Read Flashman y señora Online

Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

Flashman y señora (11 page)

BOOK: Flashman y señora
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—Bueno, bueno, Don —dije yo, con aire deliberadamente despreocupado—. No se rinde fácilmente, ¿verdad?

—Oh, venga, Harry —exclamó él—. ¿Qué esperanzas tengo? Es una estupidez, ya que usted ganará seguro. ¿Acaso no gana siempre, señora Lade? —y la miró, sonriente, y luego me miró a mí, y luego a Elspeth, sin un asomo de expresión... Dios mío, ¿había reconocido mi trasero en el salón, y se atrevía a decir: «Acepte mi apuesta, deme esta oportunidad o revelo el secreto»? No lo sabía, pero aquello no representaba ninguna diferencia, porque me di cuenta de que tenía que aceptar, por mi buen nombre. ¿Cómo, Flashy, el heroico deportista, se echaba atrás contra un simple novato, y por tanto dejaba claro que estaba celoso de su mujer y de aquel gordo bromista? No, tenía que jugar y fingir que estaba encantado. Él me había embaucado, como diría el duque.

Pero, ¿qué esperaba él? ¿Un golpe de suerte? El
single
-
wicket
es un juego azaroso, pero aun así, no podía esperar que me ganara. Sin embargo, ese tipo, que era un cachorro arrogante y mimado (a pesar de todos sus aires de modestia), estaba tan decidido a probar suerte que quería coger al vuelo cualquier oportunidad, por pequeña que fuera. No tenía nada que perder excepto mil libras, y aquello era una miseria para él. Muy bien, de acuerdo, pues... No sólo tenía que ganar a aquel bruto, tenía que exprimirle por darle aquel privilegio.

—Hecho —dije, animadamente—, pero ya que usted ha establecido mi apuesta, yo estableceré la suya. Si pierde, le costará dos mil... no mil. ¿De acuerdo?

Por supuesto, él tenía que aceptar. Rió y dijo que si yo forzaba una carga tan pesada, debía aventurar también el empate... lo cual significaba que si las puntuaciones acababan empatadas, yo perdería la apuesta. Yo tenía que ganar para cobrar... pero aquello era una nimiedad, puesto que estaba claro que iba a machacarle completamente. Sólo para asegurarme, sin embargo, le pedí a Félix si podía hacer de árbitro; no quería que ningún acólito de Solomon le sirviera el juego en bandeja.

Así que se organizó el juego, y Elspeth tuvo la decencia de no decir que esperaba que yo perdiese. En realidad, ella me confió más tarde que pensaba que Don Solomon había sido
un poco brusco
, y no
demasiado refinado
al dar por supuesto que ella querría ir.

—Porque ya sabes, Harry, que yo no le acompañaría nunca con papá en contra de tu voluntad... Pero si tú
eliges
aceptar su apuesta, eso es diferente... ¡Sería tan divertido ver la India y... todos esos lugares espléndidos! Pero por supuesto, debes jugar lo mejor que puedas, y no perder por mi culpa...

—No te preocupes, nenita —dije yo, inclinándome hacia ella—, no lo haré.

Aquello era antes de cenar. A la hora de irnos a la cama, ya no estaba yo tan seguro.

Estaba dando una vuelta por el jardín mientras los otros tomaban su oporto, y acababa de pasar frente a la cancela cuando alguien dijo «¡pssst!» desde las sombras, y para mi asombro, vi dos o tres figuras oscuras escondidas en el camino. Uno de ellos avanzó y me atraganté con el cigarro cuando reconocí la corpulencia de Daedalus Tighe, Cabayero.

—¿Qué demonios está haciendo aquí? —le pregunté. Había visto a aquel animal en uno o dos de los partidos, pero naturalmente, le había evitado. Él se tocó el sombrero, me miró en la oscuridad y me pidió hablar conmigo un momento, si podía ser tan amable. Yo le dije que se fuera al diablo.

