Sus esbirros se apresuraron a obedecer. Weequays, gamorreanos, esclavos humanos y criaturas de otras especies se apelotonaron alrededor de los controles de la nave expedicionaria y empezaron a discutir sobre cuál era la mejor manera de poner en práctica la orden. Durga no estaba nada impresionado por la inteligencia o la capacidad para pensar por su cuenta del personal a su servicio, pero no los había contratado por esas cualidades.
El general imperial Sulamar, que estaba inmóvil junto a la masa de babosa gigante del hutt, apartó la mirada de una pantalla de situación y se colocó en posición de firmes. El general, siempre obsesivamente atento al protocolo, mantenía su uniforme impecablemente limpio y planchado con unos filos tan agudos que podrían haber cortado el hierro mandaloriano. La parte izquierda de la pechera de su uniforme estaba recubierta por lo que parecía el contenido de todo un cofre del tesoro, un sinfín de medallas otorgadas por campañas anteriores en las que había obtenido la victoria (y sobre las que nunca paraba de parlotear). Sulamar —un hombre de rostro cetrino y ojos duros como el pedernal que parecía inexplicablemente pequeño dentro de su uniforme, como si en realidad sólo fuera un muchacho asustado atrapado dentro de un disfraz de adulto— curvó los labios en una hosca sonrisa.
—El Explotador de Mineral Alfa ya ha iniciado su rutina de búsqueda y procesado —dijo—. El Explotador de Mineral Beta acaba de ser lanzado.
—Sulamar hizo entrechocar los negros tacones de sus botas—. Confío en que los beneficios de Minas Celestes Orko subirán considerablemente este trimestre, ¿no?
—Más vale —replicó Durga—. Haga que avancemos un poco para que pueda observar las actividades de minería —añadió, moviendo una mano pequeña y viscosa.
Minas Celestes Orko no era más que una empresa—tapadera que el imperio criminal hutt había creado para disfrazar sus gastos, y consistía meramente en una falsa operación comercial que explotaría las riquezas vírgenes del Cinturón de Asteroides de Hoth. Los hutts querían encontrar un lugar remoto y recursos ilimitados para su proyecto secreto. El increíblemente complejo y caro Explotador de Mineral era el primer paso en lo que acabaría siendo el dominio de la galaxia por los hutts.
—Estamos siguiendo la trayectoria de Beta, señor —dijo uno de los técnicos humanos—. Avanzamos para poder verlo.
—Asegúrese de que se mantiene alejado de esos asteroides, navegante —ordenó secamente el general Sulamar, haciendo que su voz sonara más ronca y áspera, como hacía siempre que daba órdenes.
Durga soltó un gruñido gutural.
—Yo estoy al mando de esta nave, general, y yo daré las órdenes.
Sulamar se inclinó ante el hutt, visiblemente avergonzado, v_ dio un paso hacia atrás.
—Le pido disculpas, noble Durga.
Durga entrecerró sus enormes ojos color rojo cobre y se volvió hacia el navegante.
—Ya ha oído al general —dijo—. ¡Haga lo que dice!
La nave expedicionaria de Minas Celestes Orko serpenteó por entre las rocas que chocaban unas con otras, y Durga se inclinó hacia adelante. El hutt abrió y cerró los gruesos párpados que cubrían sus ojos, intentando localizar el puntito metálico en el panorama estelar.
A medida que se iban acercando pudieron ver con creciente claridad la descomunal unidad procesadora de mineral, que brillaba y centelleaba en un veloz revoloteo de movimientos. «Una máquina magnífica», pensó Durga mientras contemplaba la estructura consistente en un gigantesco contenedor de carga en cuya parte delantera había una serie de bocas mecánicas y torretas turboláser para convertir los asteroides en cascotes. La máquina metía los cascotes en una enorme boca procesadora, y luego los masticaba, escupía la escoria inservible y almacenaba en su interior los preciados lingotes de metales valiosos. Los Explotadores de Mineral Automatizados eran un diseño muy reciente que tenía una misión muy sencilla: sensores altamente sofisticados dirigían a los leviatanes en su cacería de las concentraciones de metal más puras y elevadas del cinturón de asteroides, y los guiaban para desmantelar las rocas y explotar el tesoro.
—Parecen estar funcionando a la perfección —dijo Sulamar, volviendo a ponerse en posición de firmes después de haber estudiado la pantalla de diagnóstico—. ¿Confía plenamente en sus capacidades?
Durga dejó escapar una ruidosa carcajada desde las profundidades de su enorme estómago.
—¡Naturalmente! Fueron diseñados por Bevel Lemelisk, y Lemelisk es mi científico particular. Quizá haya oído hablar de sus otros trabajos... —El hutt se inclinó hacia adelante hasta que su enorme cabeza quedó muy cerca del rostro cetrino del general Sulamar—. Cuando estaba sometido a la voluntad del Emperador, Lemelisk dirigió la construcción de las dos Estrellas de la Muerte.
