Read La espada oscura Online

Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (8 page)

BOOK: La espada oscura
10.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Leia asintió, altiva y distante.

—Estoy de acuerdo por el momento —dijo—, pero todavía no has respondido a la pregunta de mi androide. A mí también me interesan tus peludos acompañantes. Nunca habíamos visto unas criaturas parecidas.

—Ah, os ruego que me disculpéis —dijo Durga—. Estos seres son los taurills, criaturas seminteligentes, diligentes trabajadores v muy buenas mascotas. Superaron todos los exámenes de cuarentena cuando llegaron a Coruscant. Son insaciablemente curiosos, y les encantaría poder explorar. No pretenden hacer ningún daño.

Leia utilizó una técnica que le había enseñado Luke cuando intentaba convencerla de que por lo menos debería aprender a usar su sensibilidad para la Fuerza en los asuntos diplomáticos aunque no tuviera intención de someterse al adiestramiento completo de los Caballeros Jedi. Se trataba de una capacidad que Leia no podía permitirse el lujo de ignorar, y mientras permanecía inmóvil y con el rostro lleno de calma su mente empezó a trabajar velozmente, tratando de percibir el auténtico propósito oculto detrás de la misión de Durga.

Detectó reacciones distantes procedentes de los guardias gamorreanos, que no sabían prácticamente nada sobre su situación. Los taurills eran una masa borrosa y confusa de tenues impresiones..., pero Durga el Hutt siguió siendo como una pared desnuda para ella. O su mente era lo bastante poderosa para resistir al sondeo de Leia, o quizá los hutts contaban con una protección genética, porque se acordó de que Luke tampoco había podido leer la mente de Jabba el Hutt o manipularla.

—Si mis mascotas hacen que os sintáis incómodos —dijo Durga en un tono conciliador , no me importará en lo más mínimo apartarlas de mi persona.

Dio una palmada y los taurills se dispersaron, bajando de su plataforma y saltando a los hombros de los guardias gamorreanos. Leia supuso que debía de haber como mínimo un centenar de aquellas criaturitas que se movían frenéticamente de un lado a otro. Los taurills se esparcieron por las losas del suelo para examinar alcobas, estandartes planetarios y objetos de arte. Uno de ellos fue corriendo hasta Cetrespeó y se puso a estudiarlo, y el androide dorado intentó apartarlo.

—Durga, debo insistir en que controles... empezó a decir Leía.

—No les prestéis ninguna atención —dijo Durga en voz alta e imperiosa—. No causarán ningún daño. Y ahora, vayamos al motivo de mi visita.

Han, sentado junto a Leia, recorrió nerviosamente la sala con la mirada mientras los taurills iban de un lado a otro, husmeando en los rincones y metiéndose detrás de los asientos.

Leia se vio obligada a recuperar su compostura para poder superar las astutas maquinaciones del señor del crimen hutt. Creía saber lo que estaba intentando conseguir Durga con todo aquello: quería ponerles nerviosos, y distraerla para obtener algo de ella..., pero Leia no estaba dispuesta a permitir que la manipulase. Adoptó una expresión de pétrea impasibilidad y fingió que aquellas criaturas tan molestas no estaban allí, sabiendo que eso irritaría a Durga.

—Sí, Durga —dijo—. Estoy muy interesada en saber algo más sobre la misión que te ha traído a Coruscant. ¿Qué trae a un señor del crimen hutt a una audiencia con el legítimo gobierno de la Nueva República?

Durga extendió los brazos hacia los lados.

—Señora Presidenta, vuestras palabras me hieren. No empecemos estas conversaciones con definiciones de lo que son los señores del crimen y lo que es el legítimo gobierno. Todos estamos intentando hacer lo que más nos conviene y beneficia. El kajidic hutt, el sistema comercial de clanes que mis hermanos y yo hemos establecido, abarca muchos mundos..., y me atrevería a decir que una fracción bastante significativa de vuestra Nueva República.

Los hutts no quieren la guerra, ni comercial ni librada con las armas, y tampoco creo que vuestro joven gobierno pueda permitirse una contienda prolongada. A diferencia del Imperio, los hutts disponemos de una red invisible de influencias y relaciones en lugares que no podéis ni imaginar. Todo eso supone mucho más que una simple guarnición militar a la que podáis atacar. —El hutt abrió y cerró sus pesados párpados—. Sin embargo, no he venido aquí para amenazar, sino para hacer una oferta de paz. Aunque os habéis referido a nuestras actividades empleando las palabras «un imperio criminal», estoy aquí para ofrecer un final a toda esa hostilidad tan desagradable.

»Nuestra solución, la más sencilla de todas, es la legitimidad. Propongo que los hutts formen una alianza con la Nueva República, y que se conviertan en socios comerciales suyos. Si legalizáis nuestras actividades, entonces ya no somos un imperio criminal y pasamos a ser una empresa respetada v legal. ¿Acaso no es verdad? —preguntó, señalando el techo como si quisiera indicar hasta dónde llegaban sus esperanzas.

