La fortaleza (29 page)

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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
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—¿Es costumbre que los judíos lleven cruces?

—Mi hija me la consiguió prestada; una herramienta para un experimento.

—¿Dónde la obtuvo? —preguntó Glenn volviéndose hacia ella.

—De uno de los oficiales de la fortaleza. —¿A dónde pretendía llegar con todo esto?

—¿Era suya?

—No. Me dijo que provenía de uno de los soldados muertos —ella empezó a seguir el hilo de la deducción que él parecía estar siguiendo.

—Es extraño —declaró Glenn volviendo su atención a papá— que esta cruz no salvara al soldado que la poseyó al principio. Uno pensaría que una criatura que teme a la cruz, evitaría una víctima así y buscaría otra que no llevara, ¿cómo lo llamaremos?, talismán protector.

—Quizá la cruz estaba guardada bajo su camisa —sugirió papá—. O en su bolsillo, o quizá incluso en su habitación.

—Quizá —sonrió Glenn—. Quizá.

—No pensemos en eso, papá —rogó Magda, deseosa de reforzar cualquier idea que pudiese elevar los caídos ánimos de su padre.

—Cuestiónese todo —aconsejó Glenn—. Siempre cuestiónese todo. No debería recordarle eso a un erudito.

—¿Cómo sabe que soy un erudito? —espetó papá con una chispa del viejo fuego en los ojos—. A menos que mi hija se lo haya dicho.

—Iuliu me lo dijo. Pero hay algo más que no ha considerado y es tan obvio que ambos van a sentirse tontos cuando se los diga.

—Háganos sentir tontos entonces —le espetó Magda—. ¡Por favor!

—Muy bien. ¿Por qué un vampiro que teme tanto a las cruces habita en una estructura cuyas paredes están cubiertas de ellas? ¿Puede explicar eso?

Magda miró a su padre y lo halló viéndola a su vez.

—¿Sabe? —aceptó papá sonriendo dócilmente—, he estado en la fortaleza tantas veces, y me he preguntado sobre ella tanto tiempo, ¡que ya ni siquiera veo las cruces!

—Es comprensible. Yo mismo he estado allí algunas veces y, después de un tiempo, en efecto parecen fundirse con lo demás. Pero la pregunta permanece: ¿Por qué un ser que encuentra repulsiva la cruz se rodea de incontables cruces? —se irguió y levantó la silla con facilidad, colgándosela del hombro—. Y ahora, creo que iré a pedirle algo de desayunar a Lidia y dejar que ustedes dos encuentren la respuesta. Si es que hay una.

—Pero ¿cuál es su interés en esto? ¿Por qué está usted aquí?

—Sólo soy un viajero —respondió Glenn—. Me gusta esta zona y la visito regularmente.

—Parece estar más que un poco interesado en la fortaleza. Y también que sabe bastante sobre ella.

—Estoy seguro que usted sabe mucho más que yo —afirmó Glenn encogiéndose de hombros.

—Quisiera saber cómo evitar que mi padre vuelva allá esta noche —especuló Magda.

—Debo volver, querida.
Debo
enfrentarme de nuevo a Molasar.

Magda se frotó las manos. Se le habían enfriado ante la idea de que papá regresara a la fortaleza.

—Es sólo que no quiero que ellos te encuentren con la garganta desgarrada como a los otros.

—Hay cosas peores que pueden pasarle a un hombre —afirmó Glenn.

Golpeada por su cambio de tono, Magda levantó la vista y encontró que toda la cálida disposición y la ligereza habían desaparecido de su rostro. Estaba contemplando a papá. La escena duró sólo unos cuantos segundos y luego sonrió de nuevo.

—El desayuno espera —comentó—. Estoy seguro de que los veré de nuevo durante nuestras respectivas estadías. Pero una cosa más antes de que me vaya.

Caminó hacia la parte posterior de la silla de ruedas y la giró en un arco de 180 grados con su mano libre.

