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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Ciencia Ficción

Epidemia (10 page)

BOOK: Epidemia
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—De acuerdo —respondió Zheng.

Jia realizó de nuevo el saludo militar, admirando el autocontrol de Dongmei mientras los soldados del Segundo Departamento les ayudaban a restablecer todos los aparatos electrónicos. Dongmei no había entrado nunca antes en combate. Su pecho se hinchaba bajo el uniforme mientras lo cubría con su esbelta mano para intentar tranquilizarse... pero fue el contorno de los hombros de Bu y la silueta de sus caderas esbeltas lo que hizo que Jia apartara la vista de los miembros de su equipo.

Aquel hombre realmente se preocupaba por él. Jia estaba sorprendido. Había pensado que aquélla era una relación de conveniencia. Por lo que sabía, no había nadie como ellos dos en todo Los Ángeles. Fue un verdadero alivio poder encontrar a Bu Xiaowen, incluso aunque Jia se sintiera avergonzado de lo que hacían juntos. Ahora se sentía avergonzado por otra razón, por pensar que hasta entonces había rechazado la posibilidad de tener algo más profundo y duradero. Por suerte, no había tiempo para recrearse en esa idea.

—Coronel, he perdido contacto con los vehículos aéreos no tripulados —informó Yi.

—Señor, hay más cazas enemigos despegando desde Wyoming —añadió Huojin.

—Mis sistemas están bloqueados, señor —dijo Dongmei, posando la mano sobre el ordenador portátil.

—¿Han alcanzado nuestros aviones los objetivos? —preguntó Jia mientras se sentaba en su propio puesto. Hacía ya tiempo que debían haber enviado las nuevas coordenadas a las cámaras orbitales, y le preocupaba la situación de los vehículos no tripulados de Yi. Su equipo no controlaba aquellos artefactos de forma directa. Jia no contaba con los recursos suficientes—. Póngase en contacto con las unidades de las Fuerzas Aéreas encargadas de controlar esos vehículos —le dijo a Yi.

Conforme hablaba, Jia se atrevió a lanzar una nueva mirada hacia Bu, que estaba ocupado tratando de colocar los cables que había en el suelo. Normalmente pasaban días antes de que tuvieran oportunidad de hablar en privado, incluso aunque fuera un simple intercambio de palabras casuales. Sus encuentros físicos eran aún menos comunes, y Jia se preguntó cuándo podrían volver a tener uno.

Entonces se topó con los ojos inquisitivos del general Zheng.

Si alguna vez hubo una nación preparada para superar un holocausto e imponerse a sus rivales, ésa era la China del siglo XXI. Incluso antes del fin del mundo, ya era un país repleto de jóvenes desesperados.

A finales de la década de 1970, el Partido Comunista introdujo una serie de leyes para controlar a la población, recogidas en la denominada política de un solo hijo. Aunque contaron con una amplia oposición, aquellas leyes consiguieron evitar más de cuatrocientos veinte millones de nacimientos. Una pareja, un hijo. Era la única forma de garantizar la educación y la atención sanitaria a toda la población, y de hacer que la República Popular pasara de ser un estado de campesinos a una potencia tecnológica. Su población se había disparado después de la segunda guerra mundial, haciendo que la nación más grande del planeta corriera el riesgo de colapsarse desde dentro. Dar cobijo y alimento a todo el mundo se convirtió en la principal industria del país, y fue la razón por la que China avanzó muy por detrás de otros países desarrollados en cuestiones como la carrera espacial, la carrera nuclear o la modernización de los ejércitos; pero transcurridos cuarenta años, esas leyes consiguieron cambiar a la República Popular de un modo que nadie había previsto. Los abortos forzados y las esterilizaciones eran medidas comunes que las autoridades locales reforzaban para cumplir con las estrictas cuotas de nacimientos impuestas desde Beijing. Muchas familias también decidían abortar fetos de sexo femenino, guiadas por la preferencia de herederos masculinos para que hicieran perdurar un apellido familiar, un negocio o un puesto en la sociedad. Muchas niñas fueron víctimas de infanticidios y abandonos.

En numerosas zonas había muchos más hombres que mujeres, y en ocasiones se llegó a alcanzar una proporción de cinco a uno. Las mujeres homosexuales eran especialmente relegadas al ostracismo, por miedo a que las lesbianas robaran todos los vientres de China. Los hombres soportaban una gran presión por miedo a decepcionar a sus antecesores.

Durante su infancia, Jia Yuanjun no comprendía qué le pasaba. De hecho, pronto se dio cuenta de que estaba muy por encima de la media. No se sentía debilitado por aquella ansiedad que afectaba a los demás chicos de su clase. Se sentía cómodo sin chicas. Sus compañeros no. De manera que mientras los demás discutían entre ellos y buscaban algo que no podían encontrar, Jia pudo centrarse en sus estudios y en sus profesores.

