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Authors: Bruce Sterling

Tags: #Ciencia-Ficción

Islas en la Red (12 page)

BOOK: Islas en la Red
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—¡Pero un hombre fue asesinado aquí!

—Fue un asesinato, sí. Pero no una amenaza al orden político de los firmantes de la Convención de Viena.

Laura se sintió impresionada.

—Entonces, ¿para qué sirven ustedes?

Voroshilov pareció dolido.

—Oh,
hacemos
mucho bien aliviando la tensión internacional. Pero no somos una fuerza de policía global. —Vació su taza de té y la depositó a un lado—. Oh, Moscú ha estado presionando para crear una auténtica fuerza de policía global desde hace muchos años. Pero Washington se planta en medio del camino. Siempre hablando del Gran Hermano, las libertades civiles, el derecho a la intimidad. Es una vieja historia.

—Entonces, no puede ayudarnos.

Voroshilov se puso en pie.

—Señora Webster, fueron ustedes quien invitaron a esos gángsteres a su casa, no yo. Si nos hubieran llamado primero a nosotros, les habríamos disuadido en los términos más fuertes posibles. —Recogió su terminal—. Necesito entrevistar añora a su esposo. Gracias por el té.

Laura lo dejó y fue escaleras arriba hasta la oficina de telecom. Emerson y el alcalde estaban sentados juntos en uno de los sofás de mimbre, con la expresión satisfecha de la gente que ha llegado a ponerse de acuerdo en una discusión. Magruder estaba pinchando con su tenedor un desayuno tardío tex-mex de migas y guisantes refritos.

Laura se sentó en una silla al otro lado de la mesa y se inclinó hacia delante, vibrando de furia.

—Bueno, parecen los dos muy cómodos.

—Ha estado usted hablando con el representante de Viena —dijo Emerson.

—No nos sirve absolutamente de nada.

—KGB —bufó Emerson.

—Dice que el asunto no es político, no corresponde a su jurisdicción.

Emerson pareció sorprendida.

—Hummm. Eso es un primer caso para ellos.

Laura la miró.

—Bueno, ¿qué hacemos al respecto?

Magruder depositó sobre la mesa un vaso de leche.

—Vamos a cerrarles, Laura.

—Sólo por un tiempo —añadió rápidamente Emerson. Laura dejó colgar su mandíbula.

—¿Cerrar mi Albergue? ¿Por qué? ¿Por qué?

—Todo ha sido estudiado —dijo Magruder—. Mire, si es un asunto criminal, entonces los media hormiguearán a nuestro alrededor. Lo convertirán en un gran asunto, y será peor para el turismo que la presencia de tiburones en nuestras playas. Pero si cerramos el Albergue, entonces parecerá como un asunto de Viena. Clasificado. Y nadie ahonda demasiado cuando Viena interviene. —Se encogió de hombros—. Quiero decir, al final quizás imaginen el truco, pero entonces la noticia ya será vieja. Y el daño será limitado. —Se puso en pie—. Necesito hablar con esa ranger. Ya sabe. Asegurarle que la ciudad de Galveston cooperará en todas las formas posibles. —Tomó su maletín y se dirigió hacia la escalera.

Laura miró a Emerson con ojos furiosos.

—¿Así que es eso? ¿Tapan ustedes el escándalo, y David y yo pagamos el precio?

Emerson sonrió gentilmente.

—No sea impaciente, querida. Nuestro proyecto no ha sido cancelado por culpa de este ataque. No olvide que es debido a los ataques como éste que los piratas aceptaron reunirse.

Laura se mostró sorprendida. Se sentó. La esperanza apareció en medio de su confusión.

—¿Así que aún siguen persiguiendo eso? ¿Pese a todo lo ocurrido?

—Por supuesto, Laura. El problema no ha desaparecido, ¿verdad? No, está más cerca de nosotros que nunca. Somos afortunados de que no la perdiéramos a usted…, a usted, una asociada muy valiosa.

Laura alzó la vista, sorprendida. El rostro de Debra Emerson parecía muy relajado…, el rostro de una mujer que simplemente estaba diciendo la verdad. No halagando…, exponiendo un hecho. Laura se sentó más erguida.

—Bueno, fue un ataque contra Rizome, ¿no? Un ataque directo contra nuestra compañía.

—Sí. Hallaron una debilidad en nosotros…, el ElAT lo hizo, o la gente que se esconde tras ese alias. —Emerson parecía grave—. Tiene que haberse producido una filtración de seguridad. Ese mortífero aparato aéreo…, sospecho que ha permanecido emboscado durante días. Alguien sabía de la reunión y estaba vigilando este lugar.

—¿Una filtración de seguridad dentro de Rizome?

—No debemos saltar a conclusiones. Pero tendremos que descubrir la verdad. Es más importante que este Albergue, Laura. Mucho más importante. —Hizo una pausa—. Podemos llegar a un acuerdo con los investigadores de Viena, Podemos llegar a un acuerdo con la ciudad de Galveston. No es ésta la parte más difícil. Prometimos seguridad a la gente en esta conferencia, y fallamos. Ahora necesitamos a alguien que aplaque las aguas. En Granada.

