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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Estado de miedo (7 page)

BOOK: Estado de miedo
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Kim hizo una llamada allí. Prácticamente al mismo tiempo apareció en la pantalla de su ordenador un mensaje en el que se le comunicaba que el cheque había sido aceptado. Kim telefoneó a Damon y le preguntó si quería que abandonas e sus indagaciones. Damon dijo que no, que siguiesen buscando información.

Kim mantuvo una breve conversación con Miguel Chávez, del Banco de Crédito Agrícola de San José. Chávez dijo que había recibido un ingreso electrónico de Moriah Wind Power Associates vía Ansbach (Caimán) Ltd., un banco privado de la isla de Gran Caimán. Solo sabía eso.

Chávez volvió a llamarle diez minutos después para comunicarle que había hecho indagaciones en Ansbach y obtenido confirmación de una transferencia a la cuenta de Moriah realizada tres días antes por la Sociedad Internacional de Conservación de la Naturaleza, y en la casilla de concepto constaba: «Fondo de Investigación G. Morton».

John Kim telefoneó a su cliente de Vancouver para preguntarle en pago de qué era el cheque. Damon explicó que era el alquiler de un pequeño submarino de investigación biplaza.

A Kim le pareció muy interesante, así que telefoneó a su amigo George Morton para tomarle el pelo un poco y preguntarle por qué alquilaba un submarino. Y, para su sorpresa, Morton no sabía nada al respecto.

Evans acabó de tomar nota en el bloc.

—¿Eso es lo que te ha dicho un director de banco de Vancouver?

—Sí. Un buen amigo mío. ¿Por qué me miras así?

—Porque es mucha información —contestó Evans. Desconocía la normativa bancaria de Canadá, y más aún la de Costa Rica, pero sabía que era poco probable que un banco intercambiase información libremente tal como Morton había descrito. Si la historia del director de Vancouver era cierta, había algo que no contaba. Evans tomó nota mentalmente para investigarlo—. ¿Y conoces esa Sociedad Internacional de Conservación de la Naturaleza, que tiene un cheque tuyo por valor de un cuarto de millón de dólares?

Morton movió la cabeza en un gesto de negación.

—Nunca había oído hablar de ella.

—¿Nunca le has entregado doscientos cincuenta mil dólares, pues?

Morton negó con la cabeza.

—Lo que sí hice la semana pasada fue darle doscientos cincuenta mil a Nicholas Drake para cubrir un déficit de funcionamiento mensual. Me explicó que tenía ciertos problemas porque un donante de Seattle se había retrasado una semana en el pago. Drake ya me había pedido antes esa clase de ayuda una o dos veces.

—¿Crees que ese dinero acabó en Vancouver? Morton asintió.

—Mejor será que le preguntes a Drake —sugirió Evans.

—No tengo la menor idea —contestó Drake, aparentemente confuso—. ¿Costa Rica? ¿Sociedad Internacional para la Conservación de la Naturaleza? Dios mío, no imagino qué puede ser.

—¿Conoces la Sociedad Internacional para la Conservación de la Naturaleza? —preguntó Evans.

—Perfectamente —respondió Drake—. Es una organización excelente. Hemos trabajado en estrecha colaboración con ellos en numerosos proyectos en todo el mundo: las Everglades, la montaña del Tigre en Nepal, la reserva natural del lago Toba en Sumatra. La única explicación que se me ocurre es que por error el che— que de George se ingresase en la cuenta equivocada. O… no lo sé… Tendría que llamar a la oficina, pero en California ya es tarde. Habrá que esperar a· mañana.

Morton miraba fijamente a Drake, sin hablar.

—George —dijo Drake, volviéndose hacia él—. Comprendo que esto te resulte extraño. Incluso si se trata de un simple error, como sin duda lo es, no deja de ser una cantidad de dinero considerable para extraviarse. Lo siento mucho. Pero a veces se cometen errores, sobre todo cuando se recurre a muchos voluntarios no remunerados, como es nuestro caso. Pero tú y yo somos amigos desde hace mucho tiempo. Quiero que sepas que llegaré al fondo de este asunto. Y por supuesto me encargaré de recuperar ese dinero en el acto. Te doy mi palabra, George.

