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Authors: Nicholas Blake

Tags: #Policiaco

La bestia debe morir (3 page)

BOOK: La bestia debe morir
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Se me ha ocurrido una idea extraña. Tengo, tal vez, algún enemigo mortal, que ha matado deliberadamente a Martie y que está destruyendo ahora todas las otras cosas que amo. Fantástico. Demuestra cómo se nos puede trastornar el cerebro si estamos demasiado tiempo solos. Pero si esto sigue durante más tiempo, llegaré a tener miedo de mirar por la ventana al levantarme.

Hoy he caminado rápidamente, para que mi cerebro no pudiera seguirme, y por unas horas me libré de su constante recriminación. Me siento más fresco; por lo tanto, con su permiso, hipotético lector, me decidiré a pensar sobre el papel. ¿Qué nueva línea de conducta debo adoptar? Será mejor disponer el asunto bajo la forma de una serie de proposiciones y deducciones. Ahí va:

1.° No vale la pena utilizar los métodos de la policía, que posee más medios y que parece haber fracasado.

La consecuencia es: debo explotar en lo posible mis propios puntos fuertes. Seguramente, en un escritor policial, la capacidad de situarse dentro de la mente del criminal.

2.° Si yo hubiera atropellado a un niño y averiado mi coche, me alejaría instintivamente de los caminos principales, donde el deterioro podría ser advertido, y trataría de llegar lo más pronto posible a un lugar donde repararlo. Pero, de acuerdo con la policía, todos los garajes han sido registrados, y todas las averías que fueron reparadas en los días siguientes al accidente eran susceptibles de alguna explicación inocente. Por supuesto, pueden haber mentido de una manera u otra; si así fuera, me parece humanamente imposible descubrirlo.

¿Qué se deduce de esto? a) Que el coche no resultó, después de todo, dañado; pero la opinión de los expertos sugiere que esto es muy improbable. b) Que el criminal llevó su coche a un garaje particular, y lo ha mantenido hasta ahora bajo llave; es posible, pero sumamente improbable. c) Que el criminal llevó a cabo las reparaciones por sí mismo, secretamente; ésta es, sin duda, la explicación más verosímil.

3.° Supongamos que el individuo efectuó las reparaciones. ¿Esto revela algo acerca de él?

Sí. Debe de ser un experto, con las herramientas necesarias a su disposición. Pero aun una pequeña abolladura en un guardabarros hace necesaria la utilización de un martillo, y provoca por lo tanto un estrépito capaz de despertar a los muertos. «¡Despertar!» Exactamente. Tuvo que hacer las reparaciones durante esa misma noche, para que al día siguiente no quedaran rastros del accidente. Pero un martilleo nocturno podría despertar a la gente y provocar sospechas.

4.° No martilleó durante la noche. Pero aunque estuviera el coche en un garaje público, o en uno particular, los golpes de martillo por la mañana hubieran llamado la atención, suponiendo que hubiera podido posponer las reparaciones hasta la mañana.

5.° No utilizó el martillo para nada. Pero debemos suponer que las reparaciones fueron efectuadas de una manera u otra. ¡Qué tonto soy! Aun para arreglar una abolladura pequeña
hay que sacar el guardabarros
. Y si, como estamos obligados a deducir, el criminal estaba imposibilitado de hacer ruido mientras arreglaba el coche, la consecuencia es que tuvo que retirar la parte averiada y sustituirla por otra nueva.

6.° Supongamos que colocó otro guardabarros, quizá también un parachoques, o un faro nuevo, y se deshizo de los averiados. ¿Qué deducimos?

Que debe ser por lo menos un buen mecánico, y que puede conseguir piezas de repuesto. En otras palabras, debe trabajar en un taller de reparaciones público. Es más:
debe ser el dueño
, porque solamente el dueño del taller podría ocultar la desaparición de esa pieza de repuesto sin dar explicaciones.

¡Por Dios! Parece que he llegado por fin a alguna parte. El hombre que busco posee un taller, y debe ser importante; si no, no tendría las piezas de repuesto necesarias; pero no demasiado importante, porque en un taller grande las piezas de repuesto en existencia estarían seguramente bajo la supervisión de algún empleado o encargado, y no en manos del patrón. A menos que el criminal fuera ese empleado o encargado.

Me temo que esto aumente de nuevo el radio de elección.

¿Qué puedo deducir acerca del coche y de la naturaleza de las averías? Desde el punto de vista del conductor, Martie cruzaba la calle de izquierda a derecha; su cuerpo fue arrojado a la cuneta izquierda del camino. Esto sugiere que la abolladura ha de haber sido a la izquierda del coche, especialmente si se desvió un poco a la derecha, para evitarle. El guardabarros, el faro o el parachoques izquierdo. Faro; esta palabra trata de decirme algo. Piensa. Piensa...

¡Ya lo tengo! No había cristales rotos sobre el camino. ¿Qué clase de faro es más difícil de destruir con un impacto? Los que están cubiertos por una rejilla, como los de esos coches deportivos rápidos y bajos. Y debe haber sido un coche bajo y alargado (con un piloto experto), para haber podido dar vuelta a esa esquina a semejante velocidad y sin salirse del camino.

