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Authors: PGarcía

Tags: #Intriga, Humor

Gay Flower, detective muy privado (10 page)

BOOK: Gay Flower, detective muy privado
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Allí había tomate. A toneladas.

11

El bufete de Clyde Stradivarius era impersonal; como la secretaria que me recibió pese al sostén de cartón-piedra, puro camelo ortopédico; como el mismo abogado en persona.

Aún resultaba joven aunque lo disimulaba una calva incipiente de cabellos rojizos, apretados donde aún permanecían adheridos al cráneo, como si fueran estopa. Los ojos aparecían muy juntos, casi pegados al puente de la nariz; y la nariz se torcía a un lado confiriéndole un aire asimétrico, como si al dibujársela se hubiera sufrido un repente cubista. Además era bajito. El parecido con Berenice no pasaba más allá del apellido. Si se prescindía de aquellos detalles resultaba aceptable.

Mi atuendo le causó asombro, pero era demasiado cortés como para expresarlo en voz alta. Como tanta falta de personalidad me cargaba fui directamente al grano exponiéndole quién era y el trabajo que me había encargado su padre.

—Le agradezco su confianza, señor Flower. ¿Qué desea saber de la niña?

—Cuanto más, mejor.

—Pues es una chica joven, de carácter desabrido, prepotente, bonita, y con unas tetas sensacionales.

—Es curioso que usted repare en las tetas de la señorita...

—No veo por qué no habría de hacerlo: son las mejores en este lado de la Costa. Me enorgullece que pertenezcan a la familia.

Aquello zanjaba momentáneamente la cuestión.

—Tengo entendido que ha trabajado en la compañía Connally...

—Así es. Al hacerse cargo de la presidencia Teóphilus W. III se dedicó a contratar bellezas. La señora Connally la convenció para que solicitara un empleo y se colocó al frente del departamento de Exportaciones. Debió cumplir a conciencia porque cuando lo dejó recibió una gratificación sustanciosa.

Tomé nota mental del detalle de que hubiese sido la Putain quien la había empujado a trabajar en el
building
de Downtown, porque la cosa no dejaba de tener su miga.

—¿Qué vida hace Berenice en la actualidad?

—A veces la llevo a cenar y a bailar para que se distraiga. Otras supongo que lo hará con amigas y amigos personales... No la controlo y por ello la idea de papá de hacerlo durante algún tiempo la encuentro excelente, puesto que una joven, con la mejor voluntad de su parte, puede meterse en embrollos en una ciudad como la nuestra.

—El coronel dice que le ha restringido la asignación para que no salga demasiado y sobre todo no permanezca varios días fuera. Sin embargo, no parece desenvolverse mal económicamente. ¿Acaso la ayudan a escondidas usted o su hermano?

—Yo, no. Tampoco creo que lo haga Stephen, puesto que me lo habría dicho. Entra dentro de lo probable que le resten fondos de su gratificación.

—¿Qué vida llevaba antes de entrar en la plantilla de la C. O. C., señor Stradivarius?

—Estuvo tres años estudiando en Boston. Marchó siendo una cría y regresó el último verano convertida en una espléndida mujer. —Su mirada se hizo ensoñadora—. Había desarrollado encantos que jamás imaginé que consiguiera.

Me daba pie a entrar en la fase delicada del asunto, así que dije:

—Me han llamado la atención sus flores en la habitación de la señorita, señor Stradivarius.

—¿Por qué? —levantó las cejas con estudiado gesto—. Es mi hermana, la encuentro encantadora y se lo digo a diario con unas docenas de rosas.

—Es que las rosas rojas significan amor, y la tarjeta que las acompaña tenía escrito:
"Con amor y deseo".

—Bueno; es un modo de expresarse. Le profeso el lógico cariño y deseo que sea la más feliz de las chicas.

Era una explicación. Poco convincente, pero una explicación. Las explicaciones tienen de bueno lo que dicen y más todavía lo que dejan en la penumbra.

—Bien, señor. No quiero hacerle dilapidar más tiempo. Me ha sido útil la charla puesto que me ha ayudado a formar el mapa estratégico sobre el que voy a operar. Le ruego que no informe a su hermana de que la estoy protegiendo.

—Descuide, Míster Flower. Me interesa que usted ande cerca para evitarle jaleos. ¿Se marcha ya? Si me aguarda le acompañaré. Quiero ir a comprarle un sujetador. Será una grata sorpresa para la pequeña.

Pasamos a la antesala donde Clyde, con la mirada perdida en Dios sabe que ensueños diurnos a propósito de Berenice, buscó su sombrero. La secretaria aprovechó la ocasión para deslizarme un papel en el bolsillo de la chaqueta sin que el abogado se percatara de la maniobra.

En la calle nos estrechamos las manos. Cuando nos separábamos una Limousine en la que no había reparado se puso en marcha entre bramidos de tubos de escape. Por la ventanilla del conductor asomaba una mano enguantada empuñando una automática como en las películas de George Raft y, actuando ágil y raudo como está mandado me tiré sobre Clyde, que no se enteraba de nada. Un temor abyecto se pintó en sus facciones irregulares, sospechando a lo mejor que no iba con buenas intenciones. Hasta creo que gritó.

