A quien habría querido ver era a Juan, del que no sabía gran cosa, suponía que le iba bien y además, en su particular estado de ánimo, intuía que era el único que lo comprendería. «Nuestro hermano puso un taller de fundición en la colonia Tablas de San Agustín, camino a Pachuca. Pronto vendrá a darnos un sablazo», le dijo Leticia irónica. «Me gustaría conversar con él». «Me sorprendes, siempre dices que es un bueno para nada». «Ya ves, Leticia, yo también puedo sorprender». «Lo dudo, tienes todo menos imaginación».
Cuando en una revista hojeada al azar en la peluquería vio el rostro sonriente de Beristáin al lado de una sofisticada joven en el baile Blanco y Negro del Jockey Club, Lorenzo se sintió traicionado. Cada vez detestaba más a los trescientos y algunos más fotografiados en la sección de Sociales de
El Universal
y de
Excélsior
. A raíz de una discusión, Diego le había espetado: «Hermano, estás frente a un anti-comunista. Vasconcelos tenía mucha razón al decir que Rusia está deshonrada por una dictadura de espionaje y brutalidad sin precedente», y Lorenzo abandonó la mesa profundamente defraudado. «Te estás volviendo tan jacobino como Narciso Bassols, que acaba de rechazar ser ministro de la Suprema Corte de Justicia y le dijo a Ávila Camacho que no sólo no estaba de acuerdo con su gobierno sino que iba a combatirlo».
Era lo que quería Lorenzo, combatir. Y hacerlo al lado de hombres como Bassols, incapaces de ir tras un puesto político.
—¿Así es que a ti te jala «el campeón de las renuncias»? —rió Beristáin.
—¿Así le dicen a Bassols?
—Sí. Hasta el cargo de secretario de Educación Pública rechazó en 1934, y eso que lo había sido de Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez. También le dijo que no a la Secretaría de Gobernación por estar en contra de las casas de juego. Mira, admiro su valor civil pero Bassols vive fuera de la realidad.
—¿Porque no le hace el juego a la bola de ratas en el gobierno? ¿Porque quiere modernizar la educación en México? ¿Porque se ha manifestado en contra del dispendio? ¿Porque se opone al boato de la clase privilegiada? ¿Porque no quiere que México imite a París y se hunda en el afrancesamiento que nos imbeciliza? ¡No me digas que vas a convertirte en el abogado de la derecha y a utilizar sus mismos argumentos!
—No sigas, hermano, no sigas, tu veneno va a llegar hasta la calle de Bucareli.
Sin saberlo, al hablarle de Bassols, Diego le había abierto una puerta y apenas vio anunciada la fundación de la Liga de Acción Política encabezada por él, se presentó a la primera junta. Víctor Manuel Villaseñor y Manuel Mesa Andraca, Ricardo J. Zevada y Emigdio Martínez Adame rechazaban a priori cualquier acercamiento al poder, que por serlo era corrupto.
—¿Conoces la Universidad Obrera, Diego?
—Para serte sincero me repele Lombardo Toledano por más grande que sea su elocuencia. Finge estar con las masas, vivir como las masas, cuando en realidad lo que quiere es imponerse sobre ellas, pero en fin, vamos a tu universidad.
La clase fue mala, el maestro titubeante hablaba frente a un obrero dormido bajo su gorra ferrocarrilera y en el fondo de la sala resonaban unas agujas de tejer. «El proyecto es bueno pero el
hic
está en cómo llevarlo a la práctica», dijo Diego sinceramente apenado. «Con gusto vendría a dar clase pero creo que soy más útil en la Universidad».
El grito de un obrero en la asamblea de la Liga de Acción Política: «¿Cómo voy a ser libre si no “conozco”?», conmovió a Lorenzo hasta los huesos. A su lado, un muchacho más o menos de su edad, José Revueltas, se puso de pie de inmediato.
—Tiene toda la razón el compañero. El analfabetismo que nos aqueja es monstruoso. ¡Ni libros tenemos!
