La espada oscura (47 page)

Read La espada oscura Online

Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La espada oscura
7.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

El dolor físico llegó mientras intentaba salir de debajo de las losas de piedra que le habían caído encima. Estaba dolorido y lleno de morados, golpeado y cubierto de arañazos..., pero estaba vivo. Fue apartando los cascotes y emergió parpadeando a un crepúsculo prematuro causado por las humaredas negras y las llamas anaranjadas.

Después se quedó inmóvil, totalmente atónito e incapaz de reaccionar. Veía la magnitud de la devastación que lo rodeaba, pero no podía comprenderla. Las relucientes instalaciones de clonaje habían desaparecido por completo, y habían quedado convertidas en un confuso amasijo de vigas fundidas y polvo cristalino, lo único que quedaba de los enormes ventanales de transparencia perfecta que habían brillado luminosamente bajo el sol no hacía mucho rato. Nubes de humo grasiento se alzaban hacia el cielo, como un dedo acusador que señalara a la flota imperial suspendida en su órbita.

El viejo Dorsk 80 había estado dentro de la instalación de clonaje, y el clon más joven se internó con paso apático y tambaleante por entre los escombros, buscando —sin ninguna esperanza de encontrarla— alguna señal de que su predecesor hubiera sobrevivido.

Aquel terrible descubrimiento compitió con las abrumadoras consecuencias dentro de su mente. La devastación de todo su mundo, la destrucción de las instalaciones de clonación... ¿Qué iban a hacer en el futuro? ¿Cómo podría seguir existiendo su civilización después de haber recibido una herida tan mortal? Los supervivientes de Khomm —que gritaban quejumbrosamente a causa del dolor de sus heridas o lanzaban gemidos de pena mientras se tambaleaban por la metrópolis convertida en un inmenso montón de ruinas— tendrían que cambiar.

Y eso también le asustaba.

El coronel Cronus contempló cómo los últimos cazas volvían a sus naves. El mundo incendiado de Khomm yacía debajo de ellos como una gran llaga infectada.

Lanzó una mirada llena de impaciencia al cronómetro y a las evaluaciones de daños de su flota. Habían perdido dos cazas. A juzgar por la falta de defensas de Khomm, Cronus supuso que los dos cazas TIE que no habían regresado habrían sido destruidos por un accidente, una avería o algún disparo mal dirigido de sus propias fuerzas.

Meneó la cabeza ante la increíble debilidad del mundo de los clones.

Después se inclinó sobre su ordenador de control e introdujo las coordenadas de los objetivos designados por la almirante Daala. Esperaba que todas las incursiones tuvieran tanto éxito como aquélla.

—Siguiente sistema —dijo—. Bien, vamos hacia allá... Tenemos un programa, y hemos de cumplirlo.

NAL HUTTA
Capítulo 44

A mediados del turno de noche a bordo de la fragata de escolta Yavaris, el general Wedge Antilles estaba sentado en su sillón de mando, relajado pero prestando atención a cuanto le rodeaba. A pesar de la situación de alerta amarilla, el Yavaris parecía engañosamente tranquilo. Los soldados llevaban a cabo sus actividades rutinarias con calmada eficiencia, los paneles luminosos habían sido ajustados a una intensidad reducida y los sonidos de los movimientos sonaban curiosamente débiles y ahogados. La tensión era considerable, aunque invisible.

La situación de alerta ya llevaba un día de duración. No habían tenido ninguna novedad —no había informes de Crix Madine, ni noticias de que se hubiera producido ningún ataque imperial—, y el peso de aquella espera estaba empezando a hacerse notar.

Qwi Xux apareció detrás de él en el puente y le apretó los hombros con sus largos dedos de un suave color azul pálido. Wedge se encogió sobre sí mismo, un poco sobresaltado, y después subió el brazo para estrecharle la mano contra su hombro.

—¿Tampoco podías dormir? —preguntó, dándose la vuelta para contemplar el índigo de sus ojos.

