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Authors: Juan Antonio Cebrián

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La aventura de los romanos en Hispania (5 page)

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Ése fue el fin de la segunda guerra púnica. Cincuenta y seis años más tarde Cartago sería arrasada hasta los cimientos y cubierta de sal.

En cuanto a lo que pasó con Aníbal tras el desastre de Zama es fácil de explicar: vivió unos años como sufete o senador de Cartago, esforzándose en suprimir la importante corrupción que carcomía a su ciudad natal. En 195 a.C. fue acusado de traición contra Roma por sus envidiosos paisanos, no quedándole más opción que un penoso exilio en el extranjero. Sirvió como general en la corte del rey Antíoco, el grande de Antioquia (Siria), donde intentó seguir luchando contra su denostado enemigo. En principio lo consiguió, pero la derrota de sus tropas en Magnesia le abocó a un nuevo exilio que lo llevó a las islas de Chipre y Creta, para terminar en el reino de Bitinia. Allí intentó organizar la lucha contra Roma. Todo fue inútil y su destino quedó a merced de los romanos, los cuales no cesaban en su búsqueda.

En este tiempo de persecución, cabe inscribir un encuentro personal entre los dos viejos rivales de Zama; ocurrió en la ciudad de Éfeso en 193 a.C.

De la conversación poco se sabe, únicamente que «el Africano» le planteó esta cuestión: «Dime, Aníbal, ¿quiénes han sido los tres mejores generales de la historia?».

Tras la pregunta Aníbal miró con orgullosos ojos a su interlocutor y, mientras pensaba en su ejército desfilando ante él en Cartago Nova años atrás, exclamó: «Alejandro Magno, Pirro y yo». En ese momento soñó con elefantes cruzando los Alpes, embestidas de la caballería en Trebia, avances de la infantería en Trasimeno y, sobre todo, en las maniobras sin igual de sus hombres en Cannas. Ante esto el romano dijo: «¿Y si me hubieses derrotado en Zama?». El cartaginés sonrió, exclamando: «Entonces me habría nombrado en primer lugar». A Escipión sólo le quedó callar y abandonar la sala donde permanecía el veterano comandante que tantos quebraderos de cabeza había ocasionado a la poderosa Roma.

Diez años después el ilustre cartaginés se vio acorralado por los romanos en su última guarida. Ante su inminente apresamiento optó por el suicidio, envenenándose con un brebaje. Dicen que estas fueron sus últimas palabras: «Devolvamos la tranquilidad a los romanos, visto que no tienen paciencia para aguardar el fin de un viejo como yo».

Al poco falleció su admirado oponente Escipión. A ningún historiador de la época se le escapó que aquellos dos hombres sin igual se tuvieron mutua simpatía y que sólo los distanció su pertenencia a mundos tan distintos. Lo cierto es que, en este corto período de la historia humana, se tuvieron que enfrentar dos de los mayores talentos militares, herederos ambos de Alejandro Magno. Únicamente Julio César sería capaz de emularlos décadas más tarde.

La eliminación de Cartago en el concierto internacional dejaba paso franco a los romanos en su expansión mediterránea, con Hispania como auténtica joya de las provincias conquistadas por la República. Tarraco se convertía así en la nueva capital provincial de la península Ibérica. Los flamantes conquistadores establecieron en 197 a.C. dos áreas dentro de la zona peninsular a las que llamaron
Citerior
(la de acá) y
Ulterior
(la de allá). Comenzaba una etapa apasionante en la que las tribus íberas poco o nada cambiaron en su vida cotidiana, tan sólo dejaron de combatir al lado o frente a los cartagineses para hacerlo de igual modo con los romanos.

Iberia quedaba atrás y cedía el paso a Hispania, que suponía una nueva concepción de la existencia y, sobre todo, una forma nueva de civilización que daría resultados indelebles en el ánimo y la idiosincrasia de los pueblos ibéricos. ¿Cómo afrontarían éstos el siglo II a.C.? Desde luego emociones, aventuras y guerras no iban a faltar, como veremos en el siguiente capítulo.

Cronología

Presencia púnica en la península Ibérica

1100 a.C. Los fenicios fundan Gades (Cádiz) en Span (Hispania).

800 a.C. Fundación fenicia de Cartago en los territorios de la actual Túnez.

535 a.C. Expansión cartaginesa por el reino ibérico de Tartessos.

508 a.C. Primer tratado entre cartagineses y romanos, por el que los últimos se comprometen a no navegar por aguas de la península Ibérica.

348 a.C. Segundo tratado romano-cartaginés, firmado en condiciones semejantes al anterior.

264 a.C. Estallada primera guerra púnica por el dominio de Sicilia.

241 a.C. Finaliza la primera guerra púnica con la total derrota cartaginesa.

240-237 a.C. Rebelión de los mercenarios pagados por Cartago. El general Amílcar Barca reprime el motín con extrema dureza.

237 a.C. Los cartagineses invaden Iberia. Aníbal realiza su juramento de odio eterno a Roma.

229-228 a.C. Muerte de Amílcar Barca en la península Ibérica. Su yerno Asdrúbal es elegido caudillo de los ejércitos expedicionarios.

