—¿Ah, sí?
—No te pongas celoso,
mon petit mignon
—sonrió Agnès—. Ya está casi curado y va a tener el alta en breve, así que no volverá a ponerme los ojos encima.
Al capitán no le gustó, pero se quedó callado. Sabía que era inevitable que su francesa, guapa como era, atrajese piropos en un mundo de hombres hambrientos de hembras. Le costó más aún ver que eso ocurría delante de él, pero se contuvo, no tenía más remedio, sería absurdo ir a abofetear al paciente atrevido.
—Lo que no faltan por aquí son pillos —añadió ella, después de una breve pausa. Sacó del bolsillo un papel bien doblado y se lo mostró a Afonso—. Mira esto. Es una carta que me entregó un paciente hace días para mandarle a su hermano —sonrió—. El muchacho insistió en escribir en francés para que en su pueblo viesen que habla bien, quiere impresionar. —Agnès le extendió la carta al capitán—. Léela,
c'est rigolo
.
Afonso desdobló el papel. La carta estaba escrita con letras irregulares, las líneas torcidas, pero el contenido era extraño.
France, 2-2-1918
Ma chere frére:
Te participe que muá parle tré bien le francé.
Ha bocú de madamuaseles joli.
Mangé tujur cornbif e une cigarrete al jur.
Gringos tré simpatiques, muá acheté a un anglé un par de botes até le genú avec cordons e muá doné a lui une garrafe de picles.
Muá emé alor un madamuasele e apré la guerra fini partir Portugal avec muá fiancé. Les mules du Parque bone santé.
Bocú de sovenires de ta frere,
JOSÉ PAPAGAIO
Con expresión divertida, Afonso devolvió la carta, que Agnès guardó enseguida en el bolsillo.
—Hasta parece inventada —comentó el capitán.
La enfermera siguió caminando por el pasillo central de la enfermería y, ya en el final, se detuvo y fue a observar a un paciente acostado en la cama de la izquierda. Le puso la mano en la frente y le acarició el pelo. La sonrisa que brillaba en sus labios se deshizo. El soldado respiraba con dificultad, jadeante y cansado, con los ojos mortecinos entre ojeras profundas y oscuras, la piel seca como un pergamino, los pómulos salientes en el rostro delgado y macilento, parecía una momia. Afonso observó la bacinilla colocada en la mesilla de noche y comprobó que el recipiente estaba sucio, con expectoraciones y restos de sangre. La enfermera miró resignadamente al capitán.
—No se salva,
le petit pauvre
—murmuró—. No creo que pase de hoy.
Después de darle de beber al paciente moribundo, Agnès salió de la enfermería con el oficial siempre atrás.
—¿Mueren muchos? —quiso saber Afonso.
—Algunos, no demasiados —dijo Agnès—. Un tercio de los muertos por enfermedad es víctima de la tuberculosis, éste es el mal que más mata. Un poco más atrás vienen la meningitis y la neumonía. Pero tenemos muchos casos de astenia y anemia que vuelven a los soldados incapaces de regresar a las líneas.
—¿Ésas son las enfermedades más comunes?
—Sí —dijo la francesa, que hizo una pausa; luego vaciló y añadió en voz baja, apresuradamente—: Están también las enfermedades venéreas, pero esos pacientes van a otro hospital.
—Según vuestros cálculos, ¿los soldados mueren más por enfermedad o por los combates?
—Por los combates. Por lo que he podido ver, de cada cuatro muertos, tres provienen de heridas en combate y sólo uno de alguna enfermedad.
—¿Y los heridos?
—También tenemos heridos, claro. Están en otra enfermería o, si no, se los manda a los hospitales ingleses, como el 39th Stationary Hospital o el General Hospital 7, y después van al depósito de convalecientes.
Un enfermero pasó junto a ellos, empujando una cama con ruedas con un hombre sin el brazo izquierdo, el muñón escayolado a la altura del hombro, con manchas de sangre seca en la tela blanca.
—¿Cuál es el tipo de heridos más común? —preguntó Afonso, sin apartar los ojos del muchacho mutilado.
Agnès hizo una pausa para pensar.
—Los gases representan más o menos el cuarenta por ciento de los heridos, aparecen muchos, muchos. Hay pocos muertos por el gas, pero los soldados acaban con lesiones incurables en los pulmones y hasta en otros órganos. Todo porque no se ponen las máscaras, o se las ponen mal, o se las quitan demasiado pronto. —Hizo una nueva pausa—. Hay también un diez por ciento de heridos en accidentes. Pero no hay duda de que la mitad de los heridos que vienen a parar aquí han sido alcanzados por proyectiles en combate. La mayoría trae heridas horribles, por las esquirlas, he visto a alguno que se quedó sin mentón, apareció vivo sin la mitad de la cara…
Afonso comenzó a sentirse indispuesto, todo aquello no era una mera abstracción, sino un futuro posible para él, una realidad que podría alcanzarlo en breve, irreversible, final. Angustiado, decidió de repente marcharse del hospital, no quería ver ni saber nada más, sintió que el pánico crecía en su alma, una claustrofobia que lo sofocaba, estar en aquel sitio de sufrimiento era un mal augurio, qué pésima idea el haber entrado, tenía que marcharse, salir, huir. Balbució una disculpa atropellada y se despidió deprisa con un beso huidizo, casi corrió hasta la puerta, y fuera realmente corrió, corrió con miedo, con ansiedad, corrió como si su vida dependiese de correr. Sólo se detuvo, jadeante, cuando llegó al Hudson que le habían prestado en el cuartel general de la 2ª División, en La Gorgue, y allí se quedó esperando, sentado al volante, con gotas de sudor frío que le brotaban en la frente, los ojos fijos en los portones del hospital Mixto de Medicina y Cirugía, aguardando el final del turno de la mujer a quien amaba.