Qwi meneó la cabeza, y su plumosa cabellera perlina pareció relucir. —La espera resulta tan dura... —dijo.

Wedge asintió.

—Por mucho que odie la guerra, en momentos como éste casi deseo que ocurra algo..., cualquier cosa.

Y su deseo se vio cumplido, porque de repente todo pareció ocurrir a la vez.

La silenciosa señal de emergencia de Crix Madine llegó a través del espacio, dotada de prioridad de urgencia y con su frecuencia específica dirigida hacia la flota de la Nueva República. Las señales empezaron a sonar en la consola de comunicaciones, que activó alarmas automáticas de Alerta Roja por todo el Yavaris. El transmisor implantado en la palma de la mano de Madine no podía dar detalles, y se había limitado a enviar una petición de ayuda.

Wedge sabía que el general Madine, el Supremo Comandante Aliado de Inteligencia, sólo la utilizaría en las circunstancias más extremas. —Tenemos que ir a sacarle del lío en el que se ha metido —dijo.

Qwi se había quedado repentinamente inmóvil y rígida, y estaba abriendo y cerrando sus enormes ojos. Sus dedos se tensaron sobre los hombros de Wedge.

—Eso significa que ha descubierto la situación de la superarma de los hutts —dijo—. Tenemos que destruirla antes de que el artefacto pueda ser empleado. No podemos permitir que los hutts, el Imperio o cualquier otra facción disponga de armas como las que yo diseñaba en el pasado.

—Tienes razón —dijo Wedge.

Una pantalla se iluminó para mostrar el mensaje enviado por el almirante Ackbar desde su crucero estelar de Mon Calamar¡.

—Esto puede ser el comienzo del ataque general —dijo Ackbar, que llevaba su impecable uniforme blanco y mantenía sus manos—aletas extendidas hacia fuera en un gesto de tensión.

—Sí, almirante. ¿Desplegamos a la flota? Podemos rastrear la señal de Madine y llegar hasta allí a velocidad máxima. No sabemos en qué clase de situación se ha metido, y...

Pero antes de que Wedge pudiera acabar de hablar, otro mensaje en la banda ancha del espectro llegó por el sistema de comunicaciones. Era una segunda señal de emergencia, y también tenía prioridad sobre cualquier otra transmisión que circulara por la Holorred de la Nueva República.

—¡Aquí Kyp Durron con un mensaje urgente para las fuerzas militares de la Nueva República!

Wedge no pudo evitar torcer el gesto, y apretó los dientes. Qwi mantuvo la compostura junto a él, pero Wedge notó que se ponía todavía más rígida. El joven había vuelto del lado oscuro para ponerse al servicio de las reglas Jedi, y Qwi afirmaba haber perdonado a Kyp..., pero aun así los dos encontraban un poco inquietante el exceso de entusiasmo de aquel Caballero Jedi.

Sin embargo, Kyp estaba transmitiendo su mensaje a cualquiera que pudiese escucharlo y daba la alarma.

—Dorsk 81, otro Caballero Jedi, y yo hemos entrado en los Sistemas del Núcleo. Hemos descubierto una gigantesca fuerza de asalto imperial preparada para ponerse en movimiento dentro de uno o dos días. La almirante Daala está al mando de esa flota. Repito: la almirante Daala está al mando de esa flota. No está muerta tal como suponíamos.

»Parece ser que su objetivo principal es Yavin 4. Daala pretende destruir a todos los nuevos Caballeros Jedi. En estos momentos Dorsk 81 y yo nos dirigimos hacia la Academia Jedi para ayudar en el combate. Solicitamos cualquier tipo de ayuda posible.

—Así que se trata de un doble ataque simultáneo —dijo Ackbar—. El cinturón de asteroides de Hoth y Yavin 4... Deben de tener una gran confianza en su capacidad de pillarnos por sorpresa.

—Ahora conocemos sus planes —dijo Wedge—. ¿Piensa que deberíamos dividir nuestras fuerzas?