Las cejas de Sulamar subieron velozmente, indicando lo impresionado que estaba.
—Bevel Lemelisk diseñó estos Explotadores de Mineral, y también se esforzará al máximo supervisando la construcción de nuestra nueva arma.
—Bien, parece como si hubieran encontrado al hombre ideal para el trabajo —asintió Sulamar, y después se volvió hacia adelante para contemplar cómo el Explotador de Mineral Beta seguía operando.
La máquina acabó de devorar un asteroide de tamaño mediano y lanzó al espacio la escoria fundida, que se fue endureciendo para formar una estela de pequeños fragmentos voladores detrás de ella. Los sensores de la máquina barrieron el cinturón de asteroides en busca de un nuevo objetivo.
—Beta está captando una concentración de metal muy alta —dijo uno de los diagnosticados devaronianos—. Es asombrosamente pura.
El Explotador de Mineral alteró su curso y aceleró hacia su nuevo objetivo. Durga contempló su avance con creciente placer.
—¡Aquí fuera debe de haber todavía más recursos de lo que habíamos esperado! —exclamó otro técnico—. El Explotador de Mineral Alfa también ha encontrado una fuente muy rica. El objetivo parece estar siguiendo un curso bastante extraño para lo que es habitual en estos asteroides, pero los registros indican que es metal puro. Nunca habíamos visto una masa de mineral tan soberbia.
Durga soltó una risita de satisfacción.
—Si estos Explotadores de Mineral continúan encontrando tales riquezas, tal vez no necesitemos a los otros dos que aún están en proceso de construcción.
El piloto de la nave expedicionaria hutt aumentó la potencia de los escudos mientras seguían al Explotador de Mineral Beta a través del cinturón de asteroides.
—El Alfa también viene hacia aquí —dijo el técnico humano. El general Sulamar frunció el ceño.
—¿Cree que pueden haber elegido el mismo objetivo? —Oh, oh —dijo el supervisor de controles devaroniano.
Durga se irguió sobre su plataforma repulsara y volvió a hinchar sus mejillas de aspecto gomoso.
—Ese tono no me gusta nada, supervisor de controles.
—Y a mí no me gusta nada lo que estoy viendo —respondió el devaroniano de cornuda cabeza mientras alzaba sus manos—garras en un gesto de pánico—. Alfa y Beta no han escogido el mismo objetivo... ¡Se han detectado el uno al otro!
—Bien, pues entonces desconéctelos —dijo Durga—. Sólo es un fallo de programación inesperado. No podemos permitirnos perder todo ese equipo.
El devaroniano introdujo instrucciones en sus paneles de control con un veloz martilleo de sus manos—garras. Los otros técnicos trabajaron frenéticamente..., sin obtener ningún resultado. Los guardias gamorreanos estaban paralizados por la perplejidad, parpadeando e intercambiando miradas llenas de confusión.
El devaroniano acabó golpeando el panel con los puños.
—¡No puedo, señor! ¡No dispongo del código de anulación! —Bien, ¿y quién tiene ese código? —aulló Durga. —Sólo Bevel Lemelisk, señor. —¡Tráiganlo aquí! —gritó Durga.
—Pero es que pidió que no se le molestara, señor —dijo el devaroniano. Durga recibió la respuesta con un gorgoteo de rabia y presionó un botón de control de su plataforma repulsora. El asiento del técnico devaroniano estalló en una repentina erupción de fuego eléctrico, y arcos de un voltaje letal se deslizaron por las manos y los brazos de la víctima, reptaron a lo largo de su columna vertebral y bailotearon de un lado a otro dentro de su cráneo. La piel del alienígena se ennegreció y se quemó. El devaroniano abrió su boca llena de colmillos para gritar, pero lo único que salió de ella fue un relámpago azulado.
El devaroniano se derrumbó en cuestión de segundos, convertido en un cadáver esquelético que empezó a soltar humo mientras las escamas de ceniza caían sobre la cubierta de la nave expedicionaria.
—Y ahora, ¿hay alguien que tenga la bondad de traerme a Bevel Lemelisk? —retumbó la voz de trueno de Durga—. ¡Antes de que sea demasiado tarde!
Un técnico humano se levantó de un salto de su asiento y fue corriendo al turboascensor.
El general Sulamar chasqueó los dedos y dos guardias gamorreanos avanzaron para llevarse el cuerpo calcinado del devaroniano. Los gamorreanos rozaron la piel chamuscada con las puntas de los dedos para asegurarse de que toda la corriente eléctrica se había desvanecido y después se apresuraron a hacer desaparecer el cuerpo, que parecía estar a punto de desintegrarse.
A pesar de su estallido de rabia, Durga sabía que nunca conseguirían traer al ingeniero de armamento lo suficientemente deprisa para que su presencia sirviera de algo. El hutt contempló con escandalizado horror cómo las dos máquinas gargantuescas se aproximaban la una a la otra, con cada Explotador de Mineral considerando al otro como una fuente primaria de riqueza metálica. Los dos colosos incapaces de pensar siguieron la misma programación: 1) sujetar el objetivo; 2) desmantelar mediante los cortadores láseres, y 3) procesar todas las materias primas.
