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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Ciencia Ficción

Epidemia (13 page)

BOOK: Epidemia
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No había duda de que podría trabajar mejor en un laboratorio real, con la ayuda de asistentes y con una mayor capacidad de procesamiento de datos; pero también podía continuar allí. Tenía miedo de quedarse allí sola. Estaba llena de energía negativa, lo que no hacía más que aumentar su sentimiento de culpa.

Aquella gente había depositado toda su fe en ella. Habían trabajado muy duro para construir el laboratorio y para cultivar las cosechas de maíz a cambio de las que después consiguieron un compresor de aire Ingersoll Rand. Luego tuvieron que modificarlo para poder recargar los tanques de aire del sistema de respiración del traje de aislamiento, para las pocas ocasiones en las que se lo ponía en vez de llevar las ropas hospitalarias. Incluso habían conseguido hacerse con una lavadora-secadora que instalaron en el edificio de las duchas, y que solamente usaban para lavar la ropa de laboratorio. Todos los demás hacían la colada en el arroyo, incluso las madres con hijos pequeños. Tantas precauciones, cada gramo de coraje y determinación... ¿serían suficientes?

¿Y si era ella el eslabón más débil?

«Eso no es cierto —pensó, discutiendo consigo misma—. ¡No lo es! Debemos movernos antes de que lleguen más infectados al asentamiento. Ellos quieren creer que eso no ocurrirá, pero es inevitable.»

Ruth agarró el
walkie-talkie
. Lo había desconectado para poder hablar con Cam a través de la pared, ya que seguía crepitando con el sonido de otras voces. Interrumpió todas las conversaciones cuando subió el volumen y pulsó el botón de ENVIAR.

—Aquí Goldman. —No había planeado hablar de manera tan formal, pero sus viejos hábitos habían vuelto a salir a la superficie y sabía bien cómo usar aquel tono como un arma, ocultando su remordimiento bajo unas palabras recubiertas de acero—. Voy a salir.

—¡Espera! —dijo Greg—. ¡Ruth, espera!

—Quiero anunciar lo que he descubierto hasta ahora.

—¿De qué está hablando? —preguntó una mujer antes de ser interrumpida por otra voz femenina.

—¡Déjame coger papel y lápiz! ¿Ruth? Soy Bobbi. Voy a buscar un papel para apuntar.

—Tienes que quedarte ahí dentro —dijo Greg—. Nadie puede hacer ese trabajo por ti.

—Tiene razón —dijo Cam.

—¡Voy a salir! —interrumpió Ruth, pero esta vez percibió menos convicción en su propia voz. Toda su atención estaba siendo absorbida por las palabras que no podía transmitirle a Cam.

«Lo siento —pensó—. Yo también echo de menos a Allison.»

En la habitación contigua, Patrick seguía sufriendo convulsiones, no paraba de dar golpes y emitir gemidos. Ruth se preguntó si se estaría muriendo. ¿Tenía la integridad necesaria como para ir a comprobarlo? ¿Y si no conseguía evitar que se asfixiara o si comenzaba a sangrar de nuevo?

—He hecho todo lo posible con este equipamiento —dijo—. Por favor, creedme. Si hubiera algo más...

Otro hombre intervino en la conversación.

—¿Y qué pasa con Linda y con Michael?

—Alguien puede ponerse mi traje y volver aquí dentro. Los tanques de aire se pueden rellenar, mientras tanto...

—Ruth, eso sería una gran pérdida de tiempo —dijo Greg.

—Mientras tanto, puedo continuar analizando datos en el portátil. ¡Eso es precisamente lo que queréis que haga! ¡Y estar aquí dentro no es seguro!

—Linda nunca... —protestó otro hombre.

—Puedo llevarme el ordenador y el microscopio, pero tenéis que sacarme de aquí.

Cam fue el siguiente en hablar.

—Has dicho que el laboratorio está contaminado —dijo, advirtiendo a los demás.

«Genial, Cam —pensó Ruth—. Tengo que aprender a contar siempre contigo.»

—¿Qué significa eso? —preguntó alguien.

—Ruth, ¿es que los nanos también andan sueltos por ahí dentro? —preguntó Greg.

—De todos modos necesitaréis tiempo para reunir las herramientas necesarias. Yo esterilizaré el equipo, y mientras tanto os contaré lo que he descubierto.

—Pero no hay modo de saber si estás limpia —dijo Cam.

—Sí que lo hay.

—Ruth, eso puede esperar —intervino Bobbi—. Presta atención a lo que estás haciendo, cuéntanos lo que sea cuando estés fuera.

—No, os lo diré ahora —respondió Ruth, luchando contra la claustrofobia; su voz se llenó de emoción—. Voy a quitarme el traje antes de que abráis el agujero en la pared —continuó—, así que hay muchas posibilidades de que no consiga salir de aquí sin ser infectada.

Ruth sabía quién había diseñado la plaga cerebral. Reconocía la autoría del trabajo. Gran parte de aquella tecnología se basaba en los mismos avances de la plaga de máquinas y de los diferentes nanos que llegaron después. La primera plaga fue el paso inicial. Una vez abierta, aquella puerta señaló el camino a seguir por todas las demás.