227 a.C. Asdrúbal funda Cartago Nova (Cartagena).

226 a.C. Tratado del Ebro entre cartagineses y romanos, por el que se fija el río Iber como frontera natural entre púnicos y helenos establecidos en la Península.

221 a.C. Asdrúbal muere asesinado por un soldado íbero. Aníbal es el nuevo caudillo de los cartagineses.

219-218 a.C. Asedio y toma de Sagunto. Un
casus belli
para Roma, que declara la segunda guerra púnica.

218 a.C. Aníbal inicia la invasión de Italia tras superar los Alpes. Cneo Escipión desembarca en Emporion (Ampurias) al mando de dos legiones.

217 a.C. Llegada a Hispania de Publio Cornelio Escipión. Se producen durísimos combates entre romanos y cartagineses por el control de la Península.

216 a.C. Aníbal y su ejército derrotan a los romanos en la batalla de Cannas. Roma, en peligro.

212 a.C. Los romanos arrebatan Sagunto a los cartagineses.

211 a.C. Publio y Cneo Escipión fallecen junto a buena parte de sus ejércitos en las batallas de Castulo (provincia de Jaén) e Ilorci (Lorca).

210 a.C. Publio Cornelio Escipión, hijo y sobrino de los anteriores, llega a Hispania con un nuevo ejército.

209 a.C. Los romanos conquistan Cartago Nova a los cartagineses.

207 a.C. Muerte de Asdrúbal cuando iba en ayuda de su hermano Aníbal.

206-205 a.C. Tras la batalla de Hipa los romanos conquistan Gades. Fin de la presencia cartaginesa en Hispania. Escipión organiza como homenaje a su padre y tío la primera lucha de gladiadores que se celebra en la península Ibérica.

204-203 a.C. Los romanos atacan Cartago. Aníbal regresa a su ciudad natal para defenderla.

202 a.C. Los cartagineses son derrotados en la batalla de Zama. Fin de la segunda guerra púnica.

197 a.C. División romana de Hispania en dos provincias: Ulterior y Citerior.

194 a.C. Expansión romana por el este y el sur de la península Ibérica.

183 a.C. Aníbal se suicida antes de ser entregado a los romanos.

146 a.C. Fin de la tercera y última guerra púnica. Cartago es destruida hasta los cimientos y cubierta de sal.

II
Los romanos llegan a Hispania

En el año 218 a.C., dos legiones dirigidas por Cneo Escipión desembarcan en la península Ibérica con la intención de atacar la retaguardia de Aníbal. Es el primer contacto oficial de Roma con Hispania; de ese modo se iniciaron dos siglos de luchas sin cuartel hasta la completa anexión del territorio hispano.

El reto de los Escipiones

El nombre Escipión va unido inexorablemente al inicio de la presencia romana en la península Ibérica. En pocos años, desde 218 a.C. a 133 a.C., fueron destacados integrantes de este clan patricio romano quienes participaron en las diferentes acciones bélicas que se libraron por el control y dominio de Hispania.

Sin duda, el llamado «Africano» es el más influyente y carismático de todos ellos. Su biografía es tan apasionante como original, y no me resisto a ofrecer algunos apuntes añadidos a los que ya hemos expuesto.

Nacido en 236-235 a.C., el joven Publio formó parte de la vida social romana tal como correspondía a su rango. Precisamente, la fortaleza adquirida por la república se estructuró entorno a estas familias aristócratas que con notable acierto supieron transmitir de padres a hijos un patriotismo excepcional, que a la postre fue definitivo para el levantamiento del Imperio. El Senado, auténtica clave del éxito, supo articular en este tiempo las medidas más certeras para el impulso de la expansión colonial. De ese modo, la primigenia ciudad-Estado sojuzgó a sus vecinas y, sin dilación, a los reinos fronterizos, todo gracias a la excelente dirección de unos cónsules perfectamente adoctrinados en el ejercicio de engrandecer a una Roma cada vez más poderosa.

Los Escipiones pertenecían a una de las familias más antiguas de la ciudad. En consecuencia, participaban desde primera línea en la intensa actividad política de una urbe que soñaba con la ambición de gobernar el mundo conocido.

Publio Cornelio obtiene su primera gran misión en 218 a.C., tras el ataque de Aníbal a la península italiana. En esos meses su padre, de idéntico nombre, asume el mando de las legiones para enfrentarse a los invasores cartagineses en la batalla de Tesino. El joven Publio tiene tan sólo diecisiete años. No obstante, su exquisita formación castrense le permite encabezar la caballería del ejército dirigido por su progenitor. Como sabemos, la victoria se decantó por el bando púnico, y el viejo Publio quedó comprometido al ser rodeado por una nube de jinetes cartagineses. Cuando todo hacía ver que el general romano iba a encontrarse cabalgando al lado de los dioses, su hijo, en decisión heroica, reunió cuantos efectivos pudo para intentar salvarlo.