Tres moscardones de plomo zumbaron sobre nuestras cabezas y mordieron la fachada justo en el lugar que Stradivarius ocupara un segundo antes. La Limousine siguió a toda pastilla y se perdió tras la primera esquina antes de que tuviera tiempo de mirarle la matrícula.

Le ayudé a levantarse, preguntándole de paso si aquello era algo que le sucedía con frecuencia.

—Es la primera vez —tartamudeó más blanco que la nata montada—. Le debo la vida... Está usted muy bien de reflejos.

—De reflejos y de todo lo demás, rediez —puntualicé—. ¿Cree que se tratará de algún enemigo personal?

—Difícilmente. Soy tan inofensivo como una paloma.

—¿Profesional, entonces?

—Menos todavía. En el bufete no llevamos más que asesorías de empresas. —Reflexionó un momento—. Tampoco creo que sea cosa de Berenice. Si no le gustaran mis capullos me habría tirado el centro a la cabeza, que va más de acuerdo con su personalidad. Hacer fuego con un arma, aún en ella, se me antoja excesivo.

Lo dejé pasar sin comentarios, pidiéndole que me acompañara hasta la comisaría para dar parte del atentado. Nos atendió el sargento Coxe, un amigo hasta donde puede serlo un policía de un detective privado. No le comuniqué mis sospechas; quedó en ponerle protección durante unos días y pidió que los dejara solos para interrogarle; así que tomé el camino de la Dresden Avenue porque alguien había escuchado mi llamada al bufete y entraba dentro de lo probable que el dedo que apretara el gatillo perteneciese a la mano en que terminaba el brazo adherido al tronco de la persona que me escuchó en la mansión del millonario.

Antes de subir al coche desdoblé la esquela de la secretaria del hermano cariñoso. Un par de líneas garabateadas con prisa y firmadas por Louisa Wise rezaban:
"Le espero esta tarde a cualquier hora en mi apartamento. Venga y no se arrepentirá".
Luego estaba escrito un número de Drury Street.

Podía tratarse de una información. Podía tratarse de un plan. De lo que no cabía duda era de que mi nuevo trabajo iba adquiriendo ritmo. Dejé la cita para después porque mi visita al barrio del Oak Knoll gozaba de prioridad.

12

De nuevo me encontré con la doncella, que puso cara de pocos amigos al reconocerme. No había olvidado su derrota de la primera hora y eso que no iba nada personal en ello.

—El coronel está descansando —dijo en plan frigorífico antes de que abriese la boca—. La señorita está descansando. Todos descansan. Tengo órdenes estrictas de no molestar el descanso de los señores.

—Han atentado contra el señorito Clyde.

—¿Y a mí qué me cuenta? —soltó en plan bastante antipático.

—Debo hablar con el personal subalterno, si no es que descansa también.

—Ya estamos asegurados, gracias.

Las noticias corrían rápidas en la mansión Stradivarius. Le puse la credencial bajo las narices lo mismo que ella había puesto su culo frente a las mías.

—Soy detective privado, preciosa.

No mostró extrañeza. No mostró nada, lo que dadas sus inclinaciones exhibicionistas, se agradecía.

—¿Por quién quiere empezar?

—Por el chófer.

Sonrió con malevolencia.

—Con esa pinta suya, no me extraña...

Marchó presumiendo de culo y de pantorrillas una vez más digo que si sería por deformación profesional, y al poco me encontraba con el muchacho en la biblioteca, sobreponiéndome a su magnetismo, que el trabajo es lo primero.

—¡Han atentado contra Clyde Stradivarius! —bramé enseñándole el carnet—. ¡Y ha sido usted! ¡No trate de engañarme! Ahorremos tiempo; confiese ahora y me ocuparé de que salga adelante con una reprimenda.

—¡Oiga! —se sobresaltó Arthur—: ¿está usted pirado o qué?

—¡Lo sé todo! —grité, implacable—. Usted y la señorita Berenice se entienden, que no crea que me he tragado la comedia de antes. Cuando he llegado estaba desnuda, despeinada y con el maquillaje perdido, señal clara de que ustedes acababan de hacer el amor. Los chóferes se acuestan con las amas. Sucede en las mejores familias. Al oírme llamar se ha escondido en el baño, pero le he pillado antes de que terminara de vestirse. Sabe que Clyde manda diariamente flores a Berenice, lo que le da celos; y cuando ha escuchado que nos citábamos ha decidido que era la ocasión de desembarazarse del tipo.

—Es una historia de majaras, y usted no puede probar nada puesto que no he salido de la casa.

—¡No me diga!

Era un tiro a ciegas, que dio en el blanco. Vaciló.

—Bueno; la verdad es que me he acercado a la tienda a comprar víveres por encargo de la cocinera. Pero sólo un momento. Puedo explicar mis movimientos al minuto.

—¡Siempre hay un instante para llegar hasta el bufete de la calle Ventura y apretar el gatillo! El sargento Coxe se pondrá muy contento cuando le cuente de usted. ¡Le complicaré la existencia si no canta, socio!

