2 Esdras 11.31.
Y he aquí que la cabeza... se comió las dos plumas de debajo del ala que hubieran reinado.
2 Esdras 11.32.
Pero esta cabeza... reinó sola... sobre todos los moradores de la tierra...
Las tres cabezas son los tres emperadores de la dinastía Flavia. La del centro y mayor es Vespasiano, y las dos menores a cada lado, sus hijos Tito y Domiciano. A éstas las consideraría el autor de 2 Esdras con especial horror, pues Vespasiano y Tito fueron los que enviaron sus ejércitos contra los judíos rebeldes, y Tito quien tomó y saqueó Jerusalén en el 70, destruyendo el templo.
Los acontecimientos aludidos en los versículos antes citados siguen al asesinato de Nerón, cuando varios candidatos luchaban por el trono vacante, que logró Vespasiano. En el 69 se convirtió en emperador, reinando sin obstáculos durante diez años.
En el reinado de la tercera cabeza (Domiciano), aparece otra criatura e increpa al águila:
2 Esdras 11.37.
...un león rugiente salió del bosque... y dijo
(al águila):
2 Esdras 11.39.
No eres tú quien queda de las cuatro bestias...
2 Esdras 12.3.
y todo el cuerpo del águila ardió...
Uriel identifica al león:
2 Esdras 12.31.
Y el león, a quien viste... hablando con el águila y reprendiéndole...
2 Esdras 12.32.
es el ungido...
Es decir, el Mesías llegará al final del reino de Domiciano y el imperio romano será destruido, ocupando su lugar el reino mesiánico.
Claro que esto no sucedió y, en cambio, a Domiciano le sucedieron los cinco «emperadores buenos» con quienes Roma disfrutó durante 80 años de su periodo de paz y tranquilidad más profundo. Sin embargo, el ansia mesiánica de los judíos los condujo a una última serie de catástrofes.
La rebelión en Judea del 66 al 70 exacerbó las relaciones entre judíos y griegos en Egipto. Por fin, grandes disturbios llevaron a un considerable derramamiento de sangre por ambas partes, del que los judíos, que eran minoría, se llevaron la peor parte. El templo judaico de Alejandría fue destruido y miles de judíos murieron, acabando así la que había sido la comunidad hebrea más próspera, numerosa e intelectualmente productiva del mundo antiguo.
En Cirene, al oeste de Egipto, quedaba una importante colonia de judíos. En el 115, durante el reinado de Trajano, segundo emperador que siguió a Domiciano, el fervor mesiánico (alimentado por libros como 2 Esdras) les llevó a rebelarse, y tras dos años de enconados combates la rebelión fue ahogada en sangre. La abundante población judía de Egipto quedó prácticamente exterminada.
En el 132, durante el reinado de Adriano, sucesor de Trajano, los judíos que quedaban en Judea volvieron a rebelarse. Siguieron al zelote Simón Bar-Cocheba, que se proclamó mesías. La revuelta tardó tres años en sofocarse y, para entonces, la población judía de Palestina había sido aniquilada.
Los judíos supervivientes se dispersaron en pequeñas colonias por toda la Europa romana. Sobrevivieron, pero eso es todo. Durante los diecinueve siglos siguientes sufrieron opresión continua y a menudo grandes matanzas, pero hasta nuestra época no han vuelto, como nación, a tomar las armas contra sus enemigos.
Tal como resultó, la realidad fue todo lo contrario de las visiones de 2 Esdras.
En la sexta visión, Esdras ve a un hombre alzarse del mar, pelear con grandes ejércitos y derrotarlos con fuego que salía de su boca. Es el Mesías, claro está, que aniquila a los paganos. Pero entonces:
2 Esdras 13.12.
Después vi al mismo hombre... convocar hacia él otra multitud pacífica.
Esto se interpreta de la manera siguiente:
2 Esdras 13.40.
Son las diez tribus a quienes se llevó cautivas fuera de su tierra en tiempo del rey Oseas, hecho prisionero por Salmanasar, rey de Asiria...
Ocho siglos después, los judíos seguían soñando con que los hombres del Reino del Norte vivían en alguna parte como israelitas conscientes. Mantenían la esperanza, entonces y durante los siglos posteriores, de que formarían un reino próspero y poderoso que algún día acudiría en ayuda de sus hermanos oprimidos de Judá y Benjamín. Por supuesto, jamás lo consiguieron; no podían lograrlo, pues hacía mucho que se habían integrado en los pueblos en que vivían.
En la séptima y última visión, Esdras recibe la orden de escribir los libros de la Biblia. En efecto, esto se refiere a un hecho histórico importante. Los primeros libros de la Biblia recibieron su forma actual durante el Exilio e inmediatamente después. Fueron los escribas, tal vez bajo la dirección del propio Esdras, quienes produjeron las copias y completaron las necesarias modificaciones de las leyendas primitivas, de la ley tradicional y de los ritos sacerdotales. Esdras también debió de ser el «Cronista» que continuó la historia de Israel desde la época de Josué hasta la reconstrucción del Templo en 1 y 2 Crónicas, Esdras, y Nehemías (v. cap. I, 13).
