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Authors: Irene Comins Mingol

Tags: #Filosofía, Ensayo

Filosofía del cuidar (11 page)

BOOK: Filosofía del cuidar
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2.4 ÉTICA DEL CUIDADO Y TEORÍA DE LA NOVIOLENCIA
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En este apartado voy a tratar de demostrar cómo la ética del cuidado tiene muchos puntos en común con la teoría de la no-violencia y que ambas comparten la misma premisa de partida: la transformación pacífica de los conflictos. «Mientras que una ética de la justicia procede de la premisa de igualdad —que todos deben ser tratados igualmente—, una ética del cuidado se apoya en la premisa de la noviolencia: que no se debe dañar a nadie» (Gilligan, 1986: 281).

La teoría de la no-violencia tiene dos características fundamentales: 1. Aunque para muchos ha tenido un claro fruto social a gran escala (Gandhi, Martin Luther King) para la mayoría de los mortales la no-violencia tiene la capacidad de
transformación en lo cercano
. Esto no le quita importancia, ni tampoco influencia social y debemos ser conscientes de ello para no sentirnos frustrados por no llegar lejos. Esto sólo nos ayudaría a abandonar antes de hora. La no-violencia parte de un interés por lo más cercano, por las acciones cotidianas, por nuestra actitud en el trabajo, en la familia, con los amigos, con la pareja, con el vecino… Aquí nos sirve el lema de la ecología: «pensar global, actuar local». 2. Otro punto clave de la no-violencia es la perseverancia, pues debe ser una forma de vida y no una serie de actos esporádicos.

Partiendo de estas dos características de toda acción no-violenta, el eje principal que define la teoría de la no-violencia y también la ética del cuidado es la fuerza del amor. El amor ha sido condenado al ostracismo por casi todas las disciplinas científicas, incluso por aquellas que se hacen llamar Ciencias Humanas y Sociales. Sólo desde determinados ámbitos de la psicología, la ética y poco más existe una somera aproximación. Es un reto de los seres humanos reconstruir este valor, aprenderlo y cultivarlo.

La noviolencia no sólo ha sido un método […] de lucha para transformar los conflictos, denunciar los niveles existentes de violencia o abordar cambios representativos en las sociedades. Sino que, también, está intentando renovar […] a otras disciplinas de conocimientos, tales como: la historia […], la teoría política […], la sociología […], la antropología […], la religión […], la filosofía ética (con la denominada ética del cuidado), la economía […], el feminismo (reforzando especialmente el de la diferencia) y también las llamadas ciencias experimentales (López Martínez, 2001: 232).

Como muy bien apunta Mayor Zaragoza: «¿Por qué no nos atrevemos a correr el riesgo que toda religión y filosofía importante nos asegura que debemos correr, el riesgo de amar y ser amados?» (Mayor Zaragoza, 1994: 37).

Posibles fuentes desde donde reconstruir este valor:

  1. Muchas veces se ha relegado tanto el amor como otros sentimientos morales al ámbito de lo privado, lo doméstico, lo femenino… Las mujeres tienen mucho que enseñar en este valor, en el valor del cuidado y la ternura. «Gandhi mantuvo que había aprendido las técnicas de la noviolencia y de la desobediencia civil de las mujeres, principalmente de las sufragistas británicas» (Magallón Portolés, 1993: 70). Valores que tradicionalmente han estado relegados al ámbito doméstico y que han servido como elemento subordinador de la mujer, son reformulados y reconstruidos ahora como prácticas sociales de transformación pacífica de conflictos tanto para el hombre como para la mujer. Estos valores formaban parte de las redes opresivas del sistema género-sexo, ahora se trata, no de rechazarlos sino de recuperarlos para todos los seres humanos.
  2. Históricamente una de las fuentes que más valor e importancia ha dado al amor ha sido la religión. Casi todas las religiones ven en el amor al prójimo el mandamiento principal. La no-violencia se ha nutrido de las grandes religiones como experiencias de paz, de reconciliación y perdón. Aunque existen también experiencias de violencia y de guerra relacionadas con temas religiosos cabe recordar que la paz es un elemento central en los fundamentos y bases teóricas de la religión (Cabedo Manuel, 1997).

Así, deberíamos hurgar en todas aquellas tradiciones y aportaciones que nos ayuden a reconstruir el valor del amor, aquí hemos elegido el legado de la experiencia de las mujeres. Según Sara Ruddick la experiencia maternal es una fuente de aprendizaje de habilidades para resolver conflictos de forma no violenta. Más allá de la práctica maternal aparece un pensamiento distintivo que es incompatible con la estrategia militar pero que concuerda con el compromiso pacífico de la no-violencia (Ruddick, 1992: 299).

