Esperanza del Venado (39 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

BOOK: Esperanza del Venado
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—¿Y eso por qué? —preguntó Comadreja.

—Le mentí.

—¿Qué le dijiste? —exigió Comadreja.

—No te lo diré, Enziquelvinisensee Evelvinin, pues si lo hago le dirás la verdad, y en ese caso creo que no cumplirá.

—¿Por qué no puedes creer, Urubugala, que parte de la humanidad actúa mejor sabiendo la verdad que si la ignora?

—Mi único maestro es la experiencia —respondió Urubugala—. Los hombres son mejores cuando nada saben.

—Entonces… ¿qué hay de ti, Furtivo, que lo sabes todo?

Urubugala se encogió de hombros.

—Yo sólo soy el enanito negro de la Reina.

25
LA VICTORIA DE LOS CIEN CUERNOS

De cómo murieron Juventud y Belleza, y de cómo fueron llevados sobre la cresta de los Cien Cuernos.

LA PREPARACIÓN DEL NIÑO DOCEMESINO

Despertaron a Orem en la oscuridad. Se vistió a la luz de las velas y caminó por el Largo Paseo con la ayuda de los guardias, porque no podía sostenerse en pie fácilmente.

Hacia frío. Orem había disminuido tanto el poder de Belleza que la eterna primavera del Parque de Palacio se había marchitado. El invierno del mundo exterior había llegado por fin. Las flores habían muerto, los árboles enloquecían de oros y rojos; las fuentes eran hielo y el viento era crudo por primera vez en siglos.

La Reina sostenía a Juventud en sus brazos, en la plaza que daba al palacio. El niño vio a Orem y le llamó. Orem no habló. Permaneció mudo donde los guardias le detuvieron. Trató de excluir la voz del pequeño de su mente, pero no pudo. Quienes le escuchábamos, también creímos no poder soportarlo, pero finalmente lo hicimos.

—Papá —exclamó el niño—. ¿Dónde has estado? ¡Déjame contarte un cuento!

Comadreja, Urubugala y Pusilánime aguardaron en el otro lado de la plaza, frente a Orem. Sólo Urubugala no se quedaba quieto. Bailaba y gesticulaba y rodaba, saltaba de un lado para otro. Una sola vez se acercó a Orem y sólo para musitar:

—¡Haz todo lo que ella haga! —Y entonces se volvió a marchar, saltando en una pierna, pretendiendo estar ligado por hechizos que ya no surtían efecto alguno en él.

La primera luz apareció en el cielo por el este. Estaban bajo la sombra del Palacio, pero Belleza tenía prisa. Sabia lo que era verdaderamente necesario para el rito y lo que no; la luz directa no lo era, y comenzó el Pasaje.

Quitó toda la ropa a su hijo y lo recostó sobre la mesa de plata. Juventud gritó, ya que el metal estaba frío, pero allí se quedó, llorase o no, mientras Belleza también se desvestía. Orem miró a Urubugala. ¿Eso también sería necesario para él? ¿Debía desvestirse? Belleza había aprendido casi todo lo que sabía de los libros de Urubugala. El enano sacudió la cabeza.

Juventud gritó, y suplicó a su madre que le dejase marchar. Está frío, está frío. Orem sabía que no podía escapar; Belleza le había hechizado y las redes y cuerdas de Orem permanecían dentro de él. Nosotros observamos y Orem se mantuvo tan sereno como si el clamor de su hijo fuera el canto distante e indiferente de un ave.

Se mantuvo sereno y repitió cuanto hizo Belleza: cada signo de su mano fue repetido, cada palabra de sus labios fue pronunciada con ella. Al cabo de un rato, Juventud dejó de gritar y comenzó a jugar, a atrapar los dedos de su madre mientras ella hacía los signos.

Si él destruía un ritual ella volvía a comenzarlo, y lo mismo hacia Orem. Fue largo, pero

no cometió errores. Comadreja, Pusilánime y Urubugala le observaron bien para que no hubiera dudas.

