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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

La aventura de los romanos en Hispania (8 page)

BOOK: La aventura de los romanos en Hispania
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Después de Catón todo quedó listo para la expansión por el interior de la península Ibérica, pero este avance no iba a resultar nada fácil, como veremos.

El ataque lusitano

Tras la marcha del ilustre cónsul, los pretores elegidos en 194 a.C. encontraron una Hispania más o menos calmada. La política de rodillo ejercida por Catón había dejado como resultado un sinfín de tribus desarmadas, humilladas y desprovistas —en muchos casos— de las propias murallas que protegían sus ciudades. Este panorama, supuestamente tranquilizador para los ejércitos romanos, no iba, sin embargo, a dejarles sin la consabida guerra larvada a cargo de las intransigentes poblaciones nativas de extramuros. Precisamente, en esos años apareció en los textos escritos la primera referencia sobre una de las tribus más belicosas de la península Ibérica: nos referimos a los lusitanos, gentes de origen celta que ocupaban las tierras de las actuales Portugal, Extremadura y Castilla. Estrabón dijo de ellos que habitaban en dos zonas diferenciadas: una costera, muy rica, y otra interior, esencialmente ganadera y pobre en cultivos. Los habitantes de esta última se veían con frecuencia abocados al bandidaje, debido a la escasez de alimentos y materias primas, y sus víctimas favoritas residían en el fértil valle del Guadalquivir.

Los lusitanos sufrían una desigual distribución económica en su sociedad. Existían unas oligarquías militares que dirigían el destino de los clanes. Esa élite guerrera, siempre endogámica, daba la espalda a las clases desfavorecidas, las cuales se veían en la necesidad de engrosar los grupos de asalto que devastaban cada verano el sur peninsular. En esta entidad tribal tan heterogénea no se conocía la moneda y sus miembros recurrían al trueque cada vez que necesitaban intercambiar la escasa dotación patrimonial disponible. Los lusitanos, sometidos al rigor de una vida austera, idearon un sistema de guerra que los inmortalizaría en los siguientes siglos. Se trataba, por supuesto, de las famosas guerrillas, pequeños grupos de guerreros que hostigarían con suma eficacia a las poderosas y abigarradas legiones romanas.

Desde 194 a.C., y hasta la caída de Viriato en 139 a.C., los bravos soldados lusitanos demostrarían al mundo que no era necesario poseer un numeroso ejército para atemorizar al enemigo. Aquellos jinetes desharrapados provocaron durante casi sesenta años el terror en los adiestrados soldados de Roma. El más claro ejemplo lo constituye Viriato, de quien hablaremos más adelante.

En 194 a.C., dos nuevos pretores se hicieron cargo del gobierno en Hispania: para la Citerior fue nombrado Sexto Digitio, mientras que para la Ulterior era designado Publio Cornelio Escipión Nasica, primo hermano de «el Africano».

Los principales problemas que asumieron fueron una vez más la inestabilidad fronteriza y la sublevación casi permanente de las tribus sometidas. Lo cierto es que los capítulos de paz total son inexistentes en este brumoso período.

Los lusitanos irrumpieron con ferocidad en la historia escrita de la Península. Sus golpes de mano sobre la Ulterior aturdieron momentáneamente la reacción de los romanos y sus tributarios turdetanos, mientras que en el norte las tropas de Digitio chocaban con celtíberos y vascones. En todo caso fue aquel un tiempo sangriento que volvería a preocupar a la metrópoli romana.

Parece que el pretor Digitio vio cómo se abría una brecha en sus fronteras provinciales, causada principalmente por los continuos ataques celtíberos. La situación debió de ser grave, pues Escipión tuvo que acudir en su ayuda con el grueso de sus tropas meridionales, dejando desprotegida buena parte de la provincia Ulterior. Este momento fue aprovechado por las bandas de lusitanos, en combinación con los vettones, ocasionales aliados que habitaban tierras de las actuales Salamanca, Ávila y parte de Extremadura. Por desgracia para ellos, Escipión regresó a tiempo para interceptarlos cuando retornaban a sus tierras portando un rico botín, produciéndose un combate en los alrededores de Hipa (Alcalá del Río, Sevilla) en el que las tropas nativas resultaron seriamente dañadas. A esas alturas era evidente que Roma no podía reducir ni un ápice sus dotaciones militares para la defensa de las provincias hispanas. La belicosidad de las tribus del interior así lo demandaba.

El Senado romano no cesó en el envío de ejércitos de refresco, y para el año 192 a.C. el pretor M. Fulvio Nobilior encabezó un ejército que tomó, no sin esfuerzo, la ciudad de Toletum (Toledo), venciendo la resistencia obstinada de sus habitantes y de las tropas vettonas, vacceas y celtíberas que acudieron en su ayuda. El interior de la península Ibérica ardía en llamas, y el conglomerado tribal de la Celtiberia y Lusitania renovaba alianzas de odio y guerra contra los romanos. Los enfrentamientos eran tan frecuentes como sangrientos, pero la fuerza de las legiones era casi siempre incontestable.

