La falsa pista (23 page)

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Authors: HENNING MANKELL

Tags: #Policiaca

BOOK: La falsa pista
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—¿Qué tal tienes la mano?

—Está como te dije. No es divertido hacerse vieja. Todo se vuelve una mierda.

Wallander no recordaba a Ebba expresándose de aquella forma. Reflexionó un momento sobre si explicarle lo de su padre y su enfermedad. Decidió no hacerlo. Fue a buscar un café y se sentó en su escritorio. Después de echar un vistazo a las notas telefónicas y colocarlas encima de las de la tarde anterior, levantó el auricular y llamó a Riga. Enseguida notó el aguijón de la mala conciencia, dado que era una llamada particular, y él era lo suficientemente anticuado como para preferir no cargar los propios gastos a su lugar de trabajo. Pensó en la situación de unos años antes, cuando Hansson estaba obsesionado por la pasión de apostar a las carreras de caballos. Había dedicado la mitad de la jornada laboral a llamar a diferentes pistas para trotones a la caza del último soplo para las carreras. Todo el mundo lo sabía, pero nadie dijo nada. Wallander se había sorprendido de que al parecer solamente él sentía la necesidad de que alguien debía decirle algo a Hansson. Un buen día, de repente, todos los programas de las carreras y boletos a medio rellenar habían desaparecido de la mesa de Hansson. Wallander oyó rumores de que simplemente había decidido dejarlo antes de endeudarse.

Baiba contestó después del tercer tono. Wallander estaba nervioso. Todavía seguía teniendo, ante cada conversación, el presentimiento de que le diría que no se verían más. Estaba tan inseguro de los sentimientos de ella como seguro de los suyos. Pero ahora su voz sonaba alegre. Esa alegría la hizo suya también. Le contó que la decisión de ir a Tallinn había sido muy repentina. Una amiga iba a ir y le preguntó si quería acompañarla. Precisamente esa semana Baiba no tenía clases en la universidad. El trabajo de traducciones en el que estaba ocupada tampoco urgía demasiado. Le habló un poco del viaje, y le preguntó después cómo estaban en Ystad. Wallander decidió que de momento no le diría nada acerca de que su viaje en común a Skagen estaba peligrando por los acontecimientos de la última semana. Sólo dijo que todo iba bien. Decidieron que la llamaría esa misma noche. Después, Wallander se quedó con el auricular en la mano. Ya estaba preocupado por cómo reaccionaría si tuviese que posponer sus vacaciones.

Wallander pensó que era una característica suya que se hacía cada vez más fuerte y dominante cuanto mayor se hacía él. Se preocupaba por todo. Se preocupaba por que ella hubiese ido a Tallinn, se preocupaba por que él se pusiera enfermo, se preocupaba por quedarse dormido o por que su coche se averiara. Se rodeaba de nubarrones innecesarios. Con una mueca se preguntó si Mats Ekholm le podría hacer un perfil psicológico también a él, y sugerirle remedios para liberarse de los problemas que siempre le hacían sufrir por adelantado.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por Svedberg, que llamó a la puerta entreabierta y entró. Wallander vio que no había tenido cuidado con el sol el día anterior. Tenía la calva quemada, al igual que la frente y la nariz.

—No aprendo nunca —dijo Svedberg con pesimismo—. Me escuece terriblemente.

Wallander pensó en el escozor que le produjo la bofetada del día anterior. Pero no dijo nada.

—Ayer dediqué todo el día a hablar con los que viven en la zona en la que está la casa de Wetterstedt —dijo—. Salió a relucir que Wetterstedt era un hombre que daba paseos a menudo. Por las mañanas y por las tardes. Siempre era cortés y saludaba a la gente con la que se encontraba. Pero no tenía trato con nadie de los que vivían a su alrededor.

—Por tanto tenía la costumbre de dar un paseo también por la noche.

Svedberg consultó sus anotaciones.

—Solía bajar a la playa.

—O sea, que era una costumbre que se repetía.

—Si lo he entendido correctamente, la respuesta es sí.

Wallander asintió con la cabeza.

—Justo lo que pensaba —dijo.

—Salió a la luz una cosa que podría ser de interés —continuó Svedberg—. Un funcionario jubilado del municipio, llamado Lantz, afirmó que un reportero de algún periódico había llamado a su puerta el día 20 de junio. Preguntó por el camino hacia la casa de Wetterstedt. Lantz entendió que el periodista y un fotógrafo se dirigían allí a hacerle un reportaje. En otras palabras, eso significa que alguien estuvo en su casa el último día de su vida.

—Y que habrá fotografías —dijo Wallander—. ¿Qué periódico era?

—Lantz no lo sabía.

—Haz que alguien vaya llamando —dijo Wallander—. Esto puede ser importante.

Svedberg asintió y se dirigió a la puerta.

—Deberías ponerte crema en esas quemaduras —le aconsejó Wallander—. Tienen mala pinta.

Cuando Svedberg se había marchado, Wallander llamó a Nyberg. Unos minutos más tarde entró en el despacho de Wallander para recoger las hojas arrancadas del cómic de
Fantomas
.

