La fortaleza (36 page)

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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
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—Andando, soldados —ordenó, volviéndose y dejando que su aliento se hiciera vaho al pasar. Los hombres obedecieron de inmediato. Hacía frío allí abajo.

Woermann hizo una pausa al pie de la escalera y miró hacia atrás. Los cuerpos eran apenas visibles en la menguante luz. Esas botas… pensó de nuevo en esas botas sucias, lodosas. Después siguió a los otros hacia el sótano.

Desde sus habitaciones en la parte posterior de la fortaleza, Kaempffer miraba por la ventana hacia el patio. Vio a Woermann bajar al sótano y volver. Y ahí permanecía. Debía sentirse relativamente seguro, al menos por el resto de la noche. No debido a los guardias que estaban en todas partes, sino porque la cosa que mataba a sus hombres había hecho su trabajo de la noche y no volvería a atacar.

En cambio, su terror se encontraba en su punto más alto.

Porque se le había ocurrido un pensamiento particularmente horrorizante. Se derivaba del hecho de que todas las víctimas fueron soldados rasos. Los oficiales no habían sido tocados. ¿Por qué? Podría ser debido al azar, ya que los soldados superaban a los oficiales por veinte a uno en la fortaleza. Pero dentro de Kaempffer anidaba la insistente sospecha de que él y Woermann estaban siendo reservados para algo especialmente horrible.

No sabía por qué se sentía así, pero no podía huir de la terrible certeza de ello. Si pudiera decirle a alguien, a quien fuese, sobre ello, se vería liberado de la carga, al menos parcialmente. Quizá entonces podría dormir.

Pero no había nadie.

Así que permanecería aquí en esta ventana hasta el alba, sin atreverse a cerrar los ojos hasta que el sol llenara de luz el cielo.

23

La Fortaleza

Viernes, 2 de mayo

07:32 horas

Magda esperaba angustiosamente en la puerta, apoyándose en uno y otro pie. La sensación de maldad aterradora que antes estuvo confinada a la fortaleza, parecía fugarse hacia el paso. La noche anterior la siguió casi hasta el riachuelo de allá abajo; esta mañana la golpeó en cuanto puso un pie en la calzada.

Las altas puertas de madera fueron abiertas hacia adentro y ahora descansaban contra los muros de piedra del pequeño arco de entrada que semejaba un túnel. Los ojos de Magda vagaban de la entrada de la torre, por la cual esperaba ver surgir a papá, hacia la sección posterior de la fortaleza. Allí se encontraban trabajando los soldados, ocupados con las piedras. En tanto que el día anterior su trabajo fue indiferente, hoy estaban frenéticos. Trabajaban como dementes, como dementes aterrados.

¿Por qué simplemente no se van? No podía entender por qué permanecían aquí noche tras noche esperando que murieran otros más de los suyos. No tenía sentido.

Había estado febrilmente preocupada por papá. ¿Qué le habrían hecho la noche anterior, después de hallar los cuerpos de sus dos pretensos violadores? Al acercarse por la calzada, su mente se llenó con el terrible pensamiento de que lo hubieran ejecutado. Pero ese temor fue negado por la rapidez con que el centinela aceptó su solicitud de ver a su padre. Y ahora que la ansiedad inicial estaba en calma, sus pensamientos empezaron a divagar.

El trinar de los hambrientos polluelos afuera de su ventana, y el sordo latido de dolor en su rodilla izquierda, la despertaron esta mañana. Se descubrió sola en la cama, completamente vestida bajo las mantas. Había estado tan vulnerable la noche anterior, que Glenn pudo haberse aprovechado fácilmente de eso. Pero no lo hizo, aun cuando era obvio que ella lo deseaba.

Se retrajo interiormente, incapaz de comprender lo que le había ocurrido, sacudida por el recuerdo de su propio descaro. Afortunadamente, Glenn la rechazó… no, esa era una palabra muy dura… la hizo esperar, esa era una buena manera de explicarlo. Consideró los acontecimientos, feliz de que él se hubiese contenido, pero a la vez sintiéndose menospreciada porque él encontró tan fácil negarse.

¿Por qué habría de sentirse menospreciada? Nunca se había valorado a sí misma en términos de su habilidad para seducir a un hombre. Y, sin embargo, estaba ese desagradable susurro en un rincón de su mente, insinuándole que carecía de algo.

Pero quizá no tenía nada que ver con ella. Podría ser que él fuese uno de esos hombres incapaces de amar a una mujer, sólo a otro hombre. Pero eso no era cierto, ella lo sabía. Recordaba su único beso, incluso ahora hacía que una ola de bienvenida tibieza la tocara, y recordaba la respuesta que recibió de él.

Era mejor. Era mejor que no hubiese aceptado su oferta. ¿Cómo podría ella volver a enfrentarse a él si lo hubiera hecho? Mortificada por su desenfreno se habría visto obligada a evitarlo, y eso hubiese significado privarse de su compañía. Y deseaba intensamente su compañía.