Las gigantescas máquinas se enzarzaron en una masacre totalmente irracional, lanzándose haces de energía sobre las planchas del casco, arrancando brazos metálicos y metiéndolos dentro de las fauces procesadoras. Todo un desastre carente de consciencia se fue desarrollando ante los ojos de Durga.
Los Explotadores de Mineral eran muy eficientes. Menos de diez minutos bastaron para que se hicieran pedazos el uno al otro hasta quedar convertidos en restos incapaces de seguir operando, meros cascarones de componentes arrancados y lingotes medio derretidos. Los despojos metálicos se fueron separando poco a poco, impulsados por la deriva espacial para ir ocupando su propio lugar en el cinturón de asteroides.
Durga sintió un incontenible hervor de furia en lo más profundo de su ser y dejó caer los puños sobre los paneles de control. Miró a su alrededor, buscando algún técnico del que pudiera prescindir para echarle la culpa de lo ocurrido..., pero todos ellos se habían levantado de un salto de los asientos cableados que podían matarles y estaban rígidamente inmóviles junto a sus paneles, lo bastante lejos de sus sillones como para hallarse a salvo.
Bevel Lemelisk tenía el ceño fruncido mientras avanzaba por los pasillos de la nave de Minas Celestes Orko, resoplando a causa del esfuerzo y de la irritación que le producían las continuas exigencias de Durga. Entró en el turboascensor que llevaba a la cubierta del puente hablando en voz baja consigo mismo, mascullando cosas que jamás se atrevería a decir delante de la enorme masa hinchada del señor del crimen hutt. Durga siempre quería lo imposible, y siempre lo quería inmediatamente.
El turboascensor se puso en marcha con una sacudida, llevando a Lemelisk hacia arriba. El científico tropezó con la pared y se agarró a la barandilla y después contempló los controles con el ceño fruncido, como si éstos le hubieran hecho perder el equilibrio intencionadamente.
Lemelisk se dio unas palmaditas en su redonda barriga mientras su estómago emitía unos gruñidos. Se había vuelto a olvidar de comer. Siempre se le estaban olvidando las cosas. Se pasó las manos por las mejillas y sintió el cosquilleo de una ya algo larga barba canosa, y comprendió que también llevaba dos días sin afeitarse. Lemelisk suspiró, riñendo a sí mismo. Normalmente se acordaba de ocuparse de su higiene personal antes de comparecer ante Durga, pero el insistente guardia gamorreano no le había dado ocasión de pensar. Lemelisk deslizó una mano por entre los tiesos mechones de su blanca cabellera, asegurándose de que quedaban bien rectos. Era su peinado favorito, aunque dudaba mucho de que la gorda babosa a la que debía obedecer se fijara jamás en el aspecto de un humano.
El turboascensor se detuvo con otra sacudida repentina, pero esta vez Lemelisk estaba preparado. El científico fue alimentando su indignación mientras esperaba a que se abrieran las puertas. No soportaba que le molestaran mientras se estaba concentrando. Había dado órdenes muy claras de que nadie debía entrar en sus habitaciones. pero aquel guardia tan grosero había hecho precisamente eso: el gamorreano había entrado con su caminar torpe y pesado justamente cuando Lemelisk estaba dando los últimos toques a un rompecabezas cristalino tridimensional muy difícil de montar. Todos los planos de Lemelisk habían brillado con un fugaz resplandor iridiscente y se habían disuelto, devolviéndole de golpe al punto de partida.
Bevel Lemelisk se juró que esta vez no sería el científico dócil y servil de siempre. Entró en el puente de mando, y respiró hondo para que su pecho pareciese más grande que su barriga aunque sólo fuera durante unos momentos.
—¿Qué significa todo esto, Durga? —preguntó, permitiendo que el desprecio impregnara su voz.
Todo el personal del puente de mando giró en redondo al oír sus palabras, y todos se encogieron sobre sí mismos como si acabaran de recibir una severa reprimenda. Lemelisk vio que no había ni un solo técnico sentado en su puesto. Captó el olor de la carne quemada flotando en el aire, como si a alguien se le hubiera ido la mano preparando las salchichas del desayuno, y su estómago vacío volvió a gruñir.
El general Sulamar se inclinó hacia adelante mientras iba hacia Lemelisk. Las medallas e insignias que relucían sobre su pecho tintinearon con un deslumbrante despliegue de reflejos y colores. El general imperial ——con todo su presuntuoso discursear sobre hazañas militares como la Masacre de Mendicat, la Subyugación de Sinton y la Carga de Rustibar— no era más que un fanfarrón al que no había que tomar en serio. Después de todo, Lemelisk había supervisado la construcción de la estación de combate conocida como Estrella de la Muerte. ¿Qué eran unas simples hazañas militares en comparación con eso?