Tanto en sus casas como fuera de ellas, las mujeres normalmente se experimentan a sí mismas como débiles, sin poder. Ellas son normalmente pobres socialmente, objetos más que agentes de guerras, planes económicos y regímenes políticos. Como otros combatientes sin poder, las madres a menudo recurren a estrategias de no-violencia porque ellas no tienen armas con que dañar: ni rifles, ni efectividad legal ni poder económico. Así es como las madres se enrolan en técnicas no violentas como el ruego, la persuasión, el apaciguamiento, el auto-sacrificio, la negociación y toda una variedad de habilidades emocionales. Cada una de esas técnicas tiene según Ruddick un lugar en la coerción pública no violenta (Ruddick, 1992: 301).

Cuando hablamos de la fuerza del amor, nos referimos al amor que siento en el otro en el que veo la esencia del ser humano, la humanidad. Amo en él la vida, el valor de ser humano, de ser mi igual y formar parte de una unidad. Este tipo de amor también debe darse con la naturaleza, con el sol, las estrellas. Es el amor por lo que existe, por aquello que nos ha dado la vida y por aquello por lo que vale la pena morir.
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Este concepto amplio de amor incluye el amor por la naturaleza, por otros y por nosotros mismos. Este amor debe empezar por uno mismo. Uno tiene que quererse a uno mismo para así poder amar mejor a los demás.

Al igual que la violencia crea un círculo vicioso, el amor crea un
círculo virtuoso
que revierte en más amor. Por eso podemos considerar el amor como un método de construir una Cultura para la Paz. La no-violencia dice que podemos romper con la espiral de la violencia apostando por la fuerza del amor.

Este amor también está muy conectado con la necesidad de reconocimiento que todos los seres humanos necesitamos. Si a un niño pequeño le mostramos amor y reconocimiento (le cuidamos) crece con un autoconcepto sano y se siente seguro de sí mismo, capaz de plantear alternativas y soluciones a la vida. Es muy importante la autoestima y tener un buen autoconcepto para poder plantear alternativas a los conflictos. Esta autoestima sólo puede desarrollarse a través del amor. Cuando amamos a alguien, con ese amor que recibe aprende a amarse también a sí mismo y eso facilitará que ame mejor a los demás, por eso hablamos del círculo virtuoso del amor.

Esta idea del amor como reconocimiento también nos lleva a la idea de que la capacidad del no-violento está en encontrar la parte buena del otro y tratar de potenciarla. Está claro que ningún ser humano es un completo ángel ni tampoco un demonio, hasta la persona más brusca y cruel tiene aspectos positivos. La tarea más importante del no-violento es encontrar esos aspectos y saber potenciarlos, valorarlos. Se avanza más potenciando los valores buenos que criticando los aspectos negativos. Por todo ello abogamos por el concepto de
ahimsa
para definir la no-violencia. En Occidente hablamos de no-violencia como negación de la violencia, sin embargo
ahimsa
, no es solamente no-violencia sino que sería además la fuerza del amor, del cuidado y la ternura (Martínez Guzmán, 2001d: 121).

El mismo Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha reconocido el importante papel que las mujeres han desarrollado en la transformación pacífica de conflictos. De ahí la creación de la Resolución 1325 en la que se insta al
aumento de la participación de las mujeres en los procesos de paz y la toma de decisiones
. Uno de los grandes retos en el ámbito del género y de los espacios que ocupamos es la incorporación de la mujer en los espacios públicos, en los puestos de autoridad y responsabilidad. Porque las mujeres pueden transformar la forma de entender el poder, la forma de transformar los conflictos. Por ello es interesante que exista paridad de participación en los procesos de paz, pero no sólo por las cuotas, y lo políticamente correcto, sino además, y especialmente, por esa capacidad de significar esos espacios de otro modo.

3. LA ÉTICA DEL CUIDADO Y LAS TAREAS DE ATENCIÓN Y CUIDADO

En el apartado anterior hemos abordado una de las aportaciones de la ética del cuidado a la construcción de una cultura para la paz: habilidades pacíficas de transformación de conflictos. En este apartado abordaremos otra de las aportaciones de la ética del cuidado a la construcción de una cultura para la paz: la atención a los otros.

Dividiré mi análisis en cuatro secciones. En la primera haré una somera reseña de la importancia de las tareas de atención y cuidado para el desarrollo humano. En la segunda sección abordaré quienes deberían ser los destinatarios de esas tareas, y en una tercera parte quienes los suministradores. Finalmente terminaré con un resumen de cómo la globalización y las políticas de desarrollo han mermado las tareas de cuidado.