»Los hutts sólo podremos proseguir nuestras actividades si ya no hay ninguna necesidad de actuar en secreto y con las máximas medidas de seguridad posibles, y eso nos permitiría incrementar enormemente nuestros beneficios. Pagaríamos las tasas y tarifas adecuadas, y la Nueva República también se fortalecería como resultado de ello. Entonces podríais dirigir vuestras defensas contra vuestros verdaderos enemigos, en vez de contra simples competidores comerciales como nosotros.

—¿Y ésa es la única razón? —preguntó Leia, intentando evitar que el escepticismo que sentía resultara perceptible en su voz. Los taurills seguían con su incansable hurgar, husmear e investigar, pero Leia mantuvo la mirada clavada en Durga.

—Los hutts tenemos nuestro orgullo —respondió Durga—. Lo que más deseamos en estos momentos es llegar a ser auténticos comerciantes respetables, en vez de poderosos forajidos como somos en la actualidad.

—Comprendo —dijo Leia.

Utilizó la máscara de su adiestramiento diplomático para sonreír, pero mientras lo hacía se juró a sí misma que todas las estrellas de la galaxia se consumirían hasta convertirse en frías cenizas antes de que ella se aliara con los hutts.

Y en aquel momento uno de los guardias de honor de la Nueva República, que había estado haciendo valientes esfuerzos para permanecer inmóvil durante las negociaciones, intentó quitarse de encima a dos taurills que habían empezado a trepar por su cuerpo como si fueran arañas mamíferas. Los taurills siguieron subiendo por el uniforme del guardia a pesar de que éste les lanzó un manotazo para ahuyentarlos. El guardia agitó su rifle desintegrador ceremonial, tratando de librarse de los animales.

Un taurill se agarró al arma como si fuese la rama de un árbol y se deslizó hasta el final del cañón. El otro taurill trepó por el antebrazo del guardia y llegó al botón de disparo del desintegrador, y accidentalmente —aunque Leia tuvo la extraña impresión de que la acción podría haber sido intencionada— presionó el botón de disparo. El rifle lanzó un haz de energía desintegradora, convirtiendo al infortunado taurill que se había instalado al final del cañón en una bola llameante de pelos calcinados.

La enorme boca de Durga se abrió tan repentinamente como una trampilla. Los otros taurills empezaron a chillar, súbitamente dominados por el pánico. El guardia bajó la mirada hacia su rifle desintegrador y lo contempló con consternación.

—¡Ha sido sin querer! —exclamó.

Los cien taurills que se habían dispersado por la cámara de recepciones huyeron en todas direcciones con una ensordecedora salva de chillidos de terror, lanzándose hacia la puerta y los conductos de ventilación o escondiéndose detrás de los sillones y en cualquier rincón oscuro.

—¡No dejéis que escapen! —aulló Durga—. Son mis mascotas, y me disgustaría enormemente perder a alguna de ellas.

El hutt clavó los ojos en el pobre guardia de la Nueva República, lanzándole una mirada tan enfurecida como si quisiera echárselo de alimento a los rancors.

Los guardias de honor rompieron instantáneamente su formación y empezaron a correr de un lado a otro para capturar a las mascotas de muchos brazos. Los gamorreanos corrían en círculos y hacían entrechocar sus colmillos, dejando muy claro con su actitud que no habían entendido lo que acababa de ocurrir. Cetrespeó agitó sus brazos dorados y echó a correr en pos de varias criaturas.

Leia solicitó más ayuda, pero sabía que los vastos corredores llenos de ecos del enorme palacio imperial ofrecían todo un infinito de lugares donde podían esconderse los taurills.

Han se recostó en su sillón con una sarcástica sonrisa torcida en los labios.

—Ya te dije que no deberíamos habernos molestado en ponernos tan elegantes —murmuró.

La confusión general permitió que tres taurills llegaran a su destino sin ninguna dificultad. Las ágiles criaturas serpentearon por los conductos de ventilación, se deslizaron entre muros y a lo largo de cañerías y descendieron a las profundidades del antiguo palacio imperial hasta llegar a las cámaras secretas blindadas abiertas en los niveles inferiores del lecho rocoso.

Los tres taurills habían llegado al Centro de Información Imperial.

Los taurills formaban una mente colectiva, un solo organismo con miles y miles de cuerpos que compartían una consciencia igualmente colectiva. Cada una de las criaturas era un mero conjunto de ojos, orejas y manos que existía únicamente para obedecer las órdenes de la Mente Superior que controlaba a todos sus miembros.

Durga había descubierto a los taurills en el Borde Exterior y había pagado un precio bastante elevado a cambio de información sobre cómo explotar a la dispersa mente colectiva. Después Durga había hecho ejecutar lo más discretamente posible al único explorador y xenobiólogo que había descubierto el secreto de los taurills. Esa ejecución había hecho que Durga fuese el único que sabía de qué eran capaces aquellas graciosas criaturas peludas.