Uno de los puntos culminantes del libro de Nehemías es la escena en que Esdras lee y explica la Ley a la asamblea:
Nehemías 8.5.
Abrió Esdras el libro, viéndolo todos. .. y todo el pueblo estaba atento.
Nehemías 8.18.
Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios cada día, desde el primero hasta el último...
Después de Josué, el resto de la Biblia se fue añadiendo poco a poco, con ciertas partes no escritas (y mucho menos aceptadas como canónicas) antes del 150 aC, unos tres siglos después del tiempo de Esdras. Sin embargo, el autor de 2 Esdras, remontándose en el tiempo, idealizó fácilmente la situación hasta el punto de afirmar que Esdras escribió toda la Biblia.
Desde luego, no se considera a Esdras como el autor real de la Biblia. Según la tradición ortodoxa, la Biblia fue escrita por diversos sabios preexiliares, como Moisés y Samuel, y de acuerdo con las leyendas rabínicas bien podría existir desde la eternidad.
Por tanto, Esdras se limitó a refundir la Biblia (según la opinión de 2 Esdras) de acuerdo con la forma que tenía antes de la quema del Templo por Nabucodonosor.
2 Esdras 14.21.
Pues tu Ley ha ardido, y nadie conoce las cosas que has hecho, ni las obras que comenzaran.
Por inspiración divina, Esdras restablece la Biblia, dictando todas las escrituras a cinco copistas por espacio de cuarenta días:
2 Esdras 14.44.
En cuarenta días escribieron doscientos cuatro libros.
2 Esdras 14.45. ...
habló el Altísimo, diciendo: Publica abiertamente el primero que has escrito...
2 Esdras 14.46.
Pero retén los setenta últimos, para entregarlos únicamente a los sabios de entre el pueblo...
El número «doscientos cuatro», dado en la versión latina, carece de sentido. Otras versiones, aceptadas por la Revised Standard, dicen que la cifra total de libros escritos es de noventa y cuatro, siendo veinticuatro los que debían publicarse abiertamente.
Lo que sí tiene sentido, pues esos veinticuatro libros son los del canon judío, distribuidos de la manera siguiente:
(1) Génesis, (2) Éxodo, (3) Levítico, (4) Números, (5) Deuteronomio, (6) Josué, (7) Jueces, (8) I y II Samuel, (9) I y II Reyes, (10) Isaías, (11) Jeremías, (12) Ezequiel, (13) los Doce Profetas Menores, (14) Salmos, (15) Proverbios, (16) Job, (17) el Cantar de los Cantares, (18) Rut, (19) Lamentaciones, (20) Eclesiastés, (21) Ester, (22) Daniel, (23) Esdras y Nehemías, (24) 1 y 2 Crónicas.
Los setenta libros restantes, que se ocultaron a la inspección general, son los apócrifos («ocultos»).
Aquí termina 2 Esdras en su redacción original.
Los dos capítulos últimos, que consisten en profecías de desgracias anteriores al día final, parecen ser añadidos del siglo tercero dC que lo convertirían en el último pasaje de la Biblia y de los apócrifos. Se citan las palabras de Dios al hablar de Egipto, por ejemplo, de la manera siguiente:
2 Esdras 14.10.
He aquí que mi pueblo es llevado como un rebaño al matadero, no soportaré que moren en la tierra de Egipto,
2 Esdras 14.11.
pero... castigaré a Egipto con plagas, como antes, y destruiré toda la tierra.
Esto puede ser alegórico. «Mi pueblo» son los cristianos, y Egipto quiere decir Roma. Sin embargo, hechos reales pudieron inspirar estos versículos. Efectivamente, ya no podía soportarse que los judíos vivieran en Egipto porque, hacia el 135, habían prácticamente desaparecido de toda la zona oriental (v. este mismo capítulo).
Pero en el siglo siguiente, algo que parecía venganza cayó sobre Egipto, que fue asolado por unas plagas.
En el 215 el emperador Caracalla visitó Egipto y acabó con la ayuda estatal al gran museo de Alejandría. Había sido el orgullo intelectual de la ciudad durante cinco siglos, pero ahora estaba en decadencia; lo mismo que Roma, una vez pasado el tiempo de los buenos emperadores.
Según los relatos que han llegado hasta nosotros (y que tal vez sean exagerados), la situación era mucho peor. Caracalla se molestó con Alejandría por algunos desaires que le hicieron sus ciudadanos. En consecuencia, saqueó la ciudad, matando a miles de alejandrinos.
Luego, poco después del 260, durante el reinado del emperador Galieno, Egipto se vio asolado por hambres y epidemias. Se cree que dos tercios de la población de Alejandría murió miserablemente. Tal vez sucediera esto en la época en que se escribían los dos últimos capítulos de 2 Esdras.