En 190 a.C., una extraña coalición de los otrora enemigos lusitanos y turdetanos presentó batalla a los ejércitos del pretor Lucio Emilio Paulo en las cercanías de Hasta (Mesa de Asta, Sevilla). Una vez más los soldados de Roma supieron alcanzar la victoria y dispersaron los restos del contingente nativo más allá del río Betis (Guadalquivir). Aquí hallamos el documento epigráfico más antiguo acuñado en la Península, fechado el 19 de enero de 189 a.C., y en el que se reflejaba una orden del pretor por la que se liberaba a los esclavos prisioneros de la ciudad de Hasta, entregándoles algunas tierras de cultivo.

Como el lector puede observar, desde la victoria sobre Cartago, Roma debió asumir un papel imperialista para el que no estaba preparada; buena muestra de ello la constituye su presencia en la Hispania del período que venimos reflejando.

Durante más de cincuenta años, casi un centenar de cónsules y pretores viajaron a la península Ibérica con el único propósito de esquilmarla, sin plantear una administración colonial lógica. En estos inciertos decenios la guerra fue lo único que unió a conquistadores y conquistados. El Senado romano tan sólo acertaba a enviar más y más tropas, en el deseo de seguir recibiendo los cuantiosos tributos recaudados en la nueva provincia. Los pretores hispanos ambicionaban regresar a Roma cubiertos de oro y plata para recibir el
triunfo
de sus conciudadanos; todo a costa del esfuerzo desmesurado de las tribus sometidas, las cuales debían aportar, además del pago anual de impuestos, tropas auxiliares para las legiones que devastaban su propio territorio. Por otra parte, el ajustado mandato anual impedía cualquier aplicación política de importancia y, en muchos casos, la prematura muerte en combate de los dirigentes sumía a las zonas septentrional o meridional en una trémula situación de anarquía. En resumen, no es de extrañar tanta sublevación y rebeldía de los autóctonos, los cuales luchaban con desesperación empujados por la miseria e injusticia impartidas por gobernantes extranjeros que simplemente los ignoraban.

En los casos celtíbero y lusitano era evidente que los romanos no querían cederles la necesaria tierra fértil que los alimentara; una política absurda que trataba, sin juicio alguno, de menoscabar la fortaleza del enemigo. Esta corta visión de los acontecimientos incentivó una guerra de extraordinaria duración.

Finalizando la década de los ochenta, Roma tenía desplegadas en Hispania cuatro legiones con su correspondiente apoyo tribal. Se puede decir que en esos años entre 45.000 y 60.000 soldados se encontraban movilizados para la guerra contra las tribus celtíberas y lusitanas. Un esfuerzo bélico que, sin embargo, mereció la pena, dado el botín obtenido.

No obstante, también se produjeron paréntesis de paz y de buen gobierno, como los procurados por pretores de la talla de Tiberio Sempronio Graco, quien durante su mandato de 180-79 a.C. supo sacar ventaja de sus victorias sobre los celtíberos, administrando luego con la coherencia necesaria para estabilizar las fronteras romanas en Hispania y procurando la tranquilidad consiguiente de sus habitantes.

Sempronio derrotó a los celtíberos tras una dura campaña en los alrededores de
mons Chaunus
(Moncayo). Acto seguido fundó, cerca de Calahorra, una ciudad que llevaría su nombre,
Graccurris
(Alfaro), núcleo que sirvió, como otros parecidos, para el establecimiento de colonos latinos que poco a poco se fueron fundiendo con las costumbres y tradiciones de la península Ibérica. Estas primeras poblaciones levantadas por los romanos recibieron la aportación original de habitantes extraídos de las propias legiones romanas, veteranos licenciados al cumplir seis años de servicio o, en buena parte de los casos, mujeres e hijos de matrimonios mixtos realizados en la Península; éste fue el caso de Carteia (El Rocadillo, Algeciras), ciudad fundada en 171 a.C. con la intención de albergar 4.000 mujeres y niños de legionarios que luchaban en Hispania.

Con Sempronio se pudo fijar por fin una frontera tangible entre las provincias Citerior y Ulterior. Esa marca se iniciaría en los Pirineos occidentales, bajando por Calahorra para cortar el Ebro. Desde allí el trazado avanzaría hacia el alto Duero para descender de forma rectilínea hasta el Tajo por el oeste de Toledo, siguiendo hacia el sur hasta tocar el curso medio del Guadiana. Desde aquí, hasta su desembocadura, quedarían comprendidas las fronteras ulteriores. Fuera de estas demarcaciones estarían como tribus fronterizas y, por tanto, enemigas, los várdulos, establecidos al norte del Ebro, principalmente en la zona de la actual Vitoria; entre el Ebro y el Duero se encontraban los vacceos, y desde el Duero al Guadiana, los vettones. Precisamente, este último cauce fluvial constituiría frontera entre la Ulterior y los belicosos lusitanos.

