Magda se zambulló en la pared emitiendo un pequeño grito y corrió hacia los escalones que daban al subsótano. No parecía ni siquiera remotamente posible que pudiera correr más rápido que él, pero aun así se negaba a ceder. Lo sentía más cerca, pero no miró a su alrededor. En lugar de eso, se precipitó hacia los escalones.
Al aterrizar, su tobillo resbaló en el musgo y comenzó a caer. Unos brazos fuertes, fríos como la noche, la agarraron desde atrás, uno deslizándose alrededor de su espalda y otro bajo sus rodillas. Abrió la boca para gritar por el terror y la repulsión, pero tenía la voz ahogada. Sintió que la levantaba y la llevaba hacia abajo. Después de una mirada breve y horrorizada a las líneas angulosas de la cara pálida y manchada de sangre de Molasar, a su largo y grueso cabello despeinado y a la demencia en sus ojos, se vio alejada de la luz y hacia el subsótano, y ya no pudo ver nada. Molasar giró. La conducía a la escalinata de la base de la torre de observación. Trató de luchar contra él, pero su garra se sobrepuso fácilmente a sus máximos esfuerzos. Finalmente, ella se rindió. Guardaría sus fuerzas hasta que hallara una oportunidad de escapar.
Como antes, sintió un frío entumecedor donde él la tocaba, pese a sus múltiples capas de ropa. Había un olor pesado y rancio alrededor de él. Y aunque no se veía físicamente sucio, parecía… impuro.
La llevó a través de la estrecha abertura en la base de la torre.
—¿A donde…? —graznó las primeras palabras de la pregunta antes de que el terror la estrangulara.
No hubo respuesta.
Magda empezó a temblar mientras se movía por el subsótano. Ahora, en la escalera, sus dientes castañeteaban. El contacto con Molasar parecía robarle el calor corporal.
Todo estaba oscuro a su alrededor y, sin embargo, Molasar subía los escalones de dos en dos con facilidad y confianza. Después de dar una vuelta completa alrededor de la superficie interior de la torre, él se detuvo. Magda sintió los lados del nicho oprimirla, oyó el roce de piedra contra piedra y entonces la luz se derramó sobre ella.
—¡Magda!
Era la voz de papá. Mientras sus pupilas se ajustaban al cambio de claridad, sintió cómo era dejada sobre los pies y liberada. Extendió una mano hacia la voz y sintió cómo tocaba el brazo de la silla de ruedas de papá. Se sostuvo en él, aferrándose como un marinero se agarra de un madero flotante.
—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió él en un angustiado susurro rudo y sorprendido.
—Los soldados… —fue todo lo que pudo decir. Al ajustarse su visión, descubrió a papá contemplándola con la boca abierta.
—¿Te secuestraron de la posada?
—No —negó ella agitando la cabeza—. Entré por abajo.
—Pero ¿por qué harías una cosa tan tonta?
—Para que no te enfrentaras solo a
él
—explicó Magda sin hacer ninguna seña hacia Molasar. El significado de sus palabras era claro.
La habitación se había oscurecido notablemente desde su llegada. Sabía que Molasar estaba de pie en algún sitio tras ella, en las sombras, cerca de la losa engoznada, pero no pudo obligarse a mirar hacia él.
—Dos de los soldados de la SS me atraparon —continuó—. Me arrastraron a un cuarto. Iban a…
—¿Qué ocurrió? —cortó papá con los ojos desorbitados.
—Fui… —Magda miró brevemente por sobre el hombro hacia las sombras— … salvada.
Papá siguió mirándola, ya no con asombro o preocupación, sino con algo más: incredulidad.
—¿Por Molasar? —inquirió.
Magda asintió y finalmente halló la fuerza necesaria, para volverse y enfrentar a Molasar.
—¡Los mató a ambos!