Efectivamente, el siglo tercero vio hundirse al imperio romano en la desgracia y anarquía más hondas. En el 235 fue asesinado el emperador Alejandro Severo y durante los cincuenta años siguientes los emperadores se sucedieron, luchando con usurpadores y siendo asesinados al final, mientras todo el reino se desmoronaba. Los místicos cristianos que observaran los acontecimientos, estarían seguros de que los días finales se aproximaban.
El autor del final de 2 Esdras describe una visión apropiada a esos días últimos:
2 Esdras 15.29. ...
las naciones de los dragones de Arabia saldrán con muchos carros..,
2 Esdras 15.50.
También avanzarán los carmanianos, locos de ira.
2 Esdras 15.43.
Y marcharán derechos a Babilonia, aterrorizándola.
Naturalmente, la anarquía y confusión reinantes en el imperio romano ofrecían una ocasión sin precedentes para los ataques de enemigos exteriores. El más poderoso de los enemigos de Roma estaba en Oriente. El imperio parto, que tantos problemas causara a Roma en la época de Herodes el Grande (v. cap. 5) había declinado, pero en el 226 accedió al poder una nueva dinastía, los sasánidas, mientras Alejandro Severo aún ocupaba el trono de Roma. El imperio sasánida declaró la guerra a Roma, igual que anteriormente habían hecho los partos. Y como los sasánidas se hicieron con el poder cuando Roma se sumía en la anarquía, de vez en cuando lograron victorias importantes.
Sapor I se convirtió en rey sasánida en el 240, invadiendo pronto Siria. Es muy probable que sus ejércitos orientales representaran los «dragones de Arabia». Si hubiese alguna duda, quedaría disipada por la referencia a los carmanianos, pues Carmania era una extensa provincia al sur del imperio, sasánida.
En el punto culminante del ataque, Sapor tomó Antioquía y llegó al Mediterráneo. Roma recuperó a duras penas sus posiciones, pero en el 258 Sapor desencadenó una segunda guerra contra Roma, y esta vez sus victorias fueron mucho mayores, pues la disolución del Estado romano se había acelerado. En el 259, Sapor derrotó en Siria a un ejército romano, capturando al emperador Valeriano. Sin duda esto bastaba para «atemorizar» a Roma.
La captura por el enemigo de un emperador romano por primera vez en la historia de Roma y el horrible hambre en Egipto, debió dar la impresión de que se acercaba el fin del mundo, contando con que la última parte de 2 Esdras se escribiera efectivamente en esta época.
Sapor llegó a invadir Asia Menor en el 260, y 2 Esdras también contiene denuncias apocalípticas de esta región:
2 Esdras 15.46.
Y tú, Asia, que eres cómplice de tu esperanza de Babilonia...
2 Esdras 15.47.
Ay de ti, desdichada, porque te has hecho como ella...
Sin embargo, esta visión tampoco se hizo realidad. En efecto, Roma se recobró y Sapor fue derrotado por un cabecilla árabe llamado Odenato. En el 268, un emperador capaz, Claudio II, subió al trono de Roma y empezó a lograr victorias. Con su sucesor Aureliano, los fragmentos desperdigados del imperio fueron unidos de nuevo.
El emperador Diocleciano emprendió en el 284 una completa reorganización del imperio, y con Constantino (que empezó a reinar en el 306) todo el imperio se hizo oficialmente cristiano.
Juan • Patmos • Alfa y omega • El día del Señor • Las siete iglesias • Nicolaítas • El libro de la vida • Filadelfia • Laodicea • El Cordero • Los cuatro jinetes • Ciento cuarenta y cuatro mil • Éufrates • La gran ciudad • El dragón • La bestia • El número de la bestia • Harmagedón • Babilonia • Gog y Magog • Jerusalén.
Hay pasajes apocalípticos en varios libros del Antiguo Testamento. Isaías, por ejemplo, contiene un «pequeño apocalipsis» (v. cap. I, 23), y la última parte de Daniel es apocalíptica. Sin embargo, en el Antiguo Testamento no hay ningún libro enteramente apocalíptico, aunque sí se encuentra uno en los apócrifos: 2 Esdras (v. cap. 31).
Pero en época de Domiciano se escribió un apocalipsis especialmente complejo y rico en simbolismos. Su autor era cristiano y al fin se aceptó en el canon pese a ciertos recelos iniciales. En la actualidad se presenta como el último libro del Nuevo Testamento y es el único enteramente apocalíptico de la Biblia.
Como «apocalipsis» significa «desvelamiento» o «revelación» (de temas que de otro modo permanecerían ocultos para siempre porque, sin ayuda, la razón del hombre no podría penetrar en ellos), este último libro puede llamarse «El apocalipsis» o «La revelación»: así lo titula la versión King James.
El autor del apocalipsis se nombra a sí mismo y no trata de atribuir la autoría a un sabio antiguo, como suele hacerse en la literatura apocalíptica:
Apocalipsis 1.1.
Revelación de Jesucristo, que para instruir a sus siervos sobre las cosas que han de suceder pronto ha dado a conocer por su ángel a su siervo Juan,