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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (7 page)

BOOK: La espada oscura
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Leia le puso la mano en el hombro.

—Pues te hago saber que esto me gusta tan poco como a ti. —Leia recordaba con toda claridad los días de encarcelamiento que le había infligido el repugnante Jabba el Hutt, cuando la había obligado a llevar un vestido humillante y a sentarse delante de él, sujeta por una cadena para que pudiera acariciarla con su enorme lengua gomosa—. No hace mucho tiempo los hutts todavía ofrecían una recompensa por nuestras cabezas, pero Durga ha hecho algunos gestos bastante prometedores. Tenemos que recibir a esa oruga obesa y escuchar lo que tenga que decir, Han: es una necesidad diplomática.

—Una necesidad diplomática... —resopló Han—. No confiaría en una de esas montañas de viscosidad ni aunque fuese el último ser vivo que quedara en el universo. Mantén un desintegrador escondido debajo de tu túnica.

Leia se inspeccionó a sí misma en el espejo multidireccional. Tenía un aspecto perfecto, y sus mejores galas la envolvían en una aureola de tranquila majestuosidad.

—Lo haré, Han, no te preocupes.

Cetrespeó entró en la habitación acompañado por los suaves zumbidos que emanaban de sus servomotores.

—Discúlpeme, ama Leia —dijo—. Creo que ya estoy preparado para esta importante reunión diplomática. He sacado brillo a todas mis planchas, he aceitado mis engranajes y he puesto al día mi programa de protocolo y etiqueta.

—Estupendo —dijo Han—. Entonces puedes ocupar mi sitio. ¿Te parece bien?

¡Amo Han! —exclamó Cetrespeó—. No creo que fuera lo más indicado. Oh, pero si...

—Está bromeando, Cetrespeó —dijo Leia, fulminando a Han con la mirada.

—Claro, Cetrespeó. Sólo bromeaba.

—Los niños desean darles las buenas noches —dijo Cetrespeó—. El ama Invierno ya está aquí y ha hecho los preparativos necesarios para contarles un cuento. —El androide extendió sus brazos dorados en el equivalente a un encogimiento de hombros mecánico—. No consigo entender por qué, pero los niños nunca parecen disfrutar cuando yo les cuento un cuento antes de que se acuesten. Lo encuentro sencillamente inexplicable, créanme.

Leia prestó muy poca atención a la letanía de quejas del androide.

—Bueno, a veces los niños son sencillamente imposibles de entender —dijo.

Los gemelos, Jacen y Jaina, ya tenían tres años y empezaban a meterse en todos los líos imaginables. El pequeño Anakin, que ya casi tenía dos años, seguía siendo muy callado y tranquilo: dormía mucho. y apenas intentaba hablar. El niño de cabellos oscuros y enormes ojos color azul hielo pasaba la mayor parte del tiempo viviendo en su mundo privado, mientras que los gemelos insistían en ser el centro de toda la atención.

—Estoy todo lo preparado que voy a estar —dijo Han. dando un último golpe de cepillo a sus cabellos castaños y dejando escapar un largo suspiro—. Sigo sin poder creer que me esté poniendo guapo para un hutt.

—Dudo mucho que el noble Durga fuera a darse cuenta de ello, señor —dijo Cetrespeó, siempre deseoso de ayudar e informar—. Verá, los hutts tienen unos patrones de belleza muy distintos a los de los humanos. De hecho, he descubierto que...

—Ahora no, Cetrespeó dijo Han, y le ofreció su brazo a Leia para escoltarla hasta la puerta.

—En algún otro momento, quizá —dijo Cetrespeó, ti se apresuró a seguirles.

Invierno estaba sentada en un sofá de la sala común con los tres niños tumbados en el suelo, y les contaba un cuento muy detallado que se había aprendido palabra por palabra.

La servidora personal de Leia la había ayudado a superar muchos momentos difíciles y había protegido a los niños durante los primeros años de sus vidas, aquellos en los que eran más vulnerables debido a su sensibilidad a la Fuerza. Invierno tenía una memoria perfecta y nunca necesitaba ningún tipo de ayudas mentales, pues era capaz de recordar palabra por palabra todo lo que había oído o leído durante su existencia. Su calma impasible \ la falta de emociones que caracterizaban su comportamiento no impedían que Invierno profesara la más profunda e inconmovible lealtad a Leia _v a la Nueva República.

Invierno parecía disfrutar con su papel de guardiana de los tres niños mientras Leia y Han se mantenían enormemente ocupados con los asuntos de estado. Su nueva posición le permitía seguir aconsejando a Leia en calidad de confidente más adecuada a su rango, y permanecer entre bastidores a pesar de ello.

Jacen y Jaina se levantaron de un salto y fueron corriendo a recibir a Leia y Han.

¡Eh! —gritó Han, y rodeó a los gemelos en un abrazo de oso.

La cabellera castaña de Jacen estaba despeinada —como siempre—, y la de Jaina colgaba en impecables mechones lisos alrededor de su rostro. Anakin permaneció educadamente sentado sin armar jaleo y esperó pacientemente a que Invierno siguiera con su cuento. El pequeño se levantó cuando le tocó el turno de recibir un abrazo.