—¡Oh, eso nunca, señor! —dijo—. Usté no puede desea’me eso... usté no. No se vaya, señor Flaxman; le prometo que no le entetendré musho... Bueno, las damas y los cabayeros estarán esperándole en el salón, me imagino, y usté querrá volver enseguida. Es que me he enterao de que usté va ajugar un
single
-
wicket
mañana contra ese cabayero tan elegante, el señor Solomon Haslam... es un hombre muy querido, de primera...

—¿Qué sabe usted de ese partido? —inquirí, y el señor Tighe lanzó una risita maliciosa.

—Bueno, señor, se dise que sabe jugar un poco... pero, Dios le bendiga, es como un niño comparao con usté... Bueno, en la siudad puedo conseguir sincuenta a uno contra él, y sin corredores; incluso pué que sien...

—Muy agradecido —le dije, y estaba apartándome cuando me dijo:

—Sabe, señor, pué haber alguien que apueste dinero por él, sólo por si ganara... lo cualo es imposible, por supuesto, contra un jugador tan bueno como usté. Pero hasta los jugadores buenos
Pierden
alguna ves... y si usté pierde, bueno, alguien que hubiera apostao mil por Haslam... bien repartía, por supuesto... Bueno, ganaría sincuenta mil, ¿eh? Creo —añadió— que mis cánculos son esactos.

Yo casi me tragué el cigarro. Estaba muy clara la brutal insolencia de aquel hombre, ya que no había ni la menor duda de lo que me estaba proponiendo aquel tipejo. (Y sin decir una palabra de lo que estaba dispuesto a ofrecer, maldita fuera su estampa.) No me habían insultado de ese modo en toda mi vida, y le maldije con indignación.

—No debería levantá la vos, señor —dijo—. No le gustaría que le vieran hablando con alguien como yo, seguro. O que sus, amigos sepan que me ha sacao algo de guita, en el pasao, por los servisios prestaos...

—¡Mentiroso del infierno! —grité yo—. ¡Nunca he visto ni un penique de su maldito dinero!

—Bueno, piénselo bien. ¿Cree que Vinsent se lo volvió a quedar? No sé cómo habría podío haserlo, de toas maneras... ya que las cartas que le envié iban seyadas, con el dinero incluido, en presensia de dos amigos míos fiables y legales, que jurarían que fueron entregadas en su diresión. ¿Y dise usté que nunca las resibió? Bueno, ese Vinsent debe de ser mucho más inteligente de lo que yo creo; tendré que rompe’le las malditas piernas paque aprenda... Bueno, esto es aparte; el caso es —y me dio con un dedo en las costillas— que si a mis amigos les obligaran ajurar lo que saben... alguien podría creer que usté ha estao resibiendo parné de un apostador... ¡oh, pa ganar, claro, pero sería un bonito escándalo! Bastante bonito.

—¡No... no será capaz...! —casi me atragantaba de rabia—. Si cree usted que puede asustarme...

Levantó las manos fingiéndose horrorizado.

—¡Nunca imaginé una cosa semehante, señor Flaxman! Yo sé que usté es valiente como un león, señor. Bueno, ni siquiera tiene miedo de andar por las cayes de Londres solo por las noshes. Va usté a algunos sitios muy estraños, me parese. Sitios donde los jóvenes vagan por ahí antes de ser... atacaos por algunos tipos y golpeaos casi hasta la muerte. Bueno, un joven amigo mío... bueno, no era demasiao amigo mío, porque me debía pasta, le pasó. Tuyío pa toa la vida, señor, lamento desirlo. Nunca cogieron a los viyanos que lo hisieron. Maldita sea, los polisías en esta época tan inmoral.

—¡Es usted un villano! Bueno, estoy pensando en...

—No, señor Flaxman. Sería muy poco inteligente por su parte haser algo presipitao, señor. Y de toas maneras, ¿qué nesesidá tendría? —podía imaginar su sebosa sonrisa, pero sólo veía sombras—. El señor Haslam sólo tiene que ganar mañana... y será usté sinco mil libras más rico, mi querido señor. Mis amigos legales olvidarán... lo que usté ya sabe... y me atrevo a desir que ningún tipo duro se crusará nunca en su camino —hizo una pausa, y se volvió a tocar el sombrero—. Y ahora, señor, no le entetengo más... las damas estarán impasientes. Que pase una buena noshe... y siento mushísimo que no vaya usté a ganar mañana. Pero piense en lo contento que se pondrá el señor Haslam, ¿eh? Será una sonpresa tan sonprendente pa él.

