Han dio un respingo.
—¿Quieres decir que los hutts pueden acceder a nuestros ordenadores?
¡Imposible! Hemos bloqueado y cerrado todos esos archivos.
—Jabba tenía formas de acceder a ellos —replicó Maizor.
—¿Puedes decirme si los hutts encontraron lo que andaban buscando cuando vinieron aquí?
—Sí —replicaron las patas de araña—. Pretenden crear su propia fuerza militar y obtener un arma invencible para tomar parte en el gran juego. El sindicato del crimen de los hutts será más poderoso que los rebeldes o lo que queda del Imperio. —El cerebro de Maizor tembló dentro de su recipiente—. Odio a los hutts.
Han soltó un gemido.
—Oh, no... ¡Otra superarma no!
—¿Conoces algún detalle de su plan? —preguntó Luke, inclinándose sobre el recipiente del cerebro—. ¿Puedes decirnos algo más sobre él?—No —contestó Maizor—. Ya tienen la clave que buscaban, y ahora pasarán a la siguiente fase de su plan.
Han asintió con expresión sombría y miró a Luke.
—Tenemos que volver a Coruscant para informar a Leia ——dijo—. La Nueva República debe estar alerta.Luke desconectó su espada de luz, con lo que sumergió la sala en un mar de espesas sombras aceitosas, pero se inclinó hacia adelante para deslizar los dedos sobre el recipiente que contenía el cerebro de Maizor. Un diminuto hervor de burbujas seguía enroscándose a través de los fluidos nutritivos, pero el cerebro estaba inmóvil dentro del líquido.
—¿Hay algo que podamos hacer por ti? —preguntó—. Quizá podría ayudarte a hallar la paz en tu existencia.
Una especie de áspero eructo entrecortado brotó del sintetizador vocal.
—No, Jedi. Los monjes de B'omarr _ya me han proporcionado todo el alivio que podían. Lo que debéis hacer por mí es detener el plan de los hutts. Humilladles. —Las patas de araña oscilaron de un lado a otro—. Yo permaneceré aquí en soledad..., y seguiré riéndome de Jabba. Ésa es mi recompensa.
La huida de sus banthas los había dejado atrapados sin medios de transporte en el palacio de Jabba, por lo que Han sugirió a Luke que investigaran los hangares de vehículos de los niveles inferiores. Trabajando en equipo. los dos tal vez fueran capaces de usar piezas y sistemas sueltos que todavía funcionaran hasta montar un deslizador que les permitiría alejarse rápidamente de las ruinas. Luke se mostró de acuerdo, aunque en realidad no paraba de pensar en la verdadera razón por la que había querido venir a Tatooine.
Han empezó a examinar los subsistemas mecánicos de los vehículos dañados bajo la claridad parpadeante de viejos paneles luminosos. Los motores y las partes del casco eran todo lo que quedaba después del frenético éxodo masivo de los esbirros de Jabba. Los rumores y el miedo supersticioso habían hecho que los jawas y demás carroñeros de la chatarra no se hubieran atrevido a ir hasta allí para robar lo que quedaba, por lo que el hangar de mantenimiento estaba lleno de esquifes y aerodeslizadores medio desmantelados que habían ido siendo utilizados para obtener piezas de repuesto.
Han y Luke trabajaron codo a codo, y fueron extrayendo componentes y haciendo modificaciones en lo que tenían a mano. Cuando hubieron terminado abrieron una ruidosa puerta mecánica lateral y permitieron que los chorros de amarilla luz solar barrieran el sucio hangar. Después subieron a dos viejas y maltrechas plataformas monoplaza que recordaron a Luke las motos aéreas que él y su hermana Leia habían pilotado tan temerariamente a través del bosque de Endor.
Luke se instaló en el asiento metálico lleno de abolladuras, intentando ponerse lo más cómodo posible sobre el acolchado casi petrificado.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez en que hice este tipo de cosas —dijo Luke—. Resulta muy agradable volver a hacerlo.
—Igualito que en los viejos tiempos, chico. —Han conectó los haces repulsores y éstos cobraron vida con un suave zumbido— Volvamos al espaciopuerto de Mos Eisley para poder largarnos de aquí.
—Espera, Han —dijo Luke con expresión pensativa—. Hay algo que he de hacer antes. Tenemos que hacer un pequeño viaje a los Eriales de Jundlandia.
Han le miró, frunció los labios y acabó asintiendo.
—Ya. Tu forma de comportarte ya me había hecho pensar que te traías algo más entre manos. ¿Está relacionado con Calista? Luke asintió, pero no dio detalles.
—Supongo que a estas alturas ya debería saber que cuando estoy con un Jedi todo acaba complicándose más de lo previsto —dijo Han.
Mientras los acontecimientos continuaban produciéndose a su alrededor, Luke se obligó a seguir en movimiento y a dar el siguiente paso, consolándose con la esperanza de que encontraría alguna pista en su próximo destino. La revelación de que los hutts estaban tramando un plan secreto le había alarmado, pero estar separado de Calista le resultaba terriblemente doloroso. Luke anhelaba estar con ella y poder ayudarla.