—Gracias —dijo Morton.

Subieron todos al Land Cruiser.

El vehículo se bamboleó por la yerma llanura.

—¡Qué tozudos son estos islandeses, maldita sea! —exclamó Drake, mirando por la ventanilla—. Pueden ser los investigadores más tozudos del mundo.

—¿No ha comprendido las razones que le has expuesto? —preguntó Evans.

—No —contestó Drake—, no he conseguido hacérselo entender. Los científicos ya no pueden permitirse esa actitud arrogante. No pueden decir: «Yo llevo a cabo mi investigación, y me da igual cómo se utilice». Eso está desfasado. Es irresponsable. Incluso en un campo en apariencia tan críptico como es la geología de glaciares. Porque, nos guste o no, estamos en guerra: una guerra global de información contra des información. La guerra se libra en muchos campos de batalla. Artículos de opinión en los periódicos, informes televisivos, publicaciones científicas, páginas web, congresos, aulas… y también juzgados, si a eso vamos. —Drake negó con la cabeza—. Tenemos la verdad de nuestro lado, pero estamos en inferioridad numérica y económica. Hoy día el movimiento ecologista es David contra Goliat. Y Goliat son Aventis y Alcatel, Humana y GE, BP Y Bayer, Shell y Glaxo-Wellcome… enormes, internacionales, corporativas. Son enemigos implacables de nuestro planeta, y Per Einarsson, ahí en su glaciar, es un irresponsable por actuar como si todo eso no estuviese ocurriendo.

Sentado junto a Drake, Peter Evans asintió en actitud comprensiva, aunque en realidad oía con recelo todo lo que Drake decía. El presidente del NERF era famoso por su propensión al melodrama. Y Drake pasaba por alto deliberadamente la circunstancia de que varias de las empresas que había nombrado aportaban considerables do naciones al NERF todos los años, y tres ejecutivos de esas compañías de hecho formaban parte del consejo asesor de Drake. Eso mismo podía afirmarse de muchas organizaciones ecologistas en la actualidad, si bien las razones que se escondían tras el compromiso de las empresas suscitaban no poca polémica.

—Bueno —dijo Morton—, quizá Per lo reconsidere más adelante.

—Lo dudo —respondió Drake con pesimismo—. Estaba furioso. Hemos perdido esta batalla, lamento decido. Pero haremos lo que siempre hacemos. Seguir al pie del cañón. Luchar por una causa justa.

En el todoterreno se hizo el silencio durante un rato.

—Las chicas no estaban nada mal —comentó Morton por fin—. ¿Verdad, Peter?

—Desde luego —convino Evans—. Nada mal.

Evans sabía que Morton intentaba relajar los ánimos. Pero Drake no le siguió la corriente. El presidente del NERF contempló con aire taciturno el árido paisaje, con las montañas nevadas a lo lejos, y movió la cabeza tristemente.

En los últimos dos años Evans había viajado muchas veces con Drake y Morton. Normalmente, Morton animaba a cuantos se hallaban alrededor, incluso a Drake, que estaba siempre apagado e inquieto.

Pero recientemente se veía a Drake más pesimista que de costumbre. Evans lo había notado por primera vez unas semanas atrás, y se había preguntado entonces si había alguien enfermo en su familia o le preocupaba alguna otra cuestión. Pero no parecía ocurrirle nada especial. O al menos nadie hablaba de ello. El NERF era un hervidero de actividad; se habían trasladado a un magnífico edificio en Beverly Hills; la recaudación de fondos había alcanzado cotas sin precedentes; planificaban nuevos actos y simposios espectaculares, incluido el Congreso sobre el Cambio Climático Abrupto que comenzaría dentro de dos meses. Sin embargo, a pesar de estos logros —¿o quizá a causa de ellos?—, Drake parecía más abatido que nunca.