—¿Qué está haciendo? —gritó papá. Magda se puso en pie de un salto.

—Sólo ofreciéndole un cambio de escenario, profesor. Después de todo, la fortaleza es un lugar muy tenebroso. Este es un día muy hermoso para entregarse a él.

Señaló hacia el suelo del paso.

—Mire al sur y al este en lugar de al norte. Pese a toda su severidad, esta es la parte más hermosa del mundo. Vea cómo está reverdeciendo la hierba y cómo las flores silvestres comienzan a florecer en los riscos. Olvide la fortaleza durante un tiempo.

Por un momento, capturó y sostuvo los ojos de Magda con los suyos y luego se fue, dando vuelta a la esquina, con la silla balanceándose en su hombro.

—Es un tipo extraño —escuchó que decía papá con un toque de risa en la voz.

—Sí. Ciertamente lo es —aceptó ella. Pero aunque encontraba extraño a Glenn, sentía que tenía una deuda de gratitud con él. Por razones que sólo él conocía, se había inmiscuido en su conversación, apropiándose de ella, levantando los ánimos de su padre desde su punto más bajo, llevándose las dudas más dolorosas de papá y arrojando a su vez dudas nuevas. Lo había manejado hábilmente y con efectos notables. Pero ¿por qué? ¿Qué le importaba el tormento interno de un viejo e inválido judío de Bucarest?

—Sin embargo, tiene algunos puntos buenos —continuó papá—. Algunos puntos excelentes. ¿Por qué no se me habían ocurrido?

—Ni a mí.

—Por supuesto que él no acaba de tener un encuentro personal con una criatura que hasta ahora sólo era considerada como la invención de una imaginación horripilante —repuso con un tono ligeramente defensivo—. Es fácil para él ser más objetivo. Por cierto, ¿cómo lo conociste?

—Anoche, cuando salí a la orilla de la cañada para vigilar tu ventana…

—¡No deberías preocuparte tanto por mí! Olvidas que yo fui quien ayudó a
criarte
y no al contrario.

Magda ignoró la interrupción.

—… cabalgaba y parecía ir directamente a la fortaleza. Pero se detuvo cuando vio las luces y a los alemanes.

Papá pareció considerar esto brevemente y luego cambió de tema:

—Hablando de alemanes, será mejor que regrese antes de que vengan a buscarme. Prefiero entrar de nuevo a la fortaleza yo mismo, que a punta de pistola.

—¿No hay forma de que podamos…?

—¿Escapar? ¡Por supuesto! ¡Sólo empújame por el camino del desfiladero hasta llegar a Campiña! ¡O quizá podrías ayudarme a subir al lomo de un caballo, eso seguramente acortaría el viaje! —Su tono se hizo más acre mientras hablaba—. O lo que es mejor, ¿por qué no vamos y le pedimos a ese mayor de la SS que nos preste uno de sus autos plataforma? ¡Sólo para un paseo vespertino, le diremos! Estoy seguro de que aceptará.

—No hay ninguna necesidad de que me hables de ese modo —le reprochó ella, aguijoneada por su sarcasmo.

—¡Y no hay ninguna necesidad de que te tortures con la esperanza de que los dos podamos escapar! Los alemanes no son tontos. Saben que yo no puedo escapar y no creen que tú te irías sin mí. Aunque yo quiera. Por lo menos, uno de nosotros estará a salvo entonces.

—¡Aunque
no pudieras regresar
, regresarías a la fortaleza! ¿No es cierto, papá? —replicó Magda. Comenzaba a entender su actitud—.
Quieres
regresar allá.

—Estamos atrapados aquí y siento que debo aprovechar la oportunidad de mi vida entera —explicó él sin enfrentar su mirada—. ¡Sería un traidor al trabajo de toda mi vida si la dejara escapar!

—¡Aun si un avión aterrizara ahora mismo en el paso y el piloto nos ofreciera liberarnos, no irías! ¿O sí?