—Invierno cuidará de vosotros —dijo Leia, mirando a los niños—. Mamá y papá tienen una reunión muy importante con un hutt.

Los niños soltaron una risita. Han se volvió hacia Leia con las cejas enarcadas y vio que su rostro había adoptado la expresión ya—te—lo—había—dicho más burlona de todo su repertorio.

—Venga, Chico de Oro —le dijo a Cetrespeó . No queremos llegar tarde a nuestra «necesidad diplomática».

Salieron de sus aposentos, y una pareja de guardias permanentemente apostados en la entrada los escoltó por el pasillo. Cetrespeó empezó a parlotear a toda velocidad mientras caminaban.

—Me estaba preguntando si el disponer de una cierta información general no le resultaría útil en las negociaciones que se dispone a llevar a cabo, ama Leia. He cargado recientemente en mis bancos de datos...

—No sabemos si va a haber alguna negociación, Cetrespeó —dijo Leia—. Los hutts son la peor pandilla de criminales de toda la galaxia. Me capturaron, y luego trataron de matarnos a todos. No creo que debamos esperar muchas delicadezas por su parte.

—Sí, sí, pero les resultaría muy útil contar con una comprensión básica de la filosofía hutt, tal como yo la interpreto según la, admito que no muy abundante, información que he conseguido encontrar —dijo Cetrespeó.

»Originalmente los hutts proceden de un sistema llamado Varl, cuya estrella sufrió alguna clase de desastre. Eso hizo que se vieran obligados a trasladarse a otro sistema planetario. Se adueñaron de todo un planeta mediante acuerdos comerciales fraudulentos, hasta que consiguieron expulsar a sus anteriores habitantes y reclamar el mundo para ellos. Lo llamaron Nal Hutta, que en su lenguaje significa "gema gloriosa". La luna de Nal Hutta recibió el nuevo nombre de Nar Shaddaa, pero comúnmente es conocida como Luna de los Contrabandistas.

—Hemos estado allí, Cetrespeó —dijo Han, visiblemente aburrido. —¡Oh, sí! Lo había olvidado. Bien, en cualquier caso los hutts tienen un sistema de clanes extremadamente complicado, y nadie que no pertenezca a él puede llegar a conocer el nombre familiar de ningún hutt. La consecuencia de todo ello es que el nombre del clan de Jabba sólo era conocido por sus parientes.

—Muy interesante —murmuró Han mientras doblaban la esquina e iban hacia la parte de atrás de la sala de recepciones presidencial—. Te aseguro que no consigo entender por qué los niños prefieren que sea Invierno quien les cuente los cuentos en vez de oírtelos contar a ti.

—Vaya, eso es muy amable por su parte... ¡Muchas gracias, amo Han! —exclamó Cetrespeó, sin captar en lo más mínimo la ironía de Han—. La verdad es que se sabe muy poco sobre cómo interactúan entre sí los clanes de los hutts, aunque ciertos incidentes y desastres han llevado a algunos estudiosos a especular sobre guerras de clanes internas en las que las familias hutts más fuertes aniquilan a las demás.

El guardia que había permanecido inmóvil delante de una gran puerta que daba acceso a la sala de recepciones se hizo a un lado. Leia cruzó el umbral, caminando junto a Han.

—Gracias, Cetrespeó. Eso será todo —dijo.

—Ah, pero es que tengo muchas cosas más que contarles... —siguió diciendo el androide.

—Aprende a entender las indirectas, Chico de Oro —dijo Han en un tono de voz más alto del que había empleado su esposa.

—Yo... Eh... Comprendo lo que quiere decir, amo Han —dijo Cetrespeó, y después les siguió en silencio al interior de la sala de recepciones con un suave zumbido de servomotores.

Leia se inclinó hacia su esposo y le habló en susurros mientras atravesaban la gran sala llena de ecos.

—El imperio del crimen hutt es muy poderoso, Han, y tendremos que tratarles con la máxima cortesía diplomática. Tendremos que fingir que somos corteses.

Han puso los ojos en blanco y después acercó el codo a su costado, pegando la mano de Leia a sus costillas en un gesto lleno de afecto.

—¿Fingir? —replicó—. Da la casualidad de que siempre se me ha dado muy bien fingir. Ya verás cómo te dejo impresionada.

Un nuevo grupo de escoltas los flanqueó y fue siguiendo a Han y Leia sobre las losas pulimentadas que formaban una pequeña avenida terminada en un par de sillones de aspecto realmente impresionante. A Leia nunca le había gustado mucho toda aquella exhibición de frivolidad. Parecía demasiado majestuosa, demasiado imperial..., pero las apariencias eran muy importantes en los espectáculos públicos y los asuntos de estado. Los senadores y líderes militares formaban la columna vertebral del poder, pero Leia era la jefe de Estado y presidía el Senado. Era el rostro visible de todas las decisiones tomadas en nombre del gobierno, y eso la obligaba a interpretar su papel con gracia y carisma.