Lo miró. Él estaba de pie en las sombras junto a la abierta losa de piedra, embozado en la oscuridad, como una figura surgida de una pesadilla, con la cara apenas visible pero los ojos brillantes. La sangre había desaparecido de su cara, como si hubiese sido absorbida a través de la piel, más que limpiada. Magda experimentó un escalofrío.
—¡Ahora has arruinado todo! —le reprochó papá sorprendiéndola con la ira que había en su voz—. ¡Una vez que descubran los nuevos cuerpos, me veré sometido a toda la cólera del mayor! ¡Y todo gracias a ti!
—¡Vine para estar contigo! —replicó Magda, herida. ¿Por qué estaba enojado con ella?
—¡No te pedí que vinieras! ¡No te quise aquí antes y no te quiero aquí ahora!
—¡Papá, por favor!
—¡Vete, Magda! —le ordenó, señalando con un dedo retorcido hacia la abertura en la pared—. ¡Tengo demasiado que hacer y muy poco tiempo para hacerlo! Pronto irrumpirán aquí los nazis preguntándome por qué murieron dos hombres más, ¡y no tendré una respuesta! ¡Debo hablar con Molasar antes de que lleguen!
—Papá…
—¡Vete!
Magda se quedó de pie, contemplándolo. ¿Cómo podía él hablarle así? Quería llorar, quería suplicar, quería golpearlo para hacerlo entrar en razón. Pero no podía. No podía desafiarlo, ni siquiera ante Molasar. Era su padre y, aunque sabía que estaba siendo brutalmente injusto, no podía desafiarlo.
Magda se volvió y pasó rápidamente junto al impasible Molasar, introduciéndose en la abertura. La losa se cerró tras ella y se encontró de nuevo en la oscuridad. Buscó la linterna en su cinturón, ¡pero había desaparecido! Debió caérsele en algún sitio.
Tenia dos alternativas: regresar a la habitación de papá y pedirle una lámpara o una vela, o descender en la oscuridad. Después de sólo unos cuantos segundos, eligió esto último. No podría enfrentarse otra vez a papá esta noche. La lastimó más de lo que ella creía poder ser lastimada. Él había cambiado. De algún modo estaba perdiendo su dulzura y la empatía que siempre fuera parte de él. La había despedido esta noche como si fuera una desconocida. ¡Y ni siquiera se preocupó en asegurarse de que tuviera una luz!
Reprimió un sollozo. ¡
No
lloraría! Pero ¿qué podía hacer? Se sentía impotente. Y lo que era peor, se sentía traicionada.
Lo único que le quedaba era abandonar la fortaleza. Comenzó el descenso, confiando sólo en su tacto. No podía ver nada, pero sabía que si mantenía el pie izquierdo junto a la pared y bajaba cada escalón lentamente, llegaría al fondo sin caer a la muerte.
Cuando completó la primera espiral, esperaba a medias oír el extraño sonido raspante a través de la abertura que daba al subsótano. Pero no llegó. En lugar de eso había en la oscuridad un nuevo sonido más fuerte, más cercano, más pesado. Disminuyó el progreso de su marcha hasta que su mano derecha resbaló apartándose de la piedra, y encontró el frío aire que fluía a través de la abertura. El ruido creció mientras escuchaba.
Era un forcejeo, un arrastrarse repugnante, un sonido vacilante que le destempló los dientes y le secó la lengua de modo que se le pegó al paladar. Esto no podía ser causado por las ratas… era demasiado grande. Parecía venir de la oscuridad más profunda, reinante a su izquierda. A su derecha, una tenue luz se filtraba todavía desde el sótano situado arriba, pero sin llegar al área de donde provenía el sonido. Era igual. Magda no quería ver lo que había ahí.
Atravesó a tientas la abertura, salvajemente y durante un momento aturdidor no pudo encontrar el extremo más alejado. Entonces, su mano hizo contacto con la piedra, fría y asombrosamente sólida, y continuó descendiendo más rápido que antes, peligrosamente rápido, con el corazón golpeándole y la respiración jadeante.