Sempronio, a diferencia de sus antecesores, entregó abundantes tierras de cultivo a las tribus sometidas, lo que propicio una paz que se prolongaría con altibajos hasta el estallido de las guerras celtíberas en 154 a.C. La figura de este pretor sería recordada durante años, llegando incluso a ser protagonista indirecto de una delegación nativa que se plantó en Roma en 171 a.C. para exigir el cumplimiento de las promesas efectuadas por él ocho años antes.

Como curiosidad diremos que Graco estaba unido a la familia de los Escipiones por su matrimonio con Cornelia, hija de «el Africano». El mismo Sempronio intervino a favor de su suegro y del hermano de éste en los litigios promulgados por Catón el viejo contra los Escipiones en 184 a.C. Sempronio ocupó altos cargos de la cúpula romana, siendo censor y dos veces cónsul. Su buen talante y forma de entender la justicia le otorgaron la consideración de todos. Pero a mediados del siglo II a.C., ni su recuerdo impidió una nueva guerra en la ensangrentada Hispania.

Cronología

Primer período de gobierno romano en Hispania

218 a.C. Cneo Publio Escipión desembarca en Hispania y se acuartela en Cissa (Tarraco).

206 a.C. Escipión el Africano funda Itálica (Santiponce, Sevilla).

205 a.C. Rebelión de las tribus ilergetas duramente sofocada por los romanos tras la batalla librada en los campos sedetanos (provincia de Zaragoza).

197 a.C. División de Hispania en dos provincias: Citerior y Ulterior.

195 a.C. El cónsul Marco Porcio Catón el Viejo llega a la Península, iniciando una dura campaña militar contra las tribus nativas. Toma Segunda (Sigüenza) y se concreta la práctica eliminación de las tribus bergistanas.

194 a.C. Los romanos se extienden por las costas mediterráneas de Hispania. Aparecen por primera vez en los escritos las actuaciones de los lusitanos.

193 a.C. Bandas de lusitanos y vettones son interceptadas y batidas por las tropas del pretor Escipión Nausica en Hipa (Alcalá del Río, Sevilla).

192 a.C. Los romanos conquistan Toletum (Toledo).

189 a.C. Documento epigráfico romano por el que se liberan esclavos de Hasta (Mesa de Asta, Sevilla). Es el más antiguo que se ha encontrado en la península Ibérica.

180 a.C. Tiberio Sempronio Graco realiza importantes conquistas en el interior de la Península.

179 a.C. Fundación de Graccurris (Alfaro). Graco deja estabilizada y en paz la frontera romana en Hispania.

171 a.C. Fundación de Carteia (El Rocadillo, Algeciras). Una embajada nativa viaja a Roma para exigir el cumplimiento de los acuerdos firmados con Sempronio Graco.

154 a.C. Tras veinticinco años de relativa paz, estalla con virulencia la guerra entre celtíberos, lusitanos y romanos.

III
Las guerras celtíberas y lusitanas

Tras su victoria sobre Cartago, los romanos se extendieron durante más de cincuenta años por el levante y sur peninsular, lugares donde fueron aceptados en mayor o menor grado. Todo hacía pensar que la expansión latina por el interior de Hispania sería fácil, pero no se había tenido en cuenta la belicosidad de las tribus autóctonas. Celtíberos y lusitanos combatieron con bravura defendiendo su libertad, lo que obligaría a Roma a iniciar una nueva y encarnizada guerra.

Vientos de guerra

Habían transcurrido veinticinco años de tranquilidad desde la marcha del pretor Tiberio Sempronio Graco. Los acuerdos firmados por él y las tribus sometidas permitían una convivencia más o menos pacífica. Pero, en 154 a.C., y sin saber bien las causas, la provincia Ulterior fue invadida por un poderoso ejército lusitano comandado por un líder llamado Púnico. Los bravos nativos asestaron duros golpes a las tropas legionarias, ocasionándoles más de 9.000 muertos. Nadie esperaba una ofensiva de esa magnitud, y pronto muchas ciudades fueron asaltadas por los atacantes, incluidas las antiguas colonias fenicias asentadas en la costa.

La alarma se extendió con intensidad y el asunto trascendió hasta el foro senatorial romano. Para mayor gravedad, las tribus celtíberas vieron con agrado los éxitos lusitanos y, en el seno de algunas ciudades pertenecientes a los belos, titos y arévacos, se empezó a plantear una rebelión en toda regla. No se sabe con certeza qué impulsó estos levantamientos. Posiblemente debamos pensar en la inoperancia de algunos pretores provinciales, los cuales no supieron acercarse con diligencia y comprensión a las tribus circunscritas a su ámbito de gobierno.

El panorama se presentaba oscuro para las desentrenadas legiones acantonadas en Hispania. Y, lejos de lograr apaciguamientos, la llama de la insurrección se propagó por buena parte de los territorios interiores de la Península. Todo parecía listo para la guerra, sólo se necesitaba un
casus belli
, y ése se dio en la espléndida ciudad de Segeda (Belmonte), capital de los belos.

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