Su carrera dentro del Ejército Popular de Liberación era respetable y cubría sus necesidades básicas, lo que le permitía enviar dinero a sus padres. Como teniente prometedor que era, cuando apenas contaba con veinte años, el MSE se fijó en él. Las agencias de inteligencia siempre habían tenido mucho interés en reclutar a jóvenes sobresalientes, pero por entonces Jia ya había comprendido que tenía un terrible secreto. Los encuentros furtivos que tantos de sus compañeros de escuela habían experimentado, no sólo en busca de un alivio físico sino también con el fin de desarrollar relaciones afectivas, también habían estado repletos de amenazas y juegos de dominación. Los chicos que confesaban su condición eran expulsados del ejército. Pero lo que era aún peor, cuando el Partido difundiera su oprobio, aquella mancha les negaría cualquier puesto bien remunerado en las ciudades.

Y aún había otro riesgo más. Los preservativos eran muy caros. La mayoría de los encuentros eran sin protección. El sida estaba muy extendido por toda Asia, y si Jia daba positivo, le resultaría muy difícil explicar el porqué, sería una doble sentencia de muerte. No había ninguna cobertura médica para un oficial licenciado con deshonor.

Sin embargo, a pesar de sus reservas, se sentía atraído hacia sus amigos. ¿Era sólo la suerte lo que había impedido que fuera traicionado? ¿O era su verdadera naturaleza lo que le permitía tener relaciones en las que ambos se volvían vulnerables y comprometidos? Jia era capaz de dar mucha ternura, lo que iba en contra de la actitud dura y masculina de muchos. Se sentía humillado al pensar que su yin era muy fuerte, pero el impulso resultaba irresistible. El sexo estaba bien, pero el amor era mejor. Jia también había comprobado que con frecuencia eran las relaciones más insensatas las que hacían que un hombre denunciara a su compañero de forma anónima. Jia se sentía más seguro al comprometerse con sus novios. Todos ellos tenían el destino de su compañero en sus manos, pero con frecuencia eran aquellos que sentían repugnancia hacia sí mismos quienes se volvían más crueles y destruían a sus amantes.

En la antigua China apenas había represalias contra las relaciones homosexuales. Siempre que un hombre cumpliera con sus deberes como marido y como padre, lo que hiciera después era cosa suya. Esa actitud cambió durante la revolución cultural. El Partido Comunista tachó a los homosexuales de desviados y de amenaza para la sociedad ideal. Los hombres que confesaban su inclinación eran encarcelados y en ocasiones ejecutados.

Esa persecución comenzó a perder intensidad en el siglo XXI. La sodomía dejó de estar criminalizada y la homosexualidad se eliminó de la lista de trastornos mentales. Sin embargo, tanto el Partido como el ejército continuaron aferrándose a las ideas más conservadoras de la revolución.

La plaga de máquinas provocó que lo peor de aquella era saliera de nuevo a flote. En las montañas no había suficiente espacio para todos. Gran parte de las minorías chinas desaparecieron. El sutil racismo de la etnia Han se convirtió en un mecanismo de supervivencia claro y despiadado. El Partido Comunista resucitó todos los viejos prejuicios, eliminando a cualquier sospechoso.

Jia no era un activista. Incluso antes del apocalipsis jamás habría podido actuar en contra de su país. La parecía algo fútil. No era un cobarde. Era lo suficientemente inteligente como para ver hacia dónde iba la corriente. Sabía que la mejor manera de asegurarse la supervivencia era hacerse indispensable. El Partido podía pasar por alto delitos menores si el que los cometía demostraba ser leal y trabajador. Jia era consciente de la ironía. Estaba dispuesto a darle a China todo lo que tenía precisamente porque China no lo quería todo de él, sino sólo su resistencia y su inteligencia.

También era consciente de que un papel destacado en el desarrollo de los nanos le convertiría en objeto de una intensa vigilancia. El MSE debía de haber interrogado a todo aquel que sirvió junto a él en algún momento. Muchos de aquellos hombres ya estaban muertos, pero ¿y si el MSE descubría a un antiguo amante? ¿Y si hablaban con alguien que sospechaba de él? Durante semanas, Jia temió ser descubierto. No quería perder su oportunidad, pero aun así pensaba que quizá lo supieran. Tenían que saberlo.

La plaga mental era una apuesta arriesgada. Su propia gente no podía ser informada de aquel ataque precisamente porque podía no salir bien. Jia sabía que, aparte de unos pocos ensayos, los nanos aún no habían sido probados, de modo que el trabajo no sólo requería un oficial de alto rango sino también alguien que actuara movido por un miedo terrible y una gran ambición. Él era el candidato ideal. Si algo salía mal, no les costaría deshacerse de él, le tacharían de advenedizo y de homosexual. No habría defensa posible. Jia sería considerado como un fracaso y sería ejecutado.

—El Gobernador no es estúpido. Es cierto que nuestras tropas no están preparadas —dijo el General Zheng.

—Señor —respondió Jia—, todo está saliendo según lo previsto.

