La fortaleza (34 page)

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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
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Magda le contó todo lo que pudo recordar hasta el momento en que Molasar la depositó en la habitación de papá. Entonces, su voz se ahogó.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—¿Cómo está su padre? —le preguntó Glenn—. ¿Estaba bien?

—Oh, estaba bien —contestó con el dolor acumulado en la garganta. A pesar de su valerosa sonrisa, las lágrimas brotaron de sus ojos y comenzaron a derramarse sobre sus mejillas. Trató cuanto pudo de detenerlas, pero seguían fluyendo—. Me ordenó que me fuera… que lo dejara solo con Molasar. ¿Puede imaginar eso? Después de todo lo que pasé para estar con él, ¡me ordena que me vaya!

La angustia en su voz debió penetrar el estado de preocupación de Glenn, pues se retiró de la ventana y la miró.

—No le preocupó que hubiera sido asaltada y casi violada por esos dos brutos nazis… ¡ni siquiera me preguntó si estaba lastimada! —estalló ella—. Todo lo que le importaba era que yo había acortado su precioso tiempo con Molasar. Soy su hija y le interesa más hablar con esa… ¡esa criatura!

Glenn se acercó a la cama y se sentó junto a ella. Le rodeó la espalda con el brazo y la atrajo suavemente hacia él.

—Su padre está bajo una tensión terrible. Debe recordarlo.

—¡Y
él
debería recordar que es mi padre!

—Sí —acordó Glenn suavemente—. Sí, debería. —Se dio la vuelta yaciendo de espaldas sobre la cama y luego tiró suavemente de los hombros de Magda—. Mira. Recuéstate junto a mí y cierra los ojos. Estarás bien.

Con el corazón golpeándole en la garganta, Magda permitió ser atraída más cerca de él. Ignoró el dolor en su rodilla cuando levantó las piernas del piso y se volvió a mirarlo. Yacían extendidos juntos en la angosta cama, Glenn tenía el brazo bajo ella y Magda apoyaba la cabeza en el hueco de su hombro, con su cuerpo casi tocando el de él y su mano izquierda apretada contra los músculos de su pecho. Los pensamientos sobre papá y el dolor que le causara se retiraron cuando las oleadas de sensación rompieron sobre y a través de ella. Nunca antes había yacido junto a un hombre. Era atemorizante y maravilloso. El aura de su masculinidad la envolvió, haciendo que su mente girara. Sentía un hormigueo en todos los sitios en donde hacían contacto, eran pequeñas descargas eléctricas que saltaban a través de sus ropas… ropas que estaban sofocándola.

Siguiendo un impulso, levantó la cabeza y lo besó en los labios. Él respondió ardientemente durante un momento y luego se retiró.

—Magda…

Ella miró sus ojos y encontró allí una mezcla de deseo, duda y sorpresa. No podía estar más impresionado que ella. No había ninguna idea detrás de ese beso, sólo una necesidad recién despertada que quemaba en su intensidad. Su cuerpo actuaba por voluntad propia y ella no trataba de detenerlo. Este momento podría no repetirse nunca. Tenía que ser ahora. Quería pedirle a Glenn que le hiciera el amor, pero no podía decirlo.

—Algún día, Magda —murmuró él, como si leyera sus pensamientos. Gentilmente volvió a colocar la cabeza de ella sobre su hombro—. Algún día. Pero no ahora. No esta noche.

Le acarició el cabello y le aconsejó que durmiera. Extraña-mente, la promesa fue suficiente para Magda. El calor escapó de ella y con él todas las pruebas de esa noche. Incluso la preocupación sobre papá y lo que podía estar haciendo se alejaron. Unas burbujas ocasionales de preocupación irrumpían todavía en la superficie de la calma que se extendía, pero cada vez eran menos y más espaciadas, sus ondas menores y más distanciadas. Las interrogaciones sobre Glenn pasaron flotando: quién era realmente, y la sabiduría, sin considerar la propiedad de permitirse estar tan cerca de él.

Glenn… parecía saber más de lo que admitía sobre la fortaleza y sobre Molasar. Ella se sorprendió al hablarle sobre la fortaleza como si estuviera tan íntimamente familiarizado con ésta como ella; y él no se sorprendió al oír del cubo de la escalera o de la base de la torre o acerca de la abertura en la escalera que daba al subsótano, a pesar de las referencias impensadas a ellas. En la mente de Magda sólo existía una explicación para esto: él ya los conocía.

Pero estas eran pequeñas preocupaciones sin importancia. Si ella había descubierto la entrada secreta de la torre años antes, no existía ninguna razón por la cual él no pudiera haberla descubierto también. Lo importante ahora era que, por primera vez, esta noche se sentía completamente a salvo y tibia y querida.

Empezó a derivar hacia el sueño.

22

Tan pronto como la losa de piedra se cerró tras de su hija, Theodor se volvió hacia Molasar y encontró las negras pupilas sin fondo de la criatura fijas en él desde las sombras. Toda la noche había esperado interrogar a Molasar sobre las cruces, penetrar en las contradicciones que el pelirrojo había señalado esta mañana. Pero entonces apareció Molasar, llevando a Magda en sus brazos.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Cuza mirándolo desde la silla de ruedas.