Recapacitemos. Hay bastantes razones hipotéticas para suponer que el criminal es un piloto experto y temerario, propietario o encargado de un taller público de cierta importancia, y dueño de un coche deportivo con faros protegidos por rejillas. Probablemente un coche bastante nuevo; si no, se hubiera notado la diferencia entre el guardabarros viejo de la derecha y el nuevo de la izquierda, aunque pudo haber disimulado el nuevo para que pareciera usado: rajaduras, polvo, etc. ¡Ah!, y otra cosa: o su taller está en un lugar más bien solitario, o tiene alguna buena linterna sorda; de otro modo hubiera sido visto mientras efectuaba sus reparaciones nocturnas. Además, esa noche tuvo que salir de nuevo para deshacerse de las partes deterioradas después de cambiarlas; y debe existir un río o unos matorrales allí cerca donde tirarlas, pues de ningún modo podía dejarlas junto a los desperdicios del taller. ¡Cielos! Son más de las doce de la noche. Debo acostarme. Ahora que sé por dónde empezar, me siento como nuevo.

28 de junio

Desesperación. ¡Cuán frágil parece todo a la luz de la mañana! Si hasta ni sé, ahora, si hay coches con rejillas frente a los faros; los radiadores, sí, pero ¿los faros? Claro que esto es fácil de averiguar. Pero aun suponiendo que esta cadena de argumentos sea, por milagro, verídica, estoy tan lejos como antes del hombre. Habrá miles de dueños de garajes que poseen coches deportivos. El accidente ocurrió más o menos a las seis y veinte de la tarde; suponiéndole un máximo de tres horas para colocar las partes nuevas y deshacerse de las viejas, le quedaban todavía diez horas de oscuridad para hacer lo que quisiera,]o cual significa que el garaje puede estar en cualquier parte dentro de un radio de trescientas millas. Un poco menos, quizá; no es probable que se atreviera a cargar gasolina en alguna parte, con la marca de la bestia sobre el coche. Pero imagínense ustedes todos los garajes que caben en ese radio, aun cuando lo redujéramos a cien millas. ¿Debo ir a cada uno de ellos preguntando al dueño si tiene un coche deportivo? ¿Y si contestara que sí? La perspectiva es tan espantosa como la extensión infinita de la eternidad. Mi odio hacia ese hombre ha destruido mi sentido común.

Tal vez no sea ésta la razón principal de mi falta de ánimo. Esta mañana llegó una carta anónima. Traída personalmente, mientras todos dormíamos, seguramente por el mismo bromista repugnante o monomaníaco que ha estado destruyendo mis flores.

Me ataca los nervios. Ésta es la carta. Papel barato, mayúsculas de imprenta como de costumbre.

Usted lo mató. No sé cómo se atreve a mostrar su cara por el pueblo después de lo que pasó el 3 de enero. ¿No se da por aludido? Aquí no lo queremos, y vamos a crearle una situación tan molesta que se arrepentirá de haber vuelto. La sangre de Martie está sobre su cabeza.

Parece una persona educada. O personas, si el «nosotros» significa algo definido. ¡Oh, Tessa!, ¿qué haré?

29 de junio

¡La hora más oscura precede al alba! ¡Ha terminado la cacería! Déjenme saludar el nuevo día con una salva de lugares comunes. Esta mañana he salido con mi coche, como estaba aún en lo peor de mi depresión, pensé ir hasta Oxford para ver a Michael. Fui por un atajo desde el Cirencester hasta el camino de Oxford, una huella angosta por las colinas, por donde nunca había pasado. Después de la lluvia, todo vivía y resplandecía a la luz del sol. Mirando a lo lejos, más allá de los montes a mi derecha —había un maravilloso campo de trébol, color de frambuesa aplastada—, me metí de golpe en un vado.

El coche se arrastró por el agua hasta el otro lado y se detuvo. Nunca he sabido nada de lo que sucede debajo del capó; pero sé que cuando el coche se para hay que dejarlo un rato hasta que se le pase el mal humor, y casi siempre vuelve a marchar. Me había bajado para sacudirme el agua —al meterme en el vado un gran abanico de agua se había lanzado sobre mí—, cuando un sujeto apoyado en la valla de una finca me habló.

Cambiamos unos cuantos chistes acerca de los baños de lluvia.

Luego el individuo me dijo que una noche, este invierno, había sucedido algo semejante, allí mismo. Ociosamente, sólo por hablar, le pregunté qué día. Esta pregunta resultó toda una inspiración. Hizo con tono moralista algunos cálculos complicados, relacionados con una visita a su suegra, una oveja enferma y una radio que se había estropeado, y contestó: «El tres de enero. Eso mismo: el tres de enero. No tengo la menor duda. Después de la oración.»

En este momento —ya saben cómo— se meten en la cabeza ciertas frases intempestivas, vi mentalmente esta frase: «Lavado en la Sangre del Cordero.» Recuerdo que la había leído en un cartel, al lado de una iglesia metodista, junto al camino. En varios sentidos, la frase de Daniel. Después, la palabra «sangre» se asoció con la carta que recibí ayer —«la sangre de Martie está sobre su cabeza»—. Luego la niebla se desvaneció y vi claramente la imagen del asesino de Martie metiéndose a toda velocidad en el vado, como yo, pero a propósito,
para lavar del coche la sangre de Martie.