Zheng se giró para mirar de nuevo los monitores.

—¿Ésos son los nanos? —preguntó.

—Sí, señor.

—¿Qué es lo que hacen?

—Nuestra gente los diseñó para que afectaran a la estructura básica del cerebro, señor. Partiendo de ahí, ataca a los lóbulos frontales.

—¿De modo que es mortal?

—No, señor. Es un arma que no derrama sangre. Quiero decir que no destruye tejidos. Los nanos simplemente se sitúan en las hendiduras sinápticas y afectan a la memoria y al sentido del tiempo. Ahora mismo los estadounidenses están terriblemente confundidos.

La probabilidad de daños más elevados era muy alta, por supuesto. Al obstruir millones de receptores cerebrales para bloquear los impulsos electroquímicos que se transmiten entre las sinapsis, la plaga mental no sólo dejaba a sus víctimas aturdidas y agitadas, sino que en ocasiones también podía causar daños permanentes.

—¿Y si cambia la dirección del viento o si los nanos consiguen llegar hasta China? —preguntó Zheng.

—Nosotros somos inmunes, señor.

—¿Estás máquinas son capaces de diferenciar la genética racial?

—No, señor. Nos han inoculado inyectándonos la vacuna.

No existía ninguna diferencia entre los cerebros orientales y los occidentales. Sin unos nanos diseñados para protegerlos, la plaga los habría atacado a todos.

Dos semanas antes, Jia fue uno de los primeros en recibir las inyecciones hipodérmicas que le inocularon un fluido supuestamente rico en nutrientes. La orden de lanzar la plaga tuvo que esperar hasta que todos los habitantes de la República Popular hubieran recibido la misma vacuna. El MSE también permitió que se vendieran pequeñas cantidades a los rusos en el mercado negro, tanto en Asia como en California. Por supuesto, esas dosis habían sido alteradas para eliminar la vacuna de su composición, ya que los chinos sabían que las agencias de espionaje rusas no tardarían en vender su propia versión del suero a los europeos como parte de su juego a dos bandas con el enemigo. Los rusos pensaban que aquellas vacunas no eran más que una parte de los estrictos programas médicos chinos, una sopa de vitaminas B pensada para ayudar a sus desnutridos soldados.

—Comprendo —dijo Zheng—. Los estadounidenses se habrían dado cuenta si nos hubiéramos movilizado para avanzar detrás de la plaga. Si el plan no hubiera sido secreto, podrían haber interceptado nuestras comunicaciones.

—Sí, señor —Jia se sintió aliviado. El hecho de que Zheng hubiera llegado a esas conclusiones por sí mismo le evitó tener que revelar tanta información. Era una situación muy delicada. Zheng debía de sentirse muy incómodo al recibir órdenes de un coronel tan joven; ésa era la razón por la que en un principio se puso de parte del gobernador Shao. Jia necesitaba normalizar de nuevo aquella relación lo antes posible—. Puede usted contar con mi lealtad, señor. Mi tarea era simplemente lanzar el ataque —explicó Jia, que además decía la verdad—. Estoy seguro de que pronto recibirá la confirmación.

—¿Ante quién debe usted responder? —preguntó Zheng.

—No lo sé, señor.

—¿Ante el general Quin?

—Le juro que no lo sé, señor.

—Pero a pesar de eso, su operación incluye docenas de unidades aéreas y terrestres, además de los laboratorios de los nanos. Quiero sus códigos de control.

—Sí, señor.

—¿Quiénes son sus contactos? ¿Son del MSE?

—Sí, señor. El Sexto Departamento, señor. El coronel Feng y el coronel Pan han sido mis comisionados.

Huojin interrumpió la conversación.

—Coronel, los primeros transportes ya están en el aire, señor.

—Continúen con el plan previsto. Tomen la capital —respondió Jia.

Las tropas fronterizas y las Fuerzas de Élite estaban en alerta permanente, de modo que Jia había podido movilizar dos compañías de paracaidistas sin correr el riesgo de llamar la atención de los estadounidenses. Pronto todo el Ejército Popular estaría marchando sobre los desiertos y controlaría el cielo.

—¿Y si se produjera una respuesta nuclear? —preguntó Zheng—. Estos búnkers no están preparados para protegernos contra sus misiles.

—No, señor, pero estamos en suelo estadounidense, y la plaga se está extendiendo con las corrientes de viento. No tendrán tiempo para considerar sus opciones.

En ese caso, los estadounidenses también tendrían que hacer frente a la lluvia radiactiva. Si decidían atacar la costa Oeste, el flujo habitual del viento de oeste a este transportaría la radiactividad hasta sus propios hogares sobre la divisoria continental; y el poder de la amenaza de la destrucción mutua aún estaba muy presente.

—Y son conscientes de que nuestra patria respondería lanzando sus propios misiles —añadió Jia—. Nuestra expectativa es que los estadounidenses duden. Entonces la plaga caerá sobre ellos.

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