—¡
Debo
verlo de nuevo, Magda! ¡Debo preguntarle sobre todas esas cruces en las paredes! ¡Cómo llegó a ser lo que es! Y, sobre todo, debo averiguar por qué le teme a la cruz. ¡Si no lo hago, enloqueceré!

Ninguno habló durante los siguientes momentos. Largos momentos. Pero Magda percibió que había algo más que el silencio entre ellos. Una brecha que se ensanchaba. Sintió que papá se alejaba, se adentraba en sí mismo, dejándola fuera. Eso nunca había sucedido antes. Siempre habían sido capaces de discutir las cosas. Ahora él no parecía querer hacerlo. Sólo deseaba regresar con Molasar.

—Llévame de regreso —fue todo lo que él dijo cuando el silencio continuó, volviéndose intolerable.

—Quédate un poco más —le suplicó—. Has estado demasiado tiempo en la fortaleza. Creo que te está afectando.

—Estoy perfectamente bien, Magda —interpuso él—. Y yo decidiré cuándo haya estado demasiado tiempo en la fortaleza. Ahora, ¿vas a llevarme de regreso o tendré que esperar hasta que vengan los nazis y me lleven?

Mordiéndose el labio por el enojo y el desaliento, Magda se colocó detrás de la silla y la volteó hacia la fortaleza.

20

Se sentó a unos cuantos metros detrás de la ventana, desde donde podía escuchar el resto de la conversación de abajo, manteniéndose, sin embargo, fuera de la vista en caso de que Magda la levantara por casualidad otra vez. Había sido descuidado antes. En su precipitación por escuchar, se inclinó sobre el antepecho. Y la mirada inesperada de Magda lo encontró. En ese punto decidió que se requería un asalto frontal y bajó para unírseles.

Ahora parecía haber muerto toda conversación. Cuando escuchó que las rechinantes ruedas de la silla del profesor empezaban a girar y vio que la pareja se alejaba con Magda empujando desde atrás, aparentemente calmada a pesar de la agitación que él sabía que bramaba en su interior, asomó la cabeza por la ventana para lanzarle una última mirada en tanto ella daba vuelta a la esquina y se perdía de vista.

Siguiendo un impulso, salió corriendo por su puerta y llegó al corredor vacío, donde tres largos pasos diagonales lo llevaron hasta el cuarto de Magda. La puerta se abrió cuando la tocó y avanzó directamente hacia la ventana. Ella estaba en el sendero que llevaba a la calzada, empujando a su padre por delante.

Gozaba viéndola.

Ella le interesó desde su primer encuentro a la orilla de la cañada, cuando se le enfrentó con esa calma exterior y, sin embargo, aferrando una pesada piedra en la mano todo el tiempo. Y más tarde, cuando se encaró a él en el recibidor de la posada, negándose a ceder su cuarto, y él la vio entonces por primera vez a la luz, con sus ojos café oscuro de venado y las mejillas coloreadas… le gustaba cómo se veía y era adorable cuando sonreía. Sólo había hecho eso una vez en su presencia, arrugando los ojos en los extremos y revelando unos dientes blancos y parejos. Y su cabello… los pequeños mechones que viera eran café lustroso… debía ser encantadora con el cabello suelto en lugar de escondido.

Pero la atracción era más que física. Está hecha de buena pasta esa Magda. La vio llevar a su padre hasta la puerta y entregarlo a los guardias que estaban allí. La puerta se cerró y ella quedó sola al final de la calzada. Cuando se volvió y caminó de regreso, él se retiró hasta la mitad de la habitación de ella, a modo de no ser visible en la ventana. La miró desde allí.