Si la cosa en la fortaleza estaba siguiéndola, tenía que estar fuera para cuando la cosa llegara al cubo de la escalera.
Continuó bajando, bajando interminablemente, mirando con frecuencia sobre su hombro, en un esfuerzo instintivo é infructuoso por ver en la oscuridad. Un rectángulo tenue le indicó que había llegado al fondo y tropezó con él, atravesándolo y saliendo a la niebla. Cerró la losa y se apoyó contra ella, jadeando con alivio.
Después de calmarse, se dio cuenta de que no había escapado de la atmósfera malévola de la fortaleza por haber salido simplemente de sus paredes. Esta mañana, la vileza que permeaba la fortaleza se había detenido en el umbral; pero ahora se extendía más allá de sus muros. Comenzó a caminar y tropezar en la oscuridad. No fue sino hasta que estuvo en el riachuelo cuando sintió que había escapado del aura de maldad.
Súbitamente oyó unos gritos tenues que venían de arriba y la niebla se iluminó. Habían encendido al máximo las luces de la fortaleza. Alguien debió encontrar los dos cuerpos recién asesinados.
Magda continuó alejándose de la fortaleza. La luz extra no era una amenaza, pues no la alcanzaba. Se filtraba hacia abajo, como la luz del sol vista desde el fondo de un lago sombrío. La luz era, captada y retenida por la niebla, que la hacía más densa y más blanca, cubriendo a Magda en lugar de revelar su posición. Esta vez atravesó el arroyo chapoteando descuidadamente, sin detenerse para quitarse los zapatos y las medias, pues quería alejarse de la fortaleza lo más pronto posible. La sombra de la calzada pasó sobre su cabeza y pronto estuvo en la base del montón de desperdicios. Después de un breve descanso que le permitió recuperar el aliento, comenzó a subir hasta que llegó al nivel más alto de niebla. Ésta llenaba la cañada casi por completo, ahora sólo quedaba una corta distancia hasta la cima. Unos cuantos segundos de quedar expuesta y estaría a salvo.
Se impulsó sobre la orilla y corrió semiagazapada. Cuando sintió que los arbustos la envolvían, su pie tropezó con una raíz y cayó de cabeza, golpeándose la rodilla izquierda contra una roca. Se abrazó la rodilla llevándosela hasta el pecho y comenzó a llorar emitiendo largos y ruidosos sollozos que superaban la magnitud del dolor. Era angustia por papá y alivio por estar a salvo lejos de la, fortaleza, era una reacción a todo lo que viera y oyera allí, a todo lo que le hicieron o casi le hicieron.
—Estuvo en la fortaleza —exclamó una voz.
Era Glenn. No podía pensar en alguien a quien tuviera más ganas de ver en ese momento. Secándose los ojos apresuradamente con la manga, se puso en pie, o más bien lo intentó. La rodilla lastimada mandó un dolor cortante a lo largo de su pierna y Glenn estiró la mano para evitar que cayera.
—¿Está lastimada? —indagó con voz suave.
—Es sólo una magulladura —lo tranquilizó.
Trató He dar un paso, pero la pierna se negó a soportar su peso. Glenn la alzó en brazos sin decir una palabra y empezó a cargarla de vuelta a la posada.
Era la segunda vez en esta noche que la cargaban así. Pero esta vez era, diferente. Los brazos de Glenn eran un tibio santuario que derretía el frío que le dejara el contacto de Molasar. Cuando se inclinó hacia él, sintió que todo el miedo manaba, saliéndosele. Pero ¿cómo había llegado él detrás de ella sin que lo oyera? ¿O había estado allí todo el tiempo, esperándola?
Magda dejó que su cabeza reposara sobre su hombro, sintiéndose segura y en paz.