Mientras la luz se tornó más intensa, y justo antes de que el sol asomara por detrás de Palacio, la Reina Belleza sonrió y tomó un alfiler de un sirviente y hundió el alfiler en su brazo, para que manara sangre. Humedeció un dedo en la sangre y con el liquido untó los párpados del niño.

¿Qué hago? interrogaron los ojos de Orem. La respuesta vino de Pusilánime, quien de pronto comenzó a cantar una canción impúdica y soez de sus épocas de soldado con el ejército rebelde de Palicrovol. La solemnidad se rompió; los guardias se apresuraron a silenciarlo. En la confusión, Urubugala se acercó a Orem y le cogió la mano. Orem estaba preparado: ya se había cortado la muñeca con la uña del dedo. La sangre salía de la herida superficial. Urubugala manchó sus dedos y se marchó. Y al rodar ante el altar saltó, se inclinó y escupió al rostro de Belleza. Ella gritó y los guardias se lanzaron a atraparlo tal cual habían hecho con Pusilánime. Pero al escupir había posado sus dedos ensangrentados sobre los párpados del niño.

El disturbio acabó. Belleza prosiguió, pero miraba al cielo para ver cuánto brillaba. En la distancia podía escucharse el son de la batalla: gritos de cientos de gargantas. Palicrovol por fin había iniciado su ataque. Demasiado tarde, a esas alturas. Aun cuando la ciudad no tuviera defensas, no conseguiría trasponer las murallas y las barreras a tiempo.

Más palabras; más signos. Entonces se elevó el sol y la luz plena destelló sobre las torres del Castillo de la Esquina. Belleza inclinó la cabeza. Todo estaba hecho. Sólo faltaba el crimen y beber la sangre.

Pero Belleza no tendió la mano hacia la hoja que aguardaba. Miró a Orem y le sonrió.

—Mi esposo, mi Reyecito, tú que me amas lealmente y con todo tu corazón, ¡qué fácilmente crees haberme engañado! ¿Crees que no he visto tus manos que se movían, tu sangre sobre los párpados de nuestro hijo? Idiotas, ¿por qué clase de tonta me habéis tomado? Pues ni siquiera Furtivo es infalible, creo, y menos lo es cuando su cerebro ha sido podrido y metido en una cabeza tan pequeña. El Pasaje sólo puede hacerse entre un progenitor y su hijo siempre y cuando el niño haya tragado el fluido de tu cuerpo que tomó por su propia voluntad. Todos estos meses el niño ha estado alimentándose de mi pecho.

¿Qué tomó de ti, Reyecito?

Orem desesperó.

La Reina dijo las palabras finales del Pasaje.

Juventud gritó, con súbito e infernal dolor. Todos los poderes, todos los odios, todo el saber de su madre pasó a él. Gritó, y en su voz infantil había palabras que jamás conoció en sus llantos, blasfemias que sonaban más terribles aún por ser dichas con voz tan inocente. Aun Juventud, pese a su gran corazón, era incapaz de soportar el peso que Belleza cargaba sobre él. Pero sus gritos pronto serían acallados. Belleza tomó el cuchillo.

Orem miró, incapaz de apartar la vista, a pesar de que Urubugala movía las manos en súplica. Por fin Orem desvió sus ojos, pero no hacia Urubugala sino hacia Comadreja, quien también amaba al niño. Ella movió la cabeza en dirección al enano y Orem entonces lo miró. Estaba confundido. ¿Qué puedes querer de mi ahora? Urubugala moldeó con la boca las palabras finales del Pasaje. Orem sacudió la cabeza. ¿De qué serviría?

Pero Comadreja lo sabía.

—Papá —dijo—. ¿Por qué te ha hecho llorar mi historia?

Orem la miró. Belleza también se detuvo, con el cuchillo en la mano. Y Orem recordó que Juventud había tendido-la mano hacia él, y que había saboreado una de las lágrimas que asomaban de sus ojos. El Pasaje estaría completo después de todo, si Orem decía las palabras. Belleza miró suspicazmente a Comadreja y al Reyecito. ¿Cuál era el truco?