El Refugio Chattahoochee de Rizome estaba en las colinas de las Smoky Mountains, a unos cien kilómetros al nordeste de Atlanta. Trescientas hectáreas de boscosas colinas en un valle con un arroyo de piedras blancas que aquel año estaba seco. Chattahoochee era uno de los lugares favoritos del Comité Central; estaba lo bastante cerca de la ciudad como para resultar cómodo, y lo suficientemente lejos como para que la gente permaneciera aislada del rostro colectivo del Comité.

Los nuevos reclutas eran llevados a menudo allí…, de hecho, allí era donde Emily le había presentado a Laura a David Webster. Allá en la vieja granja de piedra, la que no tenía los geodésicos. Laura no podía contemplar aquellas colinas de Chattahoochee sin recordar aquella noche: David, un desconocido, alto y delgado y elegante con un traje azul medianoche, con una copa en la mano y su pelo negro cayendo sobre su espalda.

De hecho, todo el mundo en aquella fiesta, todos los reclutas más listos al menos, se habían apartado de su costumbre para vestirse con elegancia. Para ir un poco contra la corriente, para demostrar que no iban a dejarse socializar tan fácilmente, gracias. Pero allí estaban, años más tarde, fuera en los bosques de Georgia con el Comité Central, no como nuevos reclutas, sino como asociados plenamente comprometidos, de forma permanente.

Por supuesto, el personal del Comité era todo distinto ahora, pero algunas tradiciones persistían.

Se podía adivinar la importancia de esta reunión por la elaborada informalidad de los trajes. Los problemas normales los hubieran tratado en Atlanta, los asuntos estándar de la sala de consejos, pero esta situación de Granada era una auténtica crisis. En consecuencia, todo el Comité mostraba su aspecto de excursionista más campestre. Tejanos de dril más o menos raídos, camisas de franela con las mangas enrolladas hasta el codo… García-Meza, un robusto industrialista mexicano que parecía capaz de partir clavos de diez centavos con los dientes, llevaba una enorme cesta de picnic de paja.

Era divertido pensar en que Charlie Cullen era el presidente ejecutivo del Comité. Laura no había visto a Cullen cara a cara desde que había sido nombrado, aunque había trabajado un poco con él a través de la Red mientras estaban construyendo el Albergue. Cullen era bioquímico, especializado sobre todo en plásticos para la construcción, un hombre muy agradable. Era un estupendo presidente ejecutivo para Rizome, porque uno confiaba instintivamente en él…, aunque no era una visión tranquilizadora si uno se lo encontraba del otro bando en una pelea callejera. Desde su nombramiento se había acostumbrado a llevar un sombrero de ala ancha perchado en la parte de atrás de su cabeza. Se parecía menos a un sombrero que a un halo o una corona. Era divertida la forma en que la autoridad afectaba a la gente.

El rostro en sí de Cullen había cambiado. Con su mandíbula cuadrada, su ancha nariz y su boca que se había ido haciendo un poco más severa, había empezado a parecerse a un George Washington negro. El George Washington original, por supuesto, no el reciente presidente negro del mismo nombre.

Luego estaban los demás. Sharon Mclntyre, la mentora de Emily Donato en el Comité, y la propia Emily, con su rizado pelo recogido bajo un pañuelo de tal modo que parecía como si hubiera acabado de limpiar la cocina. Kaufmann, el
realpolitik
europeo, que conseguía parecer refinado y elegante incluso con tejanos y mochila. De Valera, el disidente eterno del Comité, que tendía a organizar grandes espectáculos con sus discursos, pero siempre terminaba por dar con la brillante idea requerida. Gauss, con su aspecto de profesor, y el afable y conciliador Raduga. Y, siempre a la cola del grupo, el viejo señor Saito. Saito llevaba una especie de gorro de piel tipo Ben Franklin y gafas bifocales, pero su influencia en el comité era grande, como si fuera un híbrido de ermitaño taoísta.

Luego estaban ella misma, y Debra Emerson. No miembros del comité, sino testigos.

Cullen se detuvo en un umbrío claro otoñal con el suelo alfombrado de hojas. Se reunían lejos de todo sistema de comunicación por evidentes razones de seguridad. Incluso habían dejado atrás sus relófonos, en una de las granjas.

Mclntyre y Raduga desplegaron una gran manta de picnic a cuadros. Todo el mundo formó un círculo y se sentó. Unieron las manos y cantaron uno de los himnos de Rizome. Luego comieron.

Era algo fascinante de observar. El Comité elaboraba realmente aquella sensación de comunidad. Habían convertido en una práctica el vivir juntos durante semanas seguidas. Cada uno lavando la ropa del otro, cada uno atendiendo a los niños del otro. Esa era la política. Eran elegidos, pero una vez en el poder recibían una amplia autoridad y esperaban tener éxito. Para Rizome, tener éxito significaba una conspiración a pequeña escala, más o menos abierta.