3.1 IMPORTANCIA PARA EL DESARROLLO HUMANO

Las tareas de atención y cuidado son necesarias para la satisfacción de las necesidades básicas de todo individuo, son fundamentales para la supervivencia y el bienestar. Por ello son consideradas importantes para el desarrollo humano y también para la existencia de justicia social. El propio Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), reconoce en su Informe Anual de 1999 la importancia del cuidado para el desarrollo y le dedica todo un epígrafe. «La función de la atención en la formación de la capacidad y en el desarrollo humano es fundamental» (PNUD, 1999: 77) ya que «el desarrollo humano es nutrido no sólo por el aumento del ingreso, la escolaridad, la salud, la potenciación y un medio ambiente limpio, sino además por la atención» (PNUD, 1999: 77). Las tareas de atención y cuidado son muy importantes para el desarrollo humano pues son el vehículo a través del cual se lleva a cabo la satisfacción de las necesidades básicas. Gracias a las tareas de atención y cuidado se maximiza la utilidad de los recursos disponibles para la satisfacción de las necesidades básicas.

Un análisis de UNICEF determina que la atención es el tercer factor básico de la prevención de la desnutrición infantil, después de la seguridad alimentaria del hogar y el acceso a servicios de abastecimiento de agua, atención de salud y saneamiento. Es lo que traduce los recursos de alimento y salud disponibles en crecimiento y desarrollo sanos (PNUD, 1999: 77).

Si las tareas de atención y cuidado son útiles para la satisfacción de las necesidades más básicas como aquellas vinculadas con el alimento o la salud, no se termina aquí su importancia. La atención y el cuidado suministran por sí mismas la necesidad de afecto y apoyo emocional que todos los seres humanos tenemos. Son la mejor muestra del reconocimiento que todos los seres humanos necesitamos. Como Axel Honneth señala cada individuo depende de la posibilidad de un reconocimiento constante por el otro; la experiencia de menosprecio pone en peligro una herida que puede hacer que toda la identidad de la persona se colapse (Honneth, 1997). Honneth señala tres modos de menosprecio y tres modos de reconocimiento alternativos. En primer lugar se encuentra el reconocimiento físico, posteriormente el reconocimiento de los derechos de esa persona en la sociedad, y finalmente el reconocimiento del estilo de vida. Para todos estos reconocimientos el cuidado se convierte en un instrumento muy valioso pues es la vía en la que mayor se refuerza el reconocimiento, más que en la simple tolerancia o la pasividad; el cuidado representa un reconocimiento activo, participativo.

Todas las personas necesitan a alguien en sus vidas que les reconozca, respete y aprecie particularmente en su riqueza y unicidad, esto es el principio motivador de la perspectiva del cuidado (Friedman, 1993: 270). El cuidado es una forma de reconocimiento que implica admiración y aprecio, cuando las cualidades particulares son valoradas intrínsecamente, y que implica tolerancia cuando las cualidades particulares no son valoradas intrínsecamente (Friedman, 1993: 270). A los seres humanos les hace irremplazables justamente aquello que los particulariza y que los hace concretos. Aunque nuestra particularidad no excluye una naturaleza compartida por todos los seres humanos y por la que también merecemos respeto.

La atención y el cuidado en el presente también son importantes para prevenir la delincuencia en el futuro.
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He tenido la experiencia de ver a los niños “de la calle” de muchas ciudades, en países ricos y pobres. Privados del apoyo material y emocional de un padre y una madre, abandonados a las fuerzas más decadentes que uno pueda imaginar, son la tropa de reserva de la delincuencia, víctimas fáciles de quienes reclutan nuevas generaciones para la droga, la violencia y la prostitución. Su condición es el resultado de la negligencia y la degradación de sociedades que han vuelto la espalda a los más vulnerables. Sólo una cultura bélica puede aceptar esta situación como “ley de vida” (Mayor Zaragoza, 1994: 153-154).

Además el cuidado no sólo se da en situaciones paradigmáticas en las que el otro tiene necesidades, sino que los participantes de relaciones de cuidado también se esfuerzan por deleitarse y empoderarse el uno al otro. Las tareas de atención y cuidado son importantes para el desarrollo humano no sólo del beneficiario sino también del donador.

Por otro lado, el donador es también un beneficiario. Recibe, independientemente de toda recompensa futura, una ganancia por el cumplimiento mismo de su acto: todos los testimonios concuerdan en esto. […]. Pero. ¿Por qué era esto así? Se pueden buscar a este hecho muchas explicaciones. Una de ellas consiste en decir que a través del cuidado por el otro se tiene la impresión de reencontrar la dignidad y el respeto hacia uno mismo, puesto que se cumplen actos que la moral ha considerado siempre como loables; es así como el sentimiento de dignidad refuerza nuestra capacidad de mantenernos vivos (Todorov, 1993: 95).

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