Mi boca estaba seca, mientras preguntaba, tan negligentemente como pude, al hombre:

—¿Usted no recuerda, por casualidad, qué hora era cuando esa otra persona se metió en el vado?

Estuvo pensando un rato; todo temblaba en la balanza (estos viejos clisés son tan satisfactorios), y luego dijo:

—No eran las siete. Menos cuarto o menos diez, supongo. Sí, eso es. Cerca de las siete menos cuarto.

Mi expresión debía ser todo un poema, como algunos dicen. Vi que me miraba con cierta curiosidad, y entonces exclamé con gran entusiasmo:

—¡Entonces habrá sido mi amigo! Me dijo que después de dejarme se había perdido y metido en un vado cuando pasaba por los Cotswolds, etcétera, etcétera.

Detrás de esa cortina de humo mi cerebro efectuaba un cálculo relámpago. Yo había tardado casi media hora en llegar hasta ahí. En un coche rápido, conociendo los caminos y sin tener que parar para consultar los mapas, X podría haberlo hecho entre las seis y veinte, la hora del accidente, y las siete y cuarenta y cinco.

Unos veintiocho kilómetros en veinticinco minutos, promedio de sesenta y cinco kilómetros por hora; bastante plausible para un coche deportivo. Arriesgué todo en otra pregunta:

—¿No era un coche deportivo, alargado? ¿No vio de qué marca? ¿O el número de la matrícula?

—Se metió en el agua a bastante velocidad; pero no distingo bien la marca de los automóviles. Estaba oscuro, ¿sabe?, y los faros me encandilaban. Los vi venir desde lejos. Tampoco me acuerdo bien del número. CAD y algo más, me parece.

—¡Eso mismo! —dije—. (CAD son las letras de las nuevas matrículas de Gloucestershire. El círculo se está estrechando.)

Yo pensaba: «Con buenos faros, sólo un lunático se metería a toda velocidad en un vado grande, a menos que quisiera levantar una ola de agua que cayera sobre la parte delantera de coche y lavara las manchas de sangre. Yo me había metido en el agua porque estaba mirando el paisaje, cosa que nadie hace de noche.»

¿Por qué no entró en mis cálculos la cuestión de la sangre? Naturalmente, si X se veía obligado a pararse en cualquier parte durante su viaje de regreso, las manchas de sangre sobre la carrocería podían ser advertidas, y eran más difíciles de explicar que un guardabarros abollado. Por otra parte, era peligroso pararse y ponerse a limpiar la carrocería con un trapo; no es muy fácil deshacerse de trapos manchados de sangre. Mucho más fácil sería meterse en un vado, y dejar que el agua hiciera el resto. Seguramente, había detenido el coche para ver si la limpieza había sido completa

Pero el hombre estaba diciendo, con la sospecha de un guiño en la cara:

—Es bastante bonita, señor, ¿verdad?

Por un momento pensé que me hablaba de otra cosa. Luego, horrorizado, comprendí que se refería a X. Por algún motivo desconocido nunca se me había ocurrido que la persona que buscaba pudiera ser una mujer.

—No sabía que mi amigo llevaba un... una pasajera consigo —balbuceé, tratando de reponerme.

—¡Oh, ah! —dijo. (¡Aceptado! ¡Gracias Dios!) Luego en el coche, iban un hombre y una mujer. El canalla, como había imaginado, andaba pavoneándose. Procuré que el hombre me describiera a «mi amigo», pero no resultó gran cosa— Un tipo grandote, bien vestido, bien educado. Había que ver cómo estaba de nerviosa la señora, se había asustado al entrar en el vado a semejante velocidad. Todo el tiempo decía: «¡Oh, George apresúrate; no podemos quedarnos aquí toda la noche!» Pero él no tenía prisa. Se quedaba allí como está usted, apoyado en el guardabarros charlando amablemente.

—¿Apoyado en el guardabarros? ¿Así? —pregunté, asombrado por mi buena suerte.

—Hum. Así era.

Yo estaba apoyado en el guardabarros delantero izquierdo; el mismo que debía de habérsele abollado a X: X se había apoyado allí, seguramente, para ocultar la abolladura al hombre con quien yo hablaba. Le hice otras preguntas, con el mayor tacto posible, pero no le pude sacar más datos acerca del hombre o de su coche. Yo estaba furioso. No encontrando otra cosa que decir, adopté un tono repugnante y horrible.

—Bueno, tendré que preguntarle a George acerca de esta amiga suya. Esas cosas no se pueden hacer. ¡Y un hombre casado! Me gustaría saber quién es ella.

La broma dio en el blanco. El individuo se rascó la cabeza.

—Pensándolo bien, yo sé su nombre; pero no lo recuerdo. La semana pasada la vi en una película. En Cheltenham. Trabajaba en paños menores, y no tenía demasiados, tampoco.

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