Por supuesto, la moda hacia la intensidad
gemeineschaft
iba y venía. Hacía años, durante el período de Saito como presidente ejecutivo, se había producido una época legendaria cuando había llevado a todo el Comité a Hokkaido. Allí, se levantaban antes del amanecer para bañarse desnudos en heladas cascadas. Y comían arroz moreno y, si el rumor era cierto, habían matado, descuartizado y comido un venado cuando vivieron durante tres días consecutivos en una cueva. Nadie del Comité había hablado nunca mucho acerca de aquella experiencia en tiempos posteriores, pero nadie había negado que habían constituido un grupo malditamente unido.

Por supuesto, ése era el tipo de tonterías semilegendarias que corría en torno a cualquier centro de poder corporativo, pero el Comité alentaba la mística. Y Rizome caía instintivamente hacia los ancestrales niveles de solidaridad visceral en épocas de problemas.

Eso distaba mucho de ser perfecto. Podía verse por la forma en que actuaban…, por la forma, por ejemplo, en que de Valera y Kaufmann convertían en una competencia innecesariamente grande decidir quién cortaba y servía el pan. Pero podía verse incluso que eso también funcionaba. La asociación Rizome era mucho más que un trabajo. Era algo tribal. Uno podía vivir y morir por ello.

Fue una comida sencilla. Manzanas, pan, queso, un poco de «pasta de jamón» que evidentemente era sintética. Y agua mineral. Luego fueron al asunto… sin que nadie llamara al orden, sino simplemente entrando en materia, poco a poco.

Empezaron con el ElAT. Le temían más que a Granada. Los granadinos eran piratas que medraban, pero al menos permanecían en un segundo plano, mientras que el ElAT, fueran quienes fuesen, habían comprometido seriamente a la compañía. Gracias a eso, ahora tenían que preocuparse de Viena, aunque Viena estaba dudando. Más de lo habitual.

Rizome había decidido rastrear el ElAT hasta sus orígenes. No esperaban que fuera algo sencillo ni fácil, pero Rizome era una multinacional importante con miles de asociados y puestos de avanzada en cinco continentes. Tenían contactos a través de toda la Red y una tradición de paciencia. Más pronto o más tarde llegarían a la verdad. No importaba quién la estuviera ocultando.

El blanco inmediato de las sospechas era Singapur, o bien el Banco Islámico o el gobierno de Singapur, aunque las líneas divisorias entre ambos eran confusas. Nadie dudaba de que Singapur era capaz de realizar el asesinato en Galveston. Singapur nunca había firmado la Convención de Viena, y alardeaban abiertamente del alcance de sus servicios militares y de información.

Era difícil de comprender, sin embargo, por qué desearían iniciar una lucha con Granada, después de haber aceptado negociar. Especialmente con una burda provocación como el asesinato de Stubbs, que garantizaría sin lugar a dudas las iras de Granada sin causar ningún auténtico daño estratégico. Singapur era arrogante y tecnológicamente imprudente, pero nadie había dicho nunca que fueran estúpidos.

Así pues, el Comité llegó al acuerdo de suspender el juicio al respecto mientras aguardaban más pruebas. Por el momento había demasiadas posibilidades, e intentar cubrir todas las contingencias sólo llevaría a la parálisis. Mientras tanto, actuarían con iniciativa, ignorando el comunicado terrorista.

El ElAT era evidentemente una amenaza, suponiendo que el ElAT tuviera una existencia separada de la gente con la que estaban tratando. Pero habían tenido una clara posibilidad de matar a una asociada Rizome —Laura—, y habían decidido no hacerlo. Eso significaba un pequeño consuelo.

La discusión se trasladó a la situación de Granada.

—No veo lo que podemos hacer sobre el terreno en Granada que no podamos conseguir por la Red —dijo Raduga.

—¡Ya es hora de que dejemos de hacer esa falsa distinción! —dijo de Valera—. Con nuestro nuevo material no-line, la tec que utiliza Viena,
somos
la Red. Quiero decir, en términos macluhanianos, que un asociado Rizome en videoconexión puede ser una
punta de lanza cognitiva
para toda la compañía…

—Nosotros no somos Viena —dijo Kaufmann—. Eso no significa que vaya a funcionar para nosotros.

—Ahora nos hallamos en una situación comprometida con Granada —dijo Cullen—. No estamos en posición de hablar de una invasión de los media.

—Sí, Charlie —dijo de Valera—, pero, ¿no lo ves?, por eso exactamente
funcionará.
Entramos disculpándonos, pero salimos adoctrinando.

Cullen frunció el ceño.

—Somos responsables de la muerte de uno de sus principales ciudadanos. Ese Winston Stubbs. Es como si hubiera sido muerto uno de nosotros. Como si hubiéramos perdido al señor Saito.

Unas palabras simples, pero Laura pudo ver cómo les golpeaban. Cullen tenía la habilidad de situar las cosas a escala humana. Todos se encogieron ligeramente.

—Es por eso por lo que
yo
debería ir a Granada —dijo Saito. Nunca hablaba mucho. No tenía necesidad de hacerlo.

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