Sus hombres, temerosos ante la superioridad enemiga, vacilaron ante la petición suicida del imberbe adolescente. Este, cegado por la rabia, comenzó a galopar en solitario hasta el lugar donde su padre se defendía a duras penas de los mandobles cartagineses.

Los jinetes romanos, avergonzados por la lección guerrera de su jefe, lo siguieron como uno solo y lograron rescatar al maltrecho general. Más tarde, el viejo Publio, en compañía de su hermano Cneo, marcharía al frente hispano; allí batallaron contra las tropas púnicas hasta el año 211 a.C., fecha en la que murieron combatiendo en Castulo.

La situación en Hispania empeoraba por momentos, y es entonces cuando vuelve a aparecer la figura del héroe romano, también superviviente de la mítica batalla de Cannas.

En 210 a.C., Publio Cornelio Escipión tiene veinticuatro años y el cargo público de edil, puesto que había obtenido en los comicios populares acompañando a su hermano mayor, Lucio. Según cuenta la historia, las posibilidades de los hermanos Escipiones eran bastante endebles a la hora de obtener ese cargo intermedio. Sin embargo, Publio, siempre entusiasta, informa a su madre acerca de dos sueños premonitorios que ha tenido en noches recientes. En esas ensoñaciones el futuro «Africano» veía con claridad a su madre llorando de alegría por el triunfo obtenido en las votaciones. Con sonrisa optimista el muchacho pidió a su progenitora que le entregase una toga blanca, como la que vestían los candidatos a edil. La esperanzada patricia, conmovida por el interés de su hijo, le ofreció todo su apoyo y la prenda solicitada. Al poco, los dos hermanos resultaron elegidos contra todo pronóstico y accedieron a sus flamantes ocupaciones funcionariales. Fue entonces cuando se empezó a propagar el rumor sobre las dotes adivinatorias de Escipión. A decir verdad, este notable romano siempre estuvo acompañado por la fortuna, dejando correr hábilmente las murmuraciones en cuanto a la tutela que los dioses pudieran ejercer sobre él. Era bien parecido y profundamente religioso; no tomaba ninguna decisión sin consultar los oráculos. Todo esto creó una leyenda en torno a él y, como es obvio, le acarreó también numerosas enemistades que lo acompañarían el resto de su vida.

El fin de la guerra

La contienda entre cartagineses y romanos tuvo dos teatros de operaciones principales: uno, Italia, escenario por el que se desenvolvían las tropas de Aníbal Barca, y otro, no menos importante, Hispania, un frente vital para el desarrollo de la guerra.

De los dieciséis años que duró el conflicto, prácticamente doce se estuvo combatiendo en la península Ibérica. Este tiempo quedó dividido en dos períodos claramente diferenciados: un primer tramo que iría desde 218 a.C. hasta 211 a.C., en el que los contendientes pugnaron por el control del territorio con iniciativa romana en casi todo momento, y un segundo, de 210 a.C. a 206 a.C., en el cual la ofensiva romana fue imparable, hasta llegar a la completa expulsión de las tropas cartaginesas acantonadas en la Península.

Sin duda, el protagonista de la victoria romana fue Publio Cornelio Escipión. Su arrojo y talento se manifestaron decisivos para asumir las riendas de aquella hazaña, que algunos, dada la condición del joven procónsul, tacharon de sobrenatural. Ya de por sí resultó extraño su nombramiento para la misión. Con tan sólo veinticuatro años y sin casi ninguna experiencia política, únicamente le avalaba el hecho de ser miembro de una familia tan prestigiosa como la de los Escipiones, familia que incluso llegó a generar una exclusiva forma ideológica para llevar los asuntos de Roma, con una clara influencia helenística que dominaba por entonces en las élites patricias.

Escipión demostró un coraje inusitado incluso en las derrotas frente a los púnicos; tras el desastre de Cannas, regresó a Roma dispuesto a organizar una resistencia hasta el fin de la propia ciudad. Este ardoroso gesto fue muy valorado por la ciudadanía, que vio en aquel hombre un modelo a imitar, factor que sumado a su presunta tutela divina hizo que una aureola mística cubriera la figura del llamado a ser uno de los personajes más recordados de la historia romana.

El Senado no permanecía ajeno a la popularidad creciente de Escipión y, considerando que su padre y su tío habían muerto combatiendo en la Península, no fue difícil hacer la vista gorda en cuanto a las leyes que regían el escrupuloso nombramiento de autoridades y le concedieron —razón impuesta debido a la urgencia del momento— el cargo de procónsul en Hispania. Todo un sueño para un joven de veinticuatro años.

No obstante, para mantener las formas legales se le asignó un asesor de reglamento, el propretor M. Julio Silano.

En otoño de 210 a.C., Escipión desembarcaba en Emporion (Ampurias) al mando de dos legiones de nuevo cuño. En su alma anidaba un sentimiento de venganza por las muertes de su padre y su tío un año antes. Con sus reclutas avanzó hasta contactar con los restos de otras dos legiones que permanecían acuarteladas en Tarraco bajo la dirección de Claudio Nerón, hombre enviado por Roma para sostener la situación después de la desaparición sangrienta de los anteriores Escipiones.

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