Había hecho un pacto con los taurills, prometiendo enormes riquezas v poder a la Mente Superior..., pero en realidad la Mente Superior sólo quería desplegarse por todos los confines de la galaxia, dispersando a sus miembros en distintos sistemas estelares para así poder crecer. Durga aceptó encantado su parte del acuerdo.

Y así, mientras docenas de taurills permanecían en la sala de recepciones diplomáticas creando una diversión y ofreciendo un espectáculo de confusión y miedo impecablemente inocentes, aquellos tres comandos taurills se introdujeron en el complejo secreto de ordenadores v bases de datos compilados por el mismísimo Emperador Palpatine.

La habitación olía a metal, estaba fría y había sido minuciosamente esterilizada. Las puertas estaban protegidas por androides asesinos fuertemente armados. Descifradores mecánicos permanecían encorvados sobre las terminales de información, conectados a ellas y totalmente concentrados en su trabajo.

Los taurills surgieron de diminutas aberturas de acceso, encogiéndose hasta conseguir que sus cuerpos se volvieran lo suficientemente pequeños para poder pasar por ellas. Después corretearon sobre sus ágiles patas a través de las frías planchas del suelo, balanceando sus cuatro brazos hasta que los tres hubieron llegado a otras tantas terminales de acceso independientes.

Los taurills treparon por las unidades y empezaron a trabajar en los distintos puestos de control, tecleando oscuros menús de funciones y encontrando la información que necesitaban obtener. El sistema estaba muy bien protegido y resguardado mediante numerosas claves y contraseñas, pero los taurills introdujeron las frases y códigos especiales que habían sido obtenidos de los depósitos de información secreta de Jabba. Antes de que hubiera transcurrido mucho tiempo, los taurills ya habían logrado abrirse paso a través de las barreras protectoras.

Uno de ellos insertó un pequeño cilindro de información y — empezó a cargar los valiosos planos en él. Los datos entraron a enormes velocidades en el diminuto recipiente compacto. La misión de los taurills quedó completada en cuestión de segundos.

Los taurills extrajeron su cilindro de datos, y los tres comandos peludos volvieron rápidamente a las aberturas de acceso, moviéndose como un solo ser.

La Mente Superior sabía con toda exactitud lo que se había hecho, v transmitió aquella información a Durga a través de uno de los cuerpos de los taurills vueltos a capturar y ya calmados de la sala de recepciones.

Durga acarició a la criatura y dejó escapar un atronador gruñido de placer.

Leia se sostenía la cabeza con las manos en la cámara de recepciones, preguntándose cómo podía evitar que aquel incidente se convirtiera en una catástrofe diplomática..., pero también intentando contener la risa. Que la dignidad de Durga hubiera sido ofendida no era algo que la preocupase especialmente.

Uno de los sirvientes reptilianos volvió a lanzar un canturreo por su sintetizador musical, haciendo brotar de él una delicada pero potente nota musical que hizo vibrar los dientes de Leia. Pero el estallido de sonido pareció servir como una llamada para los taurills. Las criaturas corrieron hacia la música, ronroneando y chillando como si estuvieran siendo arrastradas por correas invisibles. Los taurills fueron hacia la plataforma de Durga, docenas y docenas de ágiles animalitos que surgieron de sus escondites como una plaga de alimañas.

—Si había un remedio tan sencillo, ¿por qué Durga no se ha limitado a usar esa llamada musical en el primer momento'? —se preguntó Leia en voz alta.

Los gamorreanos empezaron a contar a los taurills a medida que iban llegando, pero los estúpidos guardias porcinos perdieron la cuenta numerosas veces hasta que Cetrespeó intervino para ayudarles. El androide fue señalando rápidamente a cada una de las peludas criaturas que había que contar.

—Noventa y siete, noble Durga dijo después—. Ése es mi recuento de los taurills.

El hutt soltó un gruñido.

—Vine aquí con noventa y ocho y vuestro hombre ha ejecutado a uno de ellos, por lo que creo que no falta ninguno. Volvió a fulminar con la mirada al nervioso guardia de honor . Señora Presidenta, tal vez desee tomar en consideración la posibilidad de asignar otra función a ese escolta tan amante de apretar el gatillo y tan propenso a cometer actos que pueden perturbar muy aparatosamente una delicada negociación diplomática.

—Pensaré en ello, Durga —respondió Leia—. Pero por tu parte, tal vez deberías meditar en si no sería conveniente dejar a tus incontrolables mascotas en casa si planeas entablar «delicadas negociaciones diplomáticas». Y si tienes que traerlas contigo, quizá deberías mantenerlas rígidamente controladas cuando se encuentren cerca de armas peligrosas.

BOOK: La espada oscura
10.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Englor Affair by J.L. Langley
Bedding The Baron by Alexandra Ivy
Mine for a Day by Mary Burchell
A Night of Forever by Lori Brighton