemigo que los sartán, ni fuerza más poderosa que la suya... y la nuestra. Harás bien en recordarlo. Tú y tus hermanas.

—Sí, mi Señor —murmuró Sang-drax con aire sumiso, como si la reprimenda lo hubiera afectado—. No pretendía faltarte al respeto. He sabido que la Tumpa-chumpa ha sido puesta en marcha en Ariano. Mis hermanas me han pedido que investigue si existe alguna relación con lo que sucede aquí.

Xar no alcanzaba a entender cómo podría haberla, ni por qué. No le dio más vueltas al asunto. Abandonó el claro y penetró en la jungla. Su magia hizo que las ramas de los árboles se levantaran para permitirle avanzar y que las enmarañadas lianas se desenredasen para abrirle paso. Se volvió hacia su gente, alineada en la cubierta y preparada para acudir en su defensa si era necesario. Con un gesto de la mano, indicó que continuaba adelante. Los demás debían permanecer con la nave, protegerla y mantenerla a salvo.

Xar rodeó el tronco de un árbol y, de pronto, se topó de bruces con la espinilla de uno de los titanes. La criatura emitió un gruñido y empezó a moverse. De inmediato, el Señor del Nexo se aprestó a defenderse, pero el titán no dio muestras de haberse percatado de su presencia. Simplemente, había dado un paso lento y vacilante.

Cuando alzó la mirada para observar al gigante, Xar vio una expresión de felicidad en su rostro sin ojos.

Y entonces pudo distinguir las palabras de aquel canturreo:

Regresad..., regresad...

Y, en el preciso instante en que creía que iba a ser capaz de descifrar el resto, el murmullo
cesó.
La luz irisada se apagó. Y, aunque los cuatro soles de Pryan continuaron brillando en el cielo, la jungla pareció mucho más oscura y sombría en comparación.

El deán volvió la cabeza. Su rostro ciego se fijó en Xar. La expresión de felicidad había desaparecido.

CAPÍTULO 24

LA CIUDADELA

PRYAN

—¡Detén la máquina! —gritó Roland.

—¡No puedo! —aulló Paithan.

—¡Está llamando a los titanes!

—Tal vez sí, tal vez no. ¿Quién sabe? Además, mira a los titanes. Se mueven como si estuvieran bebidos...

—¿Bebidos? ¡Un cuerno! Lo que sucede es que no quieres parar tu preciosa máquina. ¡Piensas más en ese condenado artefacto que en nosotros!

—¡Oh, Roland!, eso no es verdad... —inició una protesta Rega.

—¡No me vengas con «¡Oh, Roland!», ahora! —Replicó su hermano—. ¡No hago sino repetir lo que tú misma dijiste anoche!

—Pero no lo decía en serio —se apresuró a explicar ella, volviéndose hacia Paithan con una sonrisa de disculpa.

—¿Por qué no intentas detener la máquina tú mismo? ¡Adelante! —exclamó Paithan, señalando la puerta.

—¡Quizá lo haga! —contestó Roland con altivez, un poco intimidado pero incapaz de rechazar el desafío.

Dio un paso hacia la puerta y, en ese preciso instante, la luz se apagó y el murmullo cesó.

Other books

The Complete Plays by Christopher Marlowe
The Island of Doves by Kelly O'Connor McNees
Rush by Beth Yarnall
Blonde Roots by Bernardine Evaristo
Strong, Silent Type by James, Lorelei
Old Glory by Jonathan Raban
Trinity Bound by Carrie Ann Ryan
Running From Forever by Ashley Wilcox
True Colors by Judith Arnold