—¡Esto es una barbaridad!
Paz dijo:
—La culpa es mía. Debí pensar en eso.
Las dos mujeres se marcharon y se oyó su taconeo al bajar la escalera. Matías cerró por fin la puerta y él e Ignacio regresaron al comedor, en cuya mesa las botellas, los platos y los restos de turrón parecían haber envejecido.
Matías tomó asiento. Y entonces todos, sin poderlo evitar, miraron a Manuel con gran respeto: el muchacho, encogido, era la viva estampa de la soledad. Manuel se dio cuenta de ello y de pronto, sintiendo un nudo en la garganta, rompió a llorar sin consuelo.
Nadie decía nada. Ni siquiera Pilar. Poco después Mateo y don Emilio Santos llamaron a la puerta. Pilar se levantó como un rayo. Carmen Elgazu, reaccionando, se compuso el moño. ¡Era preciso disimular!
Eloy, que parecía el más tranquilo, tocó con la mano el brazo de Manuel y le propuso:
—¿Quieres que vayamos a mi cuarto y juguemos al parchís? Manuel, que continuaba llorando, hurgaba en los bolsillos buscando inútilmente un pañuelo.
E Ignacio pensaba que, en efecto, la Navidad era triste.
Pasó el fin de año —Ignacio cumplió los veintitrés— y llegó el 6 de enero de 1940, festividad de los Reyes Magos. Sin saber por qué, la conmoción fue en Gerona más explosiva y jubilosa aún que la de Navidad. Probablemente se debía a que los mayores, al cabo de tres años de no ofrecer a los pequeñuelos más que cartuchos y bombas, podían por fin obsequiarlos —confirmando con ello el vaticinio hecho por la abuela Mati— con las fantasías llegadas de Oriente, y con juguetes.
La Asociación de Padres de Familia organizó para la víspera la Gran Cabalgata: Gaspar, Melchor y Baltasar, montados a caballo —tres varones barbudos, uno de los cuales, el tiznado, era José Luis Martínez de Soria—, desfilaron por las calles céntricas y detrás de ellos la infinita comitiva de los niños llevando en la mano el clásico farolillo encendido. El espectáculo arrancó dulces lágrimas a la esposa del profesor Civil, que quiso levantarse de la cama y asomarse al balcón para presenciar el luminoso acontecimiento.
Otro solemne acto fue el de la entrega de premios del «Concurso de Juguetes Patrióticos» convocado por las Organizaciones Juveniles. Ganó el primer premio nada menos que el hijo mayor del jefe de Telégrafos, con una miniatura, realmente asombrosa, del crucero Baleares. El segundo premio correspondió a la hija de un ferroviario, con un tren militar que hubiera hecho las delicias de don Anselmo Ichaso.
¡El tercer premio se lo llevó «El Niño de Jaén», con un minúsculo avión de caza bautizado con el nombre de García Morato! Sí, el gitanillo «bailaor» de la calle de la Barca había elaborado, con el asesoramiento de sus dos grandes amigos, el barbero Raimundo y el patrón del
Cocodrilo
, aquel avión, que planeaba como los ángeles y que se posaba en el suelo con magnífica serenidad. Mateo entregó los trofeos. A «El Niño de Jaén» le correspondió una copa que decía: «¡Arriba España!».
Otro emotivo acto fue el obsequio de juguetes a los niños y niñas acogidos en los comedores de Auxilio Social. El profesor Civil, Delegado Provincial, presidió la ceremonia; pero los encargados de la entrega —lápices de colores, caballos de cartón, peonzas, ¡muñecas!— fueron los hijos del Gobernador, Pablito y Cristina, quienes representaban el afán protector de las autoridades. Pablito mostró cierta incomodidad en el transcurso del acto; en cambio, Cristina, que era un pequeño poema de carne, se sintió importante, hada buena. A veces al entregar el juguete se equivocaba y decía: «De parte de papá». En tales ocasiones Pablito le daba un codazo y le susurraba, rectificando: «No seas boba. De parte de los Reyes Magos».