—No creo que tu hombre fuese en bicicleta —dijo Nyberg—. Hemos encontrado unas huellas detrás de aquella caseta que indican que una motocicleta o una moto pueden haber estado allí. Hemos logrado saber que todos los que trabajan en Obras Públicas y usan la caseta tienen coche.

El recuerdo de una imagen pasó rápidamente por su mente sin que la pudiera aferrar. Anotó en su libreta el comentario de Nyberg.

—¿Qué esperas que haga con esto? —preguntó Nyberg levantando la bolsa con las páginas del cómic.

—Huellas dactilares —dijo Wallander—. Que tal vez coincidan con otras.

—Creía que sólo los niños leían
Fantomas
—dijo Nyberg.

—No —replicó Wallander—. Ahí te equivocas.

Al marcharse Nyberg, Wallander no supo por un momento qué hacer. Rydberg le había enseñado que un policía debía agarrarse a lo que en ese momento fuese lo más importante. Pero ¿qué sería? Se encontraban en una fase de la investigación en la que todo era vago y nada en concreto era más importante que otra cosa. Wallander sabía que ahora se trataba de tener paciencia.

Salió al pasillo y llamó a la puerta del despacho que habían acondicionado para Mats Ekholm. Al oír la voz de Ekholm, abrió y entró. Estaba sentado con los pies encima de la mesa leyendo unos papeles. Movió la cabeza señalando la silla de las visitas y dejó los papeles encima de la mesa.

—¿Cómo va? —preguntó Wallander.

—Mal —contestó Ekholm alegremente—. Es difícil cercar a ese individuo. Es una lástima que no tengamos un poco más de material.

—En otras palabras, debería haber cometido más asesinatos.

—Para decirlo sin tapujos, eso simplificaría el asunto —dijo Ekholm—. En muchos de los casos sobre asesinos en serie investigados por el FBI, se ha demostrado que la brecha muchas veces se abre al tercer o cuarto asesinato de una serie. Entonces se pueden descartar las casualidades de cada caso y filtrar un modelo recurrente. Y es ese modelo lo que estamos buscando. Uno que podamos usar como un espejo para empezar a ver la mente que está detrás de todo.

—¿Qué se puede decir de las personas adultas que leen cómics? —preguntó Wallander.

Ekholm frunció el entrecejo.

—¿Tiene que ver con esto?

—Tal vez.

Wallander le habló del descubrimiento del día anterior. Ekholm escuchó con interés.

—La inmadurez emocional o la deformación emocional casi siempre se dan en los individuos que cometen acciones violentas reiteradas —dijo Ekholm—. Les falta la capacidad para identificarse con los valores de las otras personas. Por eso tampoco reaccionan ante el sufrimiento que causan a los demás.

—No todos los adultos que leen
Fantomas
cometen un asesinato —dijo Wallander.

—De la misma manera que existen ejemplos de asesinos en serie que han sido expertos en Dostoievski —contestó Ekholm—. Hay que poner una pieza del puzzle para ver si encaja en algún sitio. O si tal vez pertenece a otro distinto.

Wallander empezaba a impacientarse. No disponía de tiempo para perderse en una discusión prolongada con Ekholm.

—Ahora que has estudiado nuestro material —dijo—, ¿qué conclusiones sacas?

—En realidad sólo una —respondió Ekholm—. Que volverá a actuar.

Wallander estuvo esperando una continuación, una explicación, que nunca llegó.

—¿Por qué?

—Me lo dice algo en la impresión general. Sin que lo pueda justificar con otra cosa que la experiencia de otras ocasiones con cazadores de trofeos.

—¿Qué es lo que ves ante ti? —preguntó Wallander—. Di lo que piensas ahora mismo. Lo que sea. Y te prometo que no tendrás que responsabilizarte por lo que digas.

—Un hombre adulto —continuó Ekholm—. Si se tiene en cuenta la edad de las víctimas y que hubiese mantenido alguna relación con ellas, creo que rondará los treinta años. Pero probablemente es mayor. La posible identificación con un mito, tal vez un indio, me dice que está en buena forma. Es cauteloso y audaz, algo que indica que es calculador. Creo que vive una vida regular y bien organizada. El drama interior lo oculta tras una apariencia de normalidad desdramatizada.

—¿Y atacará de nuevo?

Ekholm abrió los brazos.

—Esperemos que me equivoque. Pero me pediste que dijera lo que pensaba en este momento.

—Pasaron tres días entre Wetterstedt y Carlman —dijo Wallander—. Si va a mantener el intervalo de los tres días, matará otra vez a alguien hoy.

—Tampoco es necesario en absoluto —advirtió Ekholm—. Como es calculador, el factor tiempo no es de una importancia decisiva. Ataca cuando está seguro de que lo va a lograr. Claro que puede ocurrir algo hoy. Pero también pueden transcurrir varias semanas. O muchos años.