Al día siguiente Lorenzo, febril, regaló los suyos, algunos como sudarios de tan leídos. Dostoievski, Tolstoi, Romain Rolland. Pepe, que así le decían al flaquito, los hojeó amorosamente. «¿Así es que usted es de los nuestros, compañero? Aspiro a llegar a escribir una novela como éstas. Empecé una,
El quebranto
, que se me ha hecho perdediza, a lo mejor me la volaron, ahora estoy en otra,
Los muros de agua
. Chejov y Gorki son más grandes que Tolstoi, cuya figura me disgusta porque está lleno de la más estúpida de las pasiones; la piedad, ese amor hacia abajo, sin truenos, sin rayos, sin exaltaciones de tormenta».
Ni José ni Lorenzo habían participado en el movimiento vasconcelista: eran demasiado jóvenes, aunque Lorenzo presenció las desbordantes movilizaciones ciudadanas a favor de Vasconcelos y se indignó con el fraude electoral. Vasconcelos llamó a un levantamiento armado para luego hacerse ojo de hormiga, exiliarse y dejar colgados a sus seguidores. «Yo no fui vasconcelista porque como filósofo Vasconcelos es un buen novelista», sonreía Revueltas. «Todavía puede darnos una sorpresa», protestaba Lorenzo. «Ya no, ya no, es un anciano de cuarenta y nueve años».
Pepe fumaba sin cesar, lo mismo Lorenzo. Entre fumada y fumada hablaban del proletariado, un clavo ardiente entre sus ojos enrojecidos por el humo. «Soy un inconforme, un aguafiestas, un acérrimo enemigo del gobierno, compañero Tena». A Lorenzo lo conmovió la repetición de una frase de Goethe que más tarde habría de hacer suya. «Gris es toda teoría, verde es el árbol de oro de la vida». «¿Conoce el
Fausto
de Goethe? ¿
La Montaña Mágica
de Thomas Mann? Es una novela prodigiosa. Léala, van a apasionarle las disquisiciones filosóficas de Settembrini». Revueltas la había leído en su idioma original. «Es que yo estudié hasta el cuarto año en el Colegio Alemán».
De más en más intrigado, Lorenzo esperaba con impaciencia a Pepe en la sede de la Liga. «¡Revueltas!», lo saludaba al verlo entrar, «¡Revueltas!», y éste le sonreía. «¡Cómo me gusta, compañero, que me recibas usando mi sonoro apellido y no ese Pepe que todos emplean!».
«Siento mucho más afinidad con Revueltas que con la pandilla», concluyó Lorenzo. Cuando supo que en 1932, a los diecisiete años, después de un largo encarcelamiento en las Islas Marías, lo liberaron por ser menor de edad y tres años más tarde salió de nuevo en una cuerda a las Marías, donde pescó un paludismo que todavía le duraba, su admiración no tuvo límites. Los cañones de las pistolas en contra de su costillar, Revueltas conservaba en la cabeza cicatrices y chipotes de cachazos cuando lo detuvieron a patadas, rompiéndole dos costillas con la punta de los zapatos. Sabía lo que era una huelga de hambre, había dormido sobre la plancha de concreto de un calabozo, podía arengar a una multitud y disparar un arma. Su hermano, Fermín, cargaba pistola. La política es cosa de hombres. Para los Revueltas la protesta, los motines, la persecución, eran pan de cada día. ¿Dónde estaba él, Lorenzo de Tena, cuando Revueltas, recluido en el Tribunal de Menores, estudiaba marxismo? De Tena no sabía siquiera lo que era el VII Congreso de la Internacional Comunista, y Revueltas, designado miembro de la delegación mexicana con Hernán Laborde y El Ratón, Miguel Ángel Velasco, había viajado a Moscú y estrechado la mano del mismito Stalin. «¡Qué gente los rusos, hermano, qué gente! La única tragedia es que allá recibí la noticia de la muerte de mi hermano Fermín».