—Ese mensaje ha sido enviado a toda la flota de la Nueva República—respondió Ackbar con su profunda voz de calamariano—. Tal vez podamos esperar recibir refuerzos..., pero creo que ahora deberíamos dividir nuestras fuerzas. Dudo que ninguno de los dos ataques sea una finta. Yo iré a Yavin 4 en el
Viajero Galáctico
, y usted irá a rescatar al general Madine. No podemos ignorar la amenaza de los hutts.

—Entendido, almirante —dijo Wedge.

La imagen de Ackbar inclinó la cabeza en un profundo asentimiento. —Debo poner en situación de combate al resto de la flota —dijo—. Esto no es más que el comienzo.

—No se preocupe: sacaremos de allí a Madine y a su equipo —dijo Wedge—. Y ya que vamos a hacerles una visita, también intentaremos destruir la superarma de los hutts.

Toda la dotación fue bruscamente sacada de su período de sueño. Las luces se volvieron más brillantes en todas las cubiertas del Yavaris. Los soldados empezaron a correr por los pasillos, preparados para entrar en acción.

La flota había mantenido una actitud lo más discreta posible durante todo aquel ejercicio de juegos de guerra, ocultando su verdadero propósito y su nivel de preparación para actuar. Pero una vez dada la alarma, todas las naves dejaron de fingir e ignoraron a los hutts, que sin duda las estaban observando desde el planeta verdoso que giraba debajo de ellas.

La flota de la Nueva República abandonó sus juegos de guerra, se dividió en dos formaciones separadas y estableció sus vectores de curso para empezar a alejarse.

Ackbar y sus naves se precipitaron por el embudo de líneas estelares que las sumergió en el hiperespacio, mientras que Wedge ordenaba que el Yavaris avanzara a velocidad máxima con rumbo hacia el cinturón de asteroides de Hoth y la señal de emergencia de Madine..., esperando que llegaran allí a tiempo.

YAVIN 4
Capítulo 45

Los diecisiete Destructores Estelares a las órdenes del vicealmirante Pellaeon surgieron del hiperespacio formando una flota impecablemente dispuesta. Aquella formación tan perfecta demostraba el grado de precisión e implacable dedicación alcanzado por las nuevas fuerzas imperiales que había forjado Daala.

Pellaeon estaba inmóvil en el centro del puente del
Tormenta de Fuego
—el Destructor Estelar que la almirante Daala había mandado cuando hizo caer al criminal de guerra Harrsk en su trampa—, y contemplaba aproximarse la joya verde de la luna selvática, una esfera de vida esmeralda empequeñecida por Yavin, el monstruoso gigante gaseoso cuya gravedad tiraba de la flota de naves con la que iba a atacar.

El veterano militar imperial mantuvo los ojos entrecerrados mientras clavaba la mirada en los visores de la torre del puente. Había recortado su bigote canoso, y se había asegurado de que sus cabellos quedaban pulcramente recogidos debajo de su gorra de vicealmirante. Pellaeon se había cepillado el uniforme a fin de presentar una imagen más imponente, pues quería ser un auténtico líder para su flota en aquella misión victoriosa. Volver a estar al mando de una nave digna de ese nombre, en vez del pequeño Destructor Estelar de la clase Victoria, hacía que se sintiera revigorizado..., a pesar de que el coronel Cronus utilizaría la flota de navíos carmesíes para causar un significativo grado de destrucción en los mundos que se habían puesto del lado de los rebeldes.

Pellaeon pensó en aquellos días en que había mandado el Quimera a las órdenes del Gran Almirante Thrawn, y en lo cerca que habían estado de derrotar a la Rebelión de una vez y para siempre. Con la almirante Daala volvían a tener esa oportunidad..., y Pellaeon no la desperdiciaría.

—Inserción orbital terminada con éxito, señor —anunció la navegante desde su puesto.

Pellaeon continuaba maravillándose ante las nuevas oficiales de la flota de Daala, y le sorprendía que todas parecieran servir al Imperio todavía con más dedicación que los otros soldados.

—¿Alguna señal de defensas? —preguntó.