La noche anterior fue una aberración. Una azarosa combinación de circunstancias que no podría repetirse. Magda se daba cuenta ahora de lo que había ocurrido: agotamiento físico y moral, el escape apenas a tiempo de los soldados, el rescate por Molasar, el rechazo de papá a su oferta de permanecer con él; todo se combinó para dejarla temporalmente trastornada. No fue Magda Cuza la que yació junto a Glenn en la cama la noche anterior, era alguien más, alguien que ella no conocía. No ocurriría de nuevo.

Esta mañana pasó junto a la habitación de él, cojeando por el dolor de su rodilla. Estuvo tentada a tocar a su puerta para darle las gracias por su ayuda y pedir disculpas por su comportamiento. Pero después de escuchar durante unos momentos y no oír ruido alguno, decidió que no quería despertarlo.

Fue directamente a la fortaleza, no sólo para ver que papá estuviera bien, sino para decirle cuánto la había herido, que no tenía derecho a tratarla de ese modo y que ella poseía el suficiente sentido común para escuchar sus consejos y abandonar el paso Dinu. Esto último era una amenaza vacua, pero deseaba devolverle el golpe de algún modo, para hacerlo reaccionar o, al menos, disculparse por su insensible proceder. Ensayó exactamente lo que iba a decir y el preciso tono de voz con que lo diría. Estaba lista.

Entonces, papá apareció a la entrada de la torre con un soldado empujando su silla desde atrás. Toda la furia y el dolor se alejaron de ella con una mirada a su ruinoso rostro. Se veía terrible: parecía haber envejecido veinte años durante la noche. Ella no lo habría creído posible, pero se veía más frágil.

¡Cómo ha sufrido! Más de lo que ningún hombre debía sufrir. Lanzado contra sus compatriotas, su propio cuerpo y ahora el ejército alemán. No puedo ponerme yo también en su contra.

El soldado que lo empujaba esta mañana fue más cortés que el que lo llevó el día anterior. Detuvo la silla de ruedas ante Magda y luego se volvió. Sin hablar, ella se puso tras la silla y empezó a empujar a papá por la calzada. No habían avanzado cuatro metros cuando papá alzó una mano.

—Detente aquí, Magda.

—¿Qué pasa? —preguntó ella sin deseos de detenerse. Aún podía sentir la fortaleza aquí. Papá parecía no darse cuenta.

—No dormí nada en toda la noche.

—¿Te mantuvieron despierto? —inquirió ella dando la vuelta para acuclillarse ante él. Sus fieros instintos protectores apagaban la llama del enojo en su interior—. No te hicieron daño, ¿o sí?

—No me tocaron, pero me lastimaron —explicó mirándola con ojos brillantes.

—¿Cómo?

—Escúchame, Magda —empezó a hablarle en el dialecto gitano que ambos conocían—. He averiguado por qué están aquí los hombres de la SS. Este es sólo un hito en su camino a Ploiesti, en donde el mayor va a instalar un campo de exterminio para… nuestra gente.

—¡Oh, no! —se dolió Magda sintiendo una ola de náuseas—. ¡Eso no es cierto! El gobierno jamás permitiría que los alemanes vinieran y…

—¡Ya están aquí! Sabes que los alemanes han estado construyendo fortificaciones alrededor de las refinerías de Ploiesti, y entrenando a los soldados rumanos para luchar. Si están haciendo todo eso, ¿por qué es tan difícil creer que pretenden empezar a enseñar a los rumanos cómo matar judíos? Por lo que alcanzo a percibir, el mayor tiene experiencia en el asesinato. Ama su trabajo. Será un maestro, me puedo dar cuenta.

¡No podía ser! Y, sin embargo, ¿acaso no aseguró ella misma que Molasar no podía ser? Había historias en Bucarest sobre los campos de exterminio, susurrados relatos de los incontables muertos; versiones que nadie creyó al principio, pero mientras se acumulaba un testimonio sobre otro, incluso los judíos más escépticos tuvieron que admitirlo. Los gentiles no lo creían. Ellos no estaban amenazados. No les interesaba creer. De hecho, hacerlo podría ir en su detrimento.

—Una localización excelente —continuó papá con voz cansada y carente de toda emoción—. Será fácil llevarnos allá. Y si alguno de sus enemigos decide tratar de bombardear los campos petroleros, el infierno resultante se encargará del trabajo de los nazis. Y ¡quién sabe! Quizá el conocimiento de la existencia del campo incluso pueda hacer que el enemigo titubee en bombardear los campos petroleros, aunque lo dudo. —Hizo una pausa, recuperó el aliento y continuó—: Kaempffer debe ser detenido.

—No crees que tú podrás detenerlo, ¿o sí? —soslayó Magda poniéndose en pie de un salto y haciendo un gesto por el dolor de su pierna—. ¡Estarías muerto una docena de veces antes de poder tocarlo siquiera!

—Debo encontrar el modo. Ya no es sólo tu vida la que me preocupa. Ahora son miles. Y todas dependen de Kaempffer.

—Pero incluso si algo logra… detenerlo, ¡simplemente mandarán a otro en su lugar!