Él y Calista habían seguido hebras de la Fuerza y habían establecido una fuerte conexión entre sus respectivas personalidades desde el primer momento. Habían encajado el uno con el otro igual que dos piezas de un rompecabezas muy exacto. Calista era la mujer ideal para Luke, y Luke era el hombre ideal para ella. Siendo Jedi, ambos lo sabían de una manera que muy pocos enamorados podían entender.
Calista había nacido décadas antes que Luke, pero su espíritu había quedado atrapado dentro del ordenador del acorazado automatizado Ojo de Palpatine. Luke se había enamorado de la luminosa silueta de Calista, hasta que la joven Jedi volvió a la vida dentro del cuerpo de una de sus estudiantes más brillantes, que se había sacrificado para destruir el acorazado.
Calista había recuperado su integridad física. Era una mujer de carne y hueso, y era muy hermosa. Podían estar juntos.
Pero una devastadora ironía del destino había hecho que Calista perdiera todas sus capacidades Jedi durante la transformación. Volvía a estar viva, pero no de la misma manera que antes: Calista no estaba del todo allí. Ya no podían establecer aquella conexión entre ellos que había unido sus mentes y sus espíritus. Sólo les quedaba el recuerdo de aquellos días inolvidables y maravillosos durante los que habían estado atrapados juntos a bordo del Ojo de Palpatine.
Pero eso bastaba para galvanizar el profundo amor que existía entre ambos y hacer que siguieran tratando de hallar una respuesta. Luke nunca se rendiría hasta que encontrase una manera de recuperar a Calista por completo...
Luke estaba inmóvil delante de la precaria cabaña medio derrumbada que en tiempos lejanos había sido el hogar de Obi—Wan Kenobi y la contemplaba, sintiéndose tan solo y nervioso como un hijo pródigo que por fin hubiera vuelto al hogar.
Han esperaba junto a su plataforma volante, bebiendo los últimos sorbos de agua que les quedaba. Luke había renunciado a su ración, y había ido aumentando su energía mental a través de la concentración. Ocurriera lo que ocurriese en las ruinas de la morada de Obi—Wan, pronto estarían en el espaciopuerto de Mos Eisley.
Luke tragó saliva y dio un paso hacia adelante, oyendo el crujido de sus pies en el silencio. Habían pasado muchos años desde la última vez que estuvo allí. La puerta se había desprendido de sus goznes, y una parte del muro de arcilla delantero se había desmoronado. La entrada estaba medio obstruida por peñascos y restos de adobe. Un par de diminutos y chillones roedores del desierto le amenazaron con un ruidoso chasquear de mandíbulas y luego huyeron a toda prisa en busca de refugio. Luke los ignoró.
Se agachó cautelosamente y entró en el hogar de su primer mentor.
Rayos de luz se filtraban en una trayectoria diagonal por las grietas de las paredes. Motas de polvo flotaban como polvillo de oro a través de los haces de claridad. El interior de la cabaña olía a moho, sombras vacías e fantasmas. Pero a diferencia de lo ocurrido en el palacio de Jabba, allí los saqueadores no habían vacilado en limpiar la morada de Obi—Wan Kenobi de todo lo que tuviera el más mínimo valor. Las unidades de calefacción y de cocina habían desaparecido, dejando únicamente huecos en los muros de arcilla. El catre en el que dormía Ben había quedado reducido a un soporte astillado. Tiras de tela, convertidas ya hacía mucho tiempo en nidos para roedores e insectos, se amontonaban en los rincones.
Luke se detuvo en el centro de la cabaña y respiró profundamente mientras iba girando en un lento círculo, tratando de percibir la presencia que tan desesperadamente necesitaba ver. Aquél era el lugar en el que Obi—Wan Kenobi le había hablado de la Fuerza. El anciano le había dado su primera espada de luz en aquella cabaña, y era allí donde había murmurado sus primeras alusiones a la verdad sobre su padre «desde cierto punto de vista», disipando el engaño protector que le había contado el tío Owen al mismo tiempo que plantaba las semillas de sus propios engaños.
Luke sacó su espada de luz de entre los pliegues de su túnica y la empuñó, pero no la conectó. Después de haber perdido el arma de su padre en la Ciudad de las Nubes, Luke había construido una nueva espada de luz que le pertenecía únicamente a él y a nadie más, y que ya no era un artefacto del pasado. Luke había ido forjando su propio camino en ausencia de sus maestros.
Obi—Wan y Yoda habían empezado a prepararle, cierto, pero luego le habían dejado solo con tantas preguntas, con tanto conocimiento por aprender..., y Joruus C'baoth, en su locura, sólo podía transmitirle perversiones de lo que un verdadero Jedi necesitaba saber. El Emperador le había mostrado los caminos del lado oscuro, pero Luke necesitaba entender muchas cosas que todavía no podía comprender.Tenía que averiguar cómo podía salvar a Calista.
—Ben... —dijo.