La luna selvática parecía demasiado tranquila, demasiado vulnerable. A Pellaeon le asombraba que un lugar tan importante para la Rebelión no tuviera ninguna defensa visible.

—No se ha detectado ninguna, vicealmirante —dijo el jefe táctico.

El oficial, que al parecer también sentía las mismas preocupaciones que su superior, empleó un tono dubitativo.

—Muy bien —dijo Pellaeon, pasando a la siguiente fase—. Desplieguen la red generadora de interferencias. Tenemos que colocarla en su sitio y dejarla en condiciones de operar antes de que los hechiceros Jedi puedan enviar una señal de emergencia a sus fuerzas militares.

Los diecisiete Destructores Estelares lanzaron grupos de pequeños satélites transmisores que fueron ocupando sus posiciones alrededor de la luna verde, formando una red electromagnética interconectada capaz de bloquear cualquier mensaje que pudieran enviar los estudiantes Jedi. Los satélites interferidores sólo necesitaron unos momentos para situarse en las posiciones asignadas y transmitir una señal de conformidad al
Tormenta de Fuego
.

Pellaeon habló por la unidad comunicadora del canal interno de la flota, y su voz resonó en todas las naves.

—Que los equipos de ataque se preparen —dijo—. Iniciaremos el ataque dentro de cinco minutos. Todos los transportes de exploración de superficie y vehículos de asalto de la jungla formarán la primera oleada. Los cazas TIE proporcionarán cobertura aérea.

»Nuestro objetivo es un mundo relativamente despoblado, y no deberíamos necesitar mucho tiempo para completar la misión. La victoria que obtendremos hoy en Yavin 4 supondrá el primer gran paso en el renacimiento de un nuevo Imperio todavía más fuerte que el anterior.

Pellaeon cerró el canal y se apoyó en la barandilla del puente. Le complacía estar al frente de una operación de éxito garantizado, en vez de mandar otro desesperado intento de recuperar la supremacía imperial condenado a fracasar. Pellaeon pensó en el inmenso poderío imperial que la almirante Daala había puesto bajo su control.

No esperaba mucha resistencia de unos cuantos aspirantes a Jedi que nunca habían tenido que entrar en combate.

El Súper Destructor Estelar Martillo de la Noche se preparaba para salir al espacio en la estación conectora oculta en las profundidades del vacío galáctico. La almirante Daala dedicó los últimos momentos de frenética actividad a asegurarse de que todos los preparativos de su gran ataque decisivo habían sido llevados a cabo de la manera correcta.

A esas alturas el vicealmirante Pellaeon ya debía de estar atacando la luna de los Jedi, y Daala anhelaba estar allí con él para extraer una satisfacción personal de cada Jedi muerto, cada edificio rebelde destruido y cada árbol envuelto en llamas..., pero no iba a alterar sus planes. Sabía que ésa era la forma de asestar el mayor golpe psicológico a los rebeldes. Su ataque inicial tenía que terminar con una derrota totalmente aplastante del objetivo rebelde.

En aquel mismo instante, y de manera simultánea con esa gran ofensiva, el coronel Cronus estaba causando terribles daños con sus ataques de precisión quirúrgica contra distintos objetivos de la galaxia seguidos por una rápida huida. Su enjambre de navíos carmesíes de la clase Victoria llegaría rugiendo a una velocidad vertiginosa, destruiría los objetivos más convenientes y luego volvería a desaparecer en el hiperespacio..., dejando detrás de él la destrucción, la confusión y el pánico.

Other books

One Week of Summer by Amber Rides
Espadas contra la muerte by Fritz Leiber
Austerity by R. J. Renna
Walking with Plato by Gary Hayden
Secrets of Antigravity Propulsion by Paul A. LaViolette, Ph.D.
Conspirators of Gor by John Norman
Theodosia and the Staff of Osiris-Theo 2 by R. L. Lafevers, Yoko Tanaka
Feminism by Margaret Walters
The Manhattan Incident by Raymond Poincelot