¿Estaban tratando de confundirla y de detener su cuchillo hasta que el sol se apartara de

la cresta del Palacio? Ya no demoraría. Era el día, el momento, y Belleza ignoró lo que creyó ser un intento de distraerla. Posó la mirada sobre Juventud y alzó el cuchillo.

En ése momento, Orem pronunció las últimas palabras del rito y lo completó.

—Ven agua, ven agua. Ven madre, ven hija. Ven padre, ven hijo. Ven sangre y que se haga. El Venado hace uno de nosotros y la Cierva cumple la matanza.

En ése momento todo el poder que Belleza había sujetado en él se alejó y partió hacia su hijo. En ese momento toda la magia de la Reina Belleza fue devorada por el Sumidero libre de ataduras que yacía sobre el altar de plata bajo el cuchillo. El cuchillo se hundió en la garganta del niño. La sangre brotó y los gritos atroces del pequeño concluyeron en un borbotón de espuma.

¿Supo Belleza que el poder había partido de la sangre antes de beberla? Quién lo sabe. Levantó a Juventud y lo sostuvo sobre una tina que sostenía uno de los sirvientes.

En segundos se llenó lo suficiente para que ella se diera por satisfecha. Depositó sobre el altar al niño que aún vivía, cuyas manos seguían debatiéndose, cuyos ojos seguían queriendo escapar de su cabecita en fatal agonía. Alzó la vasija y bebió.

Demasiado tarde. El niño murió. La sangre no tenia valor. Toda su magia había sido desechada. Había traspasado a su hijo todo su poder, todo lo que la sostenía, para que regresara a ella con más vigor. Y ahora nada quedaba. Todo se había perdido. Mientras la observaban, su rostro cambió. Perdió el rostro que había usurpado, se marchitó y se pudrió ante sus ojos, desmoronándose sobre el cadáver de Juventud.

LA ÚLTIMA LIBERACIÓN

Su muerte lo deshizo todo. La lealtad de los guardias desapareció, y no hicieron esfuerzos por detener a Orem mientras corría a besar al cuerpo de su hijo, llorando.

Algunos miraron al Reyecito. Otros observaron a Urubugala, que había recuperado su cuerpo alto, sus ojos rosados y su piel lechosa, como lo pintaban todos los relatos sobre Furtivo. O a Pusilánime, quien de pronto llenó su armadura, y fue otra vez un hombre fuerte, con el fuego de la guerra en sus ojos. Pero pronto todas, todas las miradas se dirigieron a Comadreja. Ya que allí, ante ellos, estaba otra vez Belleza.

El rostro de Belleza. El cuerpo de Belleza. Los había engañado después de todo. Había sobrevivido. Estaba con vida y se vengaría de todos.

Se apartaron de ella. Todos, menos Zymas y Furtivo.

—Tontos —clamó Zymas—. La Reina Belleza ha muerto. Esta es la verdadera y legitima esposa del rey Palicrovol, Enziquelvinisensee Evelvinin. Nada tenéis que temer de ella.

Fue entonces cuando Orem levantó el rostro lloroso y sangriento del altar y comprendió que las Compañías de la Reina no habían muerto. Todos vimos cuando el conocimiento llegaba hasta él; le vimos recordar que, según palabras de Furtivo, todos pagarían el precio. Una mentira. Para engañarle y hacer que cumpliera su parte.

—No era una mentira —dijo Furtivo con suavidad—. Todo dependía de que pudiera hacer un hechizo con la sangre de tu mano. Pude restaurar sus hechizos lo suficiente para mantenernos a la edad que teníamos cuando nos sometió por vez primera. No estaba seguro de poder hacerlo.

Pero Orem nada dijo. Sólo paseó la mirada de Zymas a Furtivo, y de éste a Zymas.

Enziquelvinisensee Evelvinin, compadeciéndole, corrió a pedirle perdón por haber conspirado en la mentira sin saberlo. Pero él vio su rostro y gritó. Se lanzó hacia ella para atacar ese rostro que no tenia derecho a estar vivo. Posiblemente pensó que se trataba de Belleza. Estaba muy conmocionado. Lo apartaron de ella, le contuvieron. De inmediato la lucha cesó, y Orem dejó caer la cabeza y lloró.