Su angustia aumentó.

—¿Qué quiere que le cuente? Porque lo cierto es que yo no he sido.

—Dígame entonces la verdad de lo que hacía en el baño de la señorita.

—Yo... quería ver si me la fumaba. Está como un tren y se aburre a modo, con que pensé que si irrumpía desnudo en la habitación no se resistiría aunque solo fuera por matar el tiempo. Conozco el paño... Usted ha llegado antes y me ha estropeado el plan.

—Está bien. Retírese.

Arthur no imaginaba librarse tan pronto del feroz interrogatorio y cuando le pedí que me enviase a la enfermera partió sin disimular su alivio.

Kristine Kleinman compareció con talante aprensivo. No dejé que se sentara. Le enseñé el carnet y repetí la escena.

—¡Han atentado contra Clyde Stradivarius! ¡Y ha sido usted! ¡No trate de engañarme! ¡Confiese ahora, ahórreme tiempo y le prometo que saldrá del paso con una reprimenda del sargento Coxe!

Los ojos azules reflejaron el temor de su dueña al hallarse ante un loco. No me arredré por tan poca cosa, diciendo:

—¡Lo sé todo! Usted ama al coronel y deja que la palpe a placer. Quiere casarse con el viejo para echarle mano a los millones, pero teme que si Clyde sigue tan afectuoso con su hermana, después de las flores venga más por casa, vigile más los asuntos de la familia y descubra su maquinación. Por eso, al escuchar por una extensión nuestra cita ha pensado que era la ocasión de sacarlo de la escena.

—Difícilmente podría haberlo hecho desde aquí...

—¡No me diga que no ha salido en toda la mañana!

Se mordió los labios muy nerviosa.

—He estado un rato en la farmacia para cambiar las botellas de oxígeno. Tengo testigos.

—Siempre queda un hueco para despistarse. ¡Hable o la llevo a la comisaría!

—¿Qué voy a contarle? Con lo del hermano de la señorita no he tenido nada que ver.

—Explique, por ejemplo, la presencia de una combinación suya en los aposentos de Miss Stradivarius.

—Con que estaba allí... —comentó como hablando consigo misma—. Verá, señor Flower; algo de lo que acaba de apuntar es cierto: profeso un gran afecto al coronel. ¡Es tan viejecito! ¡Se encuentra tan abandonado! Sus hijos no le prestan la menor atención. El que me achuche a ratos son picardías infantiles que le ayudan a sentirse vivo. Se las tolero porque si no fuera por esos juegos hace tiempo que habría perdido su interés por la existencia. Aunque le suene a petulancia creo ser su mejor medicina.

—Aún no ha dicho nada de la combinación —recordé.

—A eso voy. Después del desayuno el coronel me ha pedido que hiciera un poco de destape. Lo deseaba con tanta vehemencia y sabía que le reportaría tanto bien que ¿cómo negarme? Le he complacido y luego, al vestirme, he notado la falta de la prenda. Seguramente cuando estaba en lo mejor la han hurtado presentándola como prueba a Berenice para que me despida. En esta casa hay mucha maldad.

—¿Sospecha de alguien?

—Para mí que ha sido la doncella.

—¿Azalea? ¿Qué tiene contra usted?

—Es fría y calculadora, señor Flower. Provoca al señorito Stephen en cuanto se lo encuentra, exhibiendo el culo y las bragas sin cesar. Lo tiene en un estado de lubricidad perpetua y más de una vez los he pillado por los rincones haciendo cochinaditas precoito. Por las noches el señorito llama al cuarto de Azalea, que está al lado del mío, y ella lo manda al cuerno. Quiere ponerlo tan excitado que no tenga otra opción que llevarla a la vicaría. Como sabe que estoy enterada, teme que lo cuente al coronel; habrá robado la combinación para expulsarme y despejar el campo.

—Muchas gracias, señorita Kleinman. No la necesito más.

Como en el caso del chófer le costó creer que hubiese concluido. Al decirle que me enviase a la doncella salió contentísima.

Azalea llegó con sus andares de tigresa sicalíptica. Tomó asiento sin que la invitara y cruzó las dichosas piernas en plan de desafío y de espectáculo no apto para menores. Se me adelantó en el diálogo.

—Ha terminado aprisa con Arthur Haste, ¿eh, guapo? Nunca pensé que fuera usted tan rápido.

Utilizaba una doble intención muy propia de la gente de su catadura, y no hice caso para ir a lo mío.

—Sabes que han atentado contra Clyde. ¡Y has sido tú! ¡No trates de engañarme! ¡Confiesa y tienes mi palabra de que saldrás del paso con una amonestación en la comisaría!

En vez de alterarse descubrió en una sonrisa amplia sus dientes de loba.

—Quiere dar a entender que además de lo que salta a la vista le falta un tornillo...

—¡Lo sé todo! ¡Quieres un bocado de los millones Stradivarius y para conseguirlo te dedicas a poner choto a Stephen y a dejar que te magree! Como crees que Kristine busca casarse con el coronel, le has robado la combinación llevándola a Berecine para que la eche a la calle. Así el dinero será tuyo.

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