Molasar continuó observándolo, sin decir nada.

—¿Por qué? ¡Pensé que ella no sería más que otro bocado tentador para ti!

—¡Abusas de mi paciencia, inválido! —gritó Molasar con la cara cada vez más blanca mientras hablaba—. No podría permanecer de pie, contemplando a dos alemanes violar y profanar a una mujer en mi país, así como no pude quedarme ocioso quinientos años y ver a los turcos hacer lo mismo. ¡Por eso me alié a Vlad Tapes! Pero esta noche los alemanes llegaron más allá de lo que cualquier turco se hubiera atrevido: ¡trataron de cometer el acto dentro de las paredes mismas de mi hogar! —Súbitamente se relajó y sonrió—. Y más bien gocé terminando con sus miserables vidas.

—Estoy seguro que más bien gozaste tu alianza con Vlad.

—Su afición por el empalamiento me dio amplias oportunidades para satisfacer mis necesidades sin atraer la atención. Vlad llegó a confiar en mí. Al final, fui uno de los pocos boyardos en quienes verdaderamente podía confiar.

—No te comprendo.

—No se supone que lo hagas. No eres capaz de hacerlo. Estoy más allá de tu experiencia.

Cuza trató de esclarecer la confusión que revolvía sus pensamientos. Tantas contradicciones… nada era como debería ser. Y colgando encima, de todo, estaba el conocimiento perturbador de que le debía la seguridad de su hija, y quizá su vida, a uno de los no-muertos.

—Sin embargo, estoy en deuda contigo.

Molasar no respondió.

Cuza vaciló y luego empezó a dirigir la pregunta que más deseaba hacer:

—¿Hay más como tú?

—¿Quieres decir no-muertos? ¿Moroi? Solía haberlos. No lo sé ahora. Desde que desperté he percibido tal renuencia de parte de los vivos a aceptar mi existencia, que debo asumir que todos fuimos exterminados durante los últimos quinientos años.

—¿Y todos los demás se aterraban tanto con la cruz?

—No la tienes contigo, ¿o sí? —preguntó Molasar, tensándose—. Te advierto…

—Está oculta adecuadamente —le aseguró—. Pero me pregunto sobre tu miedo —hizo un gesto hacia la fortaleza—. Te has rodeado de cruces de latón y níquel, miles de ellas y, sin embargo, has empavorecido al ver la pequeña cruz de plata que tenía anoche.

Molasar se aproximó a la cruz más cercana y apoyó la mano contra ella.

—Éstas son una artimaña. ¿Ves lo alta que está colocada la cruceta? Tan alto que ya casi no es cruz. Esta configuración no tiene ningún efecto dañino sobre mí. Hice que colocaran miles de ellas en las paredes de la fortaleza, para alejar a mis perseguidores cuando me escondí. No podían concebir que alguien de mi clase se ocultara en una estructura tachonada con «cruces». Y, como lo sabrás, si decido que puedo confiar en ti, esta configuración en particular tiene un significado especial para mí.

Cuza había esperado ansiosamente encontrar una grieta en el miedo que Molasar le tenía a la cruz, pero sintió que esa esperanza se marchitaba y moría. Una gran pesadez se apoderó de él. ¡Tenía que pensar! ¡Y mantener a Molasar aquí, hablando! No podía dejar que se fuera. Todavía no.

—¿Quiénes Son «ellos»? ¿Quién te estaba persiguiendo?

—¿El nombre
glaeken
significa algo para ti?

—No.

—¿Absolutamente nada? —urgió Molasar acercándose más.

—Te aseguro que nunca antes había oído esa palabra. ¿Por qué es tan importante?

—Entonces quizá se han ido —murmuró Molasar, más para sí mismo que para el profesor.

—Explícate, por favor. ¿Quién o qué es un
glaeken
?

—Los
glaeken
eran una secta de fanáticos que comenzó como brazo de la Iglesia durante la Edad Media. Sus miembros observaban la ortodoxia y sólo se reportaban al papa, en un principio. Sin embargo, después de un tiempo se convirtieron en ley por sí mismos. Buscaban infiltrarse en todos los escaños del poder, tener bajo su control a todas las familias reales, para colocar al mundo bajo un solo poder, una religión, un gobierno.

—¡Es imposible! —rechazó el profesor—. ¡Soy una autoridad en historia europea, especialmente de esta parte de Europa, y nunca hubo tal secta!

—¿Te atreves a llamarme mentiroso dentro de los muros de mi hogar? —acusó Molasar, acercándose y desnudando los dientes—.
¡Tonto!
¿Qué sabes de historia? ¿Qué sabías de mí, de los de mi clase, antes de que me revelara yo mismo? ¿Qué sabías de la historia de la fortaleza?
¡Nada!
Los
glaeken
eran una hermandad secreta. Las familias reales nunca oyeron de ellos, y si la Iglesia sabía de su existencia continuada, nunca lo admitió.

Cuza se alejó del hedor a sangre del aliento de Molasar.