Y con eso desapareció en la oscuridad; oí su risita mientras él y sus matones se iban camino adelante.

Cuando conseguí salir de mi indignación, mi primer pensamiento fue que Haslam estaba detrás de todo aquello, pero pensándolo mejor, comprendí que no iba a ser tan tonto... Sólo los jóvenes idiotas como yo se dejaban coger por tipos como Daedalus Tighe. Dios mío, qué ciego y qué imbécil había sido yo por tocar siquiera aquel dinero asqueroso. Él podía organizar un escándalo, de eso no había duda... y yo tampoco dudaba de que fuera capaz de mandar a sus matones para tenderme una emboscada alguna noche oscura. ¿Qué demonios podía hacer yo? Si no dejaba ganar a Haslam... ¡No, Dios mío, estaba muerto si lo hacía! ¿Dejarle ir fornicando alrededor del mundo con Elspeth mientras yo me pudría dentro de mi coraza en Saint James? Pero si le ganaba, Tighe se lo tomaría muy mal, seguro, y sus matones me harían papilla en algún callejón cualquier noche...

Ya pueden comprender que no me fui a la cama de buen humor precisamente, y que no dormí mucho, tampoco.

Sin embargo, las desgracias nunca vienen solas. Todavía estaba luchando con mi dilema a la mañana siguiente, cuando recibí un nuevo golpe, y esta vez a través de la intercesión malévola de la señorita Judy, la puta del viejo. Yo llevaba un rato fuera en el jardín, mirando a los jardineros de Solomon colocar los
wickets
en el césped para nuestro partido, fumando con ansiedad y retorciéndome las manos, y fui a dar una vuelta en torno a la casa. Judy estaba sentada a la sombra de unos árboles, leyendo un periódico. No me dirigió ni una mirada cuando pasé por allí, sin hacer caso de ella, y de repente su voz sonó fríamente detrás de mí:

—¿Buscando a la señora Leo Lade?

Aquél fue un mal principio. Me detuve y me volví a mirarla. Ella volvió una página e insistió:

—Yo no lo haría si fuera tú. Ella no recibe esta mañana, creo.

—¿Y qué demonios tengo yo que ver con ella?

—Eso es lo que se pregunta el duque, me parece —dijo la señorita Judy, sonriendo arteramente por encima del periódico—. ¿No ha dirigido todavía sus investigaciones hacia ti? Bueno, bueno, todo a su debido tiempo, sin duda —y siguió leyendo fresca como una lechuga, mientras el corazón me golpeaba como un martillo.

—¿Qué demonios estás tramando? —pregunté, y como ella no contestaba, perdí la paciencia y le arranqué el periódico de las manos.

—¡Ah, vaya con el hombrecito! —dijo, y ahora ya me miraba, sonriendo desdeñosamente—. ¿Me vas a golpear a mí también? Será mejor que no lo hagas... Hay gente aquí cerca, y no estaría bien que vieran al héroe de Kabul maltratando a una dama, ¿verdad?

—¿Qué dama? No veo ninguna: sólo una puta.

—Eso es lo que llamó el duque a la señora Lade, según me han contado —dijo ella, y se puso de pie graciosamente, recogió su sombrilla y la abrió—. ¿Quieres decir que no lo has oído? Ya lo oirás bien pronto.

—¡Lo oiré ahora mismo! —grité, y le cogí el brazo—. ¡Por Dios que si tú o cualquier otra persona está difundiendo calumnias sobre mí, responderéis por ello! Yo no tengo nada que ver con la señora Lade ni con el duque, ¿me oyes?

—¿No? —ella me miró de arriba abajo con su sonrisa maliciosa y de repente se soltó el brazo—. Entonces la señora Lade debe de ser una buena mentirosa... me atrevo a decir que lo es.

—¿Qué quieres decir? Dímelo ahora mismo o...