Por supuesto, el equipo de diseño no la desarrolló con la intención de crear una plaga. Quienes estaban detrás de la tecnología Arcos, unos investigadores llamados Kendra Freedman y Al Sawyer, querían encontrar una cura para el cáncer, y consiguieron resolver dos de los tres principales desafíos de la tecnología nanométrica. Como fuente de energía, los arcos usaban la temperatura corporal del portador. Para conseguir cualquier resultado significativo debían de ser capaces de crear suficientes nanos, por lo que contenían un código de replicación muy eficiente que hacía que un solo nano se dividiera en dos, después en cuatro y después en dieciséis; todo ello en cuestión de segundos.

La vacuna se basaba en la misma tecnología, aunque perfeccionada. No era más inteligente que su hermana. Ésa fue la razón por la que los primeros modelos resultaron imperfectos. La vacuna tenía una capacidad muy limitada para distinguir entre la plaga y otras estructuras moleculares. Eso cambió cuando los equipos científicos de Leadville consiguieron desarrollar la capacidad de la vacuna para pensar. Incrementar la capacidad de decisión de aquellas máquinas microscópicas sin limitar su velocidad operativa no resultó tarea fácil, pero tan pronto como la vacuna fue capaz de dejar atrás a su rival, las fuerzas estadounidenses consiguieron sacar una ligera ventaja a rusos y chinos.

Por desgracia, los nanos eran algo demasiado etéreo como para que Estados Unidos pudiera hacer un uso exclusivo de ellos. La versión final de la vacuna se extendió de forma tan inexorable como la propia plaga. Cada vez que un soldado recargaba su arma, cada vez que el personal de tierra preparaba la munición de un caza, su aliento, su sudor y su sangre quedaban infestados de máquinas microscópicas; de modo que aquel beneficio también llegó hasta el enemigo.

Pocos días antes del bombardeo, Leadville también desarrolló otra clase de nano llamado «refuerzo». Una vez más, su núcleo estaba basado en lo que ya se sabía. Los refuerzos empleaban la misma fuente de energía calórica y podían replicarse a costa de la plaga de máquinas, pero estos nanos sí contaban con un verdadero principio de inteligencia. El código de discriminación que tanto había ayudado a la vacuna comenzó así a convertirse en algo más profundo.

Los refuerzos estaban pensados para leer el ADN de su huésped y para reforzar esa información genética. En última instancia incluso conseguía corregir y mantener esos códigos. Un hombre de veinte años que recibiera esos refuerzos podría tener siempre veinte años, quedaría inmunizado ante toda clase de virus e infecciones y protegido del deterioro propio de la edad, de una mala alimentación y de lacras genéticas como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares o el cáncer. La primera generación estaba muy lejos de todos aquellos objetivos, pero le dio a Ruth, a Cam y a muchos otros una protección suficiente contra la radiación que flotaba en las afueras del cráter de Leadville.

Una vez más, los nanos volvieron a extenderse. Los refuerzos pronto se dispersaron por todo el mundo igual que la propia vacuna, y cualquiera pudo estudiarlos y beneficiarse de ellos. Ruth sabía que había un cuarto modelo de nano completamente operativo, y lo sabía porque era suyo.

Aquel parásito no tenía ningún rasgo benigno. En esencia, era un modelo de refuerzo simplificado y combinado con un nuevo código de discriminación, un mecanismo muy simple diseñado para atacar a la vacuna en lugar de a la plaga de máquinas. Ésa era el arma del fin del mundo que Ruth había creado en Grand Lake. Habría conseguido que todo el mundo volviera a ser vulnerable a la plaga de máquinas y habría arrasado a los ejércitos de todos los bandos antes de que consiguieran protegerse en las zonas elevadas.

Ruth no podía saber qué caminos estaban siguiendo otros investigadores aliados. Pero en lo que a ella se refería, no tenía fuerzas para soportar más muertes. Decidió dejar de lado todos los esfuerzos por crear nanos nocivos y centrarse en desarrollar versiones perfeccionadas de los refuerzos. Quería crear una tecnología médica que no sólo evitara la proliferación de enfermedades, sino que también pudiera sanar heridas, como las viejas cicatrices que cubrían el cuerpo de Cam. Había cientos de miles de personas que sufrían las secuelas de la plaga, y miles de ellas también debían hacer frente a las quemaduras o a los efectos de la radiación. Ruth quería ayudar. Ahora aquella decisión le parecía un terrible error. El otro bando había conseguido progresar mucho cuando era ella la que había tenido capacidad para destruirlos a ellos primero.

—Los nanos son chinos —dijo Ruth por el
walkie-talkie
. Lo había dejado en el escritorio para tener las manos libres y poder trabajar con la lámpara de luz ultravioleta sobre el equipo—. El estilo es muy similar a toda la tecnología china que he visto. No es que haya sido mucha, pero Leadville estudiaba todos los programas enemigos tan de cerca como era posible.

—¿Estás segura, Ruth? —preguntó Greg.