—Sí. Pero eso tomará tiempo y cualquier retraso funciona a, nuestro favor. Quizá en el intervalo, Rusia ataque a los alemanes, o viceversa. No puedo ver cómo dos perros rabiosos como Hitler y Stalin puedan durante mucho tiempo el evitar atacarse. Y en el conflicto resultante, quizá se olvide el campo de Ploiesti.

—Pero ¿cómo se puede detener al mayor? —dudó Magda. Tenía que hacer pensar a papá, que viera cuan demente era todo esto.

—Quizá Molasar.

—¡Papá, no! —exclamó Magda sin deseos de escuchar lo que había oído.

—Espera un momento —la contuvo papá levantando una mano enguantada en algodón—. Molasar ha insinuado que puede usarme como un aliado contra los alemanes. No sé cómo podría yo resultarle útil, pero esta noche lo averiguaré. Y a cambio le pediré que se asegure de detener al mayor Kaempffer.

—¡Pero no puedes hacer tratos con algo como Molasar! ¡No puedes confiar en que no te matará al final!

—No me interesa mi propia vida. Te lo he dicho, hay más en juego aquí. Y, además, detecto cierto burdo honor en Molasar. Creo que lo juzgas demasiado duramente. Reaccionas a él como mujer y no como estudiosa. Él es un producto de sus tiempos y eran épocas sedientas de sangre. Sin embargo, tiene un sentido del honor nacional que ha sido profundamente ofendido por la mera presencia de los alemanes. Quizá pueda usar eso. Él nos ve como compatriotas valacos y tiene una mejor disposición hacia nosotros. ¿Acaso no te salvó de los dos alemanes con los que te tropezaste anoche? De modo igualmente sencillo te podría haber convertido en su tercera víctima. ¡
Debemos
tratar de usarlo! No hay alternativa.

Magda permaneció ante él buscando otra opción. No pudo encontrarla. Y aunque le repelía, el plan de papá parecía ofrecer algún rastro de esperanza. ¿Estaba siendo demasiado dura con Molasar? ¿Parecía un malvado porque era tan diferente, tan implacablemente extraño? ¿Podría ser él algo similar a una fuerza natural, más que algo conscientemente malvado? ¿Acaso no era el mayor Kaempffer un mejor ejemplo de un ser verdaderamente malvado? No tenía respuestas, estaba buscando a ciegas.

—No me gusta, papá —fue todo lo que pudo decir.

—Nadie dijo que debería gustarte. Nadie prometió una solución fácil; ni siquiera alguna solución para el caso —afirmó y trató de controlar un bostezo, pero perdió la batalla—. Y ahora me gustaría volver a mi habitación. Necesito dormir para el encuentro de esta noche. Necesitaré toda mi capacidad al máximo si he de lograr un convenio con Molasar.

—Un pacto con el demonio —murmuró Magda con voz que bajó hasta convertirse en un murmullo tembloroso. Estaba más asustada que nunca, por su padre.

—No, querida. El demonio en la fortaleza lleva un uniforme negro con una calavera de plata en la gorra y se hace llamar Sturmbannführer.

Magda, renuente, lo llevó de vuelta a la puerta y luego miró hasta que él fue conducido a la torre. Regresó apresuradamente a la posada en un estado de confusión. Todo estaba moviéndose demasiado rápido para ella. Hasta ahora su vida estuvo llena de libros e investigaciones, de melodías y negras notas musicales sobre papel blanco. No estaba hecha para la intriga. Su cabeza giraba todavía con las monstruosas explicaciones de lo que se le contó.

Esperaba que papá supiera lo que hacía. Se había opuesto instintivamente a su planeada alianza con Molasar, hasta que vio la expresión en la cara de papá. Una chispa de esperanza brillaba allí, un fragmento reluciente del viejo deleite que una vez hizo que su compañía fuera todo un placer. Era una oportunidad de que papá realizara algo, en lugar de sólo sentarse en la silla y dejar que hicieran las cosas por él. Necesitaba desesperadamente sentir que podía ser de alguna utilidad para su gente… para cualquiera. Ella no podía robarle eso.

Mientras se acercaba a la posada sintió que el frío de la fortaleza se retiraba finalmente. Se paseó alrededor del edificio buscando a Glenn, pensando que podía estar tomando el sol en la parte posterior. No estaba afuera ni en el comedor cuando ella pasó. Subió las escaleras y se detuvo ante su puerta, escuchando. Todavía no se oía ningún sonido proveniente del interior. Él no le pareció alguien que se levantara tarde; quizá estaba leyendo.

Alzó la mano para tocar y luego la bajó. Era mejor encontrarse con él que buscarlo, pues podría pensar que lo andaba persiguiendo.

De regreso a su propia habitación escuchó el monótono piar de las crías de las aves y llegó a la ventana para descubrir el nido. Pudo ver cuatro pequeñas cabezas que se estiraban sobre el nido, pero la madre no estaba allí. Magda esperaba que ésta se apresurara, pues sus crías sonaban terriblemente hambrientas y desesperadas.

Temó su mandolina, pero después de unos cuantos acordes la bajó de nuevo. Se sentía nerviosa y el constante piar de las crías la estaba poniendo peor. Con un repentino impulso de decisión se dirigió al corredor dando grandes pasos.

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