Morton se había fijado también en ello, pero le quitaba importancia. «Es abogado —había dicho—. ¿Qué esperas? Olvídalo».

Cuando llegaron a Reykjavík, el sol había dado paso a la lluvia y el frío. En el aeropuerto de Keflavík caía aguanieve, y ello los obligó a esperar mientras se deshelaban las alas del Gulfstream blanco. Evans se retiró a un rincón del hangar y, como era plena noche en Estados Unidos, telefoneó a un amigo de Hong Kong que trabajaba en la banca. Le preguntó sobre el asunto de Vancouver.

—Totalmente imposible —fue la respuesta inmediata—. Ningún banco divulgaría esa información, ni siquiera a otro banco. Ahí se esconde un ITS.

—¿Un ITS?

—Un Informe de Transferencia Sospechosa. Si parece un movimiento de dinero destinado al narcotráfico O el terrorismo, la cuenta pasa a ser controlada. Y a partir de ese momento se rastrean todas sus transacciones. Existen medios para rastrear transferencias electrónicas, incluso con considerable encriptación. Pero los resultados de ese rastreo nunca acabarán en la mesa de un director de sucursal.

—¿No?

—No existe la menor posibilidad. Se necesita una autorización de las fuerzas del orden internacionales para ver el informe de seguimiento.

—¿Así que ese director de banco no hizo todo eso él solo?

—Lo dudo. En este asunto hay alguien más implicado. Algún policía. Alguien de quien no te van a hablar.

—¿Por ejemplo, un agente de aduanas o de la Interpol?

—Algo así.

—¿Qué razones podría haber para que se pusieran en contacto con mi cliente?

—No lo sé. Pero no es casualidad. ¿Tiene tu cliente tendencias radicales?

Pensando en Morton, Evans deseó reírse.

—Ni mucho menos.

—¿Estás seguro, Peter?

—Bueno, sí…

—Porque a veces esos donantes ricos se divierten, o se justifican, dando apoyo a grupos terroristas. Eso pasó con el IRA. Los americanos acaudalados de Boston lo apoyaron durante décadas.

Pero los tiempos han cambiado. Ya nadie se divierte. Tu cliente debería andarse con cuidado. Y también tú si eres su abogado. No me gustaría tener que ir a visitarte a la cárcel. Y colgó.

CAMINO DE LOS ÁNGELES
LUNES, 23 DE AGOSTO
13.04 H

La auxiliar de vuelo sirvió un vodka a Morton en un vaso de cristal tallado.

—No más hielo, encanto —dijo Morton alzando la mano. Sobrevolaban Groenlandia, una inmensa extensión de hielo y nubes bajo un débil so1.

Morton iba sentado aliado de Drake, quien hablaba del gradual deshielo del casquete groenlandés, y del ritmo al que se producía el deshielo en el Ártico, y del retroceso de los glaciares canadienses. Morton tomó un sorbo de vodka y asintió.

—¿Islandia, pues, es una anomalía?

—Sí —contestó Drake—. Una anomalía. En el resto del mundo los glaciares se funden a un ritmo sin precedentes.

—Es una suerte que te tengamos a ti, Nick —dijo Morton apoyando una mano en el hombro de Drake.

Drake sonrió.

—Y es una suerte que te tengamos a ti, George. No habríamos conseguido nada sin tu generoso apoyo. Tú has hecho posible la demanda de Vanuatu, yeso es de extrema importancia por la publicidad que generará. Y en cuanto a tus otras ayudas, en fin… me faltan las palabras.

—A ti nunca te faltan las palabras —dijo Morton, y le dio una palmada en la espalda.