—Oh, no me negaré el gusto de contártelo. Sin embargo, me gusta verte primero inquieto y preocupado. Bueno, pues... un pajarito del hotel del duque me ha dicho que él y la señora Lade se pelearon anoche, tal como suelen hacer con frecuencia... La gota del duque, ya sabes. Hubo voces... La de él, al principio, y luego la de ella, y se llamaron de todo... Ya sabes cómo se desenvuelven estas cosas, estoy segura de ello. Sólo fue una escena doméstica, pero me temo que la señora Lade es una mujer bastante estúpida, porque cuando la charla tocó el tema de las... capacidades de su gracia el duque (cómo se llegó a aquello no puedo ni imaginarlo), ella fue lo bastante descuidada como para mencionar tu nombre y hacer comparaciones poco halagüeñas —la señorita Judy sonrió dulcemente, y se atusó sus rizos rojizos con afectación—. Esa mujer tiene que ser singularmente fácil de complacer, creo. Por no decir idiota, por engañar así a su admirador. En cualquier caso, su gracia fue tan débil como para ponerse celoso...

—¡Es una maldita mentira! ¡Nunca me he acercado a esa perra!

—Ah, bueno, entonces no hay duda de que ella te confunde con otra persona. Probablemente le resulta difícil llevar la cuenta. Sin embargo, juraría que su gracia la creyó; los amantes celosos suelen pensar siempre lo peor. Por supuesto, podemos esperar que él la perdone, pero su perdón no te incluirá a ti, eso te lo aseguro yo, y...

—¡Calla esa boca, mentirosa! —grité—. Todo eso es mentira... si esa descocada ha dicho cosas falsas acerca de mí, o si te estás inventando todos estos chismorreos para desacreditarme, juro por Dios que haré que las dos os arrepintáis de haber nacido...

—De nuevo estás citando al duque. Un caballero anciano pero de fuerte temperamento, según parece. Él dijo, a voz en grito, de acuerdo con un huésped del hotel, que te iba a mandar un boxeador profesional. Parece que es el patrocinador de algunas personas llamadas Caunt y Gran Cañón... pero yo no entiendo nada de esas cosas...

—¿Ha oído Elspeth algo de estas absurdas difamaciones? —exclamé yo.

—Si pensara que lo iba a creer, se lo diría yo misma —dijo aquella zorra maliciosa—. Cuanto antes sepa con qué clase de bribón está casada, mejor. Pero ella es tan estúpida que te adora... la mayor parte de las veces. El que te encuentre tan atractivo cuando los pugilistas del duque hayan acabado contigo, eso es otro asunto —ella suspiró satisfecha y se alejó por el camino—. Pero estás temblando, Harry... necesitarás una mano firme, ya sabes, para tu partido con Don Solomon. Todo el mundo está pendiente de eso...

Me dejó en un estado de evidente rabia y aprensión, como pueden imaginar. Me parecía increíble que esa vaca estúpida de la Lade hubiera presumido ante su protector de su encuentro conmigo, pero algunas mujeres son tan tontas que son capaces de todo, especialmente cuando han perdido los nervios... Ahora ese baboso y vengativo viejo proxeneta del duque me iba a echar sus perros...
[16]
además de las amenazas de Tighe de la noche anterior. Todo aquello era ya demasiado. ¿Acaso aquel viejo verde egoísta no se daba cuenta de que su mantenida necesitaba una montura joven de vez en cuando, para mantenerla en buenas condiciones? Pero allí estaba yo, en un estado de ánimo agitado, todavía indeciso de lo que iba a hacer en mi partido con Solomon... En aquel momento Mynn apareció para llevarme al campo para el gran encuentro. Yo no estaba bien dispuesto para el críquet.

Nuestro grupo y un buen número de petimetres locales estaban ya colocándose en sillas y bancos situados en la grava ante la casa. El duque y la señora Lade no estaban allí, gracias a Dios: probablemente todavía estaban tirándose muebles uno al otro en el hotel... pero Elspeth era el centro de atracción, y Judy estaba a su lado con el aspecto de no haber roto un plato en su vida. Puta chismosa... rechiné los dientes y prometí solemnemente vengarme de ella.

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