Si sólo pudiera sentirme siempre así
…
La cargó sin esfuerzo, atravesando la puerta principal de la posada y el recibidor vacío, subiendo las escaleras y entrando a la habitación de ella. Después de depositarla gentilmente en la orilla de la cama, se arrodilló ante ella.
—Veamos esa rodilla.
Magda dudó al principio y luego se levantó la falda sobre la rodilla izquierda, dejando que la derecha quedara cubierta y manteniendo el resto de la pesada tela apretado alrededor de sus muslos. En el fondo de su mente yacía la idea de que no debería estar sentada en una cama mostrándole la pierna a un hombre que apenas conocía. Pero de algún modo…
Su áspera media azul oscuro se hallaba desgarrada y revelaba una magulladura violeta en la rótula. La carne estaba hinchada y entumecida. Glenn se dirigió al extremo más cercano del ropero, sumergió un paño en el lavamanos y luego colocó la tela sobre su rodilla.
—Esto debe ayudar —comentó.
—¿Qué está mal en la fortaleza? —le preguntó ella, contemplando su cabello rojizo y tratando de ignorar, y sin embargo revelando, el calor hormigueante que subía insistentemente por su muslo, en donde la mano de él sostenía la tela contra su carne.
—Estuvo allí esta noche —afirmó él levantando la vista—. ¿Por qué no me lo dice?
—Estuve allí pero no puedo explicar, o quizá no puedo aceptar, lo que está sucediendo —reconoció Magda—. Sé que el despertar de Molasar cambió la fortaleza. Yo amaba ese lugar. Ahora le temo. Hay una…
iniquidad
muy definida allí. No tienes que tocarla o verla para estar consciente de su presencia, así como a veces no tienes que mirar hacia afuera para saber que habrá mal tiempo. Ocupa el aire mismo… y se filtra por los poros.
—¿Qué tipo de «iniquidad» percibe en Molasar? —acució Glenn.
—Es malévolo. Sé que esto es vago, pero quiero decir malévolo. Inherentemente malévolo. Es una maldad antigua y monstruosa que medra en la muerte, que valora todo lo que es nocivo para la vida, que odia y teme todo lo que apreciamos. —Se estremeció, apenada por la intensidad de sus palabras—. Eso es lo que siento. ¿Tiene algún significado para usted?
Glenn la contempló de cerca durante un largo momento antes de responderle:
—Debe ser extremadamente sensible para haber percibido todo eso.
—Y aun así…
—Y aun así, ¿qué?
—Y aun así, Molasar me salvó esta noche de las manos de dos prójimos humanos que definitivamente debieron aliarse a mí contra él.
—¿Molasar la salvó? —sondeó Glenn con las pupilas de sus ojos azules dilatadas.
—Sí. Mató a dos soldados alemanes —explicó ella. Respingó al recordar—. Los mató en forma horrible… pero no me hizo daño. Resulta extraño, ¿no es cierto?
—Mucho —corroboró él. Dejó el paño mojado en su lugar y retiró la mano de la rodilla de Magda, pasándosela por el rojo de su cabello. Magda quería que la pusiera de nuevo donde había estado, pero él parecía preocupado—. ¿Escapó de él?
—No. Me llevó con mi padre —respondió. Observó a Glenn considerar esto y luego asentir como si tuviera algún tipo de significado para él—. Y hay algo más.
—¿Sobre Molasar?
—No —aclaró—. Algo más en la fortaleza. En el subsótano… algo se movía allí. Quizá es lo que causaba antes el ruido raspante.
—Ruido raspante —repitió Glenn en voz baja.
—Raspando, arañando… desde muy adentro del subsótano.
Glenn se levantó sin decir una palabra y llegó hasta la ventana. Se mantuvo inmóvil, contemplando la fortaleza.
—Dígame todo lo que le sucedió esta noche, desde el momento en que entró a la fortaleza hasta que la abandonó. No omita ningún detalle.