—¿Cómo
supiste
de su existencia?

—En una época había cosas en el mundo en las que los
moroi
no fueran cómplices. Y cuando supimos de los planes de los
glaeken
, decidimos ponernos en acción. —Se enderezó con obvio placer—. Los
moroi
lucharon contra los
glaeken
durante siglos. Estaba claro que la exitosa culminación de sus planes sería hostil para nosotros, de modo que repetidamente frustramos sus esquemas, robando la vida de cualquiera en el poder que estuviera a su servicio.

Comenzó a vagar por la habitación.

—Al principio, los
glaeken
ni siquiera estaban seguros de que existiéramos. Pero una vez que se convencieron, nos desataron una guerra a muerte. Uno por uno, mis hermanos
moroi
cayeron a su muerte verdadera. Cuando vi que el círculo se aprestaba a mi alrededor, construí la fortaleza y me encerré, decidido a sobrevivir al último de los
glaeken
y a sus planes para dominar al mundo. Ahora parece que he triunfado.

—Es muy astuto —comentó Cuza—. Te rodeaste de cruces artificiales y te pusiste a hibernar. Pero debo preguntarte, y por favor respóndeme: ¿Por qué le temes a la cruz?

—No puedo discutir sobre eso.

—¡Debes decirme! ¿El Mesías… era Jesucristo…?


¡No!
—gritó Molasar y se apoyó contra la pared, arqueándose.

—¿Qué sucede?

—¡Si no fueras un compatriota, te arrancaría la lengua aquí y ahora! —sentenció.

¡Hasta el nombre de Cristo le causa repugnancia!, pensó Cuza.

—Pero yo nunca…

—¡Nunca lo digas de nuevo! —le advirtió Molasar—. ¡Si en algo valoras cualquier ayuda que pueda proporcionarte, nunca digas ese nombre otra vez!

—Pero solamente es una palabra.

—¡NUNCA! —repitió Molasar recuperando algo de su compostura—. Has sido advertido. Nunca más o tu cuerpo yacerá junto a los alemanes allá abajo.

Theodor sintió como si estuviera ahogándose. Tenía que intentar algo.

—¿Qué hay con estas palabras? Yitgadal veyitkadash shemei raba bealma divera chireutei, veyamlich…

—¿Qué es ese embrollo de palabras sin sentido? ¿Una especie de salmo? ¿Un encantamiento? ¿Estás tratando de alejarme? —Molasar dio un paso, acercándose—. ¿Te has puesto del lado de los alemanes?

—¡No! —fue todo lo que Cuza pudo replicar antes de que su voz se rompiera y se apagara. Su mente se tambaleaba como si hubiera recibido un golpe y se aferró a los brazos de la silla de ruedas con sus manos inválidas, esperando que la habitación se inclinara y lo arrojara fuera. ¡Era una pesadilla! Esta criatura de la oscuridad se encogía ante la vista de una cruz y vomitaba con la mención del nombre Jesucristo. Y, no obstante, las palabras del Kaddish, la oración hebrea a los muertos, eran sólo un ruido sin sentido. ¡No podía ser! Y, sin embargo, era.

Molasar estaba hablando, ajeno al doloroso remolino que se agitaba en el interior de su oyente. Cuza trató de seguir sus palabras. Podrían ser cruciales para la supervivencia de Magda y la suya propia.

—Mi fuerza crece rápidamente. Puedo sentir que regresa a mi. Antes de mucho tiempo, a lo sumo en dos noches, tendré el poder para librar de todos esos extranjeros a mi fortaleza.

Cuza trató de asimilar el significado de las palabras:
fuerza… dos noches más… librar a mi fortaleza
… Pero otras palabras continuaban agitándose atrás de su conciencia, un bajo tono persistente…
Yitgadal veyitkadash shemei
… que bloqueaba su significado.

Entonces llegó el sonido de pesadas botas que corrían hacia la torre golpeando los escalones de piedra hasta los niveles superiores, y el tenue sonido de voces humanas se elevó con furia y miedo en el patio y la disminución momentánea de la luz, de la única bombilla que colgaba allá arriba, señaló una súbita falla en el generador.

—Parece que encontraron los cadáveres de sus dos camaradas de armas —señaló Molasar mostrando los dientes en una sonrisa lupina.

—Y pronto estarán aquí culpándome —añadió Cuza, saliendo, alarmado, de su letargo.

—Eres un hombre de mente —afirmó Molasar dirigiéndose a la pared y dándole a la losa engoznada un empujón casual. Se abrió fácilmente—. Utilízala.

El profesor vio que Molasar se inclinaba y desaparecía en la sombra más profunda de la abertura y deseó seguirlo. Mientras la losa se cerraba, movió su silla rodeando la mesa y se inclinó sobre el
Al Azif
, fingiendo estudiarlo; esperando, temblando.

No fue una larga espera.

Kaempffer irrumpió en la habitación.

—¡Judío! —gritó, agitando un dedo acusador hacia Cuza mientras asumía una postura de piernas abiertas que sin duda consideró a la vez poderosa y amenazadora—. ¡Has fallado, judío! ¡No debí esperar más!

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