Por El Pajarito Revueltas, De Tena empezó a darse cuenta de lo que significa vivir en la clandestinidad. Jamás había experimentado ese sentimiento de peligro. «Si tú estás en contra del gobierno te van a perseguir, tú sabes si le sigues o aquí le paras».
Su ropa ya no lo distinguía de los demás. Tampoco su hambre. El Pajarito y él iban y venían sudorosos, conscientes de la fatiga del mecapalero encorvado. Revueltas los llamaba «compañeros». «Cédale usted el paso a la compañera, Tena», y pasaba la mujer de grueso torso con su canastón de sábanas apiladas. ¡Cuánta gente! La multitud lo aturdía y lo repelía, «hay que perderse en ella, compañero». La ciudad, qué afán de sobrevivencia aunque en las esquinas, recargados en los postes, los vagos esperaban durante horas rascándose las verijas. «Huevones», los llamaba Lorenzo; «desempleados», José Revueltas.
—El alcoholismo, la mugre, la irresponsabilidad, ¿cómo combatirlos?
—No estoy seguro de que el alcohol sea tan dañino, compañero Tena, me ha dado mis más grandes iluminaciones, me lanza al espacio sideral.
—¿Y usted qué sabe del espacio?
Por el espacio se tutearon, y el espacio inconmensurable hizo de ellos dos cabezas de la misma aguja. Vivían en la febrilidad. Incapaces de decir que no, el agotamiento iba ganando terreno. «Nos sentiríamos horriblemente culpables de no asistir», alegaba Revueltas. Corrían a la imprenta, contrataban el local y una hora después el dueño pedía un anticipo desmesurado. Caminaban como locos a la colonia Guerrero para ayudar a la familia a juntar sus triques sobre la acera, intentaban buscarle un nuevo alojamiento y entre tanto los fichaba la policía. «¿Será la militancia una introducción a la locura?», inquiría Lorenzo. Vivían en un desgarramiento continuo y a la merced de su imprevisión. Perdían tiempo y energía buscando el porqué del retraso mexicano. «México tiene que situarse a la vanguardia revolucionaria del continente, compañero. Tenemos una ventaja, ya vivimos lo que Europa vive hoy, mandamos a nuestras masas a la muerte en 1910. También la Unión Soviética ya lo vivió, y por eso mismo la unión proletaria ganará. Para aumentar nuestra producción, lo primero es crear conciencia social, una mística. En Moscú, muchos jóvenes del Komsomol participaron gratuitamente en la construcción del metro. ¡Ésa es gente llena de blancura!».
Según Revueltas, lo importante en las tareas del Partido en provincia eran los contactos. A él se le había ido el tiempo en conseguir un medio de transporte porque ni brecha, qué digo, ni caballo siquiera hasta que algún ranchero aceptaba llevarlo en ancas. «No creas, compañero, casi todo el esfuerzo se desgasta en tratar de llegar, y cuando llegas, en encontrar compañeros dispuestos a escucharte, qué comer, dónde dormir porque el cuate del PC no está o se llevó la llave y pierdes tu energía en la llamada logística, no hay equipo de sonido y todos andan como ausentes hasta que una noche te preguntas “¿Qué hago aquí?” y ya no te aguantas ni a ti mismo. “Ah, usted viene a dar lecciones a todo el mundo”, me dijo uno de los líderes locales de la huelga de Camarón y me propinó una bofetada. No vayas a esperar que te den las gracias, Lorenzo, ésa es una reacción pequeño-burguesa».
Sin embargo, Pepe exclamaba con una enorme sonrisa: «Todo esto me hace estar encantado de haber nacido».
La imagen que Tena y Revueltas tenían de sí mismos era irreal. Ni se aceptaban ni se perdonaban. «Desconfía y acertarás», decía Lorenzo y José completaba su pensamiento: «El primero del que tienes que desconfiar es de ti mismo. ¡Quién sabe de cuántas barbaridades somos capaces! Y ahora dame una planilla».
—No tengo, hermano, vámonos a pie.