—Sí. Estos nanos son chinos. —Estaba intentando iluminar cada recoveco y cada viga, lo cual era especialmente difícil entre los papeles, el ordenador portátil, los dos microscopios, el galvanómetro y los cables. Tenía que apartar los instrumentos con una mano mientras sostenía la lámpara con la otra.

La luz le quemaba los ojos aunque tratara de mantener el rostro alejado de ella, utilizando la máscara como escudo. El calor púrpura era como un sol en miniatura. El hecho de que Ruth se hubiera centrado primero en el equipo y en el escritorio no era casualidad, ya que la lámpara podría afectar al material del que estaba compuesto su traje. De hecho, si no tenía cuidado, también podía derretir las cortinas de plástico.

Ruth escuchó otro golpe y levantó la cabeza. ¿Provenía del interior de la cabaña? Se giró para ponerse de espaldas al escritorio. Todos los cajones le resultaban sospechosos. Abrió el primero y lo iluminó con la lámpara, utilizando la otra mano para apartar unos pocos lápices, unos clips y una grabadora. El siguiente cajón contenía los apuntes de sus estudios y el tercero estaba vacío. Tenía muy pocas cosas que atestiguaran su presencia en aquel lugar.

—Aún no sé cómo se reproducen —dijo—, pero creo que se basan en la misma tecnología de los refuerzos. El motor calórico es muy similar, incluso la estructura general, aunque ésta es mucho más fibrosa. Son más grandes, más sofisticados. Diría que estas cosas contienen alrededor de dos mil millones de UMA.

Todos conocían aquel acrónimo. Unidades de Masa Atómica. Todos los supervivientes habían acumulado tantos conocimientos técnicos como les había sido posible.

—Si usan el mismo motor calórico, ¿no puedes reprogramar la vacuna para que también les ataque a ellos? —preguntó Bobbi.

¿Qué les habría contado Cam?

—Podemos intentarlo —dijo Ruth—. Aunque son máquinas muy diferentes. También las he sometido a bajas presiones y no parece que tengan un límite hipobárico, de modo que puede que no se autodestruyan por encima de los tres mil metros. —Hizo una pausa y se detuvo sobre el escritorio. Acto seguido, iluminó el
walkie-talkie
con la lámpara, aunque no estaba segura de si el calor derretiría la radio.

Pudo escuchar otro golpe, esta vez procedente del exterior. «Bien.»

—¿Cam? —dijo.

—¿Cómo nos afectan esos nanos? —preguntó Cam.

Ruth sonrió aliviada al comprobar que el
walkie-talkie
aún funcionaba. Pero esa sonrisa pronto se evaporó bajo la luz áspera.

—No lo sé —contestó ella—. Es evidente que afectan al cerebro, puede que también al sistema nervioso. Es algún tipo de arma biológica.

—Reuniré a un equipo de trabajo —dijo Cam.

—Gracias. —«Cielo santo, muchas gracias», pensó Ruth. Entonces desconectó el
walkie-talkie
y le dio la vuelta para iluminar la parte de atrás.

No era seguro que el baño de luz ultravioleta pudiera pulverizar a los nanos. Como mucho conseguiría dañar a aquellas máquinas invisibles. Sería más efectivo combinar la luz con rayos X, pero en el pequeño hospital de Steamboat Springs no habían podido encontrar todo lo que necesitaban. Al igual que los generadores eléctricos, hacía mucho que el equipamiento médico más común había sido saqueado. Ni siquiera habían podido comprar un equipo de rayos X en el mercado local.

Tratar de iluminar con aquella luz cada milímetro del traje era una tarea irritante. Los tanques de aire de la espalda casi le aplastaron la cabeza cuando se agachó para iluminarse las botas. Apoyó los nudillos en el plástico del suelo y consiguió apartar la lámpara justo a tiempo. Tuvo que apoyar las rodillas contra el escritorio para no perder el equilibrio, recorriendo con la lámpara cada pliegue en sus piernas, su cuello y sus mangas con una precisión impasible.

A continuación, Ruth pasó la lámpara por su máscara, cerrando con fuerza los ojos para protegerse del calor púrpura. Se retorció para dirigir la luz arriba y debajo de sus tanques de aire, contorsionando su tronco. Finalmente se centró en el recubrimiento de plástico. Actuaba con paciencia, moviendo la luz arriba y abajo como si fuera una brocha.

En la otra habitación, Patrick continuaba arrastrándose por el suelo como un gusano.
Pum, raaaas, pum.

Linda emitió un gruñido.

—Voy a conectar los ventiladores —dijo Ruth—. Será mejor que os apartéis por si algo sale mal.

—¡Espera, Ruth! —dijo Bobbi.

—¡No! Tienes que contarnos más —intervino Greg casi al mismo tiempo.

—Eso es todo lo que sé. ¿Dónde está Cam?

—¡Esto no es una buena idea!

—Greg, me llevaría días descomponer los nanos con este microscopio, pero he conseguido escanear la superficie. Los datos están en mi portátil. Voy a seguir tratando de analizarlos, pero tengo que salir de aquí.

BOOK: Epidemia
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