Sin embargo, la idea cumbre de la jornada la tuvo el señor obispo, doctor Gregorio Lascasas. El señor obispo, que guardaba en Palacio, como una reliquia del período «rojo», aquella imagen del Niño Jesús que el anarquista Porvenir, en el frente de Aragón, había vestido de miliciano —con un gorro a lo Durruti, un pitillo en la boca y dos pistolones en el cinto—, pensó que podía organizar con ella una Acción Reparadora.
Tratábase de hacer desfilar delante de la imagen a todos los niños de todos los colegios de la ciudad. «El día de Reyes es el apropiado —manifestó el prelado—, por ser el día de la Adoración». Las instrucciones que al efecto cursó a los colegios religiosos y a los maestros señalaban que la concentración tendría lugar en la iglesia de San Félix, a las doce en punto de la mañana.
La Acción Reparadora se llevó a cabo y se hablaría de ella durante mucho tiempo, por el impacto que produjo en la mente de los niños. A la hora convenida la iglesia de San Félix cobijó a la mayor asamblea infantil que recordaba la ciudad. La imagen profanada por Porvenir fue colocada, sin quitarle siquiera el pitillo, en el altar mayor, sobre una alta peana, con la sola escolta de dos cirios temblorosos. Y empezó el desfile.
Desfile mucho más nutrido y ostentoso que el de los farolillos y durante el cual reinó en el templo un silencio casi fantasmal. El pasmo de los niños, al encontrarse ante aquel Niño Jesús con gorro chulesco y dos pistolas, era absoluto. No sabían si arrodillarse, si pegar un grito o echarse a llorar. Mosén Falcó, encargado de mantener el orden, de pie en el presbiterio iba repitiendo: «genuflexión, genuflexión…» Así lo hacían los chicos, uno por uno, enredándose en sus propios pies. Asunción, la maestra, que estaba también en el presbiterio, experimentó tan intensa emoción que, acercándose al dinámico consiliario, le sugirió al oído: «¿No le parece a usted que deberíamos cantar el Credo?».
Mosén Falcó negó con la cabeza. «Es mucho mejor el silencio». Y continuó con su sonsonete: «genuflexión, genuflexión», hasta que el último niño —precisamente Félix Reyes, el hijo del ex cajero del Banco Arús— hubo hincado la rodilla.
Terminada la «adoración» el párroco del templo, que era un santo varón, subió al púlpito y dirigió una plática muy poética aludiendo a la festividad del día, al oro, al incienso y a la mirra que trajeron los Reyes Magos, prédica que cerró con algo insólito: con una oración por el alma de quienes fueron capaces de ponerle dos pistolones al Niño Jesús.
Fue una decisión espontánea, que provocó luego muchas controversias. Realmente, era aquélla la primera vez que desde un púlpito un sacerdote se acordaba de rezar por los vencidos. Hasta ese día, y de ello el padre Forteza había pensado hablarle también al señor obispo, sólo se había rezado «por el eterno descanso de los caídos por Dios y por España».
El párroco de San Félix, con aquel simple y elemental acto, se ganó la simpatía de buena parte de los ciudadanos que militaban en la que el comisario Diéguez llamaba «la Gerona subterránea».
Festividad de los Reyes Magos… Las familias, los amigos, se intercambiaron regalos como por Navidad se habían cruzado tarjetas y felicitaciones. Mateo le regaló a Pilar el anillo de prometida y en el piso de la Rambla hubo lágrimas y risas a granel.
—¿Para cuándo la boda? —preguntó Matías.
—Casi seguro, el doce de octubre.