Caminaban la ciudad entera. De los dos, Revueltas era el de la experiencia y dormía tranquilo en la banca de cualquier parque. Aguantaba hasta cuatro días sin comer. Con un lacónico «ya me acostumbré» borraba el mal rato. «Llénate de líquido, el agua engaña el hambre, además eres más joven que yo y por lo tanto más fuerte».
Al igual que Bassols, su tema era la lucha obrera. Insistía en la escuela rural laica y en la atención al campo. «Todos los mexicanos en buenas condiciones deberían ser maestros rurales». Lorenzo se ofreció para enseñar matemáticas en la secundaria de Octavio Silva Bárcenas, a la salida de la carretera a Puebla. Llegar hasta allá era una odisea que lo exaltaba. En el aula, ninguna señal de reconocimiento. «Es hasta ofensivo», le comentó a Revueltas. «Los rostros son de piedra y me siento muy mal». ¿Era eso el socialismo, hacer por obligación moral todo lo que uno no quiere hacer?
—A mí tampoco me gusta enseñar, compañero. A mí lo que me atrae es pensar en voz alta frente a una cerveza.
Nunca tenían para la cerveza ni para el café ni para sus transportes.
—Estamos pránganas, compañero —sonreía Revueltas—, somos pobres, pobres, pobres. ¿Por qué seremos tan pobres?
—Hay más pobres que nosotros.
—También hay otros que salen de pobres, la nuestra es una pobreza interminable.
Su pobreza los hermanaba.
—¿No tienes a quién pedirle prestado?
—No —enrojeció Lorenzo.
¿A quién recurrir? ¿A Diego? Primero muerto. Lo que menos deseaba era que se enterara de su situación. Lorenzo, aliado a los vencidos, sería un caído, un disidente, un
outsider
, como diría Diego en su estupendo inglés. No le entraría al juego ni al sistema. Además, el editorial de
Combate
a Diego le había parecido de una tontería supina. «Parece receta de fonda popular o de cocinas económicas. Es lamentable. ¿Lo analizaste siquiera, Lencho? Bassols pide “jabón, cama sin piojos, comida y ropa necesaria para no pasar hambre ni frío, vida sexual al gusto, en vez de que sea la miseria que inhiba los impulsos o degrade los sentimientos, una cultura mínima que garantice el equilibrio y la felicidad única que sólo la ciencia puede dar; asomarse aquí y allá a los diversos rincones de la naturaleza y a los diversos núcleos de la vida humana para no carecer de un sentido total del universo…”. ¡Bueno, es de un simplismo que raya en lo patético! ¡No entiendo qué haces tú allá adentro ni cuáles son esos “rincones” que estás descubriendo, hermano!».
Últimamente sus caminos eran distintos. Diego le repetía: «¿Qué riqueza vas a repartir? Primero hay que crearla. Tenemos que “hacer”. Tú estás entre los hacedores. La inversión extranjera fluye, somos el futuro del mundo, el Banco Interamericano de Desarrollo cree en nosotros, “la mayor viabilidad del continente es la de México”. ¿Vas a desaprovechar este magnífico momento?».
¿El momento? El PRI trataba al país como una ranchería de su propiedad. Los presidentes tenían un fondo secreto de más de cien millones de dólares al año con los que se forraban los bolsillos. Creado como un derecho constitucional por Venustiano Carranza en 1917, este dinero era parte de su tremendo poder.
—¡Tenemos que acabar con el presidencialismo, Diego, nos ahoga su corrupción!
—Si hacen algo bueno, no importa si se enriquecen.
Hecho un energúmeno, Lorenzo pasaba de la guasa al escarnio, de la carcajada a la ira. Disparaba su dardo sin poder contenerse. Muchos comentaban su ingenio cruel. «No te le acerques, si le caes mal o dices algo que le desagrade, te va a hacer pedazos frente a todos». «Si alguien sabe humillar, es De Tena». En una de las últimas fiestas, Chava Zúñiga jaló a Diego de la manga: «Llévatelo, eres el único que puede, sácalo de aquí. Mira nada más la cara de la Beba, todos están escandalizados con sus ataques».