Fue entonces cuando el Venado llegó del Parque de Palacio y caminó tranquilamente hacia el altar. Pasó sus cuernos por debajo de los cuerpos y los levantó. Fue un hecho curioso; los cuerpos se elevaron y a la vez permanecieron, como si el Venado hubiera

descubierto la verdad de la madre y el hijo y los hubiera elevado, dejando atrás sacos vacíos de carne. Los elevó y los sacó de allí exultantes, sobre las cien puntas brillantes de las astas del Venado.

Orem los vio perderse de vista por entre los bosques. Entonces se sacudió como un perro mojado e hizo un gesto como si fuese a partir. Los guardias le detuvieron hasta que Zymas gritó:

—Dejadlo ir. ¡Debemos apresurarnos y devolverle la ciudad al Rey antes de que se pierda otra vida!

Fue suficiente para los guardias. Siguieron a Zymas a paso veloz, hasta las puertas del Palacio, sin perder tiempo para encaminarse al Castillo de la Esquina e izar banderas de paz, para arriar y destruir el pabellón de armiño de la Reina Belleza.

Enziquelvinisensee Evelvinin vio cómo Orem el Carniseco, no ya el Reyecito, se alejaba del lugar donde perdió todos sus amores y toda su confianza. Casi le llamó. Casi corrió hacia él y le rogó su perdón. Pero eso no habría sido lo correcto. Podría haber pensado que ella le amaba. Podría haber olvidado que ella pertenecía al rey Palicrovol.

Podría haber tratado de franquear los siglos. Pero Palicrovol, tu esposa no era tan necia.

El amor no obra milagros No podía haber sucedido. Vio perderse de vista a Orem y luego miró hacia donde regresaba el Rey, para entregarse a quien había amado perfectamente a lo largo de los siglos. Después de todo, seguía siendo virgen; había una boda que concluir. Comenzarían de nuevo lo que tan inconvenientemente había sido pospuesto.

Pero en su corazón no sintió regocijo. Le afligía pensar que Orem el Carniseco la odiaba.

Y lo que más le afligía es que tuviese razón.

26
LA IRA DEL REY

De cómo trata el Rey a sus enemigos.

EL REGOCIJO

Cuando viste el cambio de banderas, ordenaste a los soldados que bajaran las armas.

O bien Belleza tenia la fortaleza para destruirte o bien moriría. Sabias que no recurriría a trucos. Tus hombres bajaron las armas y la ciudad fue tuya. La gente salió a las calles a vitorear tu nombre, aunque en realidad no por retrasar tu regreso te desearon más.

Luciste la Corona de Asta por las calles.

A Zymas lo abrazaste; a Furtivo lo saludaste con una reverencia; a Enziquelvlnisensee Evelvinin sólo la miraste y dijiste:

—Si. Te conozco.

EL PERDÓN

A todos los soldados de Belleza, a todos los cortesanos que la adularon, a todos los mercaderes que se enriquecieron con su gobierno, a todos los sirvientes que cuidaron de ella, a todos los magistrados que administraron sus leyes, a todos ellos les perdonaste.

EL HONOR

Hallaste su cuerpo sobre el altar y al niño debajo de ella. Los hiciste llevar hasta la ribera del río. Hiciste quemar los cuerpos, y arrojar sus cenizas a las aguas. Fue sobre esas mismas aguas donde había hecho arrojar un millón de flores para dar la bienvenida a la Princesa Flor. Fue en esas mismas aguas, aunque frías y veloces, en las que nadaste para concebir a un hijo de la esposa de un granjero.

LA VENGANZA

Ahora con tus tropas aguardas en la base de un reducto en las montañas, que ni siquiera es un castillo. Sabes que en ese sitio espera Orem el Carniseco. Y con él crees que aguarda un ejército, o un hechicero de terrible poder. Te diré quiénes esperan dentro: Un niño sin orejas, que sabe hurtar de los bolsillos, o sostener a una mordedora y seguir con vida; antes de que termines con él tal vez rasguñe a uno o dos soldados.

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