¡Mírenla! ¡Cómo se aleja de la fortaleza! Sabe que cada par de ojos en esa pared está sobre ella y que en este mismo momento está siendo desnudada y gozada en media docena de mentes por lo menos. Y, no obstante, camina con los hombros echados atrás y el paso ni apurado ni retozón. Perfectamente compuesta, como si hubiera hecho una entrega rutinaria y estuviera dirigiéndose a la siguiente. Y todo el tiempo está temblando en su interior.

Sacudió la cabeza con silenciosa admiración. Hacía mucho aprendió a esconderse tras una cubierta de calma impenetrable. Era un mecanismo que lo mantenía aislado, que lo hacía permanecer un paso alejado de un contacto demasiado íntimo, reduciendo sus oportunidades de comportarse impulsivamente. Le permitía una visión clara, serena y desapasionada de todo y de todos a su alrededor, aun cuando todo fuera un caos.

Se dio cuenta de que Magda era una de esas raras personas con el poder de penetrar su cubierta y de causar turbulencia en su calma. Se sentía atraído hacia ella y tenía su respeto, algo que raramente le otorgaba a alguien.

Pero no podía permitirse involucrarse ahora. Debía mantener su distancia. Sin embargo… había estado sin una mujer durante mucho tiempo y ella le despertaba sentimientos que creía muertos para siempre. Era bueno sentirlos de nuevo. Ella había atravesado su guardia y él percibía que estaba deslizándose por la de ella. Sería agradable.

¡No! No puedes involucrarte. No puedes permitirte estar preocupado. No ahora. ¡De todos los momentos, ahora no! Sólo un tonto…

Y no obstante…

Suspiró. Sería mejor encerrar de nuevo sus sentimientos, antes de que las cosas se le escaparan de las manos. De otro modo, el resultado sería desastroso. Para ambos.

Ella casi llegaba a la posada. Él dejó la habitación cerrando la puerta cuidadosamente tras de sí y regresó a su propio cuarto. Se dejó caer en la cama y reposó con las manos detrás de la cabeza esperando sus pasos en la escalera. Pero no llegaron.

Para sorpresa de Magda, descubrió que mientras más se acercaba a la posada pensaba menos en papá y más en Glenn. La culpa la molestaba. Había dejado a su inválido padre solo, rodeado de nazis, para enfrentar a un no-muerto esta noche, y sus pensamientos se dirigían a un extraño. Caminando lentamente hacia la parte posterior de la posada, experimentó una sensación de ligereza en el pecho y una aceleración del pulso al pensar en él.

Falta de alimento, se dijo a sí misma. Debería haber comido algo en la mañana.

No había nadie ahí. La silla de barrotes que Glenn le ofreciera estaba solitaria bajo el sol. Miró hacia arriba, a la ventana. Tampoco había nadie allí.

Recogió la silla y la llevó hacia el frente, diciéndose que lo que sentía era hambre, no decepción.

Recordó que Glenn había dicho que iba a desayunar. Quizá estaba adentro. Se apresuró. Sí, se sentía hambrienta.

Entró y vio a Iuliu sentado a su derecha en la alcoba que fungía como comedor. Había rebanado un gran trozo de un queso redondo y bebía un poco de leche de cabra. Al parecer comía, al menos, seis veces diarias.

Estaba solo.

—¡
Domnisoara
Cuza! —la llamó—. ¿No quiere un poco de queso?

Magda asintió y se sentó. Ahora no se sintió tan hambrienta como creyó antes, pero definitivamente necesitaba algo de alimento para seguir adelante. Además, había algunas preguntas que deseaba hacerle a Iuliu.

—Su nuevo huésped —comentó casualmente, tomando una rebanada de queso blanco del costado del cuchillo— debe haberse llevado el desayuno a su habitación.

—¿Desayuno? —preguntó Iuliu frunciendo el ceño—. No tomó el desayuno aquí. Pero muchos viajeros traen su propia comida con ellos.

Magda arrugó las cejas. ¿Por qué había dicho él que iba a ver a Lidia para obtener su desayuno? ¿Un pretexto para retirarse?

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