Wallander no tenía más preguntas. Le pidió a Ekholm que asistiera a la reunión del equipo de investigación un poco más tarde. Volvió a su despacho y sintió un creciente malestar ante lo que Ekholm le había dicho. El hombre al que buscaban, y del que no sabían nada, atacaría de nuevo.

Se acercó la libreta en la que había anotado el comentario de Nyberg e intentó captar el fugaz recuerdo que le había pasado por la cabeza. Wallander tenía la sensación de que era importante. Estaba seguro de que tenía que ver con la caseta de Obras Públicas. Pero no recordaba qué era.

Algo más tarde se levantó y entró en la sala de reuniones. Pensó que en ese momento echaba de menos a Rydberg mucho más que nunca.

Wallander se sentó en su lugar habitual, en la cabecera de la mesa. Miró a su alrededor. Estaban todos los que debían estar allí. Enseguida percibió el ambiente especial de concentración, que surgía cuando todo el mundo abrigaba la esperanza de encontrar una brecha en la investigación. Wallander sabía que se desilusionarían. Sin embargo, nadie lo mostraría. Los policías que estaban reunidos en la sala tenían un alto nivel.

—Vamos a hacer un repaso de lo sucedido durante las últimas veinticuatro horas en el caso de las cabelleras —empezó.

No había planeado decir «el caso de las cabelleras» . Le salió sin pensarlo. Pero desde aquel momento, no se le llamó por otro nombre entre los del equipo de investigación.

Si no era absolutamente necesario, Wallander solía reservar su informe para el final. Sobre todo porque los demás esperaban que él hiciese el resumen para marcar el camino de la siguiente actuación. Era normal que Ann-Britt Höglund fuese la primera en tomar la palabra. El fax que llegó de la ferretería Skoglund dio la vuelta a la mesa. A través del registro central de las cárceles del país, la información confirmada por Anita Carlman ya estaba controlada. El trabajo más difícil sólo estaba iniciado: la confirmación y, mejor aún, las copias de las cartas que Carlman supuestamente le había escrito a Wetterstedt.

—El problema reside en que todo ocurrió hace mucho tiempo —concluyó—. Aunque vivamos en un país donde los registros y los archivos están bien organizados, se tarda mucho en encontrar los sucesos y documentos que ocurrieron hace más de veinticinco años. Además se trata de una época anterior a la informatización de los registros y archivos.

—De todos modos tenemos que indagar eso —dijo Wallander—. La conexión entre Wetterstedt y Carlman es decisiva para que podamos seguir.

—El hombre que llamó —dijo Svedberg rascándose la nariz quemada— ¿por qué no quiso dar su nombre? ¿Quién entra por la fuerza en un sitio para enviar un fax?

—Lo he estado pensando —dijo Ann-Britt Höglund—. Obviamente nos quiere orientar hacia una pista concreta. El hecho de que desee ocultar su identidad puede deberse a varias razones. Una de ellas puede ser que tenga miedo.

Se produjo un silencio absoluto en la habitación. Wallander comprendió que Ann-Britt Höglund estaba pensando lo adecuado. La invitó a seguir.

—Naturalmente es una mera hipótesis. Pero supongamos que se siente amenazado por el hombre que ha matado a Wetterstedt y a Carlman. Es evidente que tiene todo el interés del mundo en que atrapemos al asesino sin tener que identificarse.

—En ese caso debía haberse expresado con más claridad —dijo Martinsson.

—Tal vez no podía —objetó Ann-Britt Höglund—. Si mi suposición es correcta, que se pone en contacto con nosotros porque tiene miedo, probablemente habrá dicho todo lo que sabe.

Wallander alzó la mano.

—Sigamos pensando —dijo—. El hombre que nos envía el fax nos ofrece información en la que el punto de partida es Carlman, no Wetterstedt. Es un punto decisivo. Afirma que Carlman le escribió cartas a Wetterstedt y que ambos de encontraron después de que el primero fuese liberado. ¿Quién puede tener esa información?

—Otro recluso de la cárcel —dijo Ann-Britt Höglund.

—Ésa era también mi teoría —añadió Wallander—. Pero, por otro lado, tu hipótesis de que contacte con nosotros por temor quizá se venga abajo si el contacto con Carlman solamente ha sido el del compañero recluso ocasional.

—A pesar de todo hay algo más —dijo Ann-Britt Höglund—. Él sabe que Carlman y Wetterstedt se vieron después de que Carlman saliera de la cárcel. Eso indica que el contacto ha continuado.

—Puede haber sido testigo de algo —sugirió Hansson, que hasta ese momento había permanecido callado—. Por alguna razón eso ha causado los asesinatos de dos hombres veinticinco años más tarde.

Wallander se volvió hacia Mats Ekholm, que estaba al final de la mesa.

—Veinticinco años es mucho tiempo —dijo Wallander.

—El tiempo de incubación para vengarse puede ser eterno —respondió Ekholm—. Los procesos psíquicos no caducan. Es una de las verdades más viejas de la criminología, el que un vengador puede esperar el tiempo que sea necesario. Si es que hablamos de venganza.

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