—¡Ah, claro! El día del Pilar…
Ignacio le regaló a Marta un medallón de oro de Toledo, y a su madre, Carmen Elgazu, las gafas que le estaban haciendo falta para coser y para leer. Matías les regaló a sus familiares de Burgos una estufa, pues el frío en aquel piso que perteneció al Cojo era insoportable. La esposa del notario Noguer le regaló a doña Cecilia una colección de blondas y puntillas confeccionadas en el pueblo de Blanes, dado que la esposa del general, con ocasión de la tómbola benéfica, había manifestado que le gustaban mucho.
Los jefes y oficiales de Artillería le regalaron al general Sánchez Bravo un barroco pergamino en el que figuraban los nombres de las victoriosas batallas en que aquel había intervenido. «La Voz de Alerta», lanzándose una vez más por su vertiente sentimental, le colocó en la boca a Montse, su fiel criada, tres piezas que le faltaban. Se las colocó de oro y le dijo: «Van a durarte toda la vida». Aunque tal vez el regalo más sorprendente fue el que recibió Pachín, el flamante delantero centro del Gerona Club de Fútbol y máximo goleador de la competición.
Pachín recibió un anónimo que decía: «¿No ves que estoy loca por ti, so tonto? Algún día descubrirás quién soy y entonces te tirarás de los pelos por no haberlo adivinado antes». Pachín, el muchacho asturiano, hijo de minero y formidable atleta, se pasó dos días enseñando el papel a todo el mundo. ¡Si entendiera de grafología! ¡Si aquella letra correspondiera a la gachí que le quitaba el sueño, que lo traía a mal traer! Pero ¿cómo saberlo?
Rafa, el masajista, le dijo: «Descuida. Continúa con tus cabezazos. Antes de que llegue la Cuaresma esa loca se quitará la máscara». Pachín, mientras se entrenaba con jersey, para perder grasa, contestó: «¡Ojalá!».
También la ciudad, con motivo de los Reyes Magos, volvió a regalarse a sí misma, como cuando la llegada del otoño, muchas cosas. Al igual que un árbol crecido en tierra fértil, la vida iba reorganizándose poco a poco, en sus mínimos detalles. Se abrieron al público nuevos comercios, entre los que destacaba la Alta Peluquería, de lujo, también propiedad de Dámaso, para las señoras de la buena sociedad. Asimismo la viuda del señor Corbera, el fabricante de alpargatas que murió al lado de César, inauguró una tintorería. La fábrica Soler, de mil y pico de obreros, motivo de tantas huelgas antes de la guerra y que fue incendiada por los «rojos», reabrió sus puertas, acto solemne en el que no faltó un piscolabis para los productores admitidos. «La Voz de Alerta», coincidiendo en ello con el padre Forteza, le dijo al arquitecto: «Lástima que haya vuelto a edificarse en el centro de la ciudad. Ese solar hubiera debido destinarse a jardín, a zona verde».
Pero los propietarios pedían una fortuna por él. La viuda del guardia civil Benítez, fusilado por el Comité de Cosme Vila, dio la gran sorpresa inaugurando una tienda de antigüedades. Jaime, sin renunciar por ello al reparto de
Amanecer
—y al subrayado de las noticias para Matías—, instaló junto a la mencionada fábrica Soler un modesto quiosco destinado a la compraventa de libros y de tebeos. «Mi intención —le confesó a Matías— es vender novelas de tiros a la plantilla de trabajadores y, de matute, libros en catalán, que ahora se pagan muy bien». Asimismo fue inaugurada una imprenta, la imprenta Ampurias, cuyo local fue solemnemente bendecido por el párroco del Carmen.