Cerró los ojos, y llamó tanto con su mente como con su voz. Intentó atravesar los muros invisibles de la Fuerza y llegar hasta el ser luminoso de Obi—Wan Kenobi, que había visitado a Luke en numerosas ocasiones antes de decirle que nunca más podría volver a hablar con él. —Te necesito, Ben —dijo Luke.
Las circunstancias habían cambiado. No se le ocurría ninguna otra manera de superar los obstáculos a los que se enfrentaba. Obi—Wan tenía que responder. No se necesitaría demasiado tiempo, pero podía proporcionarle la clave que Luke deseaba con todo su corazón.
Luke esperó y escuchó y percibió...
Pero no sintió nada. Si no podía invocar al espíritu de Obi—Wan allí, dentro de aquella morada vacía en la que el anciano había vivido durante tantos años en el exilio, Luke no creía que pudiera volver a establecer contacto nunca más con su antiguo maestro.
Repitió las palabras que Leia había empleado hacía más de una década para llamarle.
—Ayúdame, Obi—Wan Kenobi —murmuró Luke—. Eres mi única esperanza.
Volvió a esperar, temblando de una manera casi imperceptible. Había utilizado todos los métodos que conocía. Calista había pasado por otro adiestramiento durante sus años de aprendizaje Jedi. Sabía cosas que Luke nunca había llegado a imaginar, pero ni siquiera ella conocía una forma de desgarrar la manta invisible que la oprimía, aquella ceguera que le impedía utilizar la Fuerza.
—¡Ben, por favor! gritó Luke.
Su cuerpo estaba temblando, tal era la intensidad de la desesperación que sentía al ver cómo sus esperanzas se iban desvaneciendo. La choza vacía que sólo contenía recuerdos siguió inmóvil y silenciosa a su alrededor.
Nada.
Silencio.
Vacío.
Obi—Wan no estaba allí. El anciano Maestro Jedi no vendría. Luke se arrodilló sobre el polvo que cubría el suelo y hundió los dedos en él, buscando algún signo, algún otro mensaje, mientras la verdad se iba abriendo paso en su mente.
No obtendría ninguna ayuda de Obi—Wan.
Luke tragó saliva para deshacer el nudo de su desesperación, y se juró que nunca se rendiría. Después levantó el mentón y unió los labios hasta que formaron una sombría línea llena de decisión.
Quizá el mensaje fuera precisamente ése: el silencio de Obi—Wan, que le demostraba que Luke era un Caballero Jedi. No podía confiar en Ben Kenobi, en Yoda o en otros para que le ayudaran. Luke controlaba su propio destino. Ya no era un simple estudiante. Luke tendría que resolver sus propios problemas.La decisión que había tomado se fue volviendo más firme dentro de él. No, no lo había probado todo. Recorrería la galaxia con Calista. Encontraría la respuesta, de una manera o de otra.
Luke se puso en pie y volvió a colgarse la espada de luz del cinturón. No necesitaba empuñarla. Volvió a mirar a su alrededor con una última punzada de esperanza, confiando en que vería una silueta resplandeciente y al anciano asintiendo, confirmándole que la respuesta que acababa de darse a sí mismo era la correcta. Pero no percibió nada.
Cuando salió de la cabaña, la cegadora luz de los soles gemelos cayó sobre él como un diluvio purificador. Luke respiró hondo y fue hacia Han.
Han Solo estaba inmóvil en la sombra al lado de su plataforma volante y se limpiaba el sudor de la frente.
—¿Y bien, chico? —preguntó—. ¿Encontraste lo que andabas buscando?
—No... —respondió Luke— y sí.
Han meneó la cabeza.
—Muy típico de un Jedi: nunca te darán una respuesta clara.
—En este caso, Han, no hay ninguna respuesta clara. Ya no tengo nada que hacer en Tatooine —dijo Luke—. Podemos volver al espaciopuerto de Mos Eisley. Tenemos que advertir a la Nueva República de lo que están tramando los hutts.
Una tempestad de rocas volaba por el espacio, agitándose y temblando con la fuerza suficiente para aplastar peñascos —o naves espaciales— y reducirlas a polvo.
El Cinturón de Asteroides de Hoth era la pesadilla de un navegante. Unos cuantos fragmentos chocaron con los escudos deflectores delanteros de la nave de Minas Celestes Orko y se desvanecieron, convirtiéndose en chorros resplandecientes de polvo vaporizado.
Durga el Hutt, que parecía una enorme tajada de carne cruda, descansaba sobre su plataforma levitatoria en la cubierta principal mientras observaba el espacio a través de los visores de mando. Durga sólo veía una cosa mientras contemplaba los asteroides que colisionaban entre sí: recursos, inmensas cantidades de recursos sin explotar que contenían metales y minerales de todas clases que podían ser de gran utilidad para el nuevo proyecto secreto de los hutts.
—Aumenten la potencia de los escudos deflectores —dijo Durga, hinchando las mejillas y rascándose la marca de nacimiento que cubría el lado izquierdo de su cabeza.