Leia había tenido algunas dificultades con ciertos miembros del consejo, especialmente con aquellos que deseaban que pasara todo su mandato sin moverse de su mundo y que no se aventurase a visitar los diversos planetas esparcidos por toda la galaxia que habían expresado algún interés por unirse a la Nueva República. Pero ésa no era su manera de hacer las cosas, y Leia lo haría todo a su manera.

Se sentó en el sillón de la jefe de Estado y trató de poner algo de orden en sus pensamientos. Han se removió nerviosamente junto a ella, cruzando y descruzando los brazos sobre la pechera de su camisa primero y tensando las manos sobre las tallas de los brazos del sillón después. Ya parecía profundamente aburrido.

Una fanfarria electrónica resonó fuera de la cámara. Las puertas del otro extremo se abrieron con un gemido bajo el tirón de varios androides de servicio, unos mecanismos muy sencillos que se reducían a torsos cuadrados que sostenían gruesas piernas y brazos especialmente concebidos para llevar a cabo trabajos pesados.

Cuando las puertas se abrieron y el séquito de Durga entró en la sala de recepciones, Leia vio que el señor del crimen hutt también conocía el valor del espectáculo.

La gigantesca criatura, que parecía un enorme gusano hinchado, estaba reclinada sobre una gran plataforma que flotaba por encima del suelo mediante un colchón de haces repulsores. Pero Durga avanzaba gracias a los esfuerzos de una cuadrilla de esclavos gamorreanos conectados a la plataforma flotante por cordoncillos de terciopelo rojo. Los guardias de aspecto porcino mantenían sus ojillos entrecerrados y clavados en las losas del suelo. Gotitas de humedad cayeron sobre el suelo, ya fuese porque los gamorreanos estaban transpirando abundantemente o simplemente porque babeaban.

Unos lagartos que desempeñaban la función de sirvientes entraron en la cámara de audiencias precediendo a los guardias gamorreanos. Iban tan inclinados hacia adelante que sus cabezas triangulares casi rozaban el suelo mientras se llevaban a los labios sintetizadores de música electrónica y siseaban en los receptores vocales. Después el ordenador procesaba y transmitía los ruidos bajo la forma de una magnífica música de recepción diplomática.

Durga el Hutt se irguió sobre su plataforma, como si pretendiera subrayar todavía más su importancia. Durga parecía estar todavía más gordo que Jabba, suponiendo que eso fuera posible. Su cabeza era un enorme montículo de carne viscosa que se iba agrandando a medida que se aproximaba al cuerpo y estaba medio cubierta por alguna clase de marca de nacimiento, como si alguien le hubiera arrojado un chorro de tinta verde a la cara. Sus enormes ojos redondos hacían pensar en dos frutas medio podridas. Sus manos, diminutas e infantiles, parecían fuera de lugar en su cuerpo hinchado.

Pero lo que hizo que Leia contuviera la respiración fue la presencia de las docenas y docenas de criaturas peludas que se agitaban sobre Durga y su séquito como un enjambre de grandes piojos simiescos. Las criaturas tenían más o menos la longitud del antebrazo de Leia, estaban cubiertas de un espeso pelaje gris amarronado y poseían unos ojos muy grandes y llenos de curiosidad. Cada una tenía cuatro brazos muy esbeltos y ágiles que terminaban en dedos de gran destreza. Las dos piernas parecían lo bastante flexibles para poder ser usadas como un tercer par de brazos v_ manos en caso de que surgiera la necesidad. Las criaturas cambiaban de postura continuamente, igual que parásitos muy nerviosos, y no paraban de abrir y cerrar sus ojos y mirar en todas direcciones como si estuvieran dominadas por un voraz anhelo de acumular información.

Cetrespeó dio un paso hacia adelante y empezó a pronunciar su discurso preprogramado.

—La Nueva República saluda al poderoso Durga —dijo, pero su personalidad básica enseguida emergió a la superficie—. Y, si se me permite preguntarlo, ¿qué son esas criaturas... peludas que le acompañan?

—¿Acaso permitís que un androide de protocolo hable en vuestro nombre? —preguntó Durga con su profunda voz de bajo.

—Nos gustaría que su pregunta fuera respondida —dijo Leia— Soy Leia Organa Solo, la jefe de Estado.

—Antes que nada, debo presentar mis disculpas por las... infortunadas relaciones que habéis tenido con los hutts en el pasado —dijo Durga—. Somos unas criaturas muy longevas, por lo que se ha sabido de casos en los que mi pueblo ha mantenido vivo durante mucho tiempo el recuerdo de los agravios sufridos.

—¿Sí? Bueno, Jabba no vivió tanto tiempo —murmuró Han.

Leia movió una mano para pedirle que guardara silencio.

—Los tiempos cambian —siguió diciendo Durga. juntando sus manecitas delante de él—. A muchos de los miembros de mi clan les preocupa que deba hablar con la jefe de Estado de la Nueva República, pero esto significa mucho para mí. Estoy dispuesto a permitir que los asuntos del pasado se desvanezcan y pasen a ser meras sombras en pro de la mejora y el beneficio de nuestras situaciones. Agradecería que pudierais hacer lo mismo, al menos en bien de estas conversaciones.

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