Sentado frente a ellos, Evans pensó que realmente formaban una extraña pareja. Morton, corpulento y campechano, vestido de manera informal con vaqueros y camisa de trabajo, con la ropa a punto de reventar. Y Nicholas Drake, alto y muy delgado, con chaqueta y corbata, el descarnado cuello asomando de una camisa que siempre parecía quedarle grande.

También en su actitud eran polos opuestos. A Morton le encantaba verse rodeado de personas, comer y reír. Tenía debilidad por las chicas guapas, los coches deportivos antiguos, el arte asiático y las bromas pesadas. Sus fiestas atraían a la mayor parte de Hollywood a su mansión de Holmby Hills; sus funciones benéficas eran siempre especiales, siempre comentadas en la prensa al día siguiente.

Naturalmente Drake asistía a esas funciones. Pero siempre se marchaba temprano, a veces antes de la cena. A menudo pretextaba una indisposición, suya o de un amigo. De hecho, Drake era un hombre solitario y ascético, que detestaba las fiestas y el bullicio. Incluso cuando se subía a un estrado para pronunciar un discurso transmitía una impresión de aislamiento, como si se hallase.

Solo en la sala. Y Drake, siendo como era, sabía sacarle partido a su imagen. Conseguía dar a entender que era un mensajero solitario en un mundo inhóspito, comunicando la verdad que el público necesitaba oír.

Pese a sus diferencias de temperamento, los dos habían desarrollado una amistad duradera que se prolongaba ya desde hacía una década. Morton, heredero de una fortuna amasada con el esfuerzo, poseía la desenvoltura congénita de la riqueza heredada.

Drake sabía encontrar buen uso para ese dinero, y a cambio proporcionaba a Morton una pasión y una causa que daba forma y rumbo a su vida. El nombre de Morton aparecía en el consejo director de la Sociedad Audubon, la Wilderness Society, la Fundación Mundial de la Naturaleza y el Club Sierra. Era uno de los principales donantes de Greenpeace y la Environmental Action League.

Todo esto culminó en dos grandes regalos de Morton al NERF: el primero era una donación de un millón de dólares para financiar la demanda de Vanuatu; el segundo, una donación de nueve millones de dólares al propio NERF para financiar futuras investigaciones y litigios en defensa del medio ambiente. No era de extrañar que el consejo directivo del NERF hubiese declarado a Morton su Ciudadano Consciente del Año. Estaba previsto un banquete en su honor ese otoño en San Francisco.

Evans, sentado frente a los dos hombres, hojeaba una revista tranquilamente. Pero la llamada a Hong Kong lo había inquietado y, sin proponérselo, observaba a Morton con cierta cautela.

Morton tenía una mano apoyada en el hombro de Drake y le contaba un chiste —como de costumbre, intentando hacer reír a Drake—, pero a Evans le pareció detectar cierto distanciamiento en Morton. Se había retraído, pero no quería que Drake se diese cuenta.

Esta sospecha se vio confirmada cuando Morton se levantó de pronto y se dirigió a la cabina de mando.

—Quiero saber qué pasa con ese condenado problema electrónico —dijo.

Desde el despegue habían experimentado los efectos de una importante erupción solar que había inutilizado, al menos a ratos, los teléfonos móviles. Los pilotos dijeron que esos fenómenos se agudizaban cerca de los polos y que disminuirían a medida que avanzaban hacia el sur.

Morton parecía impaciente por hacer unas llamadas. Evans se preguntó a quién. Eran las cuatro de la mañana en Nueva York, la una en Los Ángeles. ¿A quién llamaba Morton? Pero, por supuesto, podía guardar relación con cualquiera de sus proyectos medioambientales en marcha: la depuración de agua en Camboya, la reforestación en Guinea, la conservación del hábitat natural en Madagascar, las plantas medicinales en Perú. Por no hablar de la expedición alemana para medir el grosor del hielo en la Antártida. Morton se implicaba personalmente en todos estos proyectos. Los conocía con detalle; conocía a los científicos participantes; había visitado los lugares en persona.

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