Y una agencia administrativa, que constituía una novedad. ¡La agencia administrativa con que había soñado la Torre de Babel! En efecto, la Torre de Babel y Padrosa, culminando su proyecto de dejar el Banco Arús, donde nunca dejarían de ser «caracoles humanos», presentaron su dimisión al director, Gaspar Ley, y se establecieron por su cuenta. Ignacio los ayudó a conseguir el permiso necesario, pues el negocio, habida cuenta de la progresiva burocratización de la vida pública —tramitación de guías, de matrículas, relación de impuestos, etcétera—, parecía destinado a tener éxito. La agencia se llamaría Agencia Gerunda y la Torre de Babel y Padrosa comprendieron desde el primer momento que necesitaban en ella el asesoramiento de un abogado, que a la vez los cubriera de su pasado político. Y he aquí que consiguieron los servicios del asesor jurídico de la CNS, llamado Mijares, hombre que había llegado de Alicante, que parecía muy enterado y que con el sueldo que percibía en Sindicatos no podía vivir.
Naturalmente, el Ayuntamiento no podía quedarse atrás y obsequió a los ciudadanos con un regalo práctico, funcional: un guardia urbano para el Puente de Piedra, por el que el tránsito empezaba a ser intenso. La característica sobresaliente de este guardia urbano, oriundo de Logroño, era que exhibía una pata de palo. Mutilado de guerra. Se llamaba Arroyo. Parecía estar clavado allí, como un vegetal. Pero compensaba la rigidez de su cuerpo con la suprema elasticidad de sus brazos, que semejaban auténticas aspas de molino dirigiendo la circulación.
Tampoco la Diputación podía quedarse atrás y anunció la reapertura del Museo de San Pedro de Galligans y, al mismo tiempo, de la Biblioteca Provincial, instalada en el Hospicio. En el Museo hubo que trabajar de firme, pues cuando la retirada «roja» a Francia aquello se llenó de mulos, paja y estiércol. En cuanto a la Biblioteca, pronto los adolescentes y las adolescentes de la ciudad irían a consultar, en la Enciclopedia Espasa, como antaño y como siempre, el significado exacto de las palabras amor, pubertad, sexo…
El Gobernador, ante aquel despliegue de actividades, que se multiplicaban al mismo ritmo en toda la provincia, con la creación del Sindicato del Aceite, de la Madera, del Corcho, etcétera, sostuvo un importante diálogo con su esposa, María del Mar.
—¿No estás contenta? ¿No te ilusiona esto? ¿Preferirías que estuviera en Santander, cultivando un bufete particular, como Manolo, y dedicado a la vida personal?
María del Mar, que tenía la cualidad de no saber mentir, le contestó:
—Por supuesto, lo preferiría. Y precisamente tu comentario viene a darme la razón.
—¿Por qué, si puede saberse?
—Porque los que ostentáis cargos como el tuyo, sin daros cuenta acabáis colocándoos por cuenta propia la corona de laurel…
—Mujer, de veras que no te comprendo.
—Es muy sencillo. Si esto funciona y sale adelante, ello se debe sobre todo al esfuerzo de la gente y no a tu gestión, ni a la de Mateo, ni a la de nuestro querido alcalde, que por lo que veo, lo que mejor se le da es sacar muelas sin hacer daño. Si en vez de ser Gobernador de Gerona lo fueras de Almería, no creo que en estas fechas se hubiera reabierto allí una fábrica como la fábrica Soler.
El Gobernador, que ya no llevaba vendado el dedo meñique, pero que continuaba mascando caramelos de eucalipto, se encalabrinó.
—¿De modo que, según tú, no cuentan para nada la labor gubernativa, el orden público, nuestro buen tino? ¿Y antes de la guerra, pues? ¿No podía la gente esforzarse lo mismo? ¿Y a qué se dedicaba? ¡Parece mentira que tenga yo que discutir eso con mi esposa!
María del Mar, que en opinión del doctor Andújar padecía una enfermedad ilocalizable, sin categoría clínica, llamada «inseguridad, miedo», se ponía nerviosísima.
—Yo no digo que no tenga importancia vuestra gestión. Pero repito que los héroes son los ciudadanos. ¡Hay que ver en qué circunstancias han de desenvolverse! Los hay que trabajan dos turnos. Trabajar, trabajar… Además, ya lo sabes, a mí me interesas tú, y luego, además, Pablito y Cristina.