Afonso consiguió en La Gorgue una dispensa para poder elaborar el plan del
raid
sin preocuparse por los deberes del día a día. No le reveló nada a Agnès sobre las órdenes que había recibido, justificando su repentina libertad de movimientos aludiendo a una licencia especial que le habían otorgado para ocuparse de unos papeles, en el marco de las funciones burocráticas que desempeñaba. No veía razones para aumentarle la ansiedad y destruir la felicidad que ella sentía de tenerlo más tiempo consigo.
El capitán pasó varios días estudiando mapas y analizando fotografías aéreas, identificando todas las líneas de comunicación en el sector enemigo, incluidos bifurcaciones y cruces, además de la posición conocida de minas, puestos de francotiradores, escondrijos de ametralladoras, posiciones de morteros y artillería. Éste fue, por otra parte, un ejercicio especialmente difícil, dado que, desde el aire, la lectura del terreno se reveló complicada, sólo se veían hoyos, manchas y líneas dentadas. La confusión era tal que decidió pedirle ayuda a Tim Cook.
—Usted sabe que —explicó el teniente inglés—, cuando se los ve desde arriba, los objetos tienen un aspecto diferente del que presentan cuando los vemos desde el suelo.
—Pero ¿cómo puedo entender eso? —se desesperó Afonso, exhibiendo una ininteligible fotografía aérea de la Tierra de Nadie y de las posiciones alemanas frente a Fauquissart.
Tim cogió la fotografía y la examinó atentamente.
—Nosotros tenemos especialistas que se pasan la vida visitando las líneas que les hemos conquistado a los
jerries
y comparando la perspectiva del suelo con la perspectiva aérea —murmuró el inglés, sin dejar de observar la fotografía—. Aprenden así a entender cuál es el aspecto que una cosa presenta cuando se la ve desde arriba. —Señaló una línea dentada—. ¿Ve esto? Son trincheras.
Afonso suspiró de impaciencia.
—Gracias, Tim —dijo con ironía—. Hasta ahí había llegado. El problema es todo lo demás.
El teniente señaló un cráter.
—Ahí hay una posición de ametralladora… y ésa es de artillería —afirmó.
—¿Cómo lo sabes? —se sorprendió Afonso, que escrutaba intensamente la fotografía—. Sólo veo ahí un cráter, no vislumbro ninguna ametralladora ni ningún cañón.
—No te olvides de que me dediqué mucho tiempo a la fotografía aérea cuando volaba en el Royal Flying Corps. —Señaló un punto en la imagen—. ¿Ves esa línea más clara que sale del cráter?
—Sí.
—Es la prueba de que no se trata de un cráter cualquiera. Esa línea es un camino y significa que el cráter está en uso. Y no me estoy refiriendo a que se use para plantar patatas, no. Me estoy refiriendo a ametralladoras y artillería.
—Hum —dijo Afonso como toda respuesta.
—Y esto otro, ¿lo ves? —preguntó Tim, señalando otras manchas—. Son refugios y letrinas. Y allí hay alambre de espinos.
Con las fotografías debidamente interpretadas y la respectiva información trasladada al mapa, Afonso fue a visitar las líneas para observar el área donde pretendía lanzar la operación. Tomó nota del sitio donde se encontraban los desagües, los puntos de difícil paso, las hileras de árboles, las posiciones de alambre de espinos y la localización de cráteres para refugio en caso de necesidad. Provisto de un telémetro, midió distancias a través de un ingenioso sistema de triangulación ocular, con los ojos fijos en la lente, y fue registrando las coordenadas. Inspeccionó puestos de artillería y abrigos de ametralladora, estudiando sus posiciones de tiro, y consultó los informes sobre las anteriores operaciones lanzadas contra las posiciones enemigas, esforzándose por extraer lecciones de los éxitos y los fracasos.
La vida con Agnès adoptó entre tanto aspectos de verdadera convivencia de matrimonio. La francesa ya no se hospedaba en el hotel de Merville. Había alquilado un anexo de un caserón en los alrededores de Béthune, la importante población justo al sur del sector del CEP. Se encontraba instalado allí el cuartel general del I Cuerpo del I Ejército Británico, que guarnecía las líneas a la derecha de las fuerzas portuguesas, al sur de Ferme du Bois. Aprovechando su licencia especial, Afonso comenzó a pernoctar en Béthune, haciendo casi vida conyugal con la francesa. Llevaba al anexo delicias portuguesas que compraba en la Cantina Depósito y que trasladaban a Flandes los sabores de su tierra. Obsequió a Agnès con el Ermida tinto maduro, el Bucellas blanco y el Amarante verde, todos a menos de dos francos, además de un oporto de 1870 que compró por ocho francos. También le dio a probar la
ginja
,
[10]
que adquirió a cinco francos, y hasta las galletas Maria, cuya lata de un kilo le costó la astronómica suma de dieciocho francos. Bebieron agua Vidago-Sabrozo y el capitán le llevó bacalao, que compró a cuatro francos con cincuenta el kilo, y le enseñó a guisarlo según una receta que le había garrapateado Matos, el cocinero del batallón.
A veces iban los dos a visitar las tiendas de la YMCA para una sesión de cinematógrafo. En ese final de invierno vieron
Le mystère d'une nuit d'été
, un sensacional melodrama romántico con Yvette Andreyor bañada en lágrimas del principio al fin, y el exótico
Cleopatra
, con la sensual Theda Bara en el papel principal. Pero la
pièce de résistance
era, inevitablemente, el gran Charlie Chaplin, que aparecía después del
newsreel
, el bloque de noticias de la Pathé, y desencadenaba un terremoto de carcajadas en la tienda repleta de soldados.
Durante este periodo, el capitán se encontró varias veces con Mardel y con Montalvăo para hacer un balance de la situación. El teniente coronel lo fue manteniendo al tanto de la evolución de los acontecimientos, y la verdad es que cada vez había más cosas que contar. Los diferentes batallones reflejaban un aumento de la actividad de las patrullas y de la artillería enemiga, aumento que comenzó a notarse, sobre todo, a partir de finales de febrero.
—Los boches saben que estamos siguiéndoles el rastro —confió Mardel con preocupación, mostrando una gran cantidad de informes de operaciones e informaciones—. Capitán, necesito iniciar nuestro plan cuanto antes.
—Dentro de unos días se lo presento —prometió Afonso—. ¿Cree que este aumento de la actividad enemiga traerá cola?
—Sí. Están preparando algo. No sé qué, pero preparan algo, seguro que preparan algo.
Afonso volvió a las líneas para ultimar el plan. Sabía que, antes de presentarlo, él mismo tendría que efectuar una patrulla por la Tierra de Nadie para reconocer el terreno. Ésa era una actividad reservada por lo general a los soldados, todas las noches las fuerzas portuguesas efectuaban más de diez patrullas y era relativamente raro ver a oficiales en ellas. Pero, impulsado por los enfrentamientos verbales con el Zanahoria y preocupado por elaborar con cuidado un plan para el
raid
, el capitán decidió encabezar una patrulla para dentro de tres noches. Fue a hablar con el sargento Rosa y le ordenó que preparase a un grupo de hombres para la acción.
—Quiero a aquel mocetón capaz de cargar la «Luisa» —indicó.
—¿Quién, mi capitán?
—Aquel mocetón, el grandote…
—¿El cabo Matias,
el Grande
, mi capitán?
—Ése. ¿Qué opina de él?
—Matias es un buen hombre, un buen soldado. Es fuerte como un toro y disimula el miedo, con él los boches no se envalentonan. La gente lo quiere, se siente segura estando él cerca, los hombres incluso combaten mejor cuando están al lado de Matias.
—Pues que venga ése. Ése y unos cuantos más.
—¿Cuántos soldados exactamente, mi capitán?
—Qué sé yo, hombre, unos cinco o seis, no más. Esto no es un
raid
, es una patrulla de reconocimiento de terreno, tiene que ser algo discreto. Mire, voy yo, va usted, va el cabo corpulento y unos tres más. —Sumó con los dedos—. Seis.
—Voy a llamar a los hombres de Matias, mi capitán.
—¿Ellos son buenos?
—Sí, mi capitán. Usted llegó a dirigirlos cuando se produjo aquel ataque de los boches el año pasado en Neuve Chapelle.
—Ah, ya recuerdo —exclamó Afonso, que hizo un gesto como si recordara—. Eran buenos, sí. ¿Cómo se llaman?
—Son sólo tres, mi capitán. El pelotón se ha reducido mucho, tenemos que meter más hombres. Pero Lisboa no manda a nadie…
—Adelante, hombre —se impacientó el capitán—. Dígame cómo se llaman.
—Está Vicente,
el Manitas
, que es un poco respondón, protesta mucho, es de aquellos hombres que se cabrean por nada y se pasa la vida soltando mensajes pesimistas, llega a ser irritante. Pero en los momentos duros es firme a tope, puede estar seguro. Baltazar,
el Viejo
, es una especie de padrecito del grupo, se preocupa por que estén cómodos y les da estabilidad. El problema es que es un tragaldabas, sólo piensa en comida, y con esta dieta de
corned-beef
eso a veces es nocivo para la moral. Y Abel,
el Canijo
, es del género calladito, muy ensimismado. No tiene mucha iniciativa, aunque hace todo lo que le dicen. Puede estar cagado de miedo